Este artículo es el primero de una serie sobre cómo permea la retórica reaccionaria en el feminismo. Aquí puedes leer el segundo sobre femcels y heteropesimismo, y aquí puedes leer el tercero y último sobre sexofobia.
Nada más nacer, mi hijo reptó hacia mi pecho y se agarró a él. Aquella criatura parecía empeñada en seguir apurando mi cuerpo también desde el exterior. Le dejé ahí y la matrona que había atendido mi parto dijo que succionaba de maravilla, con ansia. Aquella palabra me encantó. Ansia. Mi hijo llegó hambriento al mundo y me parecía el mejor presagio. Al día siguiente, en planta, dije que quería hacer lactancia mixta: teta y biberón de fórmula. A los cinco minutos una enfermera entró en mi habitación. “Me han dicho que quieres hacer lactancia mixta. ¿Qué pasa, tienes que trabajar o algo?”. No supe responder. Así que ante mi silencio, inquirió: “¿Y qué vas a hacer? ¿Le vas a introducir ya el biberón o cómo?”. Le expliqué que había pensado darle solo teta hasta que me subiera la leche y a partir de entonces introduciría el biberón. “O sea, una semana de lactancia materna exclusiva. Bueno, eso que se lleva tu hijo”, respondió.
De repente parecía tener en vivo y en directo a una de esas influmamis de TikTok para las que toda su vida gira alrededor de las infinitas necesidades del bebé. Pero mi cabeza acabó de quebrar cuando una conocida de redes me escribió por Instagram para decirme que dar la teta era anticapitalista y liberador. Pensé en Silvia Federici y su más que clarividente “eso que llaman amor es trabajo no pagado”. Y me pregunté cómo una recomendación de la OMS se había convertido en una prescripción feminista. Aunque los feminismos renieguen del fenómeno tradwife —del inglés, traditional wife, es decir, esposa tradicional—, la realidad es que este reaccionarismo ha permeado ciertos discursos. La glamurización de Ballerina Farm y tu amiga mirándose doscientos vídeos de TikTok sobre “crianza respetuosa” no son hechos casuales que suceden al mismo tiempo, sino que son fruto del auge de las políticas antigénero que promulgan la vuelta a la familia nuclear tradicional.
Contexto: unos apuntes sobre el fenómeno tradwife
La ideología que promueve la familia tradicional y la división sexual del trabajo viene de lejos. Ya en los 60, el libro Fascinating Womanhood, de Helen B. Andelin, preparaba a las mujeres para ser buenas esposas, y había grupos organizados que promovían estas ideas. Así que como explica el antropólogo e investigador Devin Proctor, de la Universidad de Elon, no hay un resurgir como tal “porque siempre han estado ahí”. Como señala Proctor, desde hace décadas hay todo un intento por fomentar “la esencia femenina, que está construida alrededor del confort de los hombres y para el servicio de estos”.
De lo que sí hay una explosión es del fenómeno en internet como tal, muy vinculado al bienestar, los cuidados y la maternidad. Utilizan estos elementos que, digamos, interpelan a todo el mundo de una u otra manera para crear contenido. Aparentemente hacer bizcochos en casa para tus hijos no tiene nada de malo, pero cuando esto se convierte en una tendencia global, vinculada además a una estética muy concreta, la cosa empieza a ser preocupante. De hecho, las tradwives no son esposas tradicionales al uso, pues en realidad tras esa forma de vida lo que hay es un negocio. Así que su modo de vida no es tanto el cuidado del hogar en sí como monetizar el contenido sobre las tareas del hogar. Aunque promulgan que las mujeres se puedan dedicar exclusivamente a los cuidados, ellas mismas son empresarias.
La investigadora Charity L. Gibson, autora de este fantástico libro sobre la ideología de las maternidades sobreprotectoras, apunta algo muy importante, que es que hay quienes argumentan que el fenómeno tradwife “es, en esencia, anticapitalista porque depende menos de los bienes de consumo y del empleo fuera de casa”. Esto no es cierto, como advierte Gibson, porque “estos estilos de vida aparentemente tradicionales han sido convertidos en empresas lucrativas”. Pero, añado, aunque no fuesen empresarias, qué hay más capitalista que encerrar a las mujeres en casa a hacer trabajos como el de la crianza de forma gratuita.
Una de las cosas de las que advierte Devin Proctor en esta publicación científica es de la complejidad del fenómeno tradwife: no todas son explícitamente ultrarreligiosas ni supremacistas blancas, como tampoco todas son antifeministas. Es verdad que tienen características en común, como señala Proctor: “Muchos hijos, matrimonio cishetero, trabajo doméstico, cocinar todo desde cero, afiliación religiosa conservadora…”. Pero precisamente porque a menudo su contenido parece inocuo y hasta neutral hace que sea tan difícil darse cuenta del caladero de reaccionarismo que es. Hay tradwives que promueven abiertamente valores contrarios a la igualdad, como Alena Kate Pettitt o Estee Williams, pero otras, como Ballerina Farm o Nara Smith, simplemente naturalizan el rol cuidador femenino presentándolo como algo glamuroso, accesible y deseable.
De hecho, como apunta Proctor, la comunidad tradwife online inicial no era tan glamurosa. “El contenido era casi en su totalidad sobre el ‘rol’ de la mujer, en términos de servicio a la familia y obediencia al esposo. Esto iba acompañado de referencias políticas explícitas que abarcaban desde el conservadurismo hasta el supremacismo blanco y el fascismo. Pero esto sucedía cuando eran un pequeño nicho en las profundidades de internet”, explica el antropólogo e investigador. Ahora que algunas de estas influencers como Ballerina Farm tienen una plataforma tan grande, no pueden permitirse dirigirse a un nicho tan pequeño, por lo que cierto discurso se diluye en un escaparate de bollería masa madre y cocinas de madera. Quizá no dicen que hay que servir al marido, sino que el mensaje es más sutil. Por ejemplo, “hoy a Pablo le apetecía comer…” una y otra vez.
La madresfera y las exigencias interminables
Nadie esperaba que el “yo me quedo en casa” popularizado durante la peor época de la pandemia de covid se volviese tan literal. La realidad es que aquel encierro forzado propició una nueva forma de entender el hogar. Teníamos nuestras cuatro paredes… e internet. Como dice Devin Proctor, “algunos de nosotros tuvimos que educar en casa a los niños por primera vez, vimos vídeos sobre encurtidos y repostería, probamos nuevos consejos de limpieza y organización, y encima de todo esto, la estética del cottagecore [la vida rural, en contacto con la naturaleza] acababa de hacerse popular”. De alguna manera, nos vimos obligados a parar, a no ser tan productivos, encontrando tiempo para cocinar, hacer deporte, descansar, leer. Y esa necesidad, aunque trágica por las circunstancias pero que dio cierto poso de lentitud a la vida, fue instrumentalizada por la comunidad tradwife, que vio una ventana de oportunidad para idealizar una vida más centrada en el hogar que en la oficina, como apunta en este paper la investigadora Laura Jane Bower. Muchas madres —afectadas por la tensión capital-vida, las dificultades para conciliar y la sensación de que hagan lo que hagan, sus carreras se ven lastradas— se sumaron a esta reivindicación entendible y oportuna.
Así se expandió lo que Proctor llama madresfera, una comunidad online que se caracteriza por adaptar la vida a las necesidades del bebé, poniendo sus necesidades en el centro, y que ha hecho suyos conceptos como “crianza respetuosa”, “lactancia natural” o “apego”. La madresfera no deja de ser un lugar de encuentro para poner en común los malestares asociados a la maternidad, acompañarse en la soledad puerperal y rescatar la crianza del silencio y de la invisibilidad masculina. Pero, desde mi punto de vista, ha acabado por ser en muchos casos un lugar de enunciamiento sobre la buena maternidad, atribuyéndose a sí misma una especie de altura moral que combina cierta nostalgia por un pasado en el que las mujeres tenían más tiempo para criar —puesto que no estaban incorporadas al mundo laboral y la maternidad estaba aún más institucionalizada— y cierto adanismo —de alguna manera parece que nunca nadie ha criado antes y que son las primeras en vislumbrar cuestiones que no habían sido atendidas—.
Y es aquí donde hay un portal de conexión entre las tradwives y la madresfera: el cansancio maternal cronificado ante las contradictorias demandas sociales produce un desencanto que resulta valioso para las narrativas esencialistas de las tradwives que acaban por cobrar sentido y, por tanto, terminan permeando los foros y blogs de madres. En resumen: cuando sientes que has fracasado tanto en tu papel de trabajadora como en tu papel de madre porque no llegas a nada, lo único que quieres es que alguien legitime tu frustración. Como explica Charity L. Gibson: “Primero, hay un desencanto con el industrialismo y un regreso a la conexión con la tierra y los lazos familiares. Pero también hay una insatisfacción de las mujeres dentro de algunas afirmaciones de feministas radicales que siguen sosteniendo que las mujeres deberían distanciarse de la domesticidad”. La experiencia de la maternidad se sitúa así en una encrucijada de discursos, juicios y expectativas que resumiría en: sé madre pero no seas solo madre.
- Un apunte: muchas mujeres que sienten que su identidad ha sido fagocitada por la maternidad encuentran en las narrativas de la girlboss —mujeres que equiparan la liberación femenina a alcanzar el poder político y empresarial— un espacio de entendimiento y validación, llegando a demonizar la crianza, pues la consideran un obstáculo en su carrera profesional. Sin embargo, el momento político actual busca un retorno de las mujeres al hogar y su consecuente expulsión de la esfera pública, por lo que este fenómeno no está estableciendo a día de hoy una hoja de ruta reaccionaria tan evidente, como señala esta publicación.
Ya expliqué aquí cómo una buena parte de la madresfera —a través de creadoras de contenido e influencers— está creando estándares imposibles sobre el cuidado de nuestras criaturas, tratando de convencernos de que siempre hay algo nuevo que aprender y siempre hay una única manera correcta de hacerlo. Incluso el lenguaje es chantajista, como señalaba la periodista Alba Correa: “Los discursos actuales son prescriptivos y peligrosos porque juegan con la culpa. Son discursos en los que hablan, por ejemplo, de ‘crianza respetuosa’, por tanto, si tu crianza es respetuosa, significa que las demás no lo son. Lo mismo con el apego; si tu maternidad es con apego, significa que las demás maternidades son desapegadas. Es injusto porque están utilizando un nombre amplio y generoso para designar prácticas muy concretas en realidad”.
La maternidad como forma de validación de las mujeres indecentes
Hay muchas maneras en las que la sociedad nos invita a bajar el tono, pero una de las principales es, sin duda, a través de la apariencia. La imposición de la estética denominada “natural” a través de tendencias como el lujo silencioso, el make up-no make up o la clean girl evidencian que estamos en un momento de máxima penalización de la estridencia femenina porque se busca nuestro mutismo. Aumenta la hipervigilancia sobre nuestra conducta y con ella, nuestra propia sensación de estar siempre saliéndonos de la raya porque siempre habrá alguien dispuesto a señalar nuestro exceso. Una sensación que es profundamente incómoda de habitar y que a menudo nos lleva a buscar el perdón.
La maternidad se torna, entonces, una de las formas más efectivas de validación femenina. Pienso mucho en mujeres que recibieron un correctivo social de dimensiones saturnales, como Britney Spears o Pamela Anderson. La primera siempre alude a Sean Preston y Jayden James para desempañar la imagen de niñata insolente y golfa que de ella persiste en el imaginario colectivo, con hiperbólicas manifestaciones de cariño y entrega. Y la segunda ha insistido en varias ocasiones en que consiguió salir adelante porque sus hijos la salvaron. Las entiendo perfectamente porque cuando te han acusado tantas veces de ser una guarra, acabas por creértelo. Y cumplir con el decálogo de la buena madre es un billete para pasar de ser una mujer indecente a una decente.
En este sentido, me gusta mucho lo que señala la investigadora especializada en femmefobia Rhea Ashley Hoskin, de la Universidad de Waterloo: “Es lo que algunos teóricos de género a veces llaman un “dispositivo de alineación” (straightening device). Los dispositivos de alineación son herramientas sociales para ajustar a las personas a las normas sociales. Para las madres cuya feminidad es vista como ‘excesiva’, existen presiones sociales para que ‘se alineen’ con expresiones de feminidad más moderadas, contenidas o tradicionales, o corren el riesgo de ser vistas como malas madres”.
Hoskin ejemplifica esto con la estética maternal, cuya ropa “tiende a ser de colores apagados, beige, sin brillos, y extremadamente anticuada”. “No hay vibrancia, ni estilos fieros. Esto comunica una presión social para hacer la transición de la ‘feminidad excesiva’ a la maternidad a través de lo que está disponible para comprar, y eso sirve como un tipo de dispositivo de alineación de lo excesivo a la feminidad de la maternidad ‘aceptable’”, añade la investigadora.
Esa transición tiene un coste. Porque una buena madre no solo ha de serlo, también parecerlo. Y la apariencia es esa primera concesión que se ha de realizar. Por eso, mientras muchas madres creadoras de contenido idealizan la despreocupación estética porque eso denota tu entrega absoluta a la crianza, muchas tradwives aprovechan para promover una feminidad encorsetada que ensalza la discreción. Aunque aleguen motivos diferentes, el resultado es el mismo: estandarizar la expresión de género y pasar a un segundo plano la búsqueda individual de la belleza porque es tiempo que no pierdes en ti y que puedes usar para el bienestar del bebé.
Así coopta la reacción la demonización de la maternidad
Dice Rhea Ashley Hoskin que “en tiempos de agitación política e incertidumbre, las personas recurren a los valores conservadores”. “No es difícil mirar atrás a un pasado no tan lejano con cierto anhelo, desear tiempos más simples en los que podíamos sentirnos recompensados por el trabajo duro que hacemos y vivir una vida cómoda. En cambio, nos enfrentamos a una economía de trabajos temporales, inseguridad laboral y personas que aparentemente trabajan más duro por menos”, añade.
Esto me hace pensar en cómo a menudo se proclama que el feminismo es liberador. Y decididamente lo es. Pero lo liberador no implica que sea necesariamente fácil. A veces, es inevitable cierta sensación de desazón, de incomodidad e incluso de desencanto. Es normal que estemos hartas y cansadas. Y esas dos emociones le van muy bien a la retórica reaccionaria. Las tradwives se presentan así como un regazo de consuelo. En un mundo que todavía penaliza la maternidad y la feminidad, ver a una mujer bellísima hacer pasteles para sus criaturas es bastante seductor. Si todavía a día de hoy desde ciertos sectores feministas se promulga que la maternidad es la tumba de la libertad femenina y que la feminidad nos convierte en alienadas patriarcales, los discursos que validan nuestra identidad adquieren una poderosa lógica. Como señala Hoskin, todavía se percibe lo femenino como una forma de subordinación, desdeñando lo asociado con estos universos (como los cuidados). Es entonces cuando las tradwives impugnan ese discurso al señalar que ese trabajo y esas habilidades son importantes y valiosas. El problema es que ese valor que le otorgan va estrictamente vinculado al matrimonio y a la heterosexualidad. Así que la lógica acaba por ser profundamente tramposa.
Cuando gran parte de la madresfera recoge parte de ese discurso y lo empaqueta con el nombre “nuevas maternidades” o “maternidades feministas”, tenemos un problema. Ya no solo porque está expulsando de la categoría “madre” a todas aquellas mujeres que no cumplen la extensísima lista de tareas, creando un estándar imposible de crianza y haciéndonos sentir de nuevo culpables y frustradas, sino porque se alinea con uno de los principales objetivos de las tradwives: hacernos creer que los niños son nuestros y solo nuestros, y que como con su madre no van a estar con nadie. Como propone la pensadora Sophie Lewis, los niños forman parte del mundo y el mundo de ellos. Por tanto, lo familiar debería ser en todo caso más bien un organismo popular que una unidad concreta.
Gran parte del malestar que experimenté durante el embarazo y el posparto provenía de la cantidad ingente de cosas que parecían depender exclusivamente de mí. Ya no solo dar el pecho, que bastante es, sino otras como el afecto, la seguridad y el confort. En el hospital le impidieron a mi novio que hiciese el piel con piel con su propio hijo hasta que no hubiese pasado al menos una hora. Según la enfermera, había que procurar que se acostumbrase a mí todo lo posible para que no rechazase el pecho y porque, cito textualmente, su vínculo principal debía ser yo que era la madre. Y así con todo: si quería que se agarrase al biberón con facilidad, debía dárselo yo para imitar la sensación del amamantamiento; si quería que durmiese bien tenía que ser conmigo porque, al fin y al cabo, había estado nueve meses dentro de mí; si quería que se calmara, debía acunarlo yo porque es con quien pasaba más tiempo al ser su principal alimentadora. Las recomendaciones científicas se acababan mezclando con consejos arbitrarios y hasta con cierto pensamiento mágico, dando lugar a un amasijo de deberes donde todo es urgente e importante. La imposibilidad de desgranar qué es imprescindible y qué no acaba por dejarte exhausta porque no hay manera de priorizar ni de delegar. Esa hiperresponsabilidad es la que nos lleva a entender la maternidad como una fuente inagotable de pruebas a superar. Una comienza proponiéndose coger solo 500 gramos en cada mes del embarazo, como te ha estipulado la matrona, y acaba por hacerse un tour de paritorios y otro de guarderías a pesar de que no cree en la libre elección sanitaria ni educativa. Pero todo esfuerzo resulta insuficiente para ese proyecto personal en el que se ha convertido tener un hijo.
La sobredimensión de las necesidades del bebé asociadas a la maternidad es una trampa familiarista propiamente tradwife en la que acabamos cayendo al pensar que, en efecto, solo la familia nuclear, especialmente las madres, saben qué es lo mejor para el bebé. De hecho, es comprar el discurso de la extrema derecha de que los hijos pertenecen a los padres. Por eso, cuando cierta izquierda compra el discurso antiniños porque considera que eso es combatir el natalismo, solo puedo pensar en cómo el fascismo se frota las manos al ver cómo estos están desresponsabilizándose de la crianza colectiva. Y ahí estarán ellos para hacer ese trabajo.
Creo que con las exigencias de la maternidad muchas de nosotras nos sentimos incomprendidas, pues es habitual que en nuestro entorno no haya tanta gente con hijos y nuestras amigas sin hijos no entiendan por qué de repente los ingredientes del detergente con el que lavas la ropa del bebé adquieren tanta relevancia. Así que buscamos en la madresfera a otras mujeres con preocupaciones similares que acompañan en lo fundamental pero que también terminan por reforzar aún más esa individualidad en la crianza. El resultado es que acabamos aislándonos de nuestro entorno habitual, que no ha sabido ver las fuerzas que operan en todo este asunto. Nos echamos entonces a los brazos de las turbomadres influencers, que han acabado por ser referentes y casi guías espirituales. En mi caso, la asfixiante idea de ser quien debía responder todas las preguntas —no solo las mías, sino las de mi hijo— me colocó en un lugar de inquietud y pena. Pero con el tiempo he aprendido que no es necesario saberlo todo, basta con saber algo más.
Empiezo reconociendo que no soy imparcial: soy de extrema derecha y machista, pero bueno, tampoco la autora del artículo es imparcial porque es feminista.
He estudiado medicina y en pediatría nos dijeron que la lactancia materna es insustituible. Yo creo que exageraban porque es un hecho que muchos bebés se han criado con biberón y no se les ha "fastidiado" su vida de adultos, pero aunque comprendo que a muchas/os no les guste, es que la naturaleza humana es como es, y no aceptarlo de manera radical a lo que podría llevar es a la extinción de la especie humana. Y he leído que eso es lo que desean algunos.
Para empezar, las que se quedan embarazadas son sólo las mujeres. Por desgracia el embarazo es una sobrecarga y el parto una tortura que incluso puede llevar a la muerte de la madre. Afortunadamente la ciencia ha avanzado, se ha inventado la analgesia epidural y hoy en día morir en el parto es rarísimo. Pero o las mujeres aceptan tener hijos con todo lo que ello trae consigo o la humanidad se extinguirá.
A los hombres la naturaleza no nos exige casi nada en la reproducción: tan sólo eyacular en la vagina. La carga puede venir después del parto al criar a los hijos, pero una vez más, la naturaleza humana es como es. O la aceptamos o nos extinguimos. No hay que ideologizar la cosa: la evolución nos ha hecho como somos.
Y mire, yo estoy de acuerdo en que los hijos no son propiedad de los padres, pero mucho menos del Estado ni de otras instituciones que algunos están creando. Pero el Estado está para unas cosas y la familia para otras. Lo ideal para un niño es criarse en una familia nuclear, estable, en que el padre trabaja para traer un sueldo y la madre es ama de casa.
Eso se lo he leído a una psicóloga que afirmaba que eso lo saben los psicólogos, pero que no lo dicen en alto para que no les llamen machistas.
Una vez más, como con el biberón, no hay que exagerar. La propia psicóloga era madre y trabajaba como psicóloga.
Pero creo que la familia tiene sus derechos y deberes y el Estado también. Y los padres son los que tienen el derecho a elegir como educar a sus hijos. Comprendo que hay casos excepcionales en que no se puede permitir que unos padres eduquen a sus hijos en la delincuencia por ejemplo.
Pero en estos tiempos de exaltación ideológica se está cayendo en el abuso de que sea el Estado el que adoctrine ideológicamente a todos los hijos sin tener en cuenta a los padres.
Vaya, una vez más se demuestra que el feminismo busca la libertad de la mujer para hacer lo que quera, hasta que una mujer decide hacer lo que quiere, pero no coincide con vuestro discurso anti-familia, entonces esta mujer es poco menos que fascista. Oléis a rancio desde lejos.
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¿Quieres que prohíban a todos lo que no piensen como tú? Das vergüenza ajena.
Me gustaría saber por qué dices que los hijos no pertenecen a los padres (madre y padre)
Eso es tan obvio como que el sol sale por la mañana.
¿De quién son los hijos entonces?
Esto no es cuestión de ideología y no tiene que ver con la ultra derecha ni la ultra izquierda.
Es cuestión de biología.
Los hijos los engendran, paren y cuidan los padres. Los padres son los que más los aman.
No sé cómo algo tan obvio se puede poner en duda.
Parece que hay que explicar lo evidente
Como siempre, eres el machismo personificado. Nadie, y mucho menos en el feminismo, se toma en serio a las cuatro frikis que salen en las redes jugando a ser madrecitas de los años 60, con la falda de volantes y el pastel en el horno. Que tú creas que eso ha tenido algún calado en el feminismo habla solo de ti y de tu oscura visión e intentos de dinamitar al feminismo.
Que no entiendas la importancia de que el personal sanitario promueva la lactancia materna es solo problema tuyo, infórmate. De qué demonios te quejas, si lo que está mal visto, y lo que produce problemas laborales y sociales a las mujeres es precisamente dar el pecho. Mezclas churras con merinas, no sé si por verdadero desconocimiento o por tu constante ataque al feminismo. Pero el feminismo seguirá luchando por que las mujeres podamos tener una vivencia consciente e informada de las experiencias que son intrínseca y exclusivamente femeninas. Aunque os pese, porque ya parece que todo es tan líquido y tan relativo que ni vamos a a saber al final qué es una mujer.
Ya lo de la crianza respetuosa clama al cielo, porque ni siquiera es algo relacionado solo con la maternidad. Se hace evidente que no conoces sus bases en la teoría del apego de Bowlby, ni la importante contribución en las últimas décadas que ha supuesto el estudio del desarrollo cognitivo y la neuropsicología infantil —gracias a lo cual sabemos que no, que no sobredimensionamos sus necesidades, sino al contrario—, sumado a metodologías pedagógicas que han venido felizmente a señalar que íbamos por muy mal camino y que podemos hacerlo mejor para dar a la infancia el lugar que merece en la sociedad. Tergiversar esto para hablar mal del feminismo es una pirueta argumental estratosférica.
*Un apunte: no existen las ma/paternidades sin apego. Pero para saberlo habría que informarse sobre lo que se habla, usted o sus fuentes. Lo que se ha observado (consulte un poco de literatura científica, no hace daño) es que hay tipos de apegos, que sostenidos en el tiempo producen resultados distintos en la personalidad y gestión emocional del niño. Para disentir de estas investigaciones, tengan el respeto al menos de hacerlo con un mínimo de conocimiento, y no quedar en evidencia como opinadoras de barra de bar.
En conclusión, todo mal, aunque no sorprende en esta autora, que es muy reaccionaria.
Pa reaccionario tu comentario
No es reaccionaria, es lo que pensamos todas, somos tradicionales porque es lo natural, el "wokismo" impuesto por las que todas sabemos nos lleva a la degradación moral y familiar.
En mi barrio somos todas "tradwifes" nos reunimos los viernes por la tarde para seguir evolucionando a la perfección.-
Vaya, qué pena. Le has dado la vuelta a palabras maravillosas como el apego y crianza respetuosa. Siento las experiencias que hayas tenido y te doy la razón en que hay muchos malos ejemplos en internet, pero los conceptos bases bien aplicados son maravillosos. Esas palabras no se ven solo al lado de la maternidad sino también de la paternidad.
Y es una pena que frivolices con la lactancia materna, que lleva consigo muchas otras cosas, pero no deja de ser lo mejor a nivel nutricional para la infancia, otra cosa es que la sociedad no sea capaz de soportar y permitir la conciliación que se necesita. De cualquier forma, como todo, al final es una opción y cuando entras en la maternidad, aprendes a no juzgar. Cada persona hace lo que puede con los medios que tiene.
Madres que quieren lo mejor para sus hijos, qué locura ¿eh? Lo siento por el tuyo, que no tiene la culpa de que su madre sea una loca misándrica.
Noemí, no puedes ser más gilipollas y sectaria. Tú a mí no me vas a decir cómo criar a mis hijos . ¿Qué es eso de la crianza en común? ¿Somos familia? ¿Te has fumado la compresa? Y el que no piense como tú no es fascista. Los que van de tolerantes... ja, ja, ja.
Tu violencia verbal me hace vomitar, Sergio.
Y cómo se avecina la segunda parte? cuando los bebés dejen de serlo?