Los Reyes Magos tendrían hoy difícil llegar a Belén. La ciudad palestina, como casi todas las del mundo, ha perdido sus estrellas. Las luces led que serpentean por árboles y calles roban cielos limpios y, según distintos colectivos astronómicos, ahora más que nunca. Sencillamente, porque hemos elegido los colores incorrectos.
Oh… blanca Navidad led
En este vídeo de El Objetivo te explicamos por qué las nuevas luces led, que son tan eficientes, son tan contaminantes lumínicamente cuando las elegimos de colores fríos, como está ocurriendo en los alumbrados navideños o las nuevas farolas de la calle, frente a las anaranjadas tradicionales.
Madrid, Vigo, Palma… aquí puedes ver las ciudades que más gastan en luces de Navidad. Pero, ¿son las que más contaminan con su iluminación led?
Empecemos definiendo la contaminación que producen las luces que usamos en las calles de las ciudades. «Emisión de CO2 en la producción de electricidad; emisiones en la fabricación de los componentes y su transporte; contribución a que se mantengan óxidos de nitrógeno en el aire; y, sobre todo, contaminación lumínica«, sintetiza el astrofísico Alejandro Sánchez de Miguel, de la International Dark Sky Association e investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido).
[Transparentia Navidad | Un paseo por el gasto de los ayuntamientos en las luces de 2021]
El efecto rebote del «poco gasto»
Desde el punto de vista estrictamente energético, la luz led es tremendamente eficiente. A diferencia de las lámparas de tungsteno incandescentes, no se pierde la inmensa mayoría de su energía en forma de calor. Hasta hace aproximadamente una década y media, se usaban guirnaldas con, generalmente, bombillas convencionales de entre 20 y 40 vatios, frente a las actuales led, que no superan los 10W. Aunque eso varía también entre fabricantes.
«El problema es que se ha dado une efecto rebote. Usamos cada vez más», explica Sánchez. Ese efecto rebote ha sido estudiado por otros dos colegas suyos: Christopher Kyba y Franz Hölker. Según ya advirtieron en un trabajo publicado en 2015, «cuando la luz se vuelve más barata, muchos usuarios aumentan la iluminación y algunas áreas que antes no estaban alumbradas pueden encenderse».
Basta echar un vistazo a las cifras de gasto y a la hemeroteca para observar cómo las luces de Navidad se han convertido en pique y uno de los grandes atractivos turísticos de las ciudades de medio mundo.
No hay estudios minuciosos sobre el pico que supone de consumo eléctrico llenar las calles de bombillas led navideñas. Pero se pueden echar algunas cuentas a partir del número de puntos de luz que instala cada ciudad.
Vigo y Madrid, por ejemplo, superan los 10 millones de luminarias navideñas. Pero, ni todas son iguales ni, sobre todo, se ‘contamina’ igual a cualquier hora o día del año.
Luces de Navidad, atómicas y de viento
El Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE) toma como referencia la siguiente cifra para calcular las subvenciones a municipios (aquí un ejemplo) que sustituyen su alumbrado: cada kilovatio hora consumido por los led supone una emisión de 340g de CO2. Esta cifra se rebaja hasta los 270g en la tabla de conversión del Ministerio de Industria que se usa, aprobada en 2011.
Pero para Sánchez de Miguel, esta regla plantea un gran problema: las fuentes de producción de electricidad son muy variables. «En las primeras horas de la noche, cuando se encienden las luces de Navidad, las emisiones mucho mayores», explica, con los datos de Red Eléctrica en la mano.
Salvo en días de mucho viento y pantanos llenos –como el pasado fin de semana–, a primera hora de la noche existe una considerable quema de gas y/o de carbón para producir luz.

«Cuando se produce el encendido, las 19:00, por ejemplo, pierdes a la producción solar del mix. Ahí nos vamos acercando al minuto de oro [del consumo de electricidad], es cuando más combustible fósil se suele quemar», lo que deriva en más emisiones de CO2.
Después, «va bajando y, ya de madrugada, nos quedamos prácticamente sólo con la hidroeléctrica, la eólica –renovables– y, sobre todo, la nuclear». Ninguna de las tres emiten CO2 en la producción de electricidad, pero para esas horas en que reina la luz más limpia, el alumbrado navideño ya está apagado, excepto en días señalados.
La noche ha cambiado de color
De la misma manera en que muchos ayuntamientos han cambiado sus farolas con bombillas naranjas (sodio) por otras blancas (led), los alumbrados navideños se han tornado fríos. La tecnología led ha traído aparejado un cambio en los colores de la noche.
«Es paradójico –dice Sánchez de Miguel–, la tecnología led permite obtener luz de cualquier color. Sin embargo, parece que en países como el nuestro hemos elegido el blanco», un tono que, en realidad, es más bien azulado.
El azul se dispersa más fácilmente, de ahí que los cielos se suelan ver de este color. Las ondas de luz de color blanco-azulado (luz fría) son más energéticas. Eso significa que vibran más rápido y son más cortas que las rojizas. Sin embargo, eso hace que choquen más fácilmente con cuantas partículas se encuentren por su camino. Eso implica que se dispersa con más facilidad, generando una mayor sensación de resplandor. Contaminación lumínica.
«Es curioso, porque la Navidad en otros lugares de Europa es, todavía, más cálida en sus colores», señala Sánchez de Miguel. Sus luces led «se parecen más al origen de la tradición», es decir, a las antorchas de fuego usadas desde las fiestas Saturnales. O a las velas en los árboles de Navidad contemporáneos, popularizados en Europa en el siglo XIX.

En todo caso, blanco-azuladas, ámbar o de cualquier otro color, «estas ciudades añaden miles de lúmenes de flujo luminoso al cielo nocturno», añade el astrónomo Enric Marco Soler de la Universidad de Valencia. Esto está «afectando a zonas medioambientalmente muy sensibles como el Parque Nacional de las Islas Atlánticas o el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama», tal y como ha publicado en The Conversation.
La luz azulada tiene un impacto medido sobre las poblaciones de insectos y de algunas aves nocturnas. Y, en genera, sobre buena parte de los vertebrados y sus ciclos circadianos, los que nos dicen cuándo dormir o estar despiertos.
«Otras urbes como Murcia lanzan descaradamente haces de luz al cielo, incumpliendo la legalidad» dice Marco. Una ley que, por cierto, cuestiona Sánchez, por «no estar basado en la evidencia científica».
En la Asociación Cel Fosc llevan desde 1996 denunciando la sobreiluminación, no sólo en fiestas, sino en el alumbrado de calle. Denuncian que se han articulado normas sin atender a criterios técnicos profundos y santificando al led per se, sin entrar en detalles, como su calidad, el tipo de luminaria o farola y, desde luego, su color.
La luz no deja que se ‘limpie’ el aire contaminado
Sabemos que la luz es fundamental en ciertas reacciones químicas que tienen que ver con la contaminación. Hay un dato (y no muchos más) que viene a decir que en la ciudad de Los Ángeles (EE.UU.) su alumbrado equivale a la contaminación de unos 50.000 coches.
En concreto, a los óxidos de nitrógeno que salen de sus tubos de escape. Y no porque la luz eche humo. Es que impide que se disipen sus moléculas.

Ya hace diez años, Harald Stark, un científico de la NOAA (algo así como la AEMET estadounidense) y la Universidad de Colorado señaló que «nuestros primeros resultados indican que las luces de la ciudad pueden ralentizar la limpieza nocturna hasta en un 7% y también pueden aumentar los productos químicos precursores para la contaminación por ozono al día siguiente hasta en un 5%».
Aquí te explicamos en un vídeo cómo funcionan estas reacciones químicas contaminantes en metrópolis como Madrid. Tanto en invierno (nitrogenazos), como en verano (ozonazos).
No es el humo, sino la luz la que hace poco viable ese viaje de los Magos de Oriente que, paradójicamente, debieron de ser astrónomos. Quizás, por eso, estén hoy tan indignados como sus colegas investigadores al observar que la contaminación lumínica mundial crece un 2,2% anualmente.
Y que un tercio de la humanidad no ha podido ver nunca la Vía Láctea cerca de su casa. De la Estrella de Belén, ni hablamos.