A mediados de septiembre, la atmósfera era un cielo estrellado de Van Gogh. Alimentado por la furia de los mares, las imágenes de satélite dibujaban coloridos remolinos con varias tormentas tropicales y borrascas enfurecidas en la atmósfera boreal.
Hacia el 17 de septiembre de este año, se había formado cerca de la costa de Grecia una tormenta con ínfulas de huracán. Es lo que se conoce como ‘medicane’. Aunque los antiguos griegos no hablaron nunca de fenómenos huracanados, han existido y existirán. Quizás con más virulencia. Y algo más parecidos a los atlánticos.
A la antigua Grecia hemos tenido que recurrir ahora para poner nombre a la abundancia de ciclones tropicales que, a este lado de los mares, han salpicado de devastación 2020. La temporada se cierra el 30 de noviembre. Una treintena de huracanes, los nueve últimos, nombrados con letras griegas.
Como si de las matrículas se tratase, los ciclones de 2020 han devorado el abecedario de nombres propios con que se denominan a los huracanes atlánticos cada año: de Arthur a Wilfred. Tiramos, desde septiembre, del alfabeto griego. Vamos por Iota.
La novena letra griega ha designado la última calamidad que ha arrasado parte de Nicaragua esta semana. Con vientos de hasta 250 km/h (por encima de 120 km/h a ras de suelo se consideran huracanes), sigue el camino de destrucción de Theta y Eta, sus antecesores en apenas dos semanas.
Nada igual desde 2005
«Esta temporada está siendo realmente anómala en cuanto al número de ciclones que se forman o se nombran», cree el experto en huracanes Juan Jesús González Alemán, físico atmosférico investigando en la UCLM. «Ahora, con la última [temporada] se ha llegado hasta 30. En lo que intensidad de los huracanes se refiere, hemos tenido varios de categoría 4 y 5″.
Tendríamos que retrotraernos a 2005 para algo así. Temporada tristemente recordada por la devastación de Katrina. Aquel año también se acabaron los nombres de personas y se recurrió al alfabeto griego. Se llegó ‘sólo’ hasta la letra Zeta, la sexta para los griegos. 2005 y 2020 han batido todas las marcas desde 1953, cuando empezaron los huracanados bautismos.
«Es verdad que hubo en 2005 más de categoría 5″, explica el físico, aunque él prefiere poner el foco de la anomalía en otro sitio: «A nuestra cuenca, Atlántico nordeste y subtropical (Canarias, Madeira, Azores, el suroestede la península ibérica…) han llegado algunos de estos ciclones». Eso es realmente anómalo. Demasiado ‘arriba’ del mapa. Demasiado cerca de la costa.
El año pasado, el huracán Pablo ya hizo historia ascendiendo hasta las islas británicas, ya bastante deshecho, pasando relativamente cerca de las costas peninsulares.
Aunque más preocupa Canarias. Se han empezado a acostumbrar a alertas que, si bien no anticipan catástrofes como las que viven en América, sí que está sumidas en giros inesperados y gran incertidumbre, como pasó con Theta.
Tras él, se formó Iota. Es el primer noviembre en que se desarrollan tres tormentas tropicales a la vez en el Atlántico, con efectos muy dañinos, pese a que las tierras que terminan tocando están, muchas veces, acostumbradas a estos fenómenos.
España, menos golpeada pero menos preparada
La península ibérica está en medio de dos aguas revueltas por la emergencia climática. A los efectos de las borrascas atlánticas se suman los medicanes. Los huracanes mediterráneos están en las quinielas de las proyecciones ligadas al calentamiento global.
«En el el hemisferio norte esperamos una expansión de
las regiones afectadas, incluida la región mediterránea. Hoy ya
tenemos tormentas huracanadas que llamamos medicanes«, explicaba en este reportaje de Newtral.es el mayor experto mundial en megahuracanes, Kerry Emmanuel (MIT).
Esta idea es consistente con la teoría de que un mar de aguas recalentadas inyecta más energía a potenciales borrascas. Pero no es sólo eso. «La llamada AMO, la oscilación cada 20 o 30 de años, que calienta el océanos en oleadas cíclicas», expone González Alemán.
«Ahora estamos en fase cálida. Pero tenemos de fondo ese calentamiento global que aumenta muchísimo más la temperatura (del aire). Cuando metes en las proyecciones ese calentamiento global en los modelos ves como aumentan estos fenómenos destructivos».
A eso se suma que el aumento del nivel del mar, donde la costa mediterránea es especialmente sensible, al estar altamente urbanizada o poblada. «No vamos a tener los impactos en tierra de los huracanes de América aquí, pero también estamos menos preparados», concluye.