Secuestradoras de carbono: así nos ayudan las ballenas contra el cambio climático

Ballenas carbono
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Las ballenas desempeñan un papel que las hace cruciales en la lucha contra la crisis climática: secuestradoras de carbono. Durante su vida, almacenan enormes cantidades de carbono. Cuando mueren, el cuerpo se hunde en el fondo del océano sacando el carbono de la atmósfera, en la mayoría de los casos, durante siglos o incluso milenios.

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El CO2 es el principal gas de efecto invernadero de origen humano. Es decir, contribuye al calentamiento global y anualmente se baten nuevos récords de concentración de carbono en la atmósfera. Las ballenas ayudan a combatir el carbono de forma natural. 

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Según un estudio del  Santuario Marino Nacional de los Grandes Farallones (EE.UU.), los cadáveres de ballenas en el fondo del océano representan aproximadamente el 60% de la captación anual de carbono cerca de la costa norte y central de California. 

O desde otra perspectiva, considerando solo las ballenas antárticas de Brasil, han almacenado 813.780 toneladas de carbono en las profundidades. Esto supone alrededor del doble de las emisiones anuales de CO2 de un país pequeño como Bermudas o Belice, según los datos de emisiones de 2018

Captadoras de carbono: una ballena son mil árboles 

Por ponerlo en perspectiva lo que hacen las ballenas con el carbono, según otro informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), cada árbol en el mundo absorbe de media hasta 48 libras de CO2 (21 kg), mientras que cada gran ballena secuestra 33 toneladas de CO2 en promedio, lo que son 33.000 kg. 

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Es decir, cada ballena secuestra el mismo carbono que unos 1.500 árboles. 

Otro estudio que pone en valor la situación de las ballenas y el carbono, publicado en 2010 y recogido por National Geographic, cuantifica en 30.000 las toneladas de carbono que se llevan a las profundidades del mar cada año hasta ocho tipos diferentes de ballenas. 

Además, las ballenas no hacen solas esta actividad con el carbono: donde hay ballenas también habrá fitoplancton. Estas son unas criaturas microscópicas que no solo aportan al menos el 50% de todo el oxígeno a nuestra atmósfera, sino que también ayudan a capturar carbono: alrededor de 37 mil millones de toneladas métricas de CO2. 

Estas criaturas capturan cada año en carbono el valor de cuatro bosques amazónicos o 70 veces la cantidad absorbida por todos los árboles en los Parques Nacionales y Estatales de Estados Unidos, según el FMI. 

Cuando el fitoplancton muere, gran parte de su carbono se recicla en la superficie del océano. Sin embargo, algunos se hunden, enviando más carbono capturado al fondo del mar.

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La caza de ballenas 

Era 1975 y Greenpeace lanzó la primera campaña para salvar a las ballenas, más allá de su actividad con el carbono, sino de la caza que se daba, sobre todo, en los muelles de Vancouver (Canadá). Esta acción fue el primer grano de arena que desembocó en el nacimiento de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) de 1982, convirtiéndose así en el organismo mundial encargado de la conservación y gestión de la caza de las ballenas.

La caza amenazó a gran cantidad de comunidades de ballenas, sobre todo, durante los siglos XIX y XX. Las primeras protecciones llegaron precisamente de la mano del CBI pero ya en la década de 1960 y en 1986. De hecho, desde 1986 la caza comercial de ballenas está prohibida. Esto permitió la recuperación, en parte, de algunas poblaciones de casi su extinción. 

Según los datos publicados por un estudio de 2019, financiado por el Servicio Nacional de Pesca Marina de los Estados Unidos, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, el British Antarctic Survey y la Universidad de Washington, en la década de 1830 había alrededor de 27.000 ballenas jorobadas (un tipo de familia). Pero, por culpa de la caza, a mediados de la década de 1950, solo quedaban unos 450 ejemplares.

Según los datos que maneja Greenpeace, en el último siglo alrededor de 3 millones de ballenas han muerto cazadas. 

Los otros peligros para las ballenas 

Pero gracias a la prohibición de la caza comercial de ballenas en el año 1986, Greenpeace asegura que esta población ha recuperado el 93% de su tamaño original. 

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Sin embargo, todavía a día de hoy, algunas poblaciones siguen estando en peligro. La caza de ballenas ha sido reemplazada por otros peligros causados por el hombre, como la captura accidental en redes de pesca, el ruido oceánico u otras formas de degradación del hábitat, como las principales amenazas para los cetáceos.

Según el informe del FMI, si las ballenas volvieran del todo a su número anterior a la caza, se podría aumentar significativamente la  cantidad de fitoplancton en los océanos. Podría captar cientos de millones de toneladas de CO2 adicionales al año, lo que equivaldría a la aparición repentina de 2 mil millones de árboles maduros.

Fuentes