La exposición al COVID-19 sí entiende de género: lo que dicen los datos

Foto: David Borrat | EFE
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Han pasado algo más de diez meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase que el coronavirus era una pandemia. Esto fue el 11 de marzo, pero ya unos días antes, el 6, tres investigadoras británicas —Clare Wenham, Julia Smith y Rosemary Morgan— publicaban en la revista científica The Lancet un estudio titulado COVID-19: los impactos del brote en el género

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Señalaban que “entender cómo los brotes de enfermedades afectan de manera diferente a hombres y mujeres es fundamental para desarrollar políticas de intervención equitativas e igualitarias”. Un apunte en la línea de lo que posteriormente se ha ido publicando. Lo expuso en noviembre el Parlamento Europeo en una propuesta de resolución donde señala que las mujeres “presentan un mayor riesgo de contraer el virus debido a que representan un porcentaje desproporcionadamente elevado de los trabajadores en primera línea de sectores esenciales en las actuales crisis”.

El Parlamento Europeo destaca, por tanto, “la necesidad de un planteamiento con perspectiva de género en relación con todos los aspectos importantes de la respuesta a la crisis de la COVID-19 para preservar y proteger los derechos de las mujeres durante la pandemia y el período posterior a esta, y para mejorar la igualdad de género”.

[COVID-19: Las mujeres asumen más los cuidados y la exposición al virus]

También el Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EIGE por sus siglas en inglés) publicó en abril un estudio sobre el sector sociosanitario y de cuidados en el que apuntaba que “aunque tanto mujeres como hombres que trabajan en este ámbito están expuestos al virus, las mujeres están expuestas potencialmente a un mayor riesgo de infección porque suponen el 76% de trabajadoras” de dicho sector en la Unión Europea (UE).

El EIGE apunta que estas profesiones son algunas de las peor valoradas y pagadas en la UE. De hecho, cuando se trata de quienes procuran cuidados en el hogar a terceras personas, el EIGE estima que 4,5 millones del total de 5,5 millones de quienes trabajan en este ámbito en toda la UE son mujeres. El EIGE lanzaba en octubre otro estudio sobre la igualdad de género en la Unión Europea, con diferentes indicadores, donde señalaba que conseguir la igualdad de género en la Unión Europea costará más de 60 años y la pandemia amenaza lo ya logrado.

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Más datos: la cuarta entrega del estudio de seroprevalencia del Ministerio de Sanidad, publicado a mediados de diciembre, destaca la alta prevalencia en personal sanitario (con un acumulado del 16,8% en total, frente al 10% de la primera ronda; 15,9% en mujeres en el acumulado ahora), las cuidadoras de dependientes (15,9%) limpiadoras (13,9%) y trabajadoras en centros sociosanitarios (13,1%).

Atendiendo al estudio de seroprevalencia, la diferencia entre el número de mujeres y hombres que se han contagiado de coronavirus desde el inicio de la pandemia no es significativa (9,6% frente a 10,1%), pero algunos de los empleos más feminizados son los que conllevan mayor riesgo de exposición.

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Esto es algo que ya se vislumbraba en el informe del 7 de mayo elaborado por la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), dependiente del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), que arrojaba que del personal sanitario contagiado por COVID-19, un 76,2% son mujeres, frente a un 23,8% de hombres. Los trabajadores del ámbito sanitario están incluidos, precisamente, en el grupo 1 del plan de vacunación del Gobierno que arranca este domingo 27 de diciembre.

[El 76% del personal sanitario contagiado por COVID-19 son mujeres]

Según explicaba a Newtral.es Carmen Vives Cases, socióloga y catedrática de Salud Pública de la Universidad de Alicante y miembro del Centro de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología (CIBERESP, dependiente del ISCIII), esto tendría que ver “con la feminización del trabajo sanitario”. En España, según datos de 2018 del Instituto Nacional de Estadística (INE), el número de profesionales sanitarios colegiados era de 852.481, de los cuales un 68% eran mujeres y un 32%, hombres.

Si acudimos al dato específico de enfermería, en España, según los últimos datos disponibles del INE (2018), hay un total de 307.762 profesionales de este ámbito. De ellos, un 84% son mujeres frente a un 16% de hombres. La brecha de género disminuye en el personal médico, profesión que ocupa a 260.588 personas. De ellas, el 51% son mujeres y el 49%, hombres, según los datos del INE de 2018.

Y según un informe elaborado por la ONU Mujeres en abril, “las mujeres representan el 70% del personal sanitario en todo el mundo”, superando la tasa del 80% en el colectivo de enfermería en la mayoría de regiones. 

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Imagen: Mario Rollon | Shutterstock

Precariedad y salud mental

El impacto del COVID-19 en la brecha de género no se evidencia únicamente por las cifras de contagios en profesiones feminizadas y por el riesgo de exposición al virus, sino que la pandemia afecta a otras áreas que también tienen consecuencias en la desigualdad de género.

El Instituto de la Mujer, dependiente del Ministerio de Igualdad, publicó un estudio sobre género y COVID-19 en el que apuntaba que el rol de cuidadora (ya sea en cuidados formales o informales) acarrea no solo mayor exposición al virus (por el trato continuado con pacientes o población de riesgo), sino también “consecuencias emocionales y psicológicas” por “la enorme presión derivada de doblar turnos y hacer muchas más horas extra de lo habitual”.

Señalan no solo al personal sociosanitario, sino también a limpiadoras, dependientas y cajeras, así como a las empleadas del hogar que “trabajan como cuidadoras internas de personas mayores o dependientes, donde la situación de confinamiento ha hecho que deban permanecer en el hogar en el que trabajan, en ocasiones sin la protección adecuada y sin posibilidad de volver a sus casas y atender sus propias necesidades”. 

Un reciente estudio elaborado por el Centro de Políticas Económicas (EsadeEcPol, adscrito al centro ESADE de la Universidad Ramón Llull), y publicado el pasado 22 de diciembre, aporta datos que, según el documento, “muestran que la salud mental de las mujeres se ha visto afectada por la pandemia de una forma desproporcionada”: “Si en 2017 las mujeres tenían un 6% más de posibilidades de sentirse infelices o deprimidas, esta sensación aumentó hasta el 16% en abril de 2020. Este incremento de la brecha de género en la salud mental, atribuible a la pandemia, se estima que era de 10 puntos porcentuales en abril. En julio se reduce, pero la diferencia sigue siendo de 5,6 puntos respecto a la diferencia que había en 2017”, indica la investigación.

Los investigadores de este estudio también señalan que las mujeres también presentan peores resultados en otros indicadores de la salud mental, como trastornos del sueño, estrés o verse desbordado por las dificultades: “Los datos sugieren que estas cifras están relacionadas con el mercado laboral: las mujeres tienen una situación laboral más precaria e inestable de media”, apuntan.

Es algo que también apuntan las autoras del análisis ¿Qué sabemos del impacto de género en la pandemia de la COVID-19?, publicado en junio por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), en el que, a raíz de otro informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), destacan que “las mujeres están mayoritariamente empleadas en un mercado laboral segregado, de peor calidad y más precario, lo que disminuye sus recursos económicos para afrontar la crisis”. “La precariedad laboral se incrementa drásticamente en contextos de crisis, con la consecuente pérdida de empleo y desprotección social. Este hecho deja a las mujeres que trabajan en estos sectores más precarizados en una situación particularmente vulnerable”. 

“Las mujeres están mayoritariamente empleadas en un mercado laboral segregado, de peor calidad y más precario, lo que disminuye sus recursos económicos para afrontar la crisis”, apuntan investigadoras de ISGlobal

Elena Marban, bióloga sanitaria especializada en medicina tropical y salud internacional y una de las autoras del análisis de ISGlobal, explica en conversación con Newtral.es que “con la crisis del ébola ya se vio el impacto que tuvo en la cuestión de género”: “Tanto hombres como mujeres perdieron su empleo, pero tiempo después se vio que el 63% de los hombres había recuperado sus puestos de trabajo frente al 17% de mujeres”.

Megan O’Donnell es subdirectora del programa de género del Center for Global Development y miembro del grupo de trabajo y género del proyecto internacional Gender&Covid-19, formado por académicas e investigadoras de distintos ámbitos. En conversación con Newtral.es, O’Donnell explica que hay tres cuestiones que se relacionan entre sí en el ámbito laboral: “La segregación ocupacional por género, una mayor concentración de mujeres en trabajo a tiempo parcial y/o informal, así como un trabajo de cuidados no remunerado que realizan las mujeres de forma desproporcionada”.

[La desprotección de las trabajadoras domésticas y el Convenio 189 de la OIT]

La socióloga e investigadora Marga Torre —especialista en segregación ocupacional y desigualdades en el mercado de trabajo— explicaba a Newtral.es que “la sociología ha encontrado que las ocupaciones que concentran un alto número de mujeres están peor remuneradas que las que concentran a hombres, incluso cuando se trata de ocupaciones equivalentes en términos de experiencia, formación, número de horas trabajadas y otras muchas características que miden si el trabajo es agradable o no”. 

En este sentido, Torre apuntaba algunas de las posibles causas por las que los trabajos desempeñados por mujeres se valoran menos: “Existe un sesgo cultural debido al estatus social más bajo de las mujeres: si un trabajo lo hacen muchos hombres, tendemos a pensar que es un buen trabajo; si lo hacen muchas mujeres, tendemos a pensar que tiene algo malo o poco valor/interés. Además, el trabajo remunerado que hacen muchas mujeres se parece al que muchas otras hacen sin ser remuneradas, como, por ejemplo, el trabajo de cuidados”. 

Esto tiene no solo implicaciones en la economía de estas mujeres, sino también en su capacidad de negociación de cara a mejorar sus condiciones laborales durante una pandemia: “Los intereses de las mujeres más precarias están infrarrepresentados: primero porque al no desempeñar trabajos valorados socialmente, sus reclamas se atienden en menor medida; segundo, porque las mujeres en general, y estas en particular, no llegan a los puestos de poder donde se toman las decisiones”, apunta Elena Marban. Un ejemplo: el Comité de Emergencia de la OMS para el COVID-19 tiene 30 miembros, de los cuales 9 son mujeres y 21, hombres. Es decir, un 30% de representación femenina.

Ámbito académico

El trabajo doméstico durante la pandemia también ha impactado en las trabajadoras cualificadas (científicas en este caso), menos precarias que aquellas que están en puestos de trabajo feminizados. La revista científica Nature publicó en mayo un artículo titulado ¿Las mujeres están publicando menos durante la pandemia? Esto es lo que dicen los datos, que apunta que la evidencia científica sugiere que en el ámbito académico, ellos “son más proclives a tener una pareja que no trabaja fuera de casa”; sin embargo, cuando las académicas son ellas, la tendencia a tener una pareja que también se dedica a la investigación es mayor. “Incluso en aquellos hogares donde ambos son académicos, la evidencia muestra que son las mujeres quienes realizan más tareas del hogar que los hombres”. 

[La desigualdad de género ya existía en la ciencia: ¿la pandemia empeorará la situación?]

Uno de los datos que cita el artículo de Nature corresponde a una monitorización de la producción académica durante la pandemia del COVID-19 realizada por un grupo de investigadores del Centro Interuniversitario de Investigación sobre Ciencia y Tecnología (CIRST), para el cual han analizado el género de los autores y autoras de los preprint (o artículos científicos previos a su publicación) presentados en 11 repositorios de tres plataformas.

En conclusión, en abril y mayo de 2020, los artículos científicos presentados con una mujer como primera autora descendieron (el porcentaje, mayor o menor, depende de la plataforma) tanto en comparación con los dos meses anteriores como con los mismos meses del año anterior.

En su nota metodológica, los autores de esta monitorización señalan que al trasladarse la producción científica al hogar (con el confinamiento), donde la distribución del trabajo doméstico es desigual, “las mujeres académicas podrían haber enfrentado una intensificación de las responsabilidades domésticas y, en consecuencia, una reducción en la producción científica”.

Fuentes consultadas