Cada verano, en el hemisferio norte, el único sitio donde aún podemos asistir a una refrescante imagen es el Polo Norte. Sus eternos días helados, sin embargo, tienen las décadas contadas.
El Ártico pierde unos 82.300 kilómetros cuadrados de hielo marino al año. Una superficie algo menor a la de Andalucía. Pero no siempre ha sido así. Se ha observado en los últimos 40 años, aunque no todos los veranos árticos son iguales. Por ejemplo, el de 2018 fue devastador. De golpe se fundieron 105.000 km2.
Ese hielo marino o banquisa se reduce en los veranos del hemisferio norte. Es normal, pero no a este ritmo que, si se sostiene, dejará a las aguas del océano libres de hielo dentro de 30 años.
Esta es una de las principales conclusiones de un trabajo indio publicado en la revista Heliyon, que recoge detalles de las variaciones que ocurrieron en verano de 2018, comparándolas con los datos anteriores disponibles desde el inicio de estos registros, en 1979.
Avishnar Kumar, coautor de este trabajo e investigador del Centro Nacional de Investigaciones Polares y Oceánicas (NCPOR) comenta en Sinc que «desde que tenemos datos disponibles de satélite, se puede observar que cerca del 50% del hielo marino de septiembre se ha desprendido»
Basñandose en el conocimiento sobre la pérdida de hielo marino y en investigaciones en curso, «podemos manifestar que la tasa de pérdidas podría incrementarse por el aumento de temperaturas».
Los autores creen que este escenario tendría un impacto en todo el mundo, provocando alteraciones climáticas más agresivas en latitudes bien alejadas del círculo polar ártico.
Un pasado congelado en carretes de película
Los ochenta inauguraron la era de los satélites de observación, por lo que apenas podemos comparar cómo estaba el hielo antes en las regiones árticas y antárticas. Pero esta ventana de 40 años ya es suficiente como para ligar estos cambios a la emergencia climática, según varios expertos consultados por Newtral.es para Planeta Finito.
No obstante, antes de la tecnología satelital, los vuelos de avioneta con filmaciones de radar permitieron tener datos anteriores del espesor helado. El pasado diciembre se publicaba en Nature un trabajo similar sobre el hielo ártico y el impacto de su derretimiento en la subida del nivel del mar global, que «ha sido infravalorada», según de Laia Romero, al frente de Lobelia Earth.
La empresa radicada en Barcelona que trabaja para las agencias espaciales NASA y ESA con proyectos como IMBIE: una colaboración internacional que proporciona estimaciones de la contribución de la capa de hielo al aumento del nivel del mar.
Romero explicaba entonces que, tras analizar datos de 1992 a 2018, «con Groenlandia podemos ver que el nivel del mar puede llegar a aumentar hasta unos 6 metros [en la costa] a partir del deshielo de la masa que encontramos ahí».
Como en el hemisferio sur, el deshielo se acelera en los últimos años, vertiendo al océano, en este caso, más de 3 billones de toneladas de material derretido en este periodo.
Todos los años, récord de temperatura
Nos hemos acostumbrado a relatar cada verano un nuevo récord de temperatura en determinados puntos de la región ártica. El trabajo de Kumar señala que tanto los años donde la extensión de hielo marino era mínima y los septiembres más cálidos ocurrieron en los últimos 12 años.
«Si la reducción continúa a este ritmo, puede tener impactos catastróficos en el aumento de la temperatura del aire y ralentizando las corrientes oceánicas globales”, advierte Kumar.
Además, señala que “estos impactos en todo el planeta son la razón por la que está interesado en descifrar los misterios de las regiones polares”.
Este ciclo se retroalimenta, llevando aire caliente de los trópicos al Ártico
Este ciclo, señala la investigación, puede trasladar masas de aire y agua caliente desde los trópicos al Ártico, provocando el deshielo de banquisas y comenzando un bucle conocido como la ‘amplificación ártica’.
La reducción de superficie de hielo deja paso a aguas marinas más oscuras que absorben más radiación del sol. Como retienen más calor, aumentan las temperaturas del agua y más hielo se derrite, provocando que la región ártica se caliente a un ritmo mayor –unas cuatro veces más– que el resto del mundo.