Por qué vigilar con quién se acuestan las mujeres bisexuales es retórica incel

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Sé que habrá a quien no le guste leer esto, pero yo salí del armario como bisexual gracias a enamorarme de un hombre. Su bondad, su deseo y su admiración hicieron que me sintiera segura para recorrer ese camino. Después de nueve años saliendo con una chica y cargando con la etiqueta de heterocuriosa durante todo ese tiempo, la crisis de identidad que me produjo volver a tener una relación estable con un hombre sirvió para algo tan luminoso como nombrarme bisexual al fin. Fue como la primera bocanada de aire que una toma nada más nacer. 

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El contenido de bisexualidad femenina que me llega últimamente a través de redes consiste en mostrar orgullo por el deseo sáfico y vergüenza por el deseo hacia hombres. Dentro del colectivo LGTBIQA+, la buena bisexual es aquella que abraza su orientación sexual desde la ironía y el cinismo, que incluso desearía ser enteramente lesbiana y que se jacta de sentirse atraída por múltiples chicas y, a lo sumo, por un solo chico. Si la buena feminista vive su interés por los hombres como una losa con la que carga, mostrándose profundamente heteropesimista, la buena bisexual feminista no solo ha hecho suyo ese lamento sino que, en tanto bisexual, debe poner en práctica lo que dice. Debe acostarse con mujeres y repudiar a los hombres para mostrarse verdaderamente empoderada. La buena bisexual sí ha entendido de qué va la revolución. La buena bisexual le niega sexo a los hombres para tratar de subvertir la lógica del poder. No han sido pocas las veces que he visto a mujeres feministas apelar a las mujeres heterosexuales y bisexuales dándonos un toquecito de atención para que dejemos de acostarnos con el enemigo. En esa fatídica idea de la sexualidad, la violencia machista por lo visto se arregla con celibato voluntario.

Esto último es preocupante porque sitúa la sexualidad femenina como un servicio que las mujeres ofrecemos a los hombres, no como algo propio que se comparte, se disfruta y se hace por una misma. O sea que confirma la idea que muchos hombres tienen sobre la sexualidad femenina: algo que ellos pueden tener o poseer, y no un intercambio de placer entre iguales. La negación del sexo, lejos de desposeerles de poder, refuerza la propia lógica de la subordinación femenina. 

Esta narrativa conlleva, además, una idealización de las relaciones sáficas. Y esta idealización no solo invisibiliza las dinámicas violentas que pueden darse entre mujeres, aunque ocurran en muchísima menor medida que entre hombres y mujeres, sino que implica que estar con tíos de alguna manera te devalúa. Como si fuese algo contaminante, impuro, sucio. Esto, además de alinearse con las narrativas incel clásicas del slut shaming —fiscalizar la sexualidad y usarla para justificar la violencia—, es incurrir en los discursos más zafios de las comunidades de la manosfera que promulgan que las mujeres perdemos valor al acostarnos con hombres. Es decir, disminuye lo que los incels llaman el “Alto Valor de Mercado”. Según este planteamiento, tu valor como mujer en el mercado romántico-sexual “se reduce si practicas sexo casual”, como apuntaba la investigadora Jilly Boyce Kay, ya que estarías demostrando accesibilidad y disponibilidad. Es decir, te convierte en “una fácil”. Del mismo modo, desde ciertos sectores feministas y queer, cuando practicas sexo con hombres y te prodigas, tu estatus de buena feminista bisexual también disminuye, porque implica que estás dándole al enemigo lo que quiere sin ningún tipo de resistencia. Quizá las mujeres heterosexuales no tengan más remedio, pero ¿las bisexuales? Esas sí pueden elegir. Los incels tratan de interferir en nuestro goce limitándolo a la menor cantidad de encuentros sexuales posibles o de lo contrario se referirán a nosotras como “putas” y “zorras” a las que deshumanizar con facilidad. Y ese feminismo culpabilizador no se queda muy lejos al retratarnos como perpetuas traidoras que deberían saber resistirse. “A ver si aprendes a cerrar las piernas”, le dijo con sorna una chica a una amiga bisexual en una asamblea queer. Las demás le rieron la gracia porque, total, estaba de broma, y además, un poco cierto es, ¿no? Supongo que es fácil detectar que las bromas machistas no dejan de ser la llamada “punta del iceberg” de la violencia, pero en este caso mi amiga solo era una tía susceptible y un pelín exagerada. 

Esta narrativa, venga de donde venga, ya sea de incels o de autodenominadas feministas, defienden que el sexo es una moneda de cambio, por lo que nuestro valor aumenta o se reduce según lo entreguemos con mayor o menor facilidad.

La hipervigilancia sobre la sexualidad de las mujeres bi es un body count incel de manual. Ya no solo por la idea de contabilizar parejas sexuales masculinas como forma de devaluación, sino porque hay un body count que consiste en preguntar con cuántas mujeres te has acostado para validarte como verdadera bisexual. Mientras se celebra que una mujer bi que habitualmente solo se ha relacionado con hombres de repente profese su amor por una mujer, cuando es al contrario, lo que recibe es un castigo. 

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Es lo que ha sucedido con la cantante Fletcher. Conocida por sus desacomplejadas canciones sáficas, como Becky’s So Hot, ahora ha publicado un nuevo single, Boy, en el que habla de cómo se ha enamorado de un chico. Las críticas recibidas por parte de mujeres sáficas que la acusan de queerbaiting, es decir, de haberse “hecho” la sáfica para ganar capital social y económico dentro del colectivo LGTBIQ+, son muy significativas. En el mes del Orgullo siempre hay un caso como el de Fletcher porque la bifobia sobre las mujeres bi se recrudece en forma de hipervigilancia para recordarnos a todas que vivimos bajo eterna sospecha

Hay quienes aseguran que en un momento de auge de la extrema derecha, Fletcher y su canción Boy tienen la intencionalidad de alinearse con postulados más conservadores y, así, ganarse el favor de sectores más reaccionarios. Y sobre esto tengo dos apuntes: en primer lugar, la propia Fletcher asegura en varias ocasiones a lo largo de esta entrevista con la Rolling Stone que sigue siendo queer, que eso no ha cambiado y que siempre defenderá los derechos del colectivo, del que ella misma forma parte. En segundo lugar, incluso aunque detrás hubiese una campaña de marketing para presentarse como menos “problemática”, no deja de ser curioso que siempre se acuse a las personas bisexuales de queerbaiting y de una especie de equidistancia. Porque la realidad es que la narrativa de que usamos nuestra sexualidad para lograr algo o para llamar la atención, como contaba en este reportaje con expertas que desmenuzaban la bifobia, sigue vigente y funciona con eficacia. Es un castigo correctivo dirigido, en realidad, a todas las bisexuales. Como dice mi amiga Elisa Coll, escritora y autora de Resistencia bisexual, “es un mensaje que viene a decir: ‘Chicas, esto es lo que va a pasar como os atreváis a salir con un hombre’”.

Algo parecido le ha ocurrido a Billie Eilish, también bisexual, quien hace poco fue vista besándose con un chico. No han faltado las afirmaciones que la acusan de no ser lo que decía ser. Este tuit en el que se desliza que Eilish ha elegido la vía fácil al dejarse ver con un hombre ha sido compartido miles de veces. De nuevo, la humillación pública actúa como escarmiento. Te mantiene a raya, situando los límites que las mujeres bisexuales no deben sobrepasar si quieren seguir siendo bienvenidas en determinados espacios.

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La escritora Clementine Morrigan publicó un luminoso post hace unas semanas en el que decía algo que para muchas se sintió como lavarse la cara con agua fresca: “No reniego ni me distancio de mi atracción por los hombres para validar mi atracción por las mujeres o para justificar mi pertenencia a espacios queer”. Muchos hombres han instrumentalizado mi bisexualidad para fetichizarme de la peor manera y hacerme daño con ella, pero otros, especialmente mi novio Guido, la han tomado como una parte hermosa e indomable de mí misma. Desde la violencia de los primeros, pero también desde la euforia de los segundos, se construye mi bisexualidad. No pienso renunciar a lo segundo porque supondría alterar mi propia historia y devolverme a un “armario de cristal”, como decía la escritora Alana S. Portero en el pódcast Esta noche libro, a través del cual puedes ver la vida, sí, pero no tocarla.