Cheng Lijing nació lejos del mar, en la provincia de Shan Xi en China. La nieve cubre todos los inviernos su tierra, que se congela cada enero a unos -6ºC de media. Las matemáticas le acercaron a los océanos y hoy es uno de los mayores expertos en el calentamiento de las aguas producido por el atracón humano de carbono. Está convencido de que los mares sufren hoy los excesos del pasado y sentencian las temperaturas del futuro, con efecto retardado.
Este miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC) atiende a Newtral.es desde China: «Si el océano no está ya hirviendo es porque es muy grande», sentencia. Y eso puede terminar en nevadas extremas y olas de calor persistentes, además de convertir al mar en un mortal caldero de pescado, marisco y verdura, biodiversidad amenazada.
Si el océano no está ya hirviendo es porque es muy grande. 2020 ha batido récords.
Chen Lijing, oceanógrafo del IPCC
Las masas de agua líquida o congeladas «son un termostato para el planeta», añade la oceanógrafa y física del clima Anna Cabré, que trabaja para la Universidad de Pensilvania (EE.UU.). Ya hemos alterado irremediablemente algunas de las piezas de este equilibrio térmico, como Groenlandia.
La idea de desequilibrio es la que quizás mejor ilustre lo que la emergencia climática depara, más que un episodio concreto de frío o de calor. Es decir, extremos más pronunciados y bruscos. Tan pronto es ‘primavera’ en invierno, como refresca en verano, o se dan ‘gotas frías’ a destiempo.
Las aguas y hielos árticos y antárticos están sufriendo más que ningún otro sitio los aumentos de temperatura, «al perderse hielo y color blanco, queda agua azul oscura, no puede reflejar tan fácilmente la radiación del Sol». Así que, a su vez, hacen peor su trabajo para mantener los mercurios a raya. Efecto bola de nieve... derretida allí, tempestuosa en nuestras latitudes.

En el resto del planeta, las aguas superficiales del océano «han alcanzado un nuevo récord de temperatura en 2020«, afirma Cheng, coautor de un trabajo que acaba de ver la luz en Advances in Atmospheric Sciences (Nature).
«Cuando la superficie del océano se calienta, el calor penetra en las capas más profundas por lo que todo el océano se está calentando», afirma Cheng. Las corrientes se alteran. O, paradójicamente, se enfrían. Y aquí es cuando empieza El día de mañana.
De la ficción a la ciencia. Con cuidado, que estos apocalipsis que prometen una Europa de inviernos más gélidos sí son «temas verdaderamente calientes de debate» dice este científico. Pero no todo el calentamiento global derivará en que «tendremos más calor».
También habrá zonas más frías por la emergencia climática. Y, en general, «los modelos anticipan fenómenos más extremos«, añade Cabré, desde huracanes a destructoras gotas frías. No nos interesa un océano que se caliente y nutra de hielos sobrederretidos.
Oceános infravalorados
Hasta la fecha, especialmente hasta la COP25 de Madrid, se ha prestado especial atención a la temperatura del aire y sus dinámicas relacionadas con la emergencia climática. Pero los océanos son un motor fundamental del clima, «porque reparte el calor por el mundo», explica la científica.
El calentamiento del mar es parejo al atmosférico cuando escupimos carbono con nuestros vehículos, industrias o ganadería intensiva. Un poco menos de» los +2 a +5ºC que lo hace el aire cada vez que duplicamos las emisiones de carbono», señana el investigador chino.
Lo bueno es que lo engullen. Los océanos el mayor sumidero natural de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero que emitimos los humanos, con el metano. Lo hacen en mayor proporción que los bosques. Pero su calentamiento y acidificación los vuelven menos eficaces y, lo que es peor, pueden escupirnos de vuelta el carbono retenido durante años.
«El límite físico de calor que el mar es capaz de absorber es el punto de ebullición«, explica el doctor Cheng. Obviamente, «que se ponga el mar a hervir no debería preocuparnos tanto como que se está calentando por ese umbral». Sin llegar a burbujear como un cazo, por encima de los 26ºC se dan condiciones para la formación de potentes borrascas o huracanes.
Si hay un calentamiento neto de la atmósfera (es decir, más gases de efecto invernadero que mantienen más calor en el sistema climático), «el océano se mantendrá caliente hasta que se alcance un nuevo equilibrio». Es decir, no basta con parar en seco las emisiones de CO2 para que se enfríe. Lleva una inercia, como un camión cuesta abajo.
La doctora Cabré es clara «El océano va con retraso; no es pim pam , hoy dejo de emitir CO2 y se acabó. No, el océano va a seguir absorbiendo». Y eso se traduce en tres consecuencias: «Uno: va a subir el nivel del mar porque se expande. Dos: si se derrite más hielo, hay más agua dulce, afecta a la salinidad y, por tanto, a las corrientes. Y tres: afecta al propio ciclo del carbono (no puede digerir el que emitimos de más los humanos)».
Ni un parón como el del confinamiento lo frena
Buena prueba de ello ha sido el recorte sin precedentes en las emisiones planetarias de carbono como consecuencia de los confinamientos derivados del la pandemia de coronavirus. De la misma forma que siguen batiéndose récords de CO2 y metano en la atmósfera, los mares continúan y continuarán calentándose durante un tiempo. ¿Cuánto?

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Emergencia climática:
El mundo dilapidó en verano el respiro de CO2 de los confinamientos
Si no se toman medidas, «la parte superior del océano, por encima de los 2.000 metros, se calentará unos 2.020 zetajulios (561.560 gigavatios hora, equivalente al consumo eléctrico de algo más de dos años en España) para finales de siglo», explica el oceanógrafo. Esto supone un crecimiento de la temperatura seis veces superior al vivido por los océanos en los últimos 60 años.
«Si se puede alcanzar el objetivo del Acuerdo de París (por debajo de los +2 grados respecto a la era preindustrial), el calentamiento total del océano podría reducirse a la mitad para 2081-2100 (aproximadamente 1.037 zetajulios, pero aún tres veces mayor que en el pasado)».
Cumpliendo el Acuerdo de París, el calentamiento oceánico se reducirá a la mitad a finales de este siglo.
La sifonía climática está escrita en un pentagrama con las siguientes notas: atmósfera, océano, superficie emergida, biosfera y criosfera (parte helada). El catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona (UB) Javier Martín Vide añade una sexta nota desafinada: «Nuestro sistema socioeconómico, consumista, caracterizado por el derroche de recursos y la producción de desechos a una escala que ya supera la planetaria».
Este miembro de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona destaca en The Conversation que el clima de las próximas décadas seguirá siendo probablemente más cálido que el del último tercio del siglo pasado. «Se comportará también de un modo más variable y extremado, donde caben nivosas Filomenas junto con olas de calor extremas, incluso en el mismo año».
En este sentido, y a la espera de poder atribuir directamente o no esta catástrofe a la emergencia climática, desde Greenpeace el biólogo Nanqui Soto señala que las borrascas destructivas, que no son nuevas, sí son por su recurrencia una tarjeta amarilla de la emergencia climática en nuestro país.
«Tras Gloria, Filomena nos trae esa cara del cambio climático de los fenómenos extremos y salida de rango que compromete nuestro bienestar, actividad económica y ecosistemas que son patrimonio histórico natural», precisa el responsable de Bosques de la organización ecologista.
El día de mañana, pero no así
En 2004, Roland Emmerich imaginó un mundo colapsando por la emergencia climática ignorada por los gobernantes. En El día de mañana hay desprendimientos de bloques gigantes helados, huracanes masivos e interrupción de las corrientes oceánicas, como la del Golfo. Todo termina en una nueva glaciación.
Desde 2004, casi esto ha pasado de un modo u otro. Pero no en cuestión de semanas, como en la película. La mayoría de expertos consultados por Newtral.es coinciden en que semejante sucesión de acontecimientos se queda en la ficción, pero no deja de ser una visión del presente y futuro climático de la Tierra a cámara rápida, con matices.
Es un hecho que la Corriente del Golfo se está frenando. Esta gran cinta transportadora de agua nos acerca el calor de las inmediaciones de las costas caribeñas y de Florida hasta el Atlántico Norte, suavizando nuestro clima en costa y tierra firme. Shenfu Dong y otros colegas demostraron que entre 1993 y 2016 se ha desplazado hacia el sur y ha perdido velocidad.
Nada de glaciación instantánea, pero ya hace diez años, se registró una elevación de hasta 10 centímetros del nivel del mar en las costas norteamericanas por una ligera desaceleración de la corriente. Y, a este lado del océano, puede que algo menos de calor, pero a largo plazo.
«Es cierto que uno de los puntos que pueden ir a más frío, en los modelos de proyección del clima futuro, es el Atlántico norte», precisa Cabré. De ahí a una glaciación dista mucho. «Sí puede bajar la temperatura, pero eso afectaría a más al clima de Reino Unido o Escandinavia». Y no compensaría para bien el calentamiento derivado del carbono.
No es menos cierto que esos mismos modelos tiñen los mapas de rojo, con anomalías de temperatura hacia arriba. El resultado: fenómenos más extremos. El calor está tendiendo a escaparse del Ártico. La corriente en chorro circumpolar (que hace de barrera a unos 9 km de altitud) tiende a hacer más meandros.
Tan pronto nos mete aire caliente del sur tropical, como inyecta el del Ártico en nuestras latitudes. Del choque de los dos, si viene con vapor de agua del Atlántico, nacen las nevadas filomenas.
▶️❄️ VÍDEO | #Filomena, por sí misma, no hubiera provocado semejante nevada si no hubiera sido, curiosamente, por aire ‘cálido’ y húmedo.
— Newtral (@Newtral) January 10, 2021
Te lo explicamos con gafas, vaho y mascarilla. ?https://t.co/JPoTQ4vNik pic.twitter.com/9i0uB87E9Y
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