Cosas que sí y cosas que no: cómo explicar a los niños la nueva normalidad en la calle

Foto: Sergii Sobolrvskyi | Shutterstock
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“Entonces ya podemos ir a casa de la yaya, ¿no?”. Fue lo primero que Ariadna, de siete años, le dijo a su madre nada más enterarse de que, a partir de este domingo 26 de abril, podrá salir a la calle tras seis semanas confinada. “Su madre y yo le hemos tenido que explicar que todavía no puede ver a la abuela ni a sus compañeros de colegio, que hay un virus fuera muy pequeñito al que se le vence no acercándonos a la gente”, cuenta María José, una de sus progenitoras.

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Lola, de cinco años, y su hermana Esther, de ocho, están haciendo la lista de juguetes que llevarán consigo el primer día de desconfinamiento: “El patinete, una linterna para ‘localizar el virus’ y un bote, que hemos decorado con pegatinas, que lleva gel desinfectante. Van a jugar a ‘matar al virus’”, relata Juanjo, el padre de las niñas.

Narrar la nueva normalidad en la calle es uno de los retos a los que se enfrentan quienes tienen hijos. Podrán salir a la calle, pero hay reglas, según lo establecido por el Gobierno: salidas entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche, máximo una hora y a un kilómetro de casa, tres niños por adulto, con posibilidad de correr y pasear portando sus juguetes, pero sin hacer uso de parques infantiles.

La medida beneficiará a casi siete millones de niños, según los datos de 2019 del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre menores en España entre 0 y 14 años.

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El Gobierno rectifica

Esta decisión llega después de que el Gobierno anunciase que se permitiría a los niños salir para acompañar a los adultos a hacer recados en el supermercado, la farmacia o el banco. “Tal y como se había planificado o pensado, realmente no se estaba atendiendo a las necesidades y derechos de los menores. Y creíamos que les ponía en riesgo porque las opciones eran sitios donde puede haber más contagios”, explica a Newtral.es Almudena Escorial, responsable de Incidencia Política en Plataforma de Infancia. “No era una medida que pusiese la infancia en el centro”, concluye.

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Escorial celebra que el Gobierno haya rectificado, aunque espera que la medida adoptada “no deje atrás a los niños en el sistema de protección”: “Se ha enfocado la decisión desde las unidades familiares, pero queremos que a estos menores, que están en una situación muy vulnerable, también se les garanticen las salidas”, apunta.

Problemas emocionales

A Juan Ramón, padre de María y Nuria, de cuatro y dos años respectivamente, la rectificación le genera inquietud: “La sensación es la de que no ha habido nadie defendiendo las necesidades y derechos de los niños. Estos bandazos pueden entenderse como que no hay nadie tomando decisiones razonadas o con un sentido detrás”. Aun así, Juan Ramón celebra que sus hijas, especialmente la mayor, puedan salir por fin: “María ha empezado a desarrollar tics nerviosos. Y hay días o momentos en que lo único que quiere es estar tirada en la cama. Te queda la duda de qué nivel de sufrimiento puede haber detrás”.

“No es descabellado pensar que una parte de los menores va a desarrollar ciertos problemas emocionales, como ansiedad, depresión o estrés”, apunta a Newtral.es la psicóloga Ruth Castillo, profesora de Psicología del Desarrollo en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y miembro del Centro de Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale.

En un análisis publicado en la revista científica The Lancet, en marzo de 2020, sobre los efectos psicológicos del confinamiento en menores durante la pandemia del COVID-19, los autores —cinco investigadores del Shanghai Children’s Medical Center, en China— exponen que, según las investigaciones de Sprang y Silman [en un estudio de 2013 sobre estrés postraumático en contextos de desastres naturales y pandemias], “las puntuaciones medias en trastorno por estrés postraumático fueron cuatro veces superiores en niños que estuvieron en cuarentena respecto a los que no lo estuvieron”.

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“Los estresores de prolongada duración, el miedo a la infección, la frustración, el aburrimiento, la falta de contacto con compañeros de clase, amigos y profesores”, así como “la falta de espacio personal en casa y la pérdida de sustento económico” serían factores que podrían “tener efectos más duraderos y problemáticos en niños y adolescentes”, apuntan los investigadores del Shanghai Children’s Medical Center.

Ruth Castillo señala que, especialmente en la primera etapa de la infancia, “el aprendizaje se basa en el movimiento y la exploración”: “Muchos niños pueden experimentar frustración, aburrimiento y pérdida de la motivación por realizar siempre las mismas cosas”. Y apunta que estos síntomas pueden manifestarse en mayor medida cuanto más pequeños son, al no tener la capacidad de pensar en el otro: “Están muy centrados en sus propias necesidades y no piensan en el confinamiento como algo que es bueno en términos colectivos”.

Juan Ramón se muestra cauto a la hora de hablar de “depresión infantil”, pero expresa su preocupación por si “el estado de ánimo bajo de María pudiera ser precursor de algo que arrastre en cierta medida a lo largo de su vida”. También Juanjo ha detectado comportamientos y estados anímicos negativos en una de sus hijas, Esther, de ocho años: “A veces llora pero no como en una rabieta, sino desconsolada, sin motivo aparente. Y cada vez tenía menos ganas de jugar con su hermana”.

Una lista de “lo que sí” y de “lo que no”

A los niños les gusta anticiparse, dice la psicóloga Ruth Castillo. “No hay nada que disfruten más que saber qué va a ocurrir”. Y lo ejemplifica con el visionado repetido de películas: “Les gusta verlas una y otra vez porque les encanta saber qué viene después y adelantarse a los diálogos”.

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Por eso, su consejo es “no esperar a estar en la calle para explicarles cómo tienen que comportarse”. Castillo señala que el punto de partida es “bueno” porque el desconfinamiento como posibilidad “les envía el mensaje de que creemos en ellos”: “Les estamos diciendo que pueden hacer algo que hasta ahora solo podíamos hacer los adultos”.

Ese trabajo previo comenzaría por “contar con detalles lo que se puede y lo que no se puede hacer”: “Una cosa que pueden hacer los padres es intentar visualizar con los niños cómo será el paseo: qué será diferente, a quién podrán ver y a quién no, cómo se van a sentir…”, explica la psicóloga especialista en desarrollo.

La psicóloga infantil Belén Marina opta por elaborar una lista de “cosas que pueden hacer” y “cosas que no pueden hacer”: “Por ejemplo, puedes correr pero primero tienes que decirme hasta dónde vas a ir. O también, no puedes acariciar al perro del vecino si te lo cruzas, que es una cosa que te gusta mucho y que sueles hacer”, enumera en conversación con Newtral.es.

Esto funcionaría, sobre todo, en los más pequeños. A partir de los ocho o nueve años, señala Marina, “se puede apelar a su responsabilidad individual”: “Tienen más capacidad de razonar en abstracto, y se les puede decir que, aunque es probable que no se pongan malos porque el virus no está afectando en gran medida a los niños, tienen que tener en cuenta que pueden contagiar a otros”.

Qué hacer si se encuentran con otros niños

Castillo alerta de que habrá niños “con muchas ganas de salir y otros que tengan miedo”: “Hay que intentar saber cómo se sienten antes de salir, preguntándoles, e intentar hacerles saber que el mundo es un lugar seguro porque un adulto estará con ellos”.

Uno de los aspectos que la psicóloga infantil Belén Marina considera más relevante es “facilitar, tanto a mayores como a pequeños, una respuesta si se da el caso de que se crucen con algún otro niño que ha salido de casa peor entrenado”: “¿Qué hacen si su amigo del cole o su vecino se les acerca corriendo para jugar o saludarle? No van a querer ser bordes, así que hay que intentar ensayar una respuesta del tipo: ‘No me puedo acercar mucho porque podemos pegar el virus aunque no estemos malitos’”.

Por último, esta psicóloga reconoce que “de la actitud del adulto dependerá en parte la respuesta del niño”: “Hay que intentar mostrarse tranquilo. Se puede plantear la salida como un juego de observación: ‘Vamos a ver cuántos tipos de mascarillas diferentes vemos’, ‘vamos a ver si todo el mundo lleva mascarilla’ o ‘a ver quién no lleva mascarilla’”.

En este sentido, Marina rompe una lanza a favor de los niños: “Están más acostumbrados que nosotros a que haya cosas nuevas en su vida que les generan extrañeza. Y esa extrañeza, a menudo, es algo emocionante. Usémoslo”.

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  • Los niños son tremendamente inteligentes y entienden las cosas a la primera, sus padres, algunos padres, no. Vivo en un barrio de la zona norte de Madrid y lo que pude ver ayer durante todo el día fue de vergüenza: parejas sin niño alguno, familias completas, grupos (numerosos) de charleta, gente que ha venido en coche desde a saber, runners, "niños" con más nuez que yo. Todo lo bien que lo habíamos hecho a tomar viento. Más les vale a tod@s est@s aplaudir mucho a las 20h. porque los servicios sanitarios van a necesitar hasta ayuda divina. Lo siento por la gente (mayoría) que si tenemos conciencia y responsabilidad con lo que está pasando