Se suele recordar a Bibiana Aído como la ministra más joven de la historia —tenía 31 años, la misma edad que Irene Montero cuando asumió la misma cartera, el Ministerio de Igualdad—. Pero esta semana, algunas diputadas la recordaron por haber impulsado una ley para garantizar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Irene Montero destacó el maltrato que sufrió y cómo el feminismo le ha otorgado, con el tiempo, reconocimiento. Lucía Muñoz Dalda, en su intervención, también le agradecía haber sacado adelante la ley del aborto de 2010 cuya reforma acaba de ser aprobada.
En su segunda legislatura, José Luis Rodríguez Zapatero nombró ministra de Igualdad —la primera de España— a Bibiana Aído. Asumió una cartera que, dos años después, tras la llegada de la crisis económica, fue reducida a Secretaría de Estado. Poco después, Aído decidió dejar la primera línea de la política y comenzó a trabajar como asesora en ONU Mujeres Colombia, donde ahora ejerce como representante.
La ley del aborto que Bibiana Aído impulsó fue poco después recurrida ante el Tribunal Constitucional, un recurso que se acaba de resolver, 13 años después, y que avala íntegramente la norma. Hablamos con la exministra de Igualdad sobre esta decisión, pero también sobre la reforma de la ley del aborto que se acaba de aprobar definitivamente para modificar aspectos relativos a la objeción de conciencia o a la desigualdad territorial en el acceso a este derecho.

PREGUNTA. En el programa electoral del PSOE de 2008, el partido no se comprometía a elaborar una ley del aborto como tal. En aquel momento, bajo la ley de 1985, en España solo se podía abortar en tres supuestos muy restrictivos: violación, malformación fetal o riesgo para la salud física o psíquica de la gestante. ¿Por qué era necesaria una ley?
RESPUESTA. La ley de supuestos del 85 había quedado obsoleta y estaba generando problemas en su implementación. Sacar una ley del aborto no era popular pero tocaba hacerlo: iban a casa de algunas mujeres preguntándoles si habían abortado fuera de los supuestos que marcaba la ley. Habíamos detectado esos fallos que generaban problemas serios y se veía claramente la necesidad de avanzar hacia mayores garantías jurídicas tanto para las mujeres como para los profesionales. Fue una ley hecha desde la responsabilidad y desde el rigor, una ley muy consultada.
P. El borrador del anteproyecto que elaboró su ministerio era algo más ambicioso: por ejemplo, contemplaba establecer la incompatibilidad de ser objetor de conciencia y formar parte del comité clínico que autoriza o no los abortos a partir de la semana 22. El propio CGPJ en su informe recomendaba la creación de un registro de objetores. Sin embargo, todo esto no llegó a materializarse y, sin embargo, son algunos de los puntos clave de la reforma de la ley del aborto que se ha aprobado.
R. Claro, concesiones hubo que hacer muchas, como en cualquier negociación, y no por ellas evitamos que la ley fuese recurrida al Tribunal Constitucional. Hicimos la mejor ley que pudimos hacer. Hay elementos que luego se modificaron respecto al primer borrador. Mencionas este, que es importante, pero hubo que adaptarlo al contexto y a la negociación para conseguir un apoyo mayoritario.
Como decía, ya en aquel momento no era muy popular sacar una ley en materia de interrupción del embarazo, pero sí se ha visto, con el tiempo, que ha generado efectos positivos desde la perspectiva de las garantías jurídicas pero también se observa en los datos: han descendido tanto los embarazos no deseados como los abortos.
Desde luego, no creo que las leyes estén para embalsamarlas, sino que hay que evaluarlas de manera permanente y ver qué es susceptible de mejora.
P. ¿Qué considera que podía ser mejorable de la ley que usted impulsó como ministra de Igualdad?
R. La regulación de la objeción de conciencia es clave, es una asignatura pendiente en nuestro país. Y, por supuesto, regular nuevamente el derecho de las jóvenes a decidir, devolverles ese derecho. También me parece muy relevante destacar que la reforma introduce derechos como el permiso menstrual.
P. Ahora el Tribunal Constitucional acaba de resolver el recurso que interpuso el PP hace trece años. ¿Cómo valora la decisión que avala la ley?
R. El hecho de que el Tribunal Constitucional avale esa constitucionalidad es un paso muy importante: ya sabíamos que lo era, pero ahora lo dice quien lo tiene que decir. Sabíamos que era una ley correcta, hecha con valentía y rigor; una ley hecha para garantizar derechos, pero también la dignidad de muchas mujeres. Fue un avance fundamental en el derecho a poder decidir libremente sobre la maternidad. Y es que siempre hay que tener prudencia porque los derechos de las mujeres nunca podemos darlos por garantizados ni conseguidos, cualquier crisis puede hacer que se tambaleen. Como referencia tenemos lo que ocurrió en Estados Unidos con Roe v. Wade [derogación de la sentencia que blindaba el aborto como un derecho constitucional]. Eso ha metido a las mujeres estadounidenses en una máquina del tiempo llevándolas 50 años atrás. Por eso es muy importante que en España el Tribunal Constitucional haya avalado la ley.

P. Algunas diputadas recordaron su nombre y su valentía como ministra de Igualdad en las intervenciones previas a la aprobación definitiva de la reforma de la ley del aborto. La ministra de Igualdad, Irene Montero, habló del maltrato que usted sufrió y del reconocimiento que el tiempo le había otorgado. ¿Se reconoce en el término “violencia política”? ¿Describe los ataques que sufrió?
R. La mera creación del Ministerio de Igualdad molestaba tremendamente al patriarcado. En aquel momento decidimos no entrar a responder los ataques porque la realidad es que nos tocó hacer de todo a la vez: desde crear el propio ministerio hasta generar la hoja de ruta, pero también defendernos un poco de todo. La prensa de derechas nos atacaba constantemente y la de izquierdas no mostraba ninguna indulgencia. Visto con distancia y perspectiva, creo que hay que responder a todas las agresiones. Efectivamente, entonces no hablábamos de violencia política porque no existía siquiera como concepto.
Se tiende a naturalizar cuando estás dentro, es más fácil ver la violencia política cuando ya estás fuera. Recuerdo, por cierto, una conversación con la ministra Irene Montero, hace aproximadamente un año, y ella me preguntaba: “¿Cómo aguantaste tanto?”. A mí me sorprendió mucho que me hiciera esa reflexión porque veía que ella era perfectamente consciente de la violencia que yo había sufrido, pero tenía totalmente naturalizada la suya. Era más consciente de la que ejercieron contra mí que de la que ejercen contra ella.
Afortunadamente, cada vez más se está hablando de violencia política porque hay que abordarla, enfrentarla, denunciarla y poner medidas. Ya hay países donde se han desarrollado leyes específicas contra la violencia política.
P. ¿Y a qué cree que se debe esa violencia política?
R. Siempre hay un intento de retroceso cuando hay un evidente avance. Creo que es lo que sucedió cuando creamos el Ministerio de Igualdad. En aquel momento no es que el feminismo hubiera conseguido la igualdad, pero por primera vez parecía que podíamos alcanzarla. Entonces, el stablishment siempre se resiste, se revuelve, rechaza la posibilidad de ese cambio y por eso se genera ese tipo de violencia, de contrarreacción. Es un poco lo que estamos viendo también en este momento actual, donde contamos con un feminismo muy vibrante que ha empujado la agenda política, pero a la vez hay una contrarreacción por parte de determinados grupos.
Sin duda, tuvimos pocos apoyos alrededor. Entonces el feminismo era muy diferente al que tenemos ahora: casi no se podía decir que eras feminista, era incluso incómodo para la gente de alrededor que te llamaras feminista y había quienes lo cuestionaban de entrada. Creo que eso ha cambiado. Me quedo con lo positivo: desde la política pública pusimos nuestro granito de arena y abrimos un camino. Además, mereció la pena trabajar con mi equipo, que fue maravilloso. Lo hicimos todo lo mejor que pudimos y supimos, con una enorme vocación de servicio público y con una mirada feminista.