‘El juicio de los 7 de Chicago’: cuando la libertad de expresión estuvo en juego

Fotograma de la película | Niko Tavernise/NETFLIX
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En 1969, ocho personas fueron acusadas de conspirar para iniciar unos disturbios contra la policía. Fue uno de los casos más mediáticos y populares de Estados Unidos, tanto por sus implicaciones políticas como por el significado que la sentencia podía tener para el derecho a la manifestación o la libertad de expresión, protegida por la primera enmienda de la Constitución estadounidense.

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El director Steven Spielberg quiso llevar esta historia a la gran pantalla en 2006 con Aaron Sorkin como guionista, famoso en aquella época por la creación de El Ala Oeste de la Casa Blanca o por los guiones de Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992) y El presidente y Miss Wade (Rob Reiner, 1995). Tras la huelga de guionistas de Hollywood, el proyecto quedó en un limbo, pero las buenas críticas cosechadas en 2017 por del debut como director de Sorkin, Molly’s Game y el tenso clima político generado tras la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016, crearon el momento oportuno para que el cineasta recuperase el proyecto y optara por dirigirlo él mismo.

La crisis económica que atraviesa actualmente el país, junto a los graves disturbios raciales o la violencia policial producidos en los últimos años tejen varios paralelismos con la época retratada en la película. El cineasta creía necesario lanzar el film antes de las elecciones presidenciales y pidió a Paramount que buscase una alternativa al estreno convencional, ya que consideraba que los primeros en regresar a los cines serían «aquellos que creen que el coronavirus es una farsa», a quienes Sorkin no considera el público objetivo de su película, tal como reveló en The Hollywood Reporter. La productora firmó un acuerdo con Netflix por 56 millones para estrenar la película en su plataforma antes de las elecciones de noviembre.

Uno de los siete que aún sigue con vida, Rennie Davis relató a The Guardian que siente reservas por cómo el guion le retrata a él o a alguno de sus compañeros en el juicio, pero reconoce que el hecho de que la película se estrene en este momento «es simplemente perfecto», haciendo una comparativa de la situación actual con el verano del 68.

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Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong) | Niko Tavernise / NETFLIX

Cuando el contexto importa: la contracultura y la frágil situación política del 68

Durante la década de los 60 nacieron una serie de movimientos culturales que ejercieron influencia en la juventud occidental. Es el caso del movimiento hippie, que extendió a los jóvenes de clase media las ideas de los beats, un grupo de novelistas estadounidenses como Allen Ginsberg o Jack Kerouac que expresaban su rebeldía frente al materialismo y el conformismo de la sociedad. Sus personajes consumían drogas y abrazaban la libertad sexual. Los hippies eran, ante todo, pacifistas.

La contracultura caló especialmente en los jóvenes de clase media y alta, con formación universitaria, que no querían ser como sus padres. Las manifestaciones, que en un inicio se centraron en la Guerra de Vietnam, viraron en una protesta generalizada contra el Estado o la sociedad de consumo. El movimiento contracultural llegó a Europa, desembocando en el ‘mayo francés’, que se convertiría en el símbolo de estas revueltas.

Estas dos formas de entender la lucha contra el poder establecido se reflejan en la película a través del Partido Internacional de la Juventud (YIP, por sus siglas en inglés) y el grupo de Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS), dos de los grupos que —junto a los Panteras Negras— promovieron la manifestación en torno a la que gira el film.

La animadversión entre Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) del YIP y Tom Hayden (Eddie Redmayne) del SDS que muestra el film era real. En declaraciones a Esquire, Sorkin relata haberse entrevistado con Hayden en varias ocasiones durante la elaboración del guion, siendo él quien le dejó entrever la fricción entre ambos personajes.

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Mientras que los dos grupos tenían un objetivo común, el fin de la guerra, el YIP estaba integrado por comunistas y anarquistas contraculturales, que utilizaban técnicas teatrales o cómicas —llegaron a llevar un cerdo a Chicago al que propusieron como candidato a la presidencia— para difundir su mensaje. Por su parte, el SDS nació con un espíritu de participación democrática.

Varios de los acusados discuten con su abogado, William Kuntsler (Mark Rylance)| Niko Tavernise / NETFLIX

Para 1968, la presidencia de Lyndon B. Johnson se encontraba desgastada. El presidente había mandado a más soldados a Vietnam, mientras que el número de muertes no dejaba de aumentar. A finales de marzo, Johnson decidió no volver a presentarse a las primarias.

Tras el asesinato de Robert F. Kennedy, el favorito de las minorías y de aquellos contrarios a la participación estadounidense en el conflicto de Vietnam, el Partido Demócrata depositó sus esperanzas en el vicepresidente Hubert Humphrey, que se alzó con la victoria en las primarias. Sin embargo, su postura cercana a la de Johnson y los hechos sucedidos en Chicago durante el verano de aquel año, lastraron su carrera presidencial, resultando en la victoria de Richard Nixon.

Un juicio político

La Administración de Nixon decidió investigar los disturbios que rodearon la Convención Nacional Demócrata de agosto del 68, a pesar de que el Fiscal General del Estado de la Administración Johnson, tal y como reconocería en el juicio posterior, no vio delito federal en ninguno de los implicados en las protestas. 

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La policía carga contra los manifestantes | Niko Tavernise/NETFLIX

Se trató, como dice el personaje de Abbie Hoffman en la película, de un juicio político. El Gobierno de Nixon acusó a los siete de Chicago de conspiración (ocho contando a Bobby Seale, cofundador de los Panteras Negras). Lo hizo bajo la Ley Rap Brown, una norma antiprotesta promulgada en abril de 1968, durante los disturbios que siguieron al asesinato de Martin Luther King.

La ley puede perseguir a aquellos que crucen una frontera estatal para provocar disturbios, pero en 2019, un juzgado de California que investigaba varias protestas de supremacistas blancos dictaminó que la ley era inconstitucional al considerarla «excesiva en la violación de la Primera Enmienda».

El juicio de los 7 de Chicago vivió momentos tan absurdos y polémicos como los que se muestran en la película debido a la actitud del juez Julius Hoffman. Hechos que recogió la prensa de la época que seguía cada jornada del juicio. El Tribunal de apelaciones que revocó las condenas señaló la «actitud de desprecio y a menudo antagónica hacia la defensa» del juez.

El efectismo de Hollywood

Aunque, en líneas generales, la trama se adecúa a los hechos históricos y se basa en las transcripciones del juicio, el guion de Aaron Sorkin está aquejado de cierto maniqueísmo. El libreto apenas indaga en las motivaciones de la acusación liderada por el fiscal Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt) —quien, en la vida real, era definido como “el pitbull del Gobierno” por su carácter implacable— y posiciona directamente al espectador del lado de los acusados, glorificando a cada uno de los personajes en sus actos y en sus diálogos.

Una de las escenas más potentes de la película, también es puro Hollywood: Tom Hayden nunca leyó los nombres de los caídos en Vietnam en su alegato final. Se permitió hablar a todos los acusados, y sus discursos, aunque menos cinematográficos, no fueron menos inspiradores.

Los acusados denunciaron, entre otras cosas, el racismo institucional en solidaridad con el trato recibido por Bobby Seale, o la forma en que el Gobierno restringía la libertad de expresión, tema con el que Tom Hayden comenzó su alegato: «Este es el tipo de libertad de expresión a la que creo que el Gobierno quiere limitarnos ahora, la libertad de hablar en salas vacías frente a los fiscales», criticó ante el Tribunal.