Eva tiene dos trabajos. Por uno le pagan y por el otro no. Ella sola está a cargo de sus dos hijos menores, de cuatro y siete años, y es limpiadora en Madrid. “Me paso todo el día haciendo lo mismo: limpiando la mierda de otros. Lo digo con orgullo, que conste. Pero si yo hago mi trabajo, los políticos que hagan el suyo. Necesito que los niños vayan al colegio ya. No puedo seguir pidiendo favores a las vecinas”, cuenta a Newtral.es.
Han pasado casi seis meses desde que se decretara el cierre de colegios por el coronavirus, una circunstancia que puso la infancia en suspenso, a pesar de que los menores de entre 0 y 15 años suponen un 16% de la población española total (7.300.000 niños y niñas), según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
A Eva no le quedó más remedio que recurrir a su red más próxima para que alguien atendiese a sus hijos: “Cuando se dijo que se paraban las clases, lo que hacía era que le pedía a una vecina que echara un ojo a los niños. Yo me levantaba muy temprano para ir a trabajar y los niños se quedaban durmiendo. Luego la vecina se pasaba sobre las 11 y se quedaba con ellos hasta que yo volvía, un poco antes de mediodía”.
Unas semanas después, otras madres y ella, a través de WhatsApp, se organizaron para atender a los niños: “A dos de ellas las mandaron de ERTE y otra está en paro. Luego había algunas que trabajaban todo el día o que lo hacían solo por la mañana o solo por la tarde, como yo. Las horas que los niños se tenían que quedar solos, como yo no tengo pareja, venía alguna de ellas a casa. Luego yo les cocinaba o les hacía algún recado”, explica Eva.
Familias monomarentales sin ayuda
Carmen, que vive en Gijón y es madre de dos mellizos de cuatro años, consiguió trabajo en el ámbito de la cooperación internacional una semana antes de que se declarase el estado de alarma. También la suya, como la de Eva, es una familia monomarental: “Ha sido horrible. Empecé a teletrabajar un semana después de incorporarme y como tenía que estar pendiente de ellos, no rendía bien en el trabajo. Lo que hacía era trabajar por las noches, cuando se habían acostado, hasta las cuatro o cinco de la madrugada. Ahora en septiembre se me acaba el contrato”, explica a Newtral.es.
En su caso, Carmen solo tiene a su padre cerca, pero durante el confinamiento tuvo que ingresar en el hospital “por una infección de vesícula”: “Cuando le dieron el alta, estaba delicado, con las defensas bajas. No podía dejarle a los niños. Así que lo he tenido que hacer todo sola. No podía ni ir a comprar. Por suerte, desde el balcón veo el súper, así que lo que hacía era mirar cuando no había cola, me preparaba una lista y, una vez a la semana, les dejaba un momentín solos viendo la tele y bajaba a comprar rapidísimo”.
Por un lado, a Carmen le parece “arriesgado” mandar a sus hijos al colegio: “Siento que no hay nada planificado, que no es del todo seguro. Desde el centro solo hemos recibido esta semana unas hojas que explican por qué puerta tienen que entrar los alumnos de cada curso, pero nada sobre qué hacemos si un niño se contagia y hay que aislarles. Yo me voy a quedar en paro y eso me permitiría cuidarles si tienen que estar en cuarentena o si vuelven a cerrar los coles, pero por otro lado necesito buscar trabajo sin falta”, apunta.
De los más de seis millones de familias con niños —un tercio del total de hogares españoles—, casi el 10% son monoparentales, según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (2018). En total, unos 608.000 hogares cuentan con un único adulto y en seis de cada diez de estos hogares, el adulto trabaja fuera de casa. Otro dato: del total de familias monoparentales en las que el adulto tiene un empleo remunerado, un 84% son, en realidad, monomarentales: es decir, la progenitora es una mujer.
Desigualdad educativa
Cuantos menos recursos (tanto económicos como sociales), menor posibilidad de conciliación. Así lo expresa la investigadora y socióloga de la Universitat Autónoma de Barcelona Sheila González, especializada en desigualdad social y educativas: “Las clases medias, en su mayoría, teletrabajan; las clases bajas tienen que ir a trabajar sí o sí, por lo que el papel de la escuela como facilitador de la conciliación es más fuerte cuanto más baja es la clase. Es escuela o nada”, explica en conversación con Newtral.es.
González, junto a otro sociólogo de la UAB, Xavier Bonal, realizó un estudio sobre cómo el confinamiento, ya en sus dos primeras semanas, aumentaba las desigualdades educativas, realizando una encuesta a 35.937 familias (con un total de 59.167 niños de entre 3 y 18 años).
Los resultados, más allá de la brecha digital, muestran diferencias, por ejemplo, en el aprendizaje informal (no lectivo). Así, en el caso de familias con niños de entre tres y ocho años hay tres actividades en las que la brecha se acentúa en favor de las familias con mayor capital económico y cultural, que son: “El acompañamiento en la lectura (59% de las familias con estudios universitarios manifiestan que sus hijos leen con el acompañamiento de un adulto cada día frente a un 37% en el caso de las familias con estudios obligatorios); la práctica de idiomas (44% de las familias con estudios universitarios responde que se realiza práctica de idiomas de manera diaria o varios días por semana frente a un 36% en el caso de familias con estudios obligatorios); así como la actividad deportiva (81% de familias universitarias manifiesta que el menor practica deporte varias veces por semana frente a un 66% en el caso de estudios obligatorios)”.
En el caso de la mencionada brecha digital, el estudio de González y Bonal señala que “el 56% de los hogares no dispone de un dispositivo por persona para garantizar la correcta conexión (el 71%, entre las rentas más bajas)”.
Además, el acompañamiento en los deberes es mayor cuando los progenitores tienen estudios universitarios, especialmente a medida que sus hijos avanzan en sus etapas educativas: en la ESO, un 35% de las madres con estudios obligatorios ayuda a sus hijos a realizar tareas escolares, cifra que crece hasta el 48% en el caso de madres más instruidas. “Lo llamativo aquí son también las razones que alegan para acompañar o no acompañar”, apunta la socióloga Sheila González: “Entre las familias universitarias que no realizan tareas de acompañamiento, la mayoría alega que sus hijos no lo necesitan, mientras que entre las familias con estudios inferiores una de las principales razones es que no tienen conocimientos suficientes para hacerlo”.

El papel de la escuela: más allá de la enseñanza
Es por esto que Sheila González considera que “no todas las familias tienen capacidad para convertirse en maestros de un día para otro”: “A la desigualdad familiar se suma la respuesta escolar, que también ha sido desigual. Y no solo entre centros públicos, por un lado, y privados y concertados por otro. Que esto era más o menos obvio porque los privados y concertados tienen que ponerse las pilas porque tienen que justificar que los padres paguen una cuota. Es que la respuesta también ha sido desigual en los colegios públicos: no es lo mismo un centro educativo de un barrio obrero al que apenas van niños de clase media o media-alta, que es la clase social con más capacidad para mejorar los servicios públicos porque tienen más voz, que un colegio donde van niños de padres universitarios”.
En este sentido, Ainara Zubillaga, directora de Educación y Formación en la Fundación COTEC, defiende una vuelta a la escuela presencial: “Parte de la función de las aulas es, precisamente, compensar la desigualdad en los hogares. Cuando quitas el aula de la ecuación, la brecha se acentúa muchísimo. No podemos permitirnos otro curso con confinamiento porque el impacto en términos de igualdad de oportunidades sería brutal”.
Y no solo en cuestión de aprendizaje, sino que Zubillaga expone que la desigualdad es inminente: “Hay niños que desayunan y comen en el colegio, y es que esas son sus comidas diarias. La escuela no es solo un lugar de conocimiento, juega un papel fundamental en la conciliación y en los cuidados”, apunta en conversación con Newtral.es.
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Noelia Isidoro, profesora de Secundaria en un instituto público de Fuenlabrada, también comparte esta visión de los centros educativos: “La escuela está para enseñar, pero también para permitir que las familias puedan trabajar. El profesorado de la Comunidad de Madrid está pidiendo volver de manera presencial sí o sí, pero con un plan que dé respuesta a incógnitas como qué hacer en caso de que haya un alumno con síntomas. Se ha hablado de un coordinador COVID-19 en cada centro, pero es que esa es una responsabilidad sanitaria con unas competencias que los docentes no tenemos”.
Desde su punto de vista, permitir que haya familias que se nieguen a llevar a sus hijos al colegio “es abrir la puerta a un pin parental”: “Hoy mi hijo no va a clase por el COVID-19, pero mañana porque hay una charla de igualdad y feminismo. La escuela es obligatoria y lo que hay que exigir es la mayor seguridad posible en las aulas: es decir, bajar las ratios y contratar a personal”.
Cristian, padre de una niña de cuatro años y de otro niño de año y medio, ha iniciado una petición en la plataforma Change.org para exigir al gobierno del País Vasco una vuelta segura. Acusa a los dirigentes de elaborar “un plan poco exhaustivo e irrealizable”: “No hay otra forma posible de mantener la distancia de seguridad en clase si no dividimos los grupos en diferentes espacios y se contrata más profesorado para atenderlos”, señala en el texto de la campaña.
Cómo conciliar si se vuelven a cerrar las aulas
En conversación con Newtral.es, Cristian reconoce que está pensando en no escolarizar a sus hijos: “Creo que no se han tomado las medidas necesarias para que la vuelta sea segura y, por tanto, que al poco de abrir van a tener que cerrar. Habrá vivencias que, sobre todo en el caso de la mayor, me gustaría evitárselas”. Para ello, este padre residente en Bilbao reconoce que uno de los dos (su pareja o él) tendría que dejar de trabajar, teniendo en cuenta que su mujer ya se quedó en paro a raíz de la pandemia. “Como educador social reconozco que si no hay una vuelta a la presencialidad, la brecha social entre alumnos va a ser tremenda. Pero como padre no me siento seguro llevándoles a la escuela”, apunta.
Sobre esto, la socióloga e investigadora Sheila González apunta que “las clases bajas conciben la escuela más como un instrumento que les aporta conocimiento a sus hijos”, mientras que “las clases medias y altas valoran la educación como un plus”, es decir, “buscan en la escuela aquello que no se le está dando ya en casa”. Sobre el miedo a volver, incide González, “hay quienes no se lo pueden permitir porque no están pensando en sus expectativas sobre la escuela, sino en que no tienen otra alternativa”.
Y la profesora de Secundaria, Noelia Isidoro, considera que si las clases más favorecidas no llevan a sus hijos a la escuela, “esta se puede convertir en el gueto de quien no tenga a alguien con quien dejar a los chavales”.
Es el caso de Diana, madre de una niña de seis años y de un niño de tres, residente en Madrid y periodista freelance, igual que su pareja. “No tenemos abuelos cerca que nos aligeren un poco la carga de manera puntual. Cuando se habla de conciliar siempre digo: ‘Dime tus circunstancias y te diré cómo vas a vivir tu maternidad’. ¿Tienes ayuda familiar o red de cuidados? ¿Tienes ayuda pagada externa? ¿Tienes que pagar un alquiler o una hipoteca asfixiante? ¿Tienes un trabajo precario o eres directora de cuentas de una multinacional?”.
En su caso, reconoce tener miedo de exponerles al contagio: “Me asusta llevarles sabiendo que la gestión que se está haciendo de esto es un desastre absoluto, pero también creo que es necesario que vuelvan las clases. Primero para que los niños estén con iguales, pero también porque no todos los padres podemos atender igual a nuestros hijos en casa a nivel educativo”.
Diana critica también el conflicto entre el trabajo productivo y el de cuidados: “¿No debería ser un derecho también poder cuidar a nuestros hijos e hijas? No todo el mundo puede externalizar los cuidados y tampoco esa debería ser la vía de solución: yo mujer blanca contrato a una mujer migrante que ha dejado a sus propios hijos en su país para que cuide de los míos”.
La clave sería, como apunta Sheila González, “transitar de un modelo familiarista a un modelo que tenga la infancia y su bienestar en el centro y que no penalice a las mujeres”. Sin embargo, reconoce que “no hay política a día de hoy que garantice el cuidado de tu hijo y la no exclusión del mercado laboral”, aunque apuesta no tanto por políticas natalistas, sino por “una renta básica universal”: “Debemos empezar a pensar que los cuidados van mucho más allá de los hijos. La maternidad ahora cada vez es más tardía, por lo que es más probable que te toque cuidar de tus hijos y de tus padres a la vez. No podemos pensar solo en ayudas a la conciliación de 0 a 3 años”.
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También Patricia, que es autónoma y teletrabaja en el ámbito de las redes sociales y la creación de contenido digital desde hace siete años, está valorando la posibilidad de no llevar al colegio a sus hijos, de ocho y seis años. “No me parece segura, pero, por otro lado, quiero que vuelvan al cole por salud mental”.
En su casa, en Alcorcón, Patricia es quien más tareas reproductivas y de cuidados asume: “Mi marido ingresa más que yo, el triple, por lo que no nos podemos permitir que él se quede sin trabajo. El problema es que el trabajo de mi marido no es nada flexible, mientras que yo he tenido que buscar clientes que sí lo fueran porque asumía que a las cinco tenía que recoger a los niños, tenía que preparar la cena, ayudarles con los deberes…».
A diferencia de Diana, Patricia sí tiene familia extensa: su madre y sus suegros. “El problema es que, sobre todo mis suegros, que tienen cerca de 80 años, son población de riesgo. Es una conversación que tengo pendiente con mi marido porque de eso dependerá, en parte, la vuelta o no al colegio. Si no podemos apoyarnos en ellos, yo no me veo con fuerzas para estar como estos meses atrás, con ellos en casa y yo teletrabajando”.
Claves para una vuelta segura
“Hay que intentar que haya el máximo espacio posible en las aulas, y que no se mezclen los grupos de convivencia estable para que, en caso de que se detecte algún caso dentro del colegio, solo se aisle al menor número posible”, apunta a Newtral.es Pedro Gullón, médico especialista en Medicina Preventiva y doctor en Epidemiología y Salud Pública.
Este médico y epidemiólogo señala que la clase social jugará un papel fundamental: “Habrá familias que, si el niño se levanta con fiebre, no se puedan permitir no llevarle al colegio, como venía pasando hasta ahora. Seguramente porque no pueden quedarse en paro ni teletrabajar. Por eso es importante que la Administración trace un plan sanitario y social para atender estas circunstancias. El problema es que se ha delegado mucha responsabilidad individual en cada centro y se han hecho guías y recomendaciones muy vagas”.
Según Ainara Zubillaga, de Fundación COTEC, “no es labor del centro organizar distancias de seguridad en las aulas, ni hacer protocolos de detección”. “Eso es labor de autoridades sanitarias. La labor de los centros es establecer planes para combinar educación presencial y online o cómo mejorar el currículum, pero no tienen tiempo porque están desarrollando planes sanitarios”.
Gullón señala que “no hay riesgo cero en la vuelta a la escuela, como no lo hay en ningún ámbito”. Y Zubillaga apunta que “no se puede parar la escuela cada vez que haya un brote porque si cada vez que lo hay volvemos a la no presencialidad, volvemos a la casilla de desigualdad”.
Es por eso que Sergio Nunes, profesor de Secundaria en instituto de Cangas (Pontevedra) y también creador de una petición en Change.org por una vuelta segura, apuesta por “bajar la ratio de alumnos”, ya que así “se minimizará el riesgo de contagio”. “En nuestro centro, que tenemos 1.100 alumnos y somos 91 profesores, propusimos a Inspección bajar de 30-35 alumnos a 20. Para ello, solo necesitábamos contratar a tres docentes más. Y aun así, nos han dicho que no”, añade Nunes.
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