No sería correcto decir que la borrasca Filomena es consecuencia directa del cambio climático, como tampoco lo es negar el calentamiento global por la nieve que ha cubierto gran parte del país estos días. Es la conclusión de Andrés Merino, investigador en meteorología y climatología en la Universidad de León, quien en conversación con Newtral.es señala que “no se puede atribuir un evento puntual al cambio climático”: “Para valorar esto, estudiamos series de temperaturas muy largas, de 20 o 30 años”.
Merino añade que “las olas de frío no van a desaparecer aunque la temperatura global vaya aumentando, evidencia que venimos observando desde hace tiempo”. Cristina Linares, bióloga, doctora en Medicina Preventiva e investigadora en la Escuela Nacional de Salud (dependiente del Instituto de Salud Carlos III-ISCIII) sobre el impacto de los extremos térmicos en la salud, explica a Newtral.es que “un solo evento climático aislado no se debe al cambio climático, pero varios eventos concatenados, que es lo que observamos desde la comunidad científica, sí”. Según Linares, estos eventos estarían aumentando “tanto en intensidad como en frecuencia”.
La investigadora del ISCIII, que también es coautora del ensayo Temperaturas extremas y salud. Cómo nos afectan las olas de calor y de frío (Editorial Catarata, 2017), indica que “pasaremos a un clima más extremo a base de que desaparezcan las estaciones de primavera y otoño”: “Tendremos cada vez temperaturas más extremas. Además, el cambio climático provoca un aumento de los fenómenos atmosféricos extremos: olas de calor, sí, pero también olas de frío, aumento de incendios forestales, tormentas, huracanes…”.
Es por eso que, aunque no se deba atribuir la borrasca Filomena al cambio climático de forma directa, el fenómeno, por el que once provincias seguían ayer martes en alerta roja, sirve para ejemplificar cómo los eventos meteorológicos adversos, que según Linares aumentarán en frecuencia e intensidad en el futuro, afectan y merman la salud de la población.
La pobreza energética antes y después de Filomena: tanto con calor como con frío
El término “pobreza energética” surge en el Reino Unido en los 70, tras una crisis energética en el país que empuja a los investigadores a estudiar el problema para conocer su dimensión y sus causas: “Pasan de considerarlo un aspecto marginal ligado a un concepto más amplio de pobreza a estudiarlo como un problema con entidad propia”, apunta a Newtral.es la arquitecta Carmen Sánchez-Guevara, investigadora en la Universidad Politécnica de Madrid en arquitectura bioclimática y entorno sostenible.
Este cambio de perspectiva se produce debido al aumento de los precios de la energía, lo que hace que muchos hogares no puedan calentar sus viviendas adecuadamente: “Es a partir de ese momento cuando comienza a hablarse del concepto de pobreza energética como tal y a considerarse el combustible —junto con la comida, la vestimenta y el alojamiento— como una necesidad básica, como un derecho”, añade Sánchez-Guevara.
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La definición, tal y como explica la arquitecta, sería “la situación que sufren algunos hogares que no pueden acceder a los servicios básicos relacionados con la energía en la vivienda, debido a sus bajos ingresos, a las condiciones de la vivienda y a los altos precios de la energía”.
En España, este término no se había reconocido en el ámbito institucional hasta 2019, cuando el Gobierno socialista aprobó la Estrategia Nacional contra la Pobreza Energética —aunque el problema sí se había abordado con anterioridad con iniciativas como la creación del bono social en 2009—.
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“La pobreza energética es la situación en la que se encuentra un hogar en el que no pueden ser satisfechas las necesidades básicas de suministros de energía como consecuencia de un nivel de ingresos insuficiente y que, en su caso, puede verse agravada por disponer de una vivienda ineficiente en energía”, apunta el documento oficial del Ministerio para la Transición Ecológica. Una situación en la que, según el Gobierno, están entre 3,5 y 8 millones de personas en España.
Sin embargo, Carmen Sánchez-Guevara critica que la definición de pobreza energética que otorgó el Gobierno es insuficiente: “Achacan la pobreza energética a los bajos ingresos de las familias y a la mala eficiencia energética de las viviendas. Quiero hacer hincapié en esto porque el Estado está omitiendo que el alto coste de la energía es también una de las causas principales de este problema”.
Así, la imposibilidad de mantener el hogar a una temperatura óptima (tanto cuando hace mucho calor como cuando hace mucho frío) afecta a la salud de diferentes formas. Según un estudio del ISCIII, publicado en marzo de 2016, el impacto de las temperaturas extremadamente bajas en la mortalidad está menos estudiado que el de las temperaturas extremadamente altas a pesar de que “representa una amenaza para la salud pública de una importancia similar, al menos, a las olas de calor”, apunta el documento.
Esta investigación del ISCIII se hace eco de un estudio llevado a cabo en 14 países europeos que indicaba “que España tiene la segunda tasa más alta de exceso de mortalidad invernal después de Portugal”.
Efectos en la salud
Según la investigadora Cristina Linares, “el cambio climático no genera enfermedades nuevas, sino que redistribuye e intensifica las ya existentes”: “El efecto del calor es más inmediato y está relacionado sobre todo con el incremento de patologías circulatorias como un golpe de calor o un infarto. El del frío es más complicado de detectar porque su efecto en la salud es más a largo plazo, principalmente con enfermedades infecciosas de carácter respiratorio que se transmiten con mayor facilidad, como la gripe, porque, entre otras cosas, el frío disminuye el sistema inmunitario. Además, estas enfermedades aparecen entre siete y 14 días después de la ola de frío”. Por ello, como apuntaba la investigación elaborada por el ISCIII en 2016, al ser periodos prolongados “se hace más complicado establecer relaciones causa-efecto”.
El grupo de investigadores del proyecto PENSA, financiado por la Acción Estratégica de Salud y el Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER), estudia la relación entre pobreza energética y salud. En conversación con Newtral.es, los investigadores del proyecto PENSA, que respondieron de forma colectiva, explicaban en diciembre de 2019 que “con el aumento de la temperatura debido al cambio climático, las personas con pobreza energética tendrán más dificultades para protegerse de temperaturas extremas”.
“La exposición a estas temperaturas extremas se relaciona con la aparición o el empeoramiento de enfermedades cardiovasculares, respiratorias, gastrointestinales (sobre todo en niños), así como enfermedades renales y problemas de salud mental”, añadían.
Según los investigadores del proyecto PENSA, otros efectos sobre la salud guardarían relación con hábitos inseguros provocados por la pobreza energética: “Lesiones o accidentes producidos por no encender las luces cuando es necesario o llevar agua hirviendo de la cocina al baño para ducharse; o también el empobrecimiento de la dieta debido al dilema de asignación de recursos —pagar la luz o pagar la compra—”.
La pobreza energética puede tener efectos directos sobre la salud mental tanto en verano como en invierno por “el estrés financiero de los hogares por no poder pagar facturas o por la deuda acumulada”, señalan estos investigadores que, en uno de sus estudios, detectaron que las personas que no pueden mantener el hogar a una temperatura adecuada durante los meses fríos “tienen 2,3 veces más riesgo de sufrir depresión”. “Y utilizando el indicador de retrasos en las facturas, las personas con pobreza energética tienen 3,7 veces más riesgo de sufrir depresión que las que no tienen pobreza energética”, apuntaban.
Viviendas más eficientes
Desde el proyecto PENSA, sus investigadores señalaban que la pobreza energética no debe contemplarse solo como la incapacidad de calentar o refrigerar una vivienda, sino que hay otros factores relevantes que pueden imposibilitar mantener el hogar a una temperatura adecuada: “La presencia de mohos y humedades, la cantidad de personas que habitan la vivienda o el estado de paredes, suelos y techos”.
Es por esto que la arquitecta Carmen Sánchez-Guevara considera fundamental evidenciar “la mala calidad y la baja habitabilidad de una gran parte del parque de viviendas español”: “Si hacemos viviendas más eficientes, tanto para el calor como para el frío, el consumo de energía será menor, por lo que los hogares con más pobreza dependerán menos del consumo de energía que a menudo no pueden afrontar”.
“Los edificios que hacemos, que van a durar por lo menos 100 años, tienen que poder enfrentarse al cambio climático”, afirma la arquitecta Carmen Sánchez-Guevara
Eso sí, Sánchez-Guevara incide en la importancia de las políticas públicas para reducir la desigualdad entre rentas altas y bajas: “La pobreza energética no se debe solo a la mala calidad de las viviendas, sino también a los altos precios de la energía y de los ingresos bajos en muchos hogares. Pero sí que es cierto que centrándonos en la habitabilidad hacemos que las personas más vulnerables dependan menos de las fluctuaciones del precio de la electricidad en el mercado”, explica.

Desde su punto de vista, las estrategias frente a la crisis climática deben ser tanto de mitigación como de adaptación: “Hay que elaborar políticas para mitigar los efectos y frenar las emisiones, pero también hay que adaptarse porque el cambio climático es ya una realidad presente”.
En este sentido, la arquitecta pinta un futuro próximo donde diferentes variables se relacionan entre sí: las temperaturas serán más extremas y, por tanto, se necesitará más consumo energético para mantener los hogares a una temperatura óptima; este mayor consumo, si el mercado no cambia, hará que aumenten los precios, por lo que menos gente podrá afrontar los pagos y su salud empeorará. “Los edificios que hacemos, que van a durar por lo menos 100 años, tienen que poder enfrentarse al cambio climático”, concluye Sánchez-Guevara.
¿Y cómo funciona el mercado de la energía?
Natalia Fabra, catedrática de Economía en la Universidad Carlos III de Madrid y especializada en economía de la energía y en mercados de la electricidad, explica a Newtral.es que la última subida de la factura de la luz “es por la ola de frío en parte, sí, pero sobre todo por cómo está regulado el mercado de la energía”: “La central que vende la electricidad más cara es la que marca el precio de todas las centrales. Entonces, si aumenta el precio del gas, y el gas es lo que necesitan las centrales térmicas para producir la electricidad, estas centrales venderán su electricidad más cara, marcando el precio del mercado, aunque haya centrales que la vendan a costes muy bajos”.
Pedro Fresco, químico, profesor del máster en Energías Renovables de la Universidad Internacional de Valencia (VIU) y autor del ensayo El nuevo orden verde (Editorial Barlin, 2020), apunta en conversación con Newtral.es que la fórmula en España, como en la mayoría de países europeos, es “marginalista”: “Tenemos una demanda que hay que cubrir, y para ello vamos a ir a la oferta, es decir, vamos a ver qué centrales ofertan electricidad y a qué precio nos la venden”.
“Vamos de menos a más, es decir, empezamos por las que más barato venden la electricidad. La última central es la que más cara vende la electricidad, que aunque solo entra para cubrir la última gota de demanda, es la que va a marcar el precio del mercado”, apunta Fresco.
Este químico y analista señala que durante la ola de frío “se ha demandado entre un 20 y un 30% más de electricidad”: “Las renovables y nucleares, que son las que ofertan a precio más bajo, no llegan a cubrir toda esa demanda, por lo que hay que comprar electricidad a las térmicas, que necesitan gas”. Así, como apuntaba Natalia Fabra, Fresco señala que el aumento del precio del gas por diferentes motivos (“problemas con el gasoducto de Argelia y mayor demanda de gas en Asia”) “ha provocado que las centrales térmicas, que ya de por sí son más caras, tengan que pagar más el gas que necesitan para producir electricidad, por lo que el precio sube repentinamente mucho”.
Mientras la catedrática Natalia Fabra considera que “habría que bajar el precio de la electricidad mediante otro tipo de regulación del mercado”, Pedro Fresco aboga “por el bono social a corto plazo y la transición energético en el largo plazo”: “Cuantas más renovables tengamos, más barato será el precio”, apunta.
Julio Ponce, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de Barcelona, señala, en relación al bono social, que “en el ámbito estatal, la legislación creó en 2009 este descuento en la factura eléctrica para consumidores considerados vulnerables”. “La puesta en marcha del mismo ha sido complicada, dando lugar a problemas en el reconocimiento del mismo a través del programa informático BOSCO, que ha dado lugar a denegar dicho bono en casos en que era pertinente”, asegura a Newtral.es.
Fuentes consultadas
- Andrés Merino, investigador en meteorología y climatología en la Universidad de León
- Cristina Linares, bióloga, doctora en Medicina Preventiva e investigadora en la Escuela Nacional de Salud (dependiente del Instituto de Salud Carlos III
- Carmen Sánchez-Guevara, arquitecta e investigadora en la Universidad Politécnica de Madrid en arquitectura bioclimática y entorno sostenible
- Natalia Fabra, catedrática de Economía en la Universidad Carlos III de Madrid y especializada en economía de la energía y en mercados de la electricidad
- Pedro Fresco, químico y profesor del máster en Energías Renovables de la Universidad Internacional de Valencia (VIU)
- Julio Ponce, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de Barcelona
- Temperaturas umbrales de disparo de mortalidad atribuible al frío en España en el periodo 2000-2009. Comparación con la mortalidad atribuible al calor. Estudio del Instituto de Salud Carlos III (marzo de 2016)
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