Cuando el virus atacó a los de abajo

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María ha estado dos meses yendo a limpiar una empresa vacía. Una hora diaria en el metro para limpiar sobre limpio, quitar el polvo donde no lo había y esperar «sola en todo el edificio», porque eso era mejor que el ERTE que le habían hecho a sus compañeros.

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«A veces lloro de estar aquí tan sola. He estado aquí limpiando y recogiendo paquetes que llegaban o viendo que venían algunas personas a por sus ordenadores y después se iban. Así se me ha pasado el tiempo, con un poco de miedo de salir a la calle, pero necesito trabajar», cuenta.

La última semana, alguien le preguntó que si limpiaba así, sin guantes ni protección, y María contestó que la empresa no le había dado ni mascarillas, ni guantes, ni gel hidroalcohólico. Al día siguiente se los compró ella.

La desigualdad, durante la pandemia, ha sido eso: los trabajadores que no han podido teletrabajar, el hacinamiento de los hogares más pobres, las 535.000 familias que carecen de ningún tipo de ingresos o las nuevas que se han integrado a las filas del hambre, como recuerda un análisis de Intermón Oxfam.

Lo que nos dijeron los expertos al comienzo de la epidemia ha resultado ser cierto: el virus se ha cebado con las personas de bajos recursos y ha profundizado aún más las desigualdades en las que se basa la sociedad, poniendo en evidencia que los menos privilegiados han resultado ser los esenciales.

El problema es que esto solo es el principio. Por primera vez en los últimos veinte años, el Banco Mundial estima que la pobreza mundial aumentará y medio millón de personas se verán arrastradas bajo el umbral de la pobreza, el equivalente a toda la provincia de Ciudad Real.

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Encerrados, sin trabajo y hacinados

Este iba a ser el año de Carmen Nava. En 2018 ella, su pareja y sus tres hijos sufrieron una estafa y pasaron todo el año en un centro de acogida. Con mucho esfuerzo, consiguieron un contrato de alquiler y el 6 de enero se mudaron a una buhardilla de 35 metros cuadrados y un solo cuarto. «Logramos el contrato aquí, es muy chiquito, pero estábamos contentos», recuerda.

El 2 de marzo volvieron a celebrar: Carmen había conseguido un trabajo como teleoperadora. Las cosas les iban bien. Pero la epidemia ya estaba en marcha y solo dos semanas después su pareja entró en ERTE y ella perdió su empleo.

De un día para otro se vieron sin trabajo, sin colegio para sus hijos, sin ingresos para el alquiler y sin poder salir de 35 m2. «Cuando no se podía salir el agobio de los niños era más fuerte porque no tengo balcón, solo dos ventanitas arriba y nada más. Entra un poco de luz y eso me dice si es de día o de noche», cuenta Carmen. Ahora tienen «mente positiva» y esperan conseguir un trabajo. «Si no, el siguiente mes no voy a tener para pagar el alquiler».

En la casa se organizaban así: «Cuando los niños juegan, apartamos la mesa. Es una sala-cocina-comedor-lugar de juego-dormitorio, tiene todos los nombres. Solo tenemos un ordenador, así que, a la noche, cuando los niños descansaban, nos poníamos a buscar empleo y a enviar solicitudes. Nos relevábamos: yo hago hasta las 3 am y él después. Tenemos que estar atentos para cuando salga una solicitud y ser los primeros, porque hay tanta necesidad que enseguida hay más de 2.000 personas inscritas en una oferta», dice.

La de Carmen es la historia de alguien que había logrado salir de la pobreza y que ha sido devuelta a ella. «Hubo un momento que decíamos ‘no puede ser que esté echándose todo por tierra’. Tanto esfuerzo, tanto sacrificio… Me echaba a llorar con mis hijos de impotencia y de rabia. Justo cuando tratas de recuperar tu vida autónoma vuelves a quedarte sin un céntimo, se vino todo abajo».

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Los datos cuentan la misma historia: la tasa de hacinamiento es 2,3 veces superior en los hogares más pobres de la población y una de cada cuatro personas en situación de pobreza habita en viviendas con deficiencias graves, según Intermón Oxfam. Hay más: la probabilidad de perder el empleo es cinco veces mayor para los salarios bajos que para los altos.

Una estela de hambre

En España el coronavirus también ha recordado que hay gente que pasa hambre. No porque ya no sucediera, sino porque el virus ha devuelto a las calles las colas de gente en busca de comida. Tanta, que la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal) ha aumentado en un 30% la comida que reparte durante el estado de alarma y Cruz Roja ha entregado más de 270.000 ayudas de alimentación.

Miguel Egea, vecino de Lavapiés, es uno de los coordinadores de la Plataforma La CuBa, una iniciativa que surgió a raíz de la pandemia y que ha pasado de 3 a 800 familias a las que ayudan con cestas de bienes de primera necesidad. Además, apoyan a otras 400 personas en situación de calle entre quienes reparten comida preparada.

«Queremos viralizar la solidaridad», resume Miguel. «Cuando tenemos posibilidad de atender gente nueva, les asignamos una madrina que monitorea entre 10 y 15 familias. Eso ha hecho que haya un contacto súper directo entre los vecinos del barrio, se están conociendo quienes reparten con quienes reciben», cuenta.

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Son alrededor de 150 voluntarios y hay lista de espera para participar. El Banco de Alimentos les distribuye comida una vez al mes, pero se acaba ese mismo día, así que se apoyan en las donaciones que hacen restaurantes, comercios y otros vecinos del barrio a través de su web (plataformalacuba.org).

«Cuando nos dimos cuenta de que estaba creciendo mucho y se nos estaba yendo de las manos fue un momento crítico, pero decidimos hacer una huida hacia adelante, buscando cómo salvar este proyecto», recuerda.

A la larga, el objetivo es que los Servicios Sociales del Ayuntamiento puedan hacerse cargo de estas ayudas y que cada vez sean menos necesarias, explica. Pero por ahora sucede al revés: siguen recibiendo a personas derivadas de las trabajadoras sociales.

Pero las necesidades van más allá de las ayudas económicas o de alimentos. «Muchos solo necesitan ayuda en los cuidados, no sentirse abandonados. Y, en especial, no sentirse abandonado en una situación en la que nadie sabe qué va a pasar», dice Leonie, una de las madrinas de La CuBa. «Yo creo que eso se demuestra qué mal está pensado el sistema, basado en números que no se corresponden con la realidad». 

De alarmante a muy alarmante

El virus ya circulaba por el país cuando el relator especial de Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, Philip Alston, concluyó que las tasas de pobreza eran «alarmantemente altas». «España está prosperando económicamente, aunque la mitad de su población, no», advirtió el 7 de febrero, después de recorrer el país durante dos semanas.

«En Galicia, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Cataluña y Madrid me reuní con muchas personas que pasan apuros para salir adelante. Muchas perdieron todos sus ahorros durante la crisis y otras se encuentran en una situación en la que tienen que elegir entre poner comida sobre la mesa o calentar su casa. Demasiadas afrontan la posibilidad de ser desalojadas, incapaces de encontrar una vivienda asequible. Casi todas las personas que conocí buscaban ávidamente un trabajo decente», relataba Alston.

Ahora, todas estas circunstancias empeoran para aquellas personas en situación de vulnerabilidad, dice Carmela del Moral, responsable de Incidencia Política en Save The Children. «Ya veníamos de una situación precaria a la que había que poner soluciones, y ahora se han generado nuevas situaciones de necesidad y carencias a la vez que han empeorado las que ya existían».

Si algo ha evidenciado esta crisis, cuenta Del Moral, es que los servicios que antes dábamos por sentado o que tienen poco prestigio y poca remuneración, como los reponedores de supermercado, auxiliares de enfermería o celadores, se han puesto en valor. «El discurso ha entrado muy fuerte, pero esperamos que esto también sirva para poner mejorar sus condiciones laborales, muchas de las cuales están feminizadas y poco valoradas, como los trabajos de cuidados».

El temor es claro: en un año se podrían revertir los avances en la reducción de la desigualdad experimentados durante los últimos cinco o seis años de crecimiento, explica Lara Contreras, responsable de Incidencia en Intermón Oxfam.

«Al caer el PIB, baja la mediana del umbral de pobreza, porque se considera en pobreza relativa a quien gana el 60% menos de la mediana. Cuando baja el PIB, baja esa mediana, y eso significa que esa gente, aunque no se considere pobre, lo será, porque no tiene capacidad de garantizarse una vida digna ni tendrá ingresos suficientes para mantenerse».

Para Contreras, quienes han perdido los puestos de trabajo son las personas que tenían salarios más bajos. «Los trabajadores esenciales han seguido viviendo esa precariedad durante la crisis y volverán a una situación de precariedad».

El recién aprobado ingreso mínimo vital pretende resolver este tipo de situaciones, sacando de la pobreza severa a quienes ya estaban en ella y a quienes han sido arrastrados como consecuencia de la COVID-19. La medida, aplaudida por organismos internacionales como el FMI, cubrirá a cerca de 2,3 millones de personas.

Pese al panorama, en su informe, el relator de Naciones Unidas concluye que «la pobreza es en última instancia una opción política y los gobiernos pueden, si lo desean, optar por superarla».

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