A principios de marzo, unos días antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase el COVID-19 pandemia, este organismo anunciaba que el brote de ébola en la República Democrática del Congo (RDC) se daba por terminado. Así, el 5 de marzo, la OMS declaraba que el brote (y no la enfermedad en sí) estaba erradicado después de que Masiko, la última paciente contagiada de ébola y hospitalizada en el noreste del Congo, recibiese el alta en un centro médico de Beni.
Ese día comenzaba la cuenta atrás de 42 días, un periodo de seguridad para detectar si se da o no algún nuevo caso. La noticia llegaba tras más de año y medio de lucha contra la epidemia en este país africano y 2.260 muertes.
Antes, en julio de 2019, la OMS había declarado este brote “emergencia de salud pública de importancia internacional”. Se trataba del “décimo y mayor brote de ébola en el Congo, y del segundo mayor brote que se haya registrado de la enfermedad desde que se descubrió el virus en 1976”, explica a Newtral.es Joan Caylà, epidemiólogo especializado en enfermedades infecciosas.
El undécimo brote de ébola en el Congo
A pesar de las buenas noticias, el 1 de junio la OMS declaró que había un nuevo brote de ébola “muy activo” en el noroeste de RDC, el undécimo en este país. A mediados de julio ya había 48 casos confirmados y 20 fallecidos, y este martes, Médicos Sin Fronteras (MSF) ya contabilizaba 48 fallecidos y 112 personas contagiadas (106 confirmados y 6 probables).
En Ecuador, la provincia congoleña más afectada por este undécimo brote de ébola, “la población dispone de muy poca información sobre la epidemia”, apunta MSF en un comunicado. “Aunque hay zonas que sí se habían visto afectadas por anteriores brotes, hay lugares en los que se enfrentan al ébola por primera vez”, añaden.
“Mi hija contrajo el ébola y dos días después de su muerte yo también fui hospitalizado”, explicaba Samwengi Bokuma a la ONG. “Tuve más suerte que ella, ya que estoy aquí para contarlo. Para evitar más tragedias en la comunidad, me uní al equipo de Médicos Sin Fronteras. Desde hace semanas comparto mi caso con las comunidades que visitamos y les explico cuáles son los síntomas de la enfermedad. De esta forma, al menos puedo honrar la memoria de mi hija”, añadía Bokuma.
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Según la doctora Maria Mashako, coordinadora médica de MSF, “este enfoque basado en las comunidades permite que estas se encuentren más preparadas para detectar casos sospechosos y puedan dar la voz de alarma rápidamente”.
El enfermero Luis Encinas, miembro del equipo de MSF y que lleva años trabajando en epidemias y emergencias (entre ellas, en el brote de ébola de 2014 en Guinea), explica a Newtral.es que “RDC es un lugar donde el sistema sanitario es muy frágil, muy poco eficiente y muy descontrolado”: “Ahora estamos poniendo el foco solo en el COVID-19 porque afecta a nuestra sociedad, lo tenemos en nuestros barrios, pero allí es el día a día: morir porque no tienes acceso a un simple centro de salud o dinero para pagar a un médico”.

Tres virus en el Congo: COVID-19, sarampión y ébola
El epidemiólogo Joan Caylà señala que “en el Congo llueve sobre mojado”: “Ahora coincide este undécimo brote con la pandemia del COVID-19 que, en principio, ha registrado 10.000 positivos y 260 muertes, que son cifras muy inferiores a las que podemos ver en España, por ejemplo. Pero, además, al mismo tiempo que el brote de ébola, han tenido un brote de sarampión por el que han muerto 6.000 personas, la mayoría de ellas eran niños menores de 5 años”.
La epidemia de sarampión en RDC, de hecho, sigue activa y es, en palabras de la infectóloga Diana Pou, “la más grande del mundo hasta la fecha”. Este brote no se declaró hasta junio de 2019, “meses después de que se empezaran a reportar casos”, apunta Caylà. “Las campañas de vacunación han sufrido retrasos y problemas de coordinación ya que gran parte de los recursos se destinaron a dar respuesta al brote del ébola, activo desde 2018”, añade.
Luis Encinas apunta que “el COVID-19 en el Congo es solo una gota más”: “La gente dice: ‘De qué me hablas, si yo me muero por la malaria o por el sarampión, que tienen tratamiento’”. Aun así, en este contexto, “las medidas preventivas contra el COVID-19 están retrasando campañas de vacunación y reduciendo el acceso a la salud”, apunta el epidemiólogo Joan Caylà. “Esto podría suponer un aumento de muertes por sarampión y otras enfermedades infecciosas”.

Una letalidad del 50%
La enfermedad por el virus del ébola es siempre grave, con una tasa de letalidad de aproximadamente 50% (en brotes anteriores, las tasas oscilaron entre el 25% y el 90%).
El ébola se propaga en la población de persona a persona, por contacto directo con órganos, sangre, secreciones u otros líquidos corporales de personas infectadas. También por contacto indirecto con materiales contaminados. Los pacientes son contagiosos mientras el virus esté presente en la sangre y aunque la investigación científica ha avanzado desde 2014, todavía no existe un tratamiento único y específico (aunque sí hay antivirales que, en según qué pacientes, son efectivos).
Caylà remarca la importancia de dotar de recursos a quienes investigan sobre las enfermedades infecciosas: “No son algo del pasado, ya lo hemos visto con el coronavirus, pero durante mucho tiempo se pensó que sí y por eso se daban pocos recursos a la investigación epidemiológica. Sin embargo, muchas de las últimas crisis en España de salud pública han sido por infecciones”.