El talón de Aquiles del coronavirus para una vacuna efectiva

Tiempo de lectura: 8 min

¿Cuándo podremos decir adiós a la distancia física y las mascarillas? Si queremos fiar nuestro futuro social y facial a una vacuna, tendremos que ponderar las dos reglas de oro de la profilaxis: seguridad y efectividad. Y el SARS-CoV-2 tiene un talón de Aquiles que las farmacéuticas tratan de explotar.

Publicidad

Las futuras vacunas contra el SARS-CoV-2 deberán ser necesariamente seguras: se administran a gente sana y no pueden hacerla enfermar. También tiene que ser eficaz. Pero en esto último… ¿cuánto de eficaz?

Las vacunas que superan el 90% de eficacia y efectividad suelen ser de virus que mutan poco. Por fortuna, los coronavirus no son unos grandes mutantes, a diferencia de la gripe. Pero las primeras candidatas vacunales juegan ahora mismo con tener, al menos, un 50% (Oxford-AZ) o 60% (Moderna) de eficacia en entorno medible.

efectividad vacunaAstraZeneca dará por buena una vacuna con una eficacia superior al 50%

«La efectividad (en el mundo real) de una vacuna contra el coronavirus puede tener que ser superior al 70% o incluso al 80%», explicaba en julio el profesor de Salud Pública de la Universidad de Nueva York Bruce H. Lee. Publicó entonces un trabajo en American Journal of Preventive Medicine en que calcularon estos porcentajes de efectividad con modelos computerizados.

En comparación, la vacuna contra el sarampión tiene una efectividad de entre el 95% y el ​​98%. Las de la gripe, de entre el 20% al 60% (típicamente, 50%). «Eso no significa que una vacuna que ofrezca menos protección sea inútil, pero significaría que el distanciamiento social de alguna forma aún tendrá que ser necesario», precisa el autor en The Conversation.

Publicidad

Si la pandemia del COVID-19 estuviera empezando y el porcentaje de población infectada fuera cercano al 0%, «las simulaciones demuestran que la efectividad de la vacuna debería ser de al menos el 60% para detener al coronavirus, y toda la población debería estar vacunada».

Aquí es donde se separan los caminos entre ‘eficacia’ y ‘efectividad’. La primera suele referirse a mediciones de laboratorio o ensayos controlados. La efectividad se da en la vida real, con poblaciones y casuísticas imprevisibles. «Lo normal es que la efectividad de una vacuna sea menor que su eficacia».

Cuanto más dure la pandemia menos margen habrá para reducir su incidencia con respecto a su nivel máximo. «Es como cuando subes a una montaña, que ya partes de una determinada altura. Además, es más difícil acabar con una pandemia cuando existe un número creciente de personas que pueden contagiar», dice Lee.

Por otro lado, hay vacunas que llamamos esterilizantes y otras que no. Las primeras van encaminadas a librar al organismo del virus para que no entre ni se replique en las células de la persona. Las segundas no lo liquidan, pero impiden que se desarrolle una enfermedad.

Entre estas últimas están las de la difteria o el tétanos. Y la difteria está erradicada en España desde 1987, justo gracias a la vacuna, pese a no ser esterilizante.

Publicidad

¿Una efectividad mayor a la vacuna contra la gripe?

La mayoría de vacunas existentes se basan presentar al organismo a un patógeno al que se le ha limitado su capacidad para desatar infecciones. Con eso basta a las defensas naturales del organismo para reconocerlo y recordarlo.

En futuros y reales ataques, estarán prevenidas dos líneas inmunitarias: los anticuerpos (que ahora sabemos que duran relativamente poco en muchos casos con coronavirus) y las células de las defensas con memoria (como los linfocitos T, cuya recuerdo parece durar más).

Uno de los grandes problemas de las vacunas menos efectivas surge porque el virus que circula en un momento en la comunidad deja de parecerse al que se usó de modelo en el desarrollo de la vacuna. Ocurre cada año con la gripe estacional. Hay cuatro tipos de gripe (A, B, C, y D) con, a su vez, cuatro subtipos y linajes genéticos. Un rompecabezas para el calendario vacunal: no sabemos cuál predominará cada año.

preparación de vacunas coronavirus
Laboratorio de vacunas | Dmitry (Shutterstock)

Para el coronavirus puede ser distinto: su gran talón de Aquiles es su escasa diversidad genética. Cambia relativamente poco, para lo que son este tipo de virus, con tendencia mutar y adaptarse al huésped a medio plazo.

Publicidad

Como señala el genetista  Fernando González Candelas (Universidad de Valencia, FISABIO), el problema de los virus es que «han acumulado miles de generaciones mientras nosotros seguimos igual», tal y como explicaba el profesor por videollamada con Newtral.es. Esas mutaciones son oportunidades» para el virus, que va «del orden de un millón de veces más rápido que los mamíferos o las plantas» en sus cambios.

Con todo, el virus de la «gripe, VIH, hepatitits C… disponen de muchísimas soluciones para adaptarse a un huésped o a un fármaco». Son aún más rápidos. Ahí radica el problema que no tenemos con el SARS-CoV-2, «con un mecanismo de corrección que reduce las probabilidades de mutar».

Coronavirus: sus aciertos al replicarse, nuestra fortaleza en la vacuna

En un estudio comparativo, Mary Kearney y otros expertos en VIH y cáncer de Maryland (EE.UU.) han destacado el potencial de la escasa variabilidad genética del nuevo coronavirus a la hora de tener una vacuna efectiva a corto plazo.

«Aunque los errores introducidos durante la replicación del genoma son una fuente importante de variación genética en todos los virus, limitar los errores acumulados es especialmente crítico para los coronavirus, cuyos genomas de ARN son los más grandes conocidos», explica la doctora Kearney e un artículo publicado la semana pasada en PNAS.

mutaciones coronavirusAsí hacemos cambiar al coronavirus: la misteriosa mutación de la letra U

Esta capacidad de corrección de errores «era desconocida entre los virus de ARN antes de su descubrimiento en el SARS-CoV-1», destaca la autora. Eso contribuye a una tasa de error de replicación «más de 10 veces menor que la de otros virus de ARN. Es probable que esta actividad también contribuya a la baja diversidad genética del SARS-CoV-2».

¿Qué nos queda para corroborar esa tesis? Estudiar ese mecanismo de corrección, ese autocorrector llamado nsp14, que evita erratas cada vez que se copia el código genético del coronavirus al replicarse.

La alta capacidad del coronavirus para autocorregir sus errores es su talón de Aquiles. Pero la efectividad de la vacuna depende de más cosas.

La capacidad del virus para autocorregirse es su talón de Aquiles. Y no será lo único importante de cara a que la futura vacuna sea efectiva. Pero «existe una clara correlación inversa entre estas dos métricas entre los patógenos virales examinados en nuestro análisis», señala Kearney.

Y con que mute poco la parte que dicta cómo son sus ‘puntas’ (la llamada glicoproteína S, que es su llave para abrir la cerradura de las células) ya tendremos un avance fundamental. «La diversidad genética de la S es extremadamente baja».

O sea, ya pueden cambiar otras partes del coronavirus, que si esta se mantiene casi intacta, como parece por ahora, tendremos más probabilidades de contar con una vacuna más efectiva a largo plazo. El equipo vio que los cambios en esa llave viral son 436 veces mayores en el escurridizo virus de la gripe.

Atención a las recombinaciones

Ahora bien, el potencial pandémico de la gripe, por ejemplo, reside también en su capacidad recombinante. Y los coronavirus andan también ahí. Simplificando, trozos de ARN de un tipo se mezclan con los de otro. Por ejemplo, virus porcino con virus humano o aviar.

Por eso surgieron variedades pandémicas, como explica a Newtral.es el catedrático de Patología Animal de la Universidad de Zaragoza Juan José Badiola, al hilo de la amenaza de contagio entre humanos de una nueva variedad de gripe proveniente de los cerdos.

«La célula fabrica ARN y proteínas de los dos virus y llega otro virus porcino, y empieza a fabricar virus recombinados. El peligro de estos es no tanto el de mutación como de recombinación». Lo mejor y lo peor de cada cual en palabras del también director del Centro de Encefalopatías y Enfermedades Transmisibles Emergentes.

Para el equipo de Kearney, aunque los genomas de los coronavirus no están troceados como los de los virus de la influenza (gripe), «tienen altas tasas de recombinación. Por lo tanto, la futura aparición de nuevos derivados virulentos de SARS-CoV-2 es una posibilidad que requerirá un seguimiento global de reservorios tanto animales como humanos».

Entretanto, y volviendo a las perspectivas del doctor Lee y su equipo, una vacuna con una eficacia tan baja como el 60% podría servir para «frenar la pandemia y permitir que la sociedad volviera a la normalidad». Pero con una condición: la gente tiene que tener una vacuna accesible y fiarse de ella para ponérsela. Al menos, la mayoría de la humanidad. Como explicó a Newtral.es la responsable del proyecto Salud Global del CSIC Margarita del Val: «la vacuna [aprobada] más peligrosa es la que no se pone».

Además: todo sobre el coronavirus, en 10 vídeos: La Covidpedia

1 Comentarios

Ya no se pueden publicar comentarios en este artículo.