Feminismo y Torre Pacheco: cuando señalar que “todos los hombres son violentos” es terreno fértil para la xenofobia

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Cada vez que grupos nazis y/o de extrema derecha se organizan para ejercer violencia, hay algo sobre lo que se nos pide que reparemos: que todos los miembros de esos grupos son hombres. Hay una insistencia desde ciertos ámbitos feministas en elevar esa cuestión al frente del problema. De alguna manera sirve para sumar legítimas razones a la causa feminista, pero en el fondo lo que se está proponiendo principalmente es crear una frontera no geográfica, sino sexual: “Los hombres son violentos por naturaleza, nosotras no” es la cuestión que subyace. 

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Y esto, aunque tenga buena acogida dentro de sectores progresistas, es terreno fértil para la xenofobia: “De decir que los hombres son violentos a especificar que los hombres magrebíes son violentos hay un paso muy corto”, como señala el jurista e investigador Curro Peña Díaz, especializado en derechos humanos. Porque cuando viertes la sombra de la sospecha sobre todo un grupo, después es muy difícil evitar la criminalización de una parte de él. 

Estos días que vemos “cacerías” —empleando la propia nomenclatura usada por grupos supremacistas como Deport Them Now UE— contra la población magrebí y musulmana de Torre Pacheco, no deja de sorprenderme la reiteración de que la masculinidad es el problema como si el “racismo antimoro”, en palabras de la escritora Safia El Aaddam sobre lo que está ocurriendo en el municipio murciano, fuese una cuestión secundaria.

Una publicación de Femen España directamente se preguntaba: “¿Quién se preocupa de cómo impacta esta situación [la violencia supremacista blanca en Torre Pacheco] en las mujeres y personas LGTBIAQ?”. “Ahora mismo la calle es de esos hombres encapuchados que empuñan machetes, dejando a mujeres y personas LGTBIAQ expuestas a la violencia más radical”, añadía el post

Y digo que resulta sorprendente porque estas “cacerías” se están coordinando y ejerciendo principalmente contra hombres —adolescentes y adultos— magrebíeseste tema de mi compañero Guillermo Infantes es imprescindible para entender lo que está sucediendo—.

Tras la agresión a Domingo Tomás, la primera paliza fue a un chico español de 14 años de ascendencia paterna marroquí. Por supuesto que cuando los nazis salen a la calle prácticamente nadie está a salvo. Pero en este caso la emergencia es clara: el supremacismo blanco está delimitando quién es un hombre y quién es un animal

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Y en esa ecuación, la violencia física es un correctivo dirigido hacia los hombres moros, donde ser moro es lo contrario a ser un hombre respetable, digno y con derechos. Por eso conviene sacar a relucir que las políticas antigénero que promueve la ultraderecha en realidad no solo van dirigidas a restar derechos a las mujeres, sino a deshumanizar también a los hombres extranjeros porque estos amenazan la identidad grupal masculina.

Sí, tenemos un problema con la violencia como ritual para reforzar la identidad grupal masculina. Como expliqué en este reportaje de la mano de expertas, la violencia puede ser un fuerte factor de consolidación para la unión y cohesión de la masculinidad hegemónica. Josh Roose, sociólogo y politólogo, profesor en la Universidad Deakin e investigador en masculinidad, violencia y movimientos extremistas, señalaba que las manifestaciones ultra o las “cacerías” son “exhibiciones performativas e hipermasculinas que pueden ayudar en la construcción de un vínculo ‘solidario’ entre los asistentes”.

Reconocer esto no solo es necesario, sino urgente. Y quiero dejarlo claro para que los negacionistas del feminismo no instrumentalicen este texto para negar que las mujeres sufrimos una violencia desmedida y específica ejercida principalmente por hombres. Pero la insistencia en momentos de alarma social de que el principal grupo victimizado es el de las mujeres, teniendo en cuenta solo el eje género, es reaccionario porque refuerza la idea de que las mujeres somos de por sí vulnerables y los hombres no. En esa insistencia en que “los que ejercen violencia en Torre Pacheco son hombres” de alguna manera se minimiza la violencia que están sufriendo hombres magrebíes y musulmanes. Como si por ser hombres fuesen invulnerables. 

Ocurre algo similar cuando en el marco de la violencia sexual se saca a colación que los hombres bisexuales y gais también la sufren. Siempre hay feministas que sueltan: “Pero ¿y quiénes son los agresores? Hombres”. Como si al ser una cosa “entre hombres”, las víctimas masculinas fuesen menos víctimas. Porque, en el fondo, como los hombres no se enfrentan al machismo, resulta fácil despreciar otras formas de violencia que sí se ejercen hacia ellos. Y porque el sexismo benevolente sigue atribuyendo una categoría de especial protección, casi infantil, a las mujeres. 

Las políticas antigénero se dan la mano con la xenofobia

En relación a las políticas antigénero, no solo hablamos de perpetuar la división sexual del trabajo, sino de mantener a salvo la idea de civilización y, con ella, la de la familia. Como explicaba la autora de este paper publicado en 2018, “los grupos antigénero consideran que la familia blanca está desmoronándose, por lo que necesitan apoyo para mantener la nación blanca, mientras que las familias migrantes y refugiadas son retratadas como responsables de la superpoblación y la procreación descontrolada, perturbando los valores ‘europeos’”. 

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Como apuntaba el politólogo e investigador Alberto López, de la Universidad de Harvard, “la población musulmana es vista como una amenaza para los valores fundamentales de una sociedad, es decir, como una población que va a suplantar la sociedad nativa europea”. No es casual que haya una afrenta descarnada contra los menores extranjeros no acompañados: están en la diana de los grupos de extrema derecha porque representan el futuro y la posibilidad de una vida por delante y, a la vez, son un grupo extremadamente vulnerable al que es fácil atacar por la desprotección vital e institucional en la que se encuentran.

Para el fascismo, imposibilitar su futuro aquí es conservar esa pureza pasada de la que se creen guardianes. Y aquí me gustaría recordar las palabras de la escritora y poeta Angelo Néstore en su última newsletter, donde decía: “No hay cuerpo que no venga de otros cuerpos. No hay pureza que no sea inventada”, pues todos los cuerpos, también los de los supremacistas blancos, “están hechos de historia, de memoria, de antepasados cruzando fronteras, de exilios, de mezclas”.

Torre Pacheco y la idea del hombre violento

Cuando se sitúa el género en el foco del problema en medio de un genocidio al pueblo palestino, que incluye a hombres, por supuesto, y de un pogromo antimoro, donde hay hombres recibiendo palizas o siendo perseguidos y amenazados, solo se contribuye a pasar por alto la xenofobia.

No solo eso, sino que de alguna manera invita a pensar que en tanto que las mujeres no salen a pegar palizas, no forman parte del problema de la xenofobia. Y la realidad es que esta violencia física perpetrada por supremacistas blancos es la punta del iceberg, donde el iceberg incluye comportamientos xenófobos que deshumanizan a la población musulmana y del que las mujeres blancas también participan.

No en vano, la escritora y pensadora Sophie Lewis advierte en su reciente ensayo Feminismos enemigos que este movimiento siempre ha estado copado por mujeres que han promovido ideas reaccionarias o directamente fascistas. Quizá las mujeres no se organicen para ir de “cacería”, pero pueden ser colaboracionistas de esta violencia xenófoba, amparándola y ejerciéndola en otros ámbitos, como el sanitario

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Además, como me explicaba Lewis por correo electrónico hace unos meses, este esfuerzo por poner a salvo la idea de “mujer” procede de que ahora mismo este concepto es más inestable que nunca al no estar ya arraigado “en la inocencia”. “La nostalgia inspira el deseo de volver a una época imaginaria en la que ser mujer era un asunto ‘sencillo’, no afectado por desafíos como el anticolonialismo, la crítica racial o el transfeminismo”, comentaba la escritora y pensadora. 

Por último, el miedo al hombre como propuesta política tiene las patas muy cortas: porque de decir que todos los hombres son potenciales violadores o violentos por naturaleza a decir que tu barrio está lleno de hombres inmigrantes y que tienes miedo de salir a la calle hay muy poca distancia. Aunque de primeras haya una intención pretendidamente feminista y emancipadora a nivel discursivo, no somos impermeables al racismo, por lo que este pensamiento sobre el hombre como un sujeto inherentemente peligroso, además de reaccionario, es particularmente dañino por cómo puede ser instrumentalizado en un momento de islamofobia imperante.

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