Érase una vez un hombre blanco llamado Arquímedes que, mientras se daba un baño, gritó “¡Eureka!”. Había dado con la clave para averiguar cómo evitar que los objetos se hundiesen en el agua. Es decir, su tesón y su esfuerzo se habían alineado con un momento de brillantez. Nacía así la figura del genio, asociada a ciertas mentes privilegiadas que trabajaban duro pero que también han sido dotadas de algo especial: una habilidad singular con la que se modifica el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, no hay una historia popular sobre cómo las parteras y comadres de hace siglos averiguaron cómo maniobrar en el parto para evitar la muerte de la criatura y de la madre. Nadie gritó “¡Eureka!” en el paritorio y, por tanto, en el imaginario colectivo la figura de la genia no existe. Ellos cambiaban el mundo, ellas se dedicaban a sus labores. Esto es lo que exponen las autoras de un reciente paper sobre profesiones y diversidad. Es decir, por qué hay ámbitos en los que se asume que se requiere esa brillantez y genialidad y con qué perfiles se asocia ese extra intelectual. La conclusión es clara: hombres blancos.
Para esta publicación, las investigadoras han revisado la literatura científica disponible hasta el momento. Partían de una pregunta: ¿por qué en algunas profesiones hay más diversidad que en otras? Señalan que la evidencia científica muestra que hay “desequilibrios de género” pero también “raciales y étnicos” en determinados campos y ocupaciones. El porqué lo explican con “la confluencia de dos creencias”. Una, que el éxito en determinadas áreas requiere “altos niveles de capacidad intelectual o brillantes”. Y dos, que precisamente se asocia esa brillantez “con los hombres blancos más que con otros grupos”.
¿Y por qué ocurre esto último? A la pregunta trata de responder Andrei Cimpian, coautor del paper sobre profesiones y diversidad y profesor de Psicología en la Universidad de Nueva York: “Yo diría que una de las razones de esta asociación es que los individuos que todo el mundo imagina cuando piensa en un genio son personas como Einstein, Newton, Shakespeare… Todos hombres blancos porque durante la mayor parte de la historia de la humanidad solo a ellos se les permitió ejercer sus capacidades intelectuales”.
Profesiones y diversidad: la brillantez se asocia menos con población femenina y negra
Las autoras señalan que en aquellas profesiones donde se relaciona el éxito con una brillantez particular no es que no sea importante el trabajo duro, sino que es “como si operaran en tándem”. Por tanto, en determinados campos, el trabajo duro es suficiente, mientras que en otros es necesaria esa convergencia entre trabajo duro y altos niveles de capacidad intelectual que si bien no está definida, las encuestas que citan (realizadas en el contexto estadounidense) muestran que inevitablemente se asocia con ámbitos masculinizados y predominantemente blancos: ingeniería, física, matemáticas, filosofía…
Por contra, profesiones con más diversidad de género y racial, como psicología, antropología y comunicación, son las que menos se asocian a la brillantez. Por ello, el estudio apunta que la población femenina así como la población negra “son objeto de estereotipos negativos sobre sus capacidades intelectuales”.
Sílvia Claveria, politóloga especializada en género e investigadora en la Universidad Carlos III de Madrid, explica a Newtral.es que ciertas habilidades, precisamente las vinculadas a los universos masculinos, “parecen más evaluables y, por tanto, se valoran más”: “Las habilidades llamadas ‘blandas’, asociadas a profesiones feminizadas, son más difíciles de medir. Por ejemplo, tener contactos o saber hablar en público. En ámbitos como matemáticas o ingeniería se valora que alguien te sepa construir un puente o resolver una ecuación. El resultado es muy evidente, mientras que en el otro caso no tanto”. Además, añade Claveria, “se asocia el componente de la brillantez del que habla el paper con esas habilidades ‘duras’”.
Habilidades ‘duras’ tales como saber programar, ser experto en finanzas o tener capacidad de resolver cuestiones matemáticas. Competencias “mucho más definidas y, por tanto, más evaluables que saber comunicar o tener inteligencia emocional, que son las ‘blandas’”, apunta Claveria. En este sentido, Andrei Cimpian expone que “tener talento matemático suele considerarse un signo de capacidad intelectual independientemente de que lo demuestre un hombre o una mujer”. El sesgo, añade este profesor de Psicología, “se produce cuando consideramos que esa expresión de brillantes es más común en hombres”.
Pero, ¿por qué precisamente resolver una ecuación es sintomático de brillantez pero saber cómo hay que maquillarse para aparecer en pantalla no? “¿Reconocemos la capacidad intelectual como tal cuando la expresan los hombres?”, se pregunta Cimpian. Y prosigue: “Es decir, ¿las formas en que las mujeres expresan su capacidad intelectual, aunque igualmente válidas, no se reconocen como tales? Si maquillarse fuera una actividad masculina, hipotéticamente hablando, ¿lo tomaríamos como un signo de capacidad intelectual? Tal vez. Es una pregunta interesante”, añade el coautor del paper sobre profesiones y diversidad.
La devaluación de lo femenino
La devaluación de lo catalogado como femenino es lo que investigan científicas como Rhea Ashley Hoskin y Andi Schwartz. Esta última, de la Universidad de York, publicó un artículo científico que toma como punto de partida la película Una rubia muy legal (2001) para analizar por qué los saberes de universos femeninos son menos tomados en serio. En la obra cinéfila, la abogada Elle Woods —a quien encarna Reese Witherspoon— consigue probar quién era realmente la culpable en un caso por asesinato. ¿La pista? La testigo alegaba haber estado lavándose el pelo mientras disparaban a su padre, era su coartada. Sin embargo, ese día se había hecho la permanente, por lo que no podía lavarse el pelo o los rizos se le habrían deshecho. Woods termina con la frase: “Cualquier chica Cosmo lo habría sabido” —en referencia a las lectoras de la revista Cosmopolitan—.
Desde ahí, la investigadora Andi Schwartz señala, en su análisis publicado este año, que “se asume que la hiperfeminidad es contraria a la inteligencia”. Es lo que la psicóloga e investigadora Rhea Ashley Hoskin nombra como femmefobia: descrédito y devaluación de lo femenino. En este sentido, la politóloga Sílvia Clavería explica por qué es un sesgo en doble sentido: “Las niñas se socializan en la idea de que no son tan brillantes y, por tanto, no se van a interesar por esas profesiones asociadas a la brillantez. A la vez, se sigue reforzando la idea de que los ámbitos masculinizados son los que requieren una mayor capacidad intelectual o ser un genio, por lo que lo feminizado sigue siendo devaluado y es la pescadilla que se muerde la cola”.
Por ello, apunta Claveria, “cuando ellas llegan a esos ámbitos pueden sentir que no pertenecen ahí o tienen el síndrome de la impostora”. Así, poco a poco, van abandonando esas carreras, un fenómeno que se conoce como leaky pipeline o la tubería que gotea. La investigadora recuerda que “esto también refuerza la sensación colectiva de que ellas no tienen esa brillantez necesaria para estar ahí, obviando la hostilidad que las va expulsando”, por lo que son profesiones donde la diversidad disminuye.
- “What Does It Take to Succeed Here?”: The Belief That Success Requires Brilliance Is an Obstacle to Diversity (Current Directions in Psychological Science, 2023)
- “Any cosmo girl would’ve known”: Collaboration, feminine knowledge, and Femme theory in Legally Blonde (Sexualities, 2023)
- Sílvia Claveria, politóloga especializada en género e investigadora en la Universidad Carlos III de Madrid
- Andrei Cimpian, profesor de Psicología en la Universidad de Nueva York
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