“Yo pensaba que estar en casa y no en el colegio iba a ser un poquito menos, dos semanas o así”, dice Marcos, de 11 años. El próximo 17 de septiembre vuelve a las aulas de su colegio madrileño para empezar 6º de Primaria. Un regreso muy diferente al que ha vivido hasta ahora: con mascarilla y con la posibilidad de tener que guardar cuarentena si él o alguien de su clase tiene síntomas de COVID-19: “Yo espero que ninguno nos contagiemos. En casa [durante el confinamiento] me he sentido un poco solo”, cuenta.
También Mateo, de 12 años y a punto de empezar 1º de la ESO el 18 de septiembre en Madrid, reconoce que al principio pensó “que serían solo unas semanas”: “Pero después empezaron a ser más y más y sentí un poco de angustia por estar encerrado y por si no aprendía tanto”, explica.
Olivia, de 15 años, volvió a las aulas de su instituto madrileño este el pasado miércoles 9 de septiembre para empezar 4º de la ESO. Ella sí tenía claro que el cierre se alargaría más allá de las dos semanas, pero no esperaba “que el curso fuese a acabar online”: “Me lo tomé bastante bien la verdad, aunque fue un poco difícil al principio coger el hilo porque estaba todo bastante desorganizado y era un poco caos”, relata.
Han pasado seis meses desde que se decretara el cierre de centros educativos por el coronavirus, una circunstancia que puso la infancia en suspenso, a pesar de que los menores de entre 0 y 15 años suponen un 16% de la población española total (7.300.000 niños y niñas), según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Si ya se enfrentaron a una situación inédita e incierta el pasado marzo, ahora, el nuevo curso escolar también tiene aspectos que escapan de su control. Mientras padres, madres y profesorado han exigido una vuelta al cole segura y han tenido voz para explicar qué pensaban sobre los protocolos y cómo se sentían respecto a la dificultad para conciliar en caso de que sus hijos tengan que aislarse durante 14 días, nadie ha preguntado a la infancia ni sus dudas han sido escuchadas desde el ámbito institucional.
Juan tiene 15 años, estudia en un instituto de Murcia y empieza 4º de la ESO: “Somos los que nos hemos quedado sin poder hablar en esta situación, y creo que somos la voz más importante en la educación”. “Fue todo muy agobiante y un poco desesperante, sobre todo el no poder ver a mis amigos y familia”, cuenta. En su caso, poder estar en contacto con sus compañeros a través de las redes sociales era una forma de desahogo: “WhatsApp era la única escapatoria de la realidad que estábamos viviendo, yo al menos hablaba casi todo el día con mis amigos”.
También Lucía y Gabriela, de 12 años y alumnas de una misma clase en un colegio de Cantabria, hablaban a diario: “Ha sido bastante raro todo”, dice Lucía. Y asumen que la vuelta también lo va a ser, destacando que lo más diferente será la restricción de contacto entre grupos burbuja.
Irene López Aguilera, psicóloga sanitaria especializada en terapia cognitivo-conductual con menores, señala a Newtral.es que “al haber perdido contacto con sus iguales durante tanto tiempo, ahora se pueden sentir extraños e incómodos”: “Es importante no centrarse solo en el currículum académico, sino tener en cuenta también la parte de desarrollo emocional, que no siempre tiene el hueco suficiente en las aulas. Hay que trasladarles que es normal que les cueste concentrarse o que tengan ansiedad o tristeza”.
Desigualdad en las aulas
A la situación de incertidumbre general se ha sumado la situación personal de cada hogar: “Cuando quitas el aula de la ecuación, la brecha se acentúa muchísimo. No podemos permitirnos otro curso con confinamiento porque el impacto en términos de igualdad de oportunidades sería brutal”, explicaba Ainara Zubillaga, directora de Educación y Formación en la Fundación COTEC, a Newtral.es.
Y Lucas Gortázar, que trabaja en el departamento de Educación del Banco Mundial y especialista en políticas educativas sociales, señalaba a Newtral.es que “la brecha, que ya existe, se va a agrandar seguro”: “No es solo una cuestión de acceso a dispositivos, sino también de capacidad e interés de los progenitores. Hay que tener en cuenta que, en este contexto, hay familias vulnerables en las que se acentúa la precariedad económica y también el estrés psicológico”.
Héctor, estudiante de 14 años en un instituto de Cantabria, es consciente de la brecha social que existía en su centro: “Tengo algunos compañeros que no podían conectarse siempre porque el ordenador lo usaba su hermano o sus padres para trabajar. A algunos se los dio el instituto, pero otros no tenían nada”, cuenta. Y Juan notó que “a muchos amigos y amigas las clases online les costó mucho más”.
Por ello, la psicóloga Irene López Aguilera recuerda que los menores “aunque no siempre manejen información detallada, son conscientes de que algo ha ido mal”: “Algunos tendrán más miedo que otros por cómo haya sido su vivencia en el entorno familiar: no es lo mismo un niño cuyos padres se han quedado en paro, o que apenas han podido ver a sus padres porque tenían trabajos esenciales, o que sus abuelos han fallecido, o que no tenían medios materiales para las clases online”.
Miquel, alumno de 14 años en un centro educativo de Mallorca, considera que la vuelta a las aulas “no es segura” y que se ha pensado poco en la infancia: “Muchos estaban en 40 metros cuadrados [durante el confinamiento] y eso no hay quien lo aguante”.
Claves para explicar la vuelta al cole
“Vamos a recibir a unos niños que han vivido una situación extraordinaria de ruptura de la realidad”, apunta la psicóloga Irene López Aguilera. “Creo que es importante hacer una analogía con los adultos: si nosotros hemos pasado por una situación donde no teníamos el control y con unos niveles de estrés muy elevados, ellos seguramente también”, añade.
López Aguilera ha sido la encargada de impartir formación al profesorado de su colegio, el Agustiniano de Madrid, sobre “cómo cuidar los aspectos psicológicos de esta nueva normalidad”: “Lo fundamental es que vuelvan con cierta sensación de control, que es lo que no han tenido durante el confinamiento. Que ellos sientan, también, que los adultos tenemos más capacidad para cuidarles y para prevenir”, apunta.
La psicóloga Ruth Castillo, profesora de Psicología del Desarrollo en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y miembro del Centro de Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale, destaca la importancia de dotar de autonomía a la infancia y adolescencia a la hora de expresar cómo se sienten: “No hay que menospreciar sus emociones, que no piensen que las ninguneamos. No me atrevo a hablar de una tendencia general, pero hay que tener claro que muchos niños pueden experimentar emociones negativas y positivas en un mismo día, no son incompatibles unas con otras: pueden sentir estrés, indefensión o miedo ante esta vuelta que es extraña, pero también alegría de reencontrarse con sus amigos y de volver a la rutina”, explica en conversación con Newtral.es.

De cara a la posibilidad de que haya contagios y se decreten cuarentenas o, incluso, el cierre de centros educativos, Ruth Castillo se muestra partidaria de “no anticipar escenarios que son solo posibilidades ahora mismo”: “Siendo realistas es muy probable que vayan a llegar. Con adolescentes no tanto, pero con niños más pequeños lo ideal es ser muy concretos, compartiendo la información cuando sepamos ya con seguridad que va a pasar. Razonar con ellos sobre algo hipotético es muy difícil: necesitan verlo y experimentarlo, hablarlo cuando es solo una posibilidad es meter más ruido”.
López Aguilera aboga por “tratar de mantener la calma, pero reconociendo que hay ciertos aspectos que habrá que trabajar poco a poco”: “Hay que trasladarles que no vamos a conseguirlo todo el primer día: habrá un componente de preocupación y de incertidumbre que habrá que manejar”.
Además, según recuerda esta psicóloga, los menores, especialmente los más pequeños, “son permeables a las noticias”: “Hay que tener cuidado con los comentarios que hacemos, como por ejemplo decir que todos los niños se van a contagiar, así como con la información a la que acceden. Los niños son amplificadores emocionales de cómo nos sentimos los adultos”.