A través de redes sociales circula un vídeo en el que una doctora argentina llamada Chinda Brandolino conversa con otras personas acerca de las vacunas. A lo largo de los 15 minutos que dura este fragmento, Brandolino realiza varias afirmaciones falsas sobre las vacunas.
La doctora trata de sustentar sus afirmaciones en un informe llamado Cronología Target Vacuna contra COVID-19, elaborado por la Junta Argentina de Revisión Científica (JARC), una entidad de la que la doctora forma parte, pero que, según ha verificado el medio argentino Chequeado, miembro como Newtral.es del IFCN, no figura en el Registro Nacional de Sociedades argentino. En octubre de 2020 desmentimos otro bulo de esta asociación (y difundido por los autodenominados Médicos por la verdad) en el que realizaban una falsa asociación entre la vacuna contra la COVID-19 y la esterilidad.
Además, dicho informe no es un artículo científico, puesto que no ha sido revisado por investigadores adicionales —un proceso conocido como revisión por pares— ni ha sido sometido a ningún otro procedimiento que garantice la calidad científica del mismo. A lo largo de este artículo desmentimos los principales bulos difundidos por Chinda Brandolino.
Las vacunas no inoculan una solución metálica en el cuerpo “que puede ser rastreada por las antenas”
La doctora asegura que uno de los objetivos de la estrategia de vacunación —según ella, un genocidio planificado hace más de 30 años— es rastrear a las personas inoculadas a través de antenas.
Las antenas serían presuntamente capaces de rastrear a los ciudadanos gracias a una “solución metálica” inoculada con la vacuna, según Chinda Brandolino. Una solución que, de acuerdo a la difusora del bulo, el individuo no podrá quitarse porque “contiene líquido” y su extracción provocaría “la muerte de la persona”. Según la doctora, las personas vacunadas pueden comprobar como lo que dice es cierto colocándose un imán en el brazo y viendo cómo este queda pegado atraído por estos supuestos metales.
Sin embargo, las vacunas no contienen metales, como ya explicamos en Newtral.es, y los vídeos que circulan por redes sociales no aportan pruebas que permitan identificar a las personas a las que supuestamente se les adhiere el imán, o conocer si verdaderamente han sido vacunadas.
El físico Jordi Sort, quien lidera el Grupo de Materiales Inteligentes de Nanoingeniería, Nanomecánica y Nanomagnetismo en la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA), aclaraba a Newtral.es que, para crear el efecto que se observa en los vídeos, “se necesitaría un implante debajo de la piel con una cantidad suficiente de material ‘magnético’ para que atrajera un imán”. Y las vacunas no llevan tal implante.
“Imaginemos que ponemos unas cuantas partículas de hierro sobre un papel y que por debajo acercamos un imán. La cantidad de partículas de hierro que se necesitaría para compensar el peso del propio imán (y que este no se cayera por el peso de la gravedad) sería bastante grande. El líquido de las vacunas [con los metales que se necesitarían para causar ese efecto] no sería ni siquiera transparente”, añade el físico. Además, que no todos los metales pesados provocan ese efecto de atracción.
Jaime Pérez, miembro de la Junta Directiva de la AEV, coincide con su compañero e informa a Newtral.es que las vacunas “no se elaboran con hierro, níquel ni cobalto”. Además, antes de salir al mercado todas las vacunas pasan numerosos controles y ensayos en los que se verifica su eficacia y seguridad en personas.
Por otro lado, el presunto objetivo de “rastrear a la población” mediante vacunas proviene de otro bulo, el que asegura que las vacunas inyectan microchips en el organismo. Algo que también hemos desmentido en Newtral.es.
La vacuna no va a acabar con nuestro sistema inmunitario, como asegura Chinda Brandolino
La doctora, en conversación con otras personas no identificadas en el vídeo difundido, comenta que, a causa de la vacunación, vamos a desarrollar proteínas “que el cuerpo va a detectar como no propias” y que “pueden destruir a la célula productora”, acabando con nuestro sistema inmunológico. Las interlocutoras achacan esta supuesta mala praxis a la técnica de ARN mensajero con la que se han producido algunas de las vacunas contra la COVID-19.
Mercedes Jiménez, bioquímica del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), explicaba en este artículo a Newtral.es el funcionamiento de la técnica de ARN-m de las vacunas. “El ADN es el manual de funcionamiento de cada una de nuestras células durante nuestra vida. El cuerpo humano utiliza una molécula intermediaria, el ARN, para leer el ADN y llevar las instrucciones a las fábricas de proteínas”.
Esta técnica consiste en inyectar directamente el ARN-m del virus que, una vez en el cuerpo, envía a las células el mensaje de que produzcan proteínas similares a las del virus. De esta manera, ante un posible contagio por el SARS-CoV-2, el sistema inmunitario ya sabría cómo actuar porque conoce el tipo de proteínas que este virus genera.
El genetista Lluis Montoliu del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), quien trabaja en técnicas de CRISPR para combatir el coronavirus, señala que este proceso de replicación “ocurre fuera del núcleo, en el citoplasma de la célula” humana. Es decir, las instrucciones que se inyectan a través de la vacuna para generar las proteínas no entran en el núcleo de las células humanas, donde está en ADN.
En enero de 2021 desmentimos que la vacuna fuera a destruir nuestro sistema inmunológico. El bulo, similar al de Chinda Brandolino, se basaba en un comentario (‘perspective’) publicado en la revista International Journal of Clinical Practice. Es decir, no se trataba de un estudio científico, sino de un artículo de opinión centrado, además, en otro asunto: según sus autores, el consentimiento informado firmado por los voluntarios de los ensayos clínicos no era del todo claro.
“El texto mezcla cosas de distinta naturaleza tratando de sacar la conclusión de que el fenómeno de la intensificación de la respuesta de anticuerpos (ADE) es un peligro real, cosa con la que no estoy de acuerdo”, opinaba entonces el miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría Ángel Hernández. “En el caso de las vacunas contra la COVID-19 es un riesgo más teórico que práctico. Es un fenómeno natural que ha sido observado anteriormente en otros casos. Se va a vigilar, pero no constituye un riesgo real, que sepamos, hasta el momento”.
El doctor explica que una vacuna del Virus respiratorio sincitial (VRS) producida durante los años 60 provocó este efecto en lactantes y en personas mayores. “Tuvo un efecto trágico, varios niños murieron, porque causó precisamente ese problema: una respuesta inflamatoria exagerada en los pulmones de algunas personas que volvían a exponerse a este virus después de la vacunación”.
Hernández detalla que aquella vacuna se paralizó al poco de comenzar su distribución, y que también hubo algún caso con la vacuna del dengue. Sin embargo, aclara que “salvo en estos dos casos, todos los demás que se han podido observar en vacunas han sido en laboratorio, no en la vida real. El riesgo teórico existe, porque es un fenómeno natural conocido, pero los estudios experimentales de las vacunas que ya se han aprobado han demostrado que no existiría ese riesgo en la práctica”, explica el experto.
La vacuna no modifica nuestro código genético
Chinda Brandolino también asegura en el vídeo que la técnica de ARN mensajero de las vacunas es capaz de modificar el genoma humano, una transformación que heredarían los descendientes de la persona que haya sido inoculada con una de estas vacunas. Es falso, como ya verificamos en noviembre de 2020.
La edición del propio genoma humano (del ADN) solo podría hacerse mediante técnicas de transgenia o corta-pega de letras de los genes, es decir, el CRISPR, como recuerda el genetista Lluis Montoliu. Mercedes Jiménez, del CIB-CSIC, subraya que las instrucciones que se inyectan a través de la vacuna “no pasan a formar parte de nuestro genoma”.
El miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española de Vacunología, Luis Ignacio Martínez Alcorta, también afirma que en el caso de las vacunas basadas en tecnología de ARN-m “es nula la capacidad de integración en el genoma humano”. Según el especialista, que también es médico preventivista del Hospital Universitario Donostia, estas vacunas “son capaces de inducir la expresión de antígenos de interés obviando el paso al interior del núcleo celular”.
Asimismo, Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología, coindice con el resto de expertos y señala que el riesgo de que se produzca una alteración en el código genético en las vacunas ARN-m es inexistente. “El riesgo teórico de infección o de integración de las células del hospedador del vector empleado para transportar el antígeno del SARS-CoV-2 no es posible para las vacunas de ARN-m”, afirma.