En ‘Escribir cartas. Una historia milenaria’, Armando Petrucci augura que “la desaparición definitiva de las cartas tradicionalmente escritas a mano está, sin duda, próxima”. Es lo que empuja al paleógrafo a “narrar su historia milenaria”. Casi ocho de cada diez españoles aseguraban no haber recibido ninguna carta personal en los últimos seis meses, según el Panel de hogares de la CNMC de 2021. Pero la posible extinción de este medio de comunicación no solo enciende a los nostálgicos del papel y la pluma; es, sobre todo, un problema para los historiadores.
[Ya no se escriben cartas: epílogo de una forma de comunicación en extinción]
El origen de esta tradición lo sitúa en la Grecia de los siglos VI y IV a.C., de la que datan las primeras cartas breves. En la Edad Moderna, escribir cartas era ya una práctica habitual: la sociedad empezó a alfabetizarse, a emigrar a nuevos territorios o a marcharse a las guerras. El volumen de cartas que cruzaron el atlántico en tres siglos es “incalculable”, como señala la Biblioteca Nacional. Gracias a estos manuscritos, los historiadores han podido conocer más de la vida de quienes empuñaban sus plumas para explicar sus anhelos y miedos cotidianos.
La correspondencia personal de Rosalía de Castro, las de Emilia Pardo Bazán, Miguel de Unamuno o Roberto Bolaño se conservan en la Biblioteca Nacional y son documentos valiosísimos para construir los perfiles de esos personajes. “Mi biografía son mis cartas”, decía el propio Unamuno. “Los historiadores que quieran trabajar con este periodo de nuestra Historia tendrán que buscar otros modos de hacerlo”, explica el historiador Antonio Castillo, que señala que las cartas son “un material muy rico” para quienes trabajan con el pasado, “porque es la propia persona la que cuenta sus vivencias”. “Por su número y por la variedad de contenido y autores es una fuente de conocimiento esencial; nos da muchísima información”, insiste Rocío Moreno, miembro de la Real Academia Hispánica de Filatelia e Historia Postal.
El principal problema de los medios electrónicos de comunicación es que no hay unos criterios de conservación claros. “Los soportes a veces se quedan obsoletos, como el CD-ROM, mientras que del papel sabemos que se conserva cientos de años en óptimas condiciones”, dice Moreno. Tampoco sabemos cómo podremos volver dentro de 50 años a lo que ahora alberga la nube. La Biblioteca Nacional trata de conservar el patrimonio documental español en Internet a través del Archivo de la Web Española, aunque admiten que “a día de hoy es imposible aspirar a la exhaustividad en el archivado web”. A nivel personal, tampoco se suelen guardar los correos electrónicos o mensajes, objetos virtuales sobre los que no hay protocolos.
Esa idea de conservación es la que ha empujado a algunas compañías a ofrecer álbumes impresos con las conversaciones que se mantienen en distintas plataformas de mensajería instantánea. ‘Para hojear y recordar para siempre’, dice el reclamo publicitario, como si convertirlas al papel les permitiera asegurar su supervivencia.
Cartas de amor
En ‘84, Charing Cross Road’, Helene Hanff y Frank Doel comienzan una relación epistolar, casi amorosa, que dura décadas. Helene escribe a la librería en la que trabaja Frank solicitando ediciones complicadas de volúmenes casi descatalogados: una primera misiva que dará lugar a un intercambio de intimidades cotidianas.
La Biblioteca Nacional de España (BNE) dedicó un episodio de su ‘Memoria sonora’ al género epistolar, el “proceso reflexivo, de interiorización y con licencia a la expansión emocional” de escribir una carta personal. Citando a Virginia Woolf, el locutor recuerda que escribir cartas es perder “el arte más humano, ya que hunde sus raíces en el amor a los amigos”.
Las cartas son, o eran, el género romántico por excelencia. Pablo Neruda le escribió decenas a Matilde Urrutia. Las más de 1500 que Henry Miller le escribió a la joven actriz Brenda Venus están recogidas en uno de los libros más vendidos. Y Frida Khalo dedicó a Diego Rivera muchas de las más de 80 cartas que envió a amigos, enemigos y familiares.
“Por una cuestión amorosa, sentimental o incluso situaciones de duelo… hay momentos en nuestra vida en que consideramos que el vehículo más idóneo para expresar lo que estamos sintiendo es una carta”, señala Castillo, “tiene que ver con algo innato al ser humano: la necesidad de comunicar sus sentimientos más íntimos con otras personas, y en esas circunstancias va a sobrevivir”.
Cuando tenía 15 años, Alejandra conoció en una estancia de dos semanas en el extranjero a un joven colombiano del que se enamoró como se enamoran los adolescentes. Ya había otras formas de comunicarse, como la mensajería instantánea a través de internet, pero decidieron escribirse cartas. Aquellos sobres que tardaban semanas en cruzar el Atlántico iban cargados de paciencia y dedicación. “Era un gesto romántico”, dice Alejandra, porque “ese esfuerzo que conlleva escribir la carta tiene ese punto bonito de las cosas que cuestan un poco más”. A veces llegaban varias de golpe, porque se habían retrasado o se las habían devuelto. Algunas hojas incluso olían a perfume. En esas cartas escribían su historia.
Detrás de una carta está la caligrafía, como indica Castillo, y cita a un jesuita del siglo XVII para el que el mejor retrato de alguien es aquello que escribe. “Nos retratamos en la escritura, y ver la letra de alguien es una manera de ver a esa persona”, insiste el historiador.
Como dijo Ricardo Piglia en su ‘Respiración artificial’: “Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro, hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos”. Las cartas que se escriban hoy son el mensaje en una botella para quienes estudien nuestra historia en el futuro.