Setsuko Thurlow, superviviente de Hiroshima: “Censuraron el sufrimiento humano”

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La primera bomba nuclear de la historia cayó sobre su ciudad, Hiroshima. Tenía apenas 13 años y el explosivo detonó a poco más de un kilómetro del cuartel militar donde ayudaba a descifrar mensajes secretos para ayudar al ejército con otras 30 chicas. Era agosto de 1945 y Japón estaba en guerra contra Estados Unidos. 

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«Tuve la sensación de salir volando por el aire y quedarme flotando». Setsuko Thurlow, de 88 años, cuenta su historia en Madrid, donde ha venido para instar al Gobierno que ratifique el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. Su lucha incesante contra la proliferación del arsenal nuclear le ha valido el premio Nobel de la Paz en 2017 como portavoz de la campaña internacional para abolir las armas nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés). Tiene clara su postura: «No son armas, son instrumentos de masacre masivos», señala a Newtral.es 

Setsuko Thurlow en la Casa América de Madrid el 24 de febrero. |Foto: Luis H. Rodríguez.

Thurlow cuenta su historia a quien quiere escucharla. En su chaqueta negra lleva una chapa roja con un misil nuclear roto por el símbolo de la paz. «Fue una masacre indiscriminada contra civiles no combatientes», manifiesta. La bomba cayó a las 8.15 horas y mató a cerca de 140.000 personas. Tres días después, otro bombardeo, el de Nagasaki, mató a 80.000 personas más. Unos murieron de forma inmediata y otros, años después por las consecuencias de la radiación. 

Thurlow estaba bajo los escombros del edificio colapsado cuando escuchó una voz de hombre que le decía que siguiera moviéndose, que no se rindiera. Poco antes, a algunas niñas: «Mamá ayúdame, Dios ayúdame». Ella pudo salvarse pero casi todas las demás chicas murieron quemadas. Al salir, recuerda que todo estaba oscuro y sobre todo, silencioso.

Nadie gritó, nadie corrió

Aquel día, nadie gritó ni corrió. Entre el humo y las partículas provocadas por el estallido, los cuerpos. «Cuando mis ojos se acostumbraron, vi a gente moverse. Era una procesión fantasmal de seres humanos». Recuerda ver a personas quemadas, cayendo con sus estómagos fuera e incluso con ojos en las manos. Un soldado le dijo que fuera hacia la colina. En el camino, cuenta que las personas susurraban pidiendo agua, pero que no había ni botellas ni cubos para transportarla. Junto con otros civiles, limpió su ropa en un río cercano. «Las víctimas, sedientas, chupaban el líquido de nuestras prendas», recuerda. 

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Sin embargo, esas imágenes que aún rondan su cabeza no fueron lo que impulsaron su incansable lucha por el desarme nuclear. Como consecuencia de los bombardeos, Thurlow perdió a ocho miembros de su familia. El día siguiente, ya reunida con sus padres, pudo ver a su hermana y a su sobrino Eiji, de cuatro años. «No parecían seres humanos», detalla antes de cerrar los ojos y con tranquilidad, continuar su relato.

Ambos murieron. Para enterrarlos, los soldados excavaron un hoyo y los quemaron. Thurlow presenció todo, con 13 años. «No sentí nada. Solo estaba ahí, de pie», rememora. Necesitó algunos años para entender el comportamiento humano en condiciones tan extremas y que no era la única que se había sentido así, incluso algunos años después. Era una experiencia común entre los hibakusha, la palabra japonesa que se refiere a los supervivientes de las bombas nucleares. Decidió alzar la voz y empezar a contar, una y otra vez, lo que había vivido. «Porque siguen produciendo arsenal nuclear, amenazándonos a todos», explica a Newtral.es, subrayando que el peligro es más grande que hace 75 años.

La japonesa Setsuko Thurlow. |Foto: Luis H. Rodríguez.

El cese del conflicto no supuso que se dejasen de utilizar las armas nucleares. Desde 1945 se han lanzado más de 2.000 artefactos en todo el mundo, aunque nunca más contra la población. Los ensayos nucleares no solo afectan a los territorios donde tienen lugar sino que han tenido efectos en la salud de las personas que viven en las cercanías. En las Islas Marshall, un informe alertó de niveles «alarmantes» de cáncer en la población, por la radiación de las armas probadas en 1954. En esa época, Thurlow estaba en Estados Unidos. 

Cuando la entrevistaron, sus respuestas fueron firmes: «El gobierno tiene que dejar de hacer pruebas nucleares. Porque implica desarrollar más armas». Lo que vino después, cuenta, fue traumático. Le llegaron cartas «llenas de odio» diciéndole que regresara a Japón. La narrativa oficial era otra: Hiroshima y Nagasaki fueron horribles, sí, pero necesarios porque contribuyeron al final de la guerra. Esto fue el punto de inflexión que la convirtió en activista y parte fundamental de los diálogos de Naciones Unidas para alcanzar un acuerdo de prohibición de las armas nucleares en 2017, el primero que proscribe el arsenal. Su historia, no la iba a olvidar. 

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Rumores y desinformación

La rendición de Japón se produjo una semana después de los bombardeos y durante siete años, Estados Unidos ocupó el país. «Censuraron el sufrimiento humano», indica Thurlow. Periódicos, diarios personales, correspondencias y poemas que hablaban de la tragedia fueron confiscados. También las imágenes de las explosiones, como las escenas filmadas por una tripulación japonesa de 32 hombres. Así, las primeras representaciones de los bombardeos en Japón fueron dibujos. 

Además de la incapacidad de los supervivientes de expresarse, empezaron a circular rumores, mentiras y mucha desinformación. «No lo ves pero te afecta», asegura Thurlow sobre los síntomas de envenenamiento por radiación. Sufrían pérdida de cabello, encías sangrantes, pérdida de energía, dolor, fiebres altas y manchas púrpuras. «Cada mañana, mirábamos a nuestro cuerpo con miedo», cuenta la premio nobel en Madrid. Los rumores decían que esta misteriosa enfermedad – descrita por el gobierno japonés como un «espíritu maligno» – era contagiosa por lo que los hibakusha fueron discriminados y rechazados de algunos hogares, pese a que esto era falso.

 Con su historia, Thurlow interpela a jóvenes, adultos y políticos. Porque «podría pasar otra vez». Actualmente, nueve países [China, Francia, Rusia, Reino Unido, Estados Unidos, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel] disponen de cerca de 15.000 armas nucleares. Ninguno ha ratificado el tratado contra las armas nucleares de Naciones Unidas, impulsado por el ICAN. Según el Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, existe una disminución general del número de cabezas nucleares pero todos los estados poseedores de estas armas continúan modernizando sus arsenales, lo que implica multiplicar el presupuesto. La activista lamenta que se malgaste así el dinero en vez de reforzar la educación o la salud.

«Me gustaría que el gobierno reconsiderara su postura política»

En una carta abierta al presidente francés Emmanuel Macron el pasado 7 de febrero, Thurlow le recriminó no haber contestado a su demanda de encuentro tras un discurso que dio rechazando el desarme. «Es profundamente ingenuopensar que el mundo puede conservar las armas nucleares sin que sean usadas de nuevo», le dijo. En España, que rechazó firmar el tratado, la nobel se reunió con la alcaldesa de Barcelona Ada Colau y dio un discurso en el Congreso de los Diputados. «Me gustaría que el gobierno reconsiderara su postura política», señala a Newtral.es.

Un total de 151 países firmaron el documento -jurídicamente vinculante- y 35 lo ratificaron. Sin embargo, para que entre en vigor, se necesita que 50 países más lo ratifiquen. Ningún país de la OTAN lo ha hecho. A los gobiernos que rehúsan ratificarlo, «les diría que más bien les vale estar del lado bueno de la historia», dice Thurlow. No lo duda: «Mientras existan las armas nucleares, no hay garantía de seguridad ni de justicia». 

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