Los deberes de la (no) cumbre del clima COP26

La COP que frenó la pandemia | M.V.
La COP que frenó la pandemia | M.V.
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La COP que no fue. La conferencia de partes de Naciones Unidas que debía sellar el mañana climático se congeló el pasado mayo en medio del shock del coronavirus. Se habría celebrado el pasado noviembre en Glasgow con la intención de rematar a puerta los escasos compromisos alcanzados en la agónica semana de la COP25 en Madrid.

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La cumbre chilena que terminó acogiendo España se abrió con una lista de tareas que sigue, más o menos, intacta:

La de Madrid fue una cumbre del clima destinada a revisar los éxitos y, sobre todo, limitaciones y fracasos de París, cuyos compromisos plasmados en 2015 se han quedado cortos para frenar el calentamiento global. O, más bien, quedaron abiertos, a falta de cerrar algunos de sus artículos.

La ciencia ha hablado –junto a la política– y ha rebajado el objetivo deseable a 1,5ºC de tope respecto a la temperatura media preindustrial, como se certificó el panel de expertos el año pasado, antes de la Cumbre de Katowice.

Con la evidencia de que el calentamiento se acelera como consecuencia de la actividad humana, se consideraba la última oportunidad para tomar decisiones políticas de calado de cara a la próxima cumbre para no llegar al punto de no retorno, cuando por encima de 2ºC de aumento término, el clima quedará descontrolado. El margen de actuación se estima entre 2030 y 2035.

Un periodista manda su última crónica de la COP25 en Ifema | M. Viciosa
Un periodista manda su última crónica de la COP25 | M. Viciosa
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Lo que ha cambiado en un año

Tres son, como mínimo, las claves que dibujan un escenario bien distinto al de Madrid de 2019:

  1. Estados Unidos está fuera de París, pero volverá. Con Trump en vías de abandonar la Casa Blanca, se despejan algunas dudas sobre el papel de los estadounidenses en la lucha contra la emergencia climática.

    Como explicamos aquí, el programa ambiental del próximo presidente Biden habla de «revolución de la energía limpia y la justicia ambiental». Ese es uno de los lemas, que se quiere acompañar de 2.000 millones de dólares en proyectos de energía no contaminante en los próximos cuatro años. Y, por supuesto, una vuelta a los acuerdos de París, por ver cuándo se formalizará.

    Por lo pronto, John Kerry se convertirá en embajador climático de los estadounidenses, por obra de Biden.


  2. China no es ni será, seguramente, la misma desde 2020. Con una economía recuperada tras ser el primer epicentro de la crisis del coronavirus, se encuentra en una posición algo más holgada para abordar y negociar su ambición climática.

    En septiembre, el presidente Xi Jinping dijo ante la ONU que China alcanzará cero emisiones netas para 2060 y que su pico se alcanzará antes de 2030. Esto podría reducir el calentamiento entre 0,2 y 0,3°C para finales del siglo. Aunque no es menos cierto que China sigue adelante con sus planes para quemar carbón.


  3. Un parón mundial, como laboratorio. Nadie quiere recortar emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero a costa de una epidemia que deja miles de muertos. Pero es lo que ha ocurrido. Este involuntario experimento climático da dos resultados que de otra forma hubieran sido difíciles de probar empíricamente: un frenazo en seco de la economía sirve para aliviar (muy temporalmente) el marcador de las emisiones, sobre todo en carretera y barco (apenas en avión). Y que esto sirve de poco.

    Especialmente en lo que al acumulado de CO2 en la atmósfera se refiere. 2020 ha batido un nuevo récord. Tendríamos que encadenar pandemias para que se notase algo. Y, una vez más, nadie quiere eso. Parece más sensato abordar el problema de modelo energético y de consumo de forma estructural, rápida y a largo plazo.

Estos elementos han sido analizados por el grupo Climate Action Tracker (CAT). Las nuevas promesas climáticas de China y otras naciones, junto con los planes de carbono del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden han sido modelizadas.

Si son verdad los planteamientos de estos dos grandes emisores de CO2, terminaríamos el siglo con un incremento de 2,1ºC de temperatura. No son los 3,5ºC más pesimistas, y que nos llevan a escenarios catastróficos. Pero están lejos de los 1,5ºC con que llegamos a Madrid el años pasado, como horizonte para evitar daños irreversibles.

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Lo que no ha cambiado en un año

El mayor pinchazo de la COP25 fue su incapacidad para cerrar el Artículo 6 del Tratado de París; es el que regula el mercado de compraventa de emisiones de carbono, que explicamos aquí.

Algunos países han sido también muy críticos con la prioridad que concede el texto al informe científico sobre los océanos frente al del uso de la tierra, informa Efe; precisamente Chile, que preside esta cumbre, ha tenido desde el inicio un interés muy marcado por que ésta fuera la «COP Azul».

Se espera que los países adheridos al acuerdo de París presenten nuevos planes de reducción de emisiones antes de 2030 a finales de este año. Pero hay varios que todavía se muestran reacios a establecer metas, y muchas naciones más pobres todavía invierten en carbón.

Arabia Saudí, Brasil, Australia, Rusia siguen siendo algunos de los reticentes, así como los más carbondependientes de la Europa oriental. Es cierto que la UE ha dado pasos. Pero muy lentos y con el riesgo de atascarse por el flanco oriental.

A nivel comunitario, se establecerá este diciembre un recorte en las emisiones del CO2 del 55%, a recogerse en la Ley del Clima europea. Con ello, el grueso del continente espera alcanzar la neutralidad de carbono en 2050.

En concreto, España hubiera llegado a Glasgow con un litigio climático abierto con los ecologistas y con una Ley de Cambio Climático y Transición Energética aprobada en Consejo de Ministros, pero aún sin pasar por las Cortes para su aprobación definitiva –que no se espera antes de contar con mayorías sólidas para los Presupuestos Generales del Estado–.

Este 2020 iba a ser el año en que se debían poner negro sobre blanco las nuevas contribuciones determinadas nacionalmente (CDN) para recortar emisiones en cada uno de las 190 partes firmantes de París. Es decir, un compromiso más ambicioso de recortes de CO2.

Apenas 15 países presentaron contribuciones para el recorte de CO2 más ambiciosas

2 partes (15 países presentaron un borrador nuevo en 2019), lo han hecho formalmente. Apenas suman el 4,6% de las emisiones globales. Ni siquiera el empujón de los confinamientos (que recortarán las emisiones alrededor de un 8% neto al final del año) parece servir de aliciente.

La UE y sus Estados miembros se encuentran entre las 190 partes (no necesariamente naciones) del Acuerdo de París. Para que el Acuerdo entrara en vigor, al menos 55 países que representasen al menos el 55% de las emisiones mundiales debían depositar sus instrumentos de ratificación.

La COP25 tampoco consiguió avances en el mecanismo de compensación a los afectados por las calamidades derivadas del calentamiento global. Quizás haya alguna novedad de cara a la Cumbre de Adaptación Climática, que se celebrará telemáticamente el 25 de enero de 2021.

Su éxito, sin acompasarse de otros compromisos, puede suponer una resignación simbólica: un ya no hay nada que hacer, más que prepararse para la catástrofe.

Una filosofía planetaria de apocalipsis ralentizado del que la mayoría de expertos consultados por Newtral.es se desligan, pero que se deja entrever en algunos modelos que nos dicen que llegamos tarde.