Aumentan un 50% las muertes por infarto durante la pandemia: “Los pacientes tenían miedo de ir al hospital y contagiarse”

miocarditis vacuna
Electrocardiograma | Evgeniy Kalinovskiy, Shutterstock
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Unos minutos pueden salvarte la vida. Este es el mensaje que la Sociedad Española de Cardiología (SEC) quiere transmitir a la población de cara a los próximos meses, en los que se prevé un recrudecimiento del COVID-19. Así lo explica a Newtral.es Ángel Cequier, presidente de la SEC: “Si vuelve a haber un confinamiento, es muy importante insistir en que, aunque haya más virus, por ejemplo en hospitales u otros medios sanitarios, los pacientes deben pedir inmediatamente asistencia si notan cualquier síntoma compatible con un infarto. En esta afección, cada minuto cuenta”.

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La pandemia ha tenido efectos más allá del propio coronavirus: durante el primer mes del confinamiento (de mediados de marzo a mediados de abril de 2020) el número de muertes hospitalarias por infarto agudo de miocardio han aumentado un 50% respecto a un periodo muy similar del año anterior (abril de 2019). Esta es una de las principales conclusiones de un reciente estudio publicado en la Revista Española de Cardiología sobre el impacto de la crisis sanitaria en el tratamiento de los infartos en España. 

La investigación partía de otra anterior, realizada durante la primera semana del confinamiento y liderada por el cardiólogo Oriol Rodríguez del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona. Este primer estudio arrojaba un dato relevante: en la primera semana del estado de alarma, se produjo una reducción del 40% en el tratamiento del infarto.

Para el análisis, Rodríguez y su equipo llevaron a cabo una encuesta telemática a 71 servicios de Cardiología de las 17 comunidades autónomas “donde se realizan procedimientos de ‘código infarto’”. Recopilaron datos de la semana del 24 de febrero al 1 de marzo (anterior a la pandemia) y del 16 al 22 marzo (durante la pandemia).

Según explicaba Rodríguez a Newtral.es en este reportaje, una de las razones era que “muchos pacientes tenían miedo de ir al hospital y contagiarse”: “El consejo que se daba a la población era el de que, a no ser que se encontrasen realmente mal, evitasen ir a Urgencias porque los hospitales estaban colapsados”, añadía el cardiólogo. 

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Reducción del 28% en tratamientos del infarto

En aquella entrevista, Oriol Rodríguez reconocía que la reducción del 40% en tratamientos de infartos en el ámbito hospitalario “podría deberse también a una disminución de la contaminación atmosférica, un factor que puede ser desencadenante de infartos”. Sin embargo, añadía, “esto explicaría una pequeña parte, pero no el 40%”. Su apuesta, a raíz de las evidencias obtenidas en el primer estudio, era que hubo pacientes que sufrieron un infarto y no acudieron al hospital.

Ahora, con este segundo estudio, Rodríguez y su equipo han podido detectar que, analizando no solo una semana sino un mes entero, sigue habiendo una reducción en el tratamiento de los infartos, aunque es inferior: de un 28%. “El primer estudio que hicimos era muy básico. Comparamos una semana antes del COVID-19 y otra durante el COVID-19 y detectamos una disminución drástica de los tratamientos en hospitales, un 40% y ahora un 28%”.

Este cardiólogo e investigador descarta que haya habido menos infartos, sino que “de las personas que han sufrido uno, entre un 20 y un 30% no han acudido al hospital y, por ello, no se les ha tratado”. Los últimos datos disponibles en el Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre el número de muertes por infarto agudo de miocardio son de 2018, año en el que se produjeron 14.521 defunciones por esta causa. 

Rodríguez señala que el primer estudio que realizaron “fue pionero”: “A raíz de ello, ya se ha replicado en otros países como el Reino Unido, Estados Unidos, Italia o Francia. Sus porcentajes sobre la reducción del tratamiento del infarto en hospitales es muy similar: en todos ellos, ha habido una disminución de entre el 30 y el 40% de pacientes que consultaban por un infarto”.

¿Por qué ha aumentado la mortalidad?

El nuevo registro, en el que han participado 75 hospitales españoles, ha comparado los procedimientos, los resultados hospitalarios y las características de los pacientes, que fueron separados en dos grupos: según se les hubiera tratado antes o después de la pandemia. En el primer grupo se incluyó a aquellos pacientes tratados desde el 1 de abril al 30 de abril de 2019; en el segundo, a los que fueron atendidos entre el 16 de marzo y el 14 de abril de 2020.

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Entre el 1 de abril y el 30 de abril de 2019, fueron atendidos 1.305 pacientes, de los cuales fallecieron un 5,1%; entre el 16 de marzo y el 14 de abril de 2020, fueron atendidos 1.009 pacientes, de los que murieron un 7,5%. Esto implica un aumento de la mortalidad del casi 50% respecto al periodo del año anterior con el que se comparan los resultados. 

“Esto indica que la pandemia ha tenido un tremendo impacto sobre la mortalidad aguda por infarto. En concreto, la mortalidad hospitalaria por esta causa prácticamente se ha doblado durante la pandemia frente al periodo previo”, explica Oriol Rodríguez. 

El estudio también demuestra que, una vez el paciente pide asistencia sanitaria, no ha habido diferencias significativas entre el tipo de tratamiento (angioplastia primaria) y el tiempo en recibir ese tratamiento antes y durante la pandemia: “Esto significa que, a pesar de lo tensionado que estaba el sistema de salud, la respuesta ha sido buena. Significa que las causas no responden tanto al colapso de los hospitales como a otros factores”, apunta el cardiólogo.

Ángel Cequier, presidente de la SEC, alega dos principales motivos para que la mortalidad se haya duplicado: “Han llegado menos pacientes, es decir, en torno a un 28% menos ha pedido ayuda, y los que sí han llegado al sistema hospitalario, lo han hecho con retraso, es decir, han pedido ayuda más tarde de lo habitual”. 

Y es que la investigación publicada por la Revista Española de Cardiología también recoge un aumento en el tiempo de isquemia (es decir, los minutos que transcurren desde que se inician los síntomas hasta la primera asistencia médica). Según el estudio, antes de la pandemia el tiempo medio en el que el paciente pedía ayuda era de 200 minutos, pero en la pandemia alcanzó los 233 minutos.

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Infarto y tiempo: cuanto antes se pida ayuda, mejor

“Hay una clara relación entre el retraso a la hora de tratar al paciente y el aumento de mortalidad”, apunta Cequier. “En esta afección, el tiempo de evolución determina el pronóstico: cuanto antes se abra la arteria, mejor. Media hora de retraso es muchísimo en un infarto”, añade.

El presidente de la SEC también señala que “el miedo al contagio ha sido un factor muy relevante”: “Muchos no han llegado siquiera a pedir asistencia, pero los que sí la han pedido lo han hecho al ver que la gravedad aumentaba o que el dolor continuaba. Y aun así, la petición se ha retrasado de media 33 minutos”. 

Según Oriol Rodríguez, el hecho de que pacientes con un infarto agudo de miocardio hayan llegado más tarde y, por tanto, más graves es una de las razones por las que también podría haber aumentado la mortalidad: “El pronóstico era peor y, por tanto, la efectividad del tratamiento puede ser menor”. Por otro lado, añade el cardiólogo, “los pacientes que tenían COVID-19 como algo añadido al infarto presentan una mortalidad más alta”.

Según el estudio, solo el 6,2% de los pacientes atendidos con infarto presentaban infección confirmada por el nuevo coronavirus. “Aunque es algo a tener en cuenta, el hecho de que hubiese pacientes con COVID-19 no explica este incremento tan alto en la mortalidad”, resume Rodríguez.

Imagen: Shutterstock

En un contexto de pandemia, la propia idea de bienestar podría haberse visto modificada. Ángel Cequier apunta que “en los meses más duros del confinamiento, es muy posible que haya habido pacientes que han relativizado sus síntomas”: “Es probable que, en una situación normal, los mismos síntomas de infarto se relativizasen menos y, por ello, se pidiese ayuda antes”.

En este sentido, Oriol Rodríguez contempla la posibilidad de que algunos pacientes confundiesen los síntomas de una afección con otra: “El mensaje que llegaba era el de que tenías que estar muy, muy mal para ir al hospital, que te tomases un paracetamol e hicieses reposo. No descarto en absoluto que haya habido gente que haya interpretado los síntomas de infarto con los de COVID-19 cuando todos estábamos hipervigilantes sobre si podíamos estar contagiados. Y eso se suma al miedo al contagio: hemos tenido pacientes que, cuando les hemos preguntado por qué tardaron tanto en pedir ayuda, nos decían que es que les daba miedo venir al hospital”. 

Por ello, este cardiólogo insiste en la importancia de contactar con los centros hospitalarios cuanto antes: “La mortalidad del infarto es bastante superior a la mortalidad del COVID-19. Y ahora estamos ante un escenario factible de que volvamos a estar como estábamos en marzo. Por eso, si alguien sospecha que tiene un infarto, lo primero que tiene que hacer es solicitar ayuda médica. Eso hará que disminuya la mortalidad”.

Reducción también en el número de ingresos por ictus

El pasado abril, la Sociedad Española de Neurología (SEN) publicaba un comunicado en el que alertaba de que “el número de ingresos por ictus podría haberse reducido durante la crisis por COVID-19”: “Según los datos obtenidos de una encuesta que la Junta Directiva de la SEN ha llevado a cabo en 18 hospitales de 11 comunidades autónomas, en el mes de marzo podría haberse reducido hasta en un tercio el número total de ingresos por ictus respecto al mes anterior (febrero de 2020). Ante estos datos, la SEN recuerda que, independientemente de la situación actual, es muy importante que los pacientes no retrasen su llegada al hospital por miedo a utilizar los servicios de urgencia o acudir a los centros sanitarios”.

Así, este organismo advertía de que cada año en España cerca de 120.000 personas sufren un ictus, “de las cuales un 50% queda con secuelas discapacitantes o fallecen”, recordando que “la atención neurológica urgente y el tratamiento adecuado en unidades de ictus pueden reducir las consecuencias devastadoras”. 

Según la médica María Alonso, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología, “el retraso en la llegada al hospital para recibir el tratamiento adecuado es uno de los factores que más negativamente influyen en el pronóstico de esta enfermedad”.