Lejos quedaron las palabras de Donald Trump (y no sólo suyas) que auguraron allá por febrero que el coronavirus sería derrotado tras el invierno, en abril. Ni tras los fríos boreales, ni tras los calores de este hemisferio. Los contagios se redujeron, pero no ‘mágicamente’ por el verano.
Ni las altas temperaturas, ni la mayor radiación ultravioleta –que, sin duda, ayudan– han valido por sí solas para limitar la expansión de la COVID-19 en prácticamente ninguna latitud. ¿Descartamos que el SARS-CoV-2 sea un virus estacional?
Hay dos científicos que han estado muy pendientes de la relación del calor con el coronavirus en sus respectivos (y tórridos) países: el doctor Hassan Zaraket, de la Universidad Americana de Beirut en el Líbano. Y su colega Hadi Yassine, de la Universidad de Qatar en Doha.
La llamada Manhattan del desierto llegó al verano con una de las mayores incidencias sobre su población. Para julio, ya con su pico alcanzado, tenían un de las tasas de infección per cápita más altas del mundo, mayoritariamente asintomáticas… y desfavorecidas económicamente. Hoy acumula 123.276 contagios, en el top ten mundial, también de temperaturas máximas.

«La tasa mundial de infección por COVID-19 per cápita más alta se registró en los estados del Golfo, independientemente de la calurosa temporada de verano»,explica desde Doha el doctor Yassine. Aunque esto se atribuye principalmente «a la rápida propagación del virus en comunidades cerradas, reafirma la necesidad de medidas de control para limitar la propagación del virus, hasta que se logre la inmunidad colectiva».
La clave, la inmunidad colectiva
El autor principal advierte que «la población necesita aprender a convivir con él y seguir practicando las mejores medidas de prevención, incluyendo el uso de mascarillas, el distanciamiento físico, la higiene de manos y evitar reuniones».
Yassine es contundente: «Habrá múltiples oleadas del coronavirus antes de conseguir una inmunidad de grupo». Está convencido de que terminará «convirtiéndose en un virus estacional, pero no todavía».
Terminará por ser un coronavirus estacional, pero no todavía. Seguramente sí con inmunidad colectiva.
Hadi Yassine, Univ. de Doha, Qatar
La COVID-19 «llegó para quedarse y seguirá causando brotes durante todo el año», añade desde Beirut su compañero, que ha liderado un trabajo conjunto bajo el interrogante ¿Seguirá la COVID-19 el patrón de otras infecciones virales estacionales?, publicado en Frontiers in Public Health.
Los autores revisaron el patrón de estos virus estacionales, examinando los factores virales y del huésped que controlan su estacionalidad. Los cruzaron con los últimos conocimientos sobre la estabilidad y transmisión del SARS-CoV-2.
«A diferencia de la gripe y otros virus respiratorios, los factores que gobiernan la estacionalidad de los virus aún no pueden detener la propagación del COVID-19 en los meses de verano». Pero, una vez que se logre la inmunidad de grupo a través de infecciones naturales y vacunas, seguramente sí.
«Queda por ver en el futuro si nuestras predicciones son ciertas o no. Pero creemos que es muy probable, dado lo que hasta ahora sabemos, la COVID-19 se volverá estacional, como [los catarros de] otros coronavirus», agrega Zaraket.
Pero ¿no había más covid en los sitios más fríos?
Al comienzo de la pandemia, los países del hemisferio norte con climas fríos parecían ser los más vulnerables a la transmisión de COVID-19. Las regiones tropicales y los del hemisferio sur parecían menos afectadas. Los científicos chinos fueron de los primeros en hacer esta asociación. Llegaron a determinar que la temperatura ideal para el coronavirus era 8ºC.
Los estudios iniciales sugirieron un papel potencial de los factores meteorológicos en la propagación del SARS-CoV-2. Incluida España, conforme a un trabajo de AEMET y el ISCIII que correlacionaba temperaturas e incidencia.
Un equipo de EE.UU. e Irán publicó en junio que hay más propagación del virus en áreas con una temperatura promedio de 5ºC a 11º C y una humedad absoluta de 4–7 g de agua por m3 de aire
Otro estudio encontró en marzo que alrededor del 90% de los casos se notificaron en países con temperaturas máximas por debajo de 17°C y humedad absoluta de 3 a 9 g / m3.. El trabajo sugirió que la temporada de verano podría reducir el impacto de la pandemia de COVID-19 en esos países con el calor del verano. Pero, pasado el verano boreal, se ha demostrado que hay muchos más factores que la mera temperatura y humedad.
Por qué nos resfriamos sobre todo en invierno
Cuando preguntamos a Yassine si hay una especie de pelea de virus cada invierno por entrar en nuestras células, se torna el gesto en duda. Pero parece que sí hay un ring viral. «Todavía no sabemos cómo competirá COVID-19 con otros virus respiratorios –señala–. Un estudio reciente mostró que el rinovirus interfiere con la circulación de la gripe».
¿Habrá una competencia entre la gripe y el COVID-19 «o tendremos peores resultados? Está aún por ver». Pero no hay duda de que nuestras defensas, con el frío y un cierto déficit de luz del sol, están peor armadas.
Sabemos que muchos virus respiratorios siguen patrones estacionales, especialmente en las regiones templadas. Por ejemplo, el virus de influenza (gripe) y varios tipos de coronavirus que causan hasta el 30% de los resfriados comunes alcanzan su punto máximo en invierno en las regiones templadas. Pero circulan durante todo el año en las regiones tropicales.
Eso sí, no podemos comparar bien con los coronavirus más temibles. A pesar de su rápida propagación a unos 30 países, el SARS-CoV-1 (neumonía atípica) se contuvo rápidamente. Por tanto, no fue posible evaluar su estacionalidad.
En el caso del MERS-CoV, han pasado siete años desde su aparición y sigue provocando infecciones intermitentes y esporádicas sin estacionalidad evidente. ¿Por qué tendemos a pensar que se comportará como los coronavirus leves o o la gripe?
Tanto Yassine como Zaraket destacan que tan importante es mirar a las características físicas del virus o sus talones de aquiles, como a las de las personas hospedadoras y sus costumbres, cuando hablamos de estacionalidad.
Es cierto que el SARS-CoV-2 es uno de esos virus con envuelta. O sea, un cascarón de grasa que se deshace con relativa facilidad al calor y, sobre todo, ante cierta radiación ultravioleta, al igual que con el jabón. Al romperse, se desparrama su material genético, en el interior, se separan sus proteínas y deja de poder replicarse.
Estamos ante un virus respiratorio muy contagioso, pero que parece preferir los entornos cerrados y mal ventilados, según va ganando evidencia la vía aérea de los aerosoles (gotitas inhalables flotando), como camino natural para entrar en nuestro organismo. Igual que la gripe o los catarros.
No: el frío no constipa. Al menos no por sí mismo. Así que abre esa ventana.
Según explica el doctor José María Molero (Grupo de Infecciosas de la SoMaMFYC) «el frío hace que nos acerquemos más. Nos juntamos en sitios cerrados más tiempo. Pero hay varios tipos de virus [estacionales] y cada cual tiene su temperatura óptima».
El frío es inhóspito para la mayoría, «igual que el calor». En conversación con Newtral.es, Molero no resta importancia al papel del calor y la radiación solar para destruir el virus, pero afecta sobre todo al que puede quedar depositado en superficies.
«La temperatura media de invierno facilita el trabajo del virus». Y, ya una vez en contacto con los humanos, no porque el frío en sí mismo constipe. Si no hay un virus o bacteria que se encuentre con nosotros, no habrá infección posible por más que la temperatura sea heladora.
«La primera barrera cuando [nos] entra un virus es nuestra mucosa», recuerda el doctor Molero, también médico de atención primaria. Con los rinovirus del catarro, por ejemplo, se sabe que tener el interior de la nariz frío favorece la replicación vírica. Igualmente, si el aire es seco, la mucosa hará peor su trabajo.
Vuelta a lo de toda la vida: ventilar la casa sin demonizar al aire acondicionado
En este sentido, un aire muy caliente pero seco y estancado también puede favorecer que los virus se hagan mejor con nuestro cuerpo. Recientemente se ha revisado la literatura científica sobre, por ejemplo, el papel de las calefacciones (de radiador, sobre todo) en recintos poco húmedos.
«Hay que ventilar. Pero no sólo por el coronavirus. En la gripe desde hace décadas [incluso más de un siglo] sabemos que es un factor clave».

Una temporada de gripes y catarros más leve
El epidemiólogo Marc Lipsitch, de la Universidad de Harvard, advirtió en marzo de que incluso las infecciones estacionales pueden ocurrir fuera de su temporada cuando provienen de un virus nuevo. Es justo lo que confirma el estudio de Qatar y Líbano.
Pero los coronavirus que más recientemente se incorporaron a nuestro catálogo estacional son los llamados NL63 y HKU1, que siguen el mismo patrón de circulación que la gripe.
En este sentido, hay esperanzas de que la presente temporada gripal, que se inicia con el otoño y llega a su pico en invierno, sea más leve. Sencillamente porque estamos algo más protegidos.
Las medidas de distanciamiento físico, las mascarillas o el lavado intensivo de manos, a poco que se han incorporado a las costumbres de una buena parte de la población «tienen que tener un impacto, como se ha visto en países del hemisferio sur», cree Molero.

En este sentido, su colega Juan Ruiz-Canela Cáceres (AEPED) precisa que «gripe y covid son infecciones diferentes y pueden coexistir, pero en el hemisferio sur el uso de las mascarillas, sobre todo, y el distanciamiento ha disminuido la incidencia de gripe e infección respiratoria».
«No creo que compita un virus contra el otro», dice en la misma línea el investigador José Luis Cortés (Hospital Ramón y Cajal de Madrid). «A futuro no nos parecerá descabellado lleva mascarillas para viajar, por ejemplo. A lo mejor es lo que hay que hacer junto a la vacunación», explica el también coautor de un estudio que descubrió que no había apenas COVID-19 entre los diagnósticos de gripe anteriores a marzo en Madrid.
La vacunación frente a enfermedades que no están incluidas en el programa oficial de inmunizaciones sistemáticas, «como la gripe y el rotavirus, cobra aquí especial relevancia», añade Ruiz-Canela.
Destaca la necesidad de herramientas diagnósticas para distinguir gripes, catarros y coronavirus en la temporada otoño-invierno que comienza.. «Todas las sociedades científicas pediátricas están revindicando tener estos recursos».