¿Por qué nos gusta la música triste? ¿Realmente nos gusta la música triste? ¿O nos gusta que alguien –que la interpreta– comparta su tristeza? Joshua Knobe empezó a darle vueltas a estas preguntas tras quedar atrapado en un vídeo de Alina Simone. Sus canciones, de estilo indie-folk, son desgarradoras. El clip, en concreto, que llamó la atención de Knobe cantaba la desesperación de un suicida. “Sentí que ahí había algo importante, algo con valor”, explica este filósofo y psicólogo de la Universidad de Yale (EE.UU.). Y desató una pregunta: “¿Por qué me gusta la música triste si no me gusta estar triste?”. En el fondo, la pregunta no es muy original. Data de los tiempos de Aristóteles. Pero él, junto a un grupo de colegas, tiene nuevas respuestas.
La tesis principal, que acaba de plasmarse en un artículo en The Journal of Aesthetic Education, es que nos gusta la música triste de la misma manera que nos gusta que alguien nos cuente sus penas. Hay algo de “placer en la conversación”. Una cosa que estudios anteriores han bautizado como ‘preocupación empática’. Hay varias investigaciones que han tratado de ver qué ocurre en el cerebro sometido a música triste, pero la psicología trata de entender qué emoción desencadena una u otra reacción fisiológica y hormonal cuando la melancolía nos susurra al oído sus notas.
“Imagina que hablas con una amiga y ella te cuenta algunas de sus últimas angustias –explica Knobe en conversación con Newtral.es– ¿Cómo te sentirías? Probablemente sentirías empatía por lo mal que lo está pasando. Pero no es lo único. También te sentirías más cerca de tu amiga. Te ha elegido. Acude a ti con sus problemas y no a otra persona. Está construyendo una conexión más cercana”, ejemplifica el filósofo y psicólogo. Pues bien, igual con la música triste.
El poder de la música triste reside en lo mismo que el placer de conversar
El dolor puede traer consigo una conexión más genuina con otras personas. “Si te encuentras bajo las garras de la desesperación o la angustia, es posible que te sientas fatal, sí, pero lo que sientes te acercará a los demás”. Si eres artista, seguramente te acerque a tu público. Y viceversa. Las letras ahí tienen un gran poder. Pero no más que el aura que rodea a ese músico melancólico y sentido. Leonard Cohen o Adele han contando con una aureola artística que nos predispone a conectar con su pesar.
¿En qué se basan para decir esto? En que hay experimentos que muestran cómo no es la ejecución magistral de una pieza lo que nos emociona necesariamente. Hay algo más, como la capacidad que tiene la persona que lo interpreta para conectar, aun cuando su ejecución sea pobre.
Desde luego, no podríamos decir que es ‘pobre’ la ejecución de un tema por Leonard Cohen. Cohen podía batir todos los récords de tristeza y sentimiento profundo. “Compara la irritación y tristeza de Kanye West en I Am A God con la orgullosa resignación de Leonard Cohen en You Want It Darker”, explican los autores del artículo. “La de West no es necesariamente música menor, pero es difícil imaginar a alguien escuchando I Am A God y conectado de la forma en que lo hacemos cuando escuchamos las confesiones de Cohen, que son casi un canto litúrgico“. El aura artística pesa.
La investigación revela que las personas forman dos concepciones de una cosa: una concreta y otra abstracta. Podemos decir que alguien es ‘artista’ si cuenta con ciertas habilidades. Pero eso no suele valer por sí solo (también una máquina puede ser hábil). Hay otra cara, la de los valores abstractos. Los asociamos con la idea de creatividad, curiosidad o pasión. Knobe y su colega Tara Venkatesan (científica cognitiva y soprano de ópera) creen que por ahí van los tiros con la música triste.
La científica cognitiva y soprano Tara Venkatesan cree que la música triste puede tener un componente abstracto que pesa más que su buena ejecución.
“Los oyentes asumen que la emoción expresada es uno de los valores característicos de la música”. Ponen otro ejemplo: “Tanto Mozart como la banda grunge de tu tío [amateur] pueden encarnar lo que entendemos por música”. Y llegarnos al corazón. La clave está en si ambos han hecho por demostrarnos que nos abren el suyo.
La reflexión de Knobe y sus colegas va de la mano de investigaciones previas. La tristeza no es una emoción cualquiera, es tan intensa que genera empatía con facilidad: “Sentir la tristeza de otra persona puede conmoverte de alguna manera prosocial”. Pasa como en una conversación triste. “El valor de tales conversaciones no radica en hacer que cada interlocutor termine triste (¡ya estábamos tristes!), sino en expresar nuestra tristeza el uno al otro”.
Y esa tristeza compartida puede engendrar felicidad. El doctor Knobe no se quedó en el tristísimo vídeo de Youtube de Alina Simone. La conoció personalmente y se casaron.
El experimento de la canción triste tocada por músicos mediocres
Alina Simone hace música explícitamente triste en sus letras y cuenta con rasgos formales que nuestra cultura asocia a lo melancólico y hasta deprimente. Pero, además, es técnicamente muy buena en su ejecución. Sin embargo hay otros músicos realmente malos (quizás ese tío tuyo que toca grunge, al que se refería Knobe), pero que también te tocan la fibra.
Para demostrar que la calidad formal de la ejecución suele ser lo de menos en las ‘canciones tristes’, pusieron a un grupo de voluntarios un blues tocado por un virtuoso que, básicamente, enseña su técnica con la guitarra. A otro grupo, a otro intérprete no tan bueno, pero que aseguraba que se desgarraba al tocar esas canciones. La inmensa mayoría tuvo claro que la música triste triste era la segunda.
Sandra Garrido, del Instituto MARCS de la Universidad de Sídney (Australia), ha realizado una serie de estudios con 1.000 personas voluntarias para ver hasta qué punto la gente usa efectivamente la música triste para lidiar con su malestar. “La tristeza es, después de todo, una emoción en respuesta a eventos tristes en nuestras vidas. Nos motiva a pensar detenidamente en nuestras situaciones y a hacer cambios para mejorar”, señala.
Publicidad La BBC llegó a prohibir una canción de los años 30 por considerar que inducía al suicidio. Pero la música no tiene tal poder, sólo puede ser perjudicial en ciertos cuadros de depresión.
Pero puntualiza: esto no funciona cuando hay una depresión implicada. “La depresión es diferente. En lugar animar a hacer cambios, la depresión tiende a hacer que las personas pierdan la motivación”. Sus estudios encontraron indicios de que en cuadros depresivos, los pacientes responden a la música de manera diferente.
Ejemplifica en un análisis en The Conversation que alguien que ha roto con su pareja y escucha una canción triste de Adele seguramente llore mucho, pero se vea reconfortado, toda vez que ve que no está solo. Pero una persona con depresión tendrá en la música una excusa para seguir rumiando su quiebra y disparar pensamientos como que no volverá a encontrar el amor. “Para una persona que ya está clínica y severamente deprimida, escuchar música que la haga sentir peor podría ser bastante peligroso”.
En todo caso, es un bulo que haya una canción que nos haga suicidarnos. La leyenda creció hacia mediados de los años treinta del siglo pasado. Los diarios de la época y la revista Time ligaron la canción checa Szomorú vasárnap a una ola de suicidios en Budapest en 1936. El tema se prohibió en la BBC. En 2007, una investigación halló que quizás todo fue una exageración probablemente engordada por el afán promocional de la casa discográfica.
Sin embargo, de acuerdo con el estudio de Garrido, la música alegre sí impacta positivamente en personas deprimidas. Y luego, hay gente que es incapaz de disfrutar de ningún tipo de música, en un trastorno conocido como anhedonia musical específica. Pero, neurológicamente, sí se ha demostrado que hay tipos de música que producen cierta respuesta cerebral. Incluso aunque no sea de nuestro estilo.

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Vídeo-pódcast
¿Hay rasgos universales en este tipo de música?
Más allá de esta tesis que conecta a la música triste con la idea de ‘conversación’, algunos psicólogos han examinado cómo ciertos aspectos de la música (modo, tempo, ritmo, timbre) se relacionan con las emociones que sienten los oyentes. Algunos de los hallazgos hasta la fecha:
- Los movimientos lentos tienden a evocar sensaciones de tristeza. No está claro por qué. Una hipótesis puede tener que ver con reflejos inconscientes en el tronco cerebral; la sincronización del ritmo con alguna cadencia interna, como un latido del corazón (60 pulsos por minuto, bpm), como defiende Patrik Juslin (Universidad Uppsala).
- Además de los tempos lentos, las fórmulas predecibles y con contornos melódicos suaves alejan la angustia. Es el caso de las nanas, que han sido bien estudiadas. En todas las culturas comparten ciertos rasgos, como su ritmo lento y tonos relativamente agudos. Por contraposición, ciertas notas que no esperamos y tonos más graves pueden asociarse con música más triste. Por supuesto, esto implica generalizar mucho. Eso sí, los bebés son más receptivos y se calma a la llamada ‘música alegre’, incluso recién nacidos, así que no todo es cultural. Otros estudios, sin embargo, no han podido encontrar tal reacción en los fetos.
- Las tonalidades o modos menores se asocian con la tristeza más que las mayores, en las culturas occidentales (aunque en otras culturas no expuestas parece que un poco –pero poco– parece entristecerles más la tonalidad menor). Para entender qué es una tonalidad menor, prueba a escuchar el himno de España transformado a una escala menor:
- La letra importa, el mensaje transmitido interactúa con las características acústicas de una canción. Imágenes de escáneres cerebrales muestran que lo que entendemos por música alegre sin letra induce emociones positivas más fuertes que la música alegre con letra. El mensaje, cuando se comprende, modula todo lo demás y puede convertir a una música en triste. No es sorprendente, pero ¿a que no es fácil imaginar el Cumpleaños feliz con la letra de You Want It Darker (“Si eres el crupier, estoy fuera del juego / Si eres el curandero, significa que estoy roto y cojo / Si tuya es la gloria entonces, mía debe ser la vergüenza…” o algo así).
Y luego, con todos estos ingredientes, se podría construir una canción triste. Y de ahí, a explicaciones a nivel bioquímico. No está claro que una canción triste nos haga sentir tristes si no lo estábamos previamente, pero prolongar esa sensación o ahondar en ella sí podría tener un sentido fisiológico, según otros estudios. La tristeza desata una liberación de hormonas en respuesta al malestar fragmentario de la música. Y ahí nace la sensación de consuelo.
La canción más triste del mundo
El gran atlas de las emociones musicales
En 2016, la cantante y doctora en musicología finlandesa Henna-Riikka Peltola dirigió un estudio que bautizó como Cincuenta sombras de blue. Partió de una encuesta sobre 363 oyentes de canciones descubrió que las respuestas emocionales a la música triste se dividían en tres categorías:
- Duelo, que incluye poderosos sentimientos negativos como la ira, el terror y la desesperación.
- Melancolía, una tristeza suave, añoranza o autocompasión.
- Pena dulce, una agradable punzada de consuelo o aprecio.
Muchos de los encuestados describieron una combinación de los tres. De algún modo, venía a demostrar el difícil abordaje semántico de la idea de ‘música triste’. Quizás por eso los neurocientíficos han tratado de llevar este asunto un poco más allá.
Un estudio realizado en 2006 en la Escuela de Medicina de Brighton y Sussex (Reino Unido) concluyó que la canción más triste es The Drugs Don’t Work de The Verve. Midieron el llamado ‘cociente de activación de sintonía’, que monitorizó la frecuencia cardíaca, la respuesta respiratoria y la temperatura de la piel en un grupo de voluntarios pequeño y con una muestra limitada a las listas británicas.
Más recientemente, y con una muestra de más de 2.500 personas de Estados Unidos y China, un equipo de la Universidad de Berkeley descubrió hasta 13 emociones en la música. Reacciones emocionales distintas y entremezcladas según canciones. Con todos los sesgos que puede tener una respuesta espontánea, la canción declarada más ‘triste y deprimente’ (60% de tristeza) fue la banda sonora de La lista de Schindler.
Toca debajo para acceder al mapa de las emociones musicales. Puedes navegar, arrastrando con el dedo o ratón, por este atlas interactivo de canciones para ver la puntuación en grados de emociones que dieron a cada canción:
- Estudio de Attie-Picker, Knobe et al. en ‘The Journal of Aesthetic Education’, 2023
- Estudios de Menninghaus et al. sobre la construcción de la emoción, en PLOS One, 2015
- Estudio sobre la inducción de empatía por la música de Eerola et at., en ICMPC10, 2012
- Estudio de Garrido y Schubert sobre atracción a las emociones negativas por la música triste, en ‘Musicae Scientiae’, 2013
- Estudios de Eerola et. al. sobre emociones relacionadas con aspectos como timbre, tono, etc., en ‘Frontiers of Psychology’, 2013
- Estudio sobre cómo la música triste deriva en emociones ambivalentes, por Kawakami et al., ‘Frontiers in Pshycology’, 2013
- Estudio de escáneres cerebrales al escuchar música con y sin letra, de Brattico et al., ‘Frontiers in Psychology’, 2011
- Seguimiento del bulo del ‘Gloomy Sunday’ suicida por Stack et al., en ‘Omega’, 2007
- Atlas de emociones ligadas a música, de Cowen et al. en ‘PNAS’, 2020
- Joshua Knobe (Universidad de Yale)
- Sandra Garrido (MARCS Institute for Brain Behaviour & Development, Sídney)