Hay un barrio costero de Guardamar del Segura, en Alicante, que a vista de satélite parece una estampa del futuro climático menos halagüeño. El mar, a apenas un metro, está devorando las casas. La zona conocida como Playa Babilonia –ya no hay playa que valga– surgió a principios del siglo XX como una colonia a partir de un merendero turístico. Pero la construcción de un espigón hizo que las aguas empezasen a subir en la zona. Los últimos temporales violentos han terminado por dar la puntilla al enclave, arrasado una y otra vez. La furia climática lo ha acelerado todo.
“Cuanto más tardes, más caro será adaptarte a lo que viene”. Dice Ian Burton que cuando acudía como miembro del Panel de Expertos del Clima a las primeras cumbres de los noventa, lo miraban con escepticismo. Su discurso de que había que adaptarse al cambio climático sonaba a renuncia y fracaso. Aún parecía que estábamos a tiempo de frenar algo que quedaba lejos. Con el éxito aún reciente del Protocolo de Montreal para reducir el agujero de ozono, los países se mostraban optimistas y despreocupados respecto al calentamiento global. Teníamos, entonces, un siglo por delante para acabar con lo peor de ese efecto invernadero provocado por humanos, descubierto en 1896.
“Fracaso es no haber sabido empezar a adaptarse antes al cambio climático. Vamos a tener que hacer cambios drásticos
”
Entrevistado por Newtral.es junto a la otra pionera de la adaptación, Karen O’Brien, están convencidos que que la única renuncia y “fracaso es no haber sabido empezar a adaptarse antes”. Ambos, que visitaron España para recoger su Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA de 2021, son ahora verdaderos gurús tras una COP26 en la que, más que hablarse de adaptación, se ha tratado con no demasiado éxito de abordar la financiación de los daños producidos por los extremos climáticos.
España está “en una región particularmente sensible del planeta: entre el Mediterráneo y el Atlántico norte”, explica el catedrático de Geografía de la UA Jorge Olcina. Además de la sequía, que es una amenaza ancestral en el sureste peninsular, la emergencia climática ya nos está regalando más días de calor extremo al año que la AEMET demostró que sí están ligados al calentamiento global, particularmente en lo referido a las ‘noches tropicales‘ en las ciudades costeras y la caída en el número de días en que hiela en el interior.
Pero Mediterráneo se calienta. Lleva sumados +1,54ºC desde el comienzo de la era industrial, medidos en el aire. También sube la temperatura del agua. “Es un mar que está acumulando muchas calorías y está cambiando la forma de llover, se evidencia en precipitaciones intensas e inundaciones cada vez más frecuentes. Algo está pasando. El clima ya no es el mismo que en los setenta”, explica Olcina. Aquellos años de explosión turística de hormigón en primerísima línea de costa.
España, especialmente vulnerable al este y el oeste
Ian Burton suele decir que quedó muy impresionado, de niño, por las terribles inundaciones en su Derbyshire natal. Los cauces se han desbordado desde siempre. Pero ahora lo sabemos, con la precisión de tener estadísticas puntuales sobre cuándo y cómo ocurrirán. Y, aun así, se sigue construyendo demasiado cerca del agua, sea esta pasada o futura.
En conversación con Newtral.es en su visita reciente visita a Bilbao, Burton plantea que “podríamos intentar controlar las inundaciones con ingeniería, pero… ¡mantente lejos de las zonas inundables! Entretanto, puedes hacer casas a prueba de agua, un poco más altas y, desde luego, mejor planeamiento urbanístico”.
Olcina, que es experto en ordenación del territorio, destaca cómo España es especialmente vulnerable a los extremos meteorológicos previstos. Sencillamente, por la enorme cantidad de casas, hoteles y apartamentos que hoy se enfrentan al un mar más enfurecido y de mayor altura, “con mucha construcción sobre terreno inundable”. Quizás no sea el caso de Playa Babilonia (que se consideró en el siglo XX un ejemplo de turismo sostenible), pero sí procesos de urbanización cercanos a ramblas y cauces secos o líneas de costa de vértigo.
Miriam García propone renunciar a algunas playas para crear naturaleza como barrera ante un mar enfurecido y de más altura.
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El Observatorio de la Sostenibilidad calculó en 2019 que hasta un millón de residentes viven sobre zonas de riesgo de inundación. 16 millones, si sumamos los turistas. “Sólo desde 2008 –explica Olcina– la normativa del suelo obliga a que todos los proyectos se tengan que acompañar de un mapa de riesgo. Incomprensiblemente, antes no existía, de forma que desde el boom de los noventa y hasta mediados de los dos mil irracional y depredadora de territorio, es cuando más ha aumentado el riesgo por inundación”.
Esto se suma a la extensión de terreno ‘artificial‘ que se construyó ganando al mar. La arquitecta y profesora Miriam García (LandLab) es autora del estudio-propuesta La reinvención de la costa, una visión de los escenarios climáticos hacia 2100 en la Barcelona metropolitana. Y en sus páginas hay rénders optimistas,
García propone renunciar a algunas playas y paseos marítimos, porque para tenerlos “hay que encorsetar entre espigones; si los espigones fallan y las olas son como las de la borrasca Gloria, el desastre está asegurado. Sin embargo, si trabajas con filtros sucesivos de medidas basadas en la naturaleza, aunque algunas fallen, ayudan a protegernos de la erosión que va a producir el incremento de la subida del nivel del mar y la intensidad de los temporales”.
¿Quiere decir que todo es cambio climático? “No”, responde la catedrática de Física de la Atmósfera de la UB María del Carmen Llasat. “Es cierto que el cambio climático está aumentando las lluvias intensas, pero existen muchos otros factores a tener en cuenta en el impacto creciente de las inundaciones. Y en ambos hechos hemos de plantearnos cuál es nuestra parte de responsabilidad”. Por ejemplo, la construcción en zonas inundables. De hecho, contamos con registros históricos de gotas frías de hace mil años, como nos explicó el físico David Pino, al frente de una investigación histórica. El problema no es que haya temporales, que los ha habido siempre. Es que los de ahora son peores, más frecuentes y dañinos.
Como apunta la doctora en un artículo en The Conversation, con la base de datos FLOODHYMEX, se ve un aumento de las inundaciones con daños moderados, donde el cambio climático no es la única causa. Primero, una cuestión de “percepción” y presencia en medios de comunicación. Después. “en las últimas décadas ha aumentado la cantidad y valor de los bienes asegurados, lo que ha llevado también a un aumento de las indemnizaciones a consecuencia de los daños producidos por inundaciones”. Pero, una vez más, destaca “el aumento de población en lugares proclives a inundaciones, como sucede en una gran parte de la costa Mediterránea”.
Sabiendo que las proyecciones climáticas apuntan a un mayor riesgo de torrencialidad extrema (aunque llueva menos, llueva ‘peor’), ciudades como Alicante se han adaptado. El parque de La Marjal sirve como vaso de retención de aguas pluviales. Reduce el riesgo de inundación en la parte baja del barrio, pudiendo almacenar hasta 45.000 m3 de agua.
Una casa ‘sana’ a prueba de olas de calor y Filomenas
España se enfrenta a posibles temporales más intensos, aunque puntuales (como el derivado de la borrasca Filomena). Frío, pero, sobre todo, calor. “Lo que en EEUU empiezan a conocer como ‘racismo climático, aquí lo llamamos ‘pobreza energética’”, explicaba a Newtral.es el investigador del IDAEA-CSIC Aurelio Tobías, autor de un estudio que relaciona las noches tropicales con excesos de mortalidad, sobre todo en barrios humildes de Barcelona, donde no se pueden adaptar tan fácilmente.
Es cierto que las muertes por olas de calor, registradas en el sistema MoMo han ido decreciendo en la última década. Eso, pese a que los récords de temperaturas se han empezado a acumular en los últimos años. Para el investigador de ISGlobal Marcos Quijal, las campañas de concienciación para la autoprotección y los avisos de AEMET y Protección Civil han sido claves. Aunque el frío tiende a matar más que el calor, “temperaturas que nunca hemos visto, en el futuro pueden ser cotidianas. El riesgo en las temperaturas cálidas es mucho más alto que en las temperaturas frías”, precisa.
“En los escenarios más pesimistas de cambio climático (una media de +4,5ºC en Europa) la mortalidad se disparará por temperaturas nunca observadas. En el más optimista, la mortalidad se mantendría constante”, señala Quijal con su reciente estudio en la mano. Los débiles compromisos de Glasgow parece que nos alejan de la senda de no subir por encima de los 1,5ºC o 2ºC, así que podemos empezar a echar cuentas.

A raíz de la pandemia, la investigadora en arquitectura del Instituto Eduardo Torroja (CSIC) Teresa Cuerdo trató de ver cómo se las había apañado la gente para pasar tanto tiempo en casas que no siempre están adaptadas para ser ‘tan vividas’. O lo que es lo mismo, para necesitar tantos recursos energéticos. “En familias que aparentemente no tienen esa necesidad… hay gente que ni siquiera es consciente de que tiene que elegir y pasan frío”.
El parque de aires acondicionados, por su parte, empezó a crecer con fuerza desde 2003, tras la ola de calor. Eso tuvo un impacto en la reducción de fallecimientos… entre quienes podía permitirse encenderlos. Además, son las viviendas de peor calidad las que menos aislamiento y aireación suelen tener, con lo que se requiere más uso de aparatos de enfriamiento o calefacción. Círculo vicioso que se amplifica con la emergencia climática y sus eventos de tiempo extremo.
De la adaptación de los edificios a la de la ciudad
Legalmente, desde 2006 y 2007, con el Código Técnico de Edificación “se ha ido consiguiendo que las viviendas no sólo sean habitables, sino confortables”. Eso sí, se obvió la calidad del aire, en boga ahora con la transmisión del coronavirus. “Entonces se decía que ventilar no era una buena opción, pero eso nos lleva a patologías”. El difícil equilibrio lleva a hacer o reformar casas teniendo en cuenta salud y clima y que para Cuerdo pasa por “trabajar la piel del edificio (…) eso alargaría su vida útil, que es importante para la sostenibilidad”.
Desde Barcelona, Mark J. Nieuwenhuijsen pone el foco en la adaptación de las ciudades. Este investigador de ISGlobal, también presidente de la Sociedad Internacional de Epidemiología Ambiental, cree que una de las claves futuras pasa por las zonas verdes y la reducción de la presencia de coches. “Hay que distinguir entre contaminantes como NO2, PM10, PM2,5… tóxicos con impacto a corto plazo, y luego el CO2 (que no es tóxico) que hacen subir las temperaturas a largo plazo, crea el efecto isla de calor.
Sacar el coche de las ciudades, sacando al ladrillo de los pueblos. Si Benidorm es el Manhattan del Mediterráneo, un municipio limítrofe ha apostado por ser su cara B. La Nucía. Con dos premios de arquitectura en edificios públicos sostenibles, ha apostado por edificaciones bajas. Eso no la hace más sostenible. La ciudad vertical tiende a serlo más. Pero hace más de 20 años decidieron rehabilitar el casco histórico, en vez de derribar y construir.

Vitoria es otro de esos ejemplos. O las superislas y chaflanes peatonales de Barcelona, pone como ejemplo Nieuwenhuijsen, como una solución barata. En esta ciudad se han acompañado de los llamados refugios climáticos para las crecientes olas de calor. Básicamente, colegios y otros edificios públicos abiertos en verano para tener algo de sombra y aire fresco.
Aunque algo que ha funcionado toda la vida son “las zonas verdes, un beneficio para la salud de la gente”, apunta el investigador. Su equipo demostró que los espacios verdes de diversas ciudades de Europa se asocian con diversos efectos beneficiosos para la salud, entre los que destacan una menor mortalidad prematura, una mayor esperanza de vida, menos problemas de salud mental, menos enfermedad cardiovascular y mejor función cognitiva en infancia, recuerda Nieuwenhuijsen.
Además, los parques y zonas de arbolado son excelentes capturadores de CO2, aunque no suficientes En base a la evidencia científica existente, la OMS recomienda el acceso universal a los espacios verdes y establece la meta de que haya un espacio verde de al menos media hectárea a una distancia de no más de 300 metros en línea recta desde cada domicilio. Esta medida beneficiaría especialmente los barrios pobres.
España se enfrenta a una doble amenaza climática. Por el este y por el oeste. En la ciudad expuesta al temporal y en el campo seco. Pero con soluciones de adaptación quizás no sea necesario tener una casa tan lejos del mar.
Aunque en su momento se habló de la ‘saharización’ de España, Joel Guiot (@joelguiot) se inclina más hacia la ‘murcianización’ acelerada. El sureste peninsular ya tiene un paisaje propio de su clima semiárido. Y, a finales de siglo, la masa vegetal puede cambiar notablemente si no se actúa contra el incremento global de las temperaturas por encima de 1,5 grados respecto a la era preindustrial. El Mediterráneo ya ha superado esa barrera.
Viaje a la España de 2090 (con una máquina del tiempo cargada de carbono)
Esta máquina del tiempo de ‘El Objetivo’ nos llevó a 2090 en 2019. Pero, es más bien una máquina del clima. Porque funciona con carbono. Cuanto más le ponemos, más lejos nos lleva en las proyecciones climáticas que advierten de futuros bosques convertidos en estepa, inundaciones en la costa, salinización de acuíferos y radicales cambios en la economía agraria. Lo bueno: estamos a tiempo de no echarle tanto carbono como carburante a esta máquina del clima. Y todas esas imágenes catastróficas se pueden quedar en eso, en meros ‘rénders artísticos’.
Estamos destruyendo nuestro planeta mientras investigamos si hay vida en otros.
No será mejor cuidar el nuestro