De Gloria Fuertes a Sam Smith: “Tener pluma no es solo cosa de hombres gais blancos”

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Collage realizado por Sofía Villafañe (Newtral)
Tiempo de lectura: 14 min

Tener pluma es la teatralidad del género, una especie de drag pero menos escénico. Todo el mundo tiene una aunque no siempre sea excéntrica, ampulosa ni flamante. A veces se alinea con la norma y, por tanto, se da por hecho, pudiendo pasar por el radar de la aburrida habitualidad. Otras, sin embargo, es tan envolvente y cegadora como la luz que entra por el óculo del Panteón de Roma. Quizá algo parecido debió de pensar el cupletista republicano Miguel de Molina, quien ante la plumofobia falangista que a veces recibía en el teatro, a gritos de “marica”, él respondió: “Marica no, maricón, que suena a bóveda”.

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Cultivar la pluma a través de los referentes pop

“Definiría mi pluma como ser la guarra de clase”, reconoce Cintia Flores. “Lo femenino me atraviesa por completo, y aunque como mujer cis es lo que se esperaría de mí, mi feminidad choni, exagerada e hipersexual no está bien vista. A esto se suma mi bisexualidad, así que para la gente soy eso, una guarra. Una mezcla entre Geri Halliwell, Mónica Naranjo y La Veneno. O sea, un poco femme, un poco marica, un poco travesti”, añade. La celebra, y la defiende, porque también es “una forma de disidencia”.

Siguiendo con ejemplos de la cultura pop, Pal Gallego referencia la serie Orange Is the New Black para explicar qué es para ella tener pluma: “Cuando todavía me reconocía como bollera y no como bisexual, que es lo que soy, renegaba un poco de ser butch [masculinidad vinculada a quienes no se definen como hombres], esa idea de ser una camionera la asumía como algo malo porque tenía plumofobia interiorizada. Yo quería ser Alex, es decir, una mujer sáfica no excesivamente femenina pero tampoco masculina del todo. Tenía miedo de que me leyesen como Boo”.

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Alex y Boo de ‘Orange Is the New Black’

Para Rubén Vazquez, que no es “ni gay, ni homosexual, sino marica o maricón”, su pluma floreció gracias a la música pop: “Desde las canciones y los videoclips de Spice Girls a las de Britney, pasando por aquellos primeros discos de Mónica Naranjo, que tenía claro que iban totalmente dirigidos a la gente como yo cuando ni siquiera yo tenía ni idea de quién era”. En su expresión de género también encuentra huellas de las mujeres de su familia: “Pasé toda mi infancia rodeado de ellas, escuchándolas, perdiéndome en sus gestos y en sus maneras de estar en el mundo”.

Y también Alana S. Portero quedó prendada de la gestualidad majestuosa de las mujeres de su alrededor: “Uno de mis primeros recuerdos sobre tener pluma es el de imitar la manera de moverse de mi madre y de mis tías cuando se arreglaban”. Pero, también, en su identidad hay miguitas de deidades como Madonna o Alessandra Di Sanzo, la actriz que protagonizó la película Mery per sempre.

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Cómo opera la plumofobia

En el imaginario colectivo español, tener pluma se ha vinculado con la feminidad de hombres gais. Por tanto, reivindicar la pluma marica es, como explica el psicólogo Mikel López, “una reapropiación del insulto” pero también “de la etimología de la palabra”: “‘Marica’ viene de María, que se usaba para decir: ‘No seas como una mujer, no seas una María’. La reivindicación del concepto ‘marica’ también es para decir que muchos sí queremos ser como las Marías, queremos que nuestro deseo se vea y sea tan válido como el deseo más macho y masculino”. 

Pero tener pluma trasciende lo marica. López, profesor e investigador en la Universidad Rey Juan Carlos especializado en sexualidad y género, explica a Newtral.es que “en general, tener pluma es cualquier expresión de género que rompe con la noción de linealidad”. ¿Qué significa eso? Él habla de una matriz, que sería el conjunto de elementos que hacen que podamos leer a las personas. “No se ha conceptualizado como tal porque es lo que entendemos por normal y lo normal se da por hecho”, apunta. 

La normalidad, entonces, sirve también “para marcar lo que no se ajusta a la norma o se sale de la matriz”. Por ello, López considera que tener pluma “ha servido como casa común para determinados colectivos, para reconocerse”, pero a la vez, hay que evidenciar la plumofobia que la acompaña: “Ha servido para patologizar, para decir quién es más de primera, quién es más deseable”. 

Moisés Fernández, historiador e investigador en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, señala que la pluma ya aparece en diversos expedientes policiales franquistas, de cuando se aplicaba la Ley de vagos y maleantes. Cita uno de los que tiene localizados, perteneciente al expediente 128/1965: “Sus formas y manifestaciones externas demostraban a simple vista que era invertido”. Otro más, el expediente 67/1960: “Iba travestido de mujer, maquillado y pintado, con peinado alto y cabellera teñida de rubio, y que se hallaba paseando por el paseo de Cristóbal Colón, poseyendo también un sujetador negro simulando poseer pechos”. Y un tercero, en este caso en referencia a la masculinidad y al safismo, es el expediente 576/1963 que habla de una “mujer viriloide” que tenía relaciones con otras mujeres. 

Por ello, Fernández explica a Newtral.es que la plumofobia está muy presente en los expedientes judiciales franquistas: “No se habla de practicar sexo anal, por ejemplo, sino de cómo se lee su cuerpo en ese contexto, con ademanes que en teoría no se corresponden con su género”. Por ello, el historiador recuerda que “si te leían como hombre pero te movías de manera femenina, eso era motivo suficiente para arrestarte”.

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La penalización de la feminidad

Precisamente esa penalización de las feminidades, de cualquiera que no fuese la promulgada por la falangista Sección Femenina, dio lugar a lo que se ha entendido durante décadas por tener pluma. “Eso no significa que no hubiese otras plumas. Por ejemplo, expedientes de mujeres sáficas hay muchos menos pero porque ellas no podían siquiera estar en el espacio público”, apunta Moisés Fernández. Así, para el régimen, la feminidad estaba vinculada de forma natural a ser mujer. Y las mujeres tenían vetado el espacio público. Por tanto, la feminidad también estaba vetada del espacio público. “Cuando un hombre con pluma estaba en el espacio público, donde en principio tenía derecho a estar por ser hombre, lo que se castigaba era la intrusión de lo femenino en ese espacio”, añade el historiador.

“La investigación científica muestra que la feminidad percibida también convierte a los hombres en blanco de la violencia, independientemente de su orientación sexual”, explica a Newtral.es Rhea Ashley Hoskin, investigadora en la Universidad de Waterloo (Canadá) especializada en la devaluación de la feminidad (femmefobia). “Esto puede poner a los hombres en el punto de mira por expresarse de forma femenina, o incluso por el mero hecho de ser percibidos como femeninos”, añade. 

Esto recuerda precisamente al reciente caso de dos futbolistas, Borja Iglesias y Aitor Ruibal, que fueron atacados —desde llamarles maricones hasta ridículos— por aparecer en una foto con un bolso cada uno. “Yo diría que la femmefobia crea la diana, y la homofobia funciona como munición”, añade Hoskin.

@ruben.avilesx Este guión está basado en una conversación real con un chaval #lgtb #opinion ♬ sonido original – Rubén Avilés
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Nacho Esteban, que investiga la lingüística de la pluma y es especialista en análisis del discurso, explica a Newtral.es que “tener pluma se ha conceptualizado como una serie de rasgos visuales y auditivos que son impropios de un varón”. Centrándonos en esta pluma, Esteban señala que se podría entender como “un sistema de signos” con un “léxico propio, expresiones e incluso fonemas”.

“En la pluma marica y femme hay una articulación concreta del sonido de la letra ‘s’, que es dinámico. También hay cierta nasalidad y una entonación muy específica. Además, hay prácticas como feminizar palabras, por ejemplo, hablar de ‘circa’ o usar terminología específica como ‘cari’ o ‘dilo tata’. También es identificable el uso de diminutivos y de superlativos”, añade. 

El pantone de las plumas: lo femme, lo butch, lo bi, lo bollero, lo travesti, lo marica…

“Tener pluma no es solo cosa de hombres gais blancos”, dice Cintia Flores. “Creo que es necesario reivindicar otras plumas para también romper con las normatividades que se han creado en los propios espacios LGTBI. Si asumimos que una mujer masculina es bollera, borramos la posibilidad de la bisexualidad. Ahí está el ejemplo de Gloria Fuertes, una marimacho bisexual”.

Gloria Fuertes
La escritora y poeta Gloria Fuertes | Fundación Gloria Fuertes

En este sentido, Alana S. Portero señala que “encerrar la pluma en significantes intensísimos es contraproducente”. “A veces es importante hacerlo, hay que reivindicarlo como algo LGTBI, porque lo es, pero no se puede convertir en una instrucción militar”.

Para ella, tener pluma es redefinir la forma en la que la norma la definió. Antes de su transición, como marica; después, como femme. Un continuo, como ella explica, “de la identidad transfemenina”. “No puedo renegar de lo marica porque fue un lugar que me mantuvo a salvo y casi feliz. Entrar en contacto con hombres maricas, con drag queens y con trabajadoras sexuales me hizo ver que había un código estético y cultural que era el mío y que, gracias a ello, había personas que me entendían. Y cuanto más me parecía a ellas, más feliz estaba”, añade. 

“Considero que la pluma femme y la marica en esencia son lo mismo”, apunta Rubén Vazquez. “Me parece genial que tengan su propio nombre cada una porque eso les da mucha fuerza reivindicativa, pero, por ejemplo, en la cultura ballroom los términos femme y butch eran bastante más independientes del género y hacían más referencia a las actitudes del desfile, con una carga performativa inmensa y como formas de reírse de los estereotipos de género de la sociedad que se quedaba fuera de aquellas salas de fiestas”, añade. 

En relación a lo femme y lo marica, Cintia Flores considera que no se puede desvincular “de lo travesti”: “Las travestis eran las que pegaban con sus bolsos y tacones a la policía que hacía redadas. Son la posibilidad infinita de lo femenino en un mundo que lo desprecia y lo considera antinatural”. 

“Llevar chaleco es muy bi. Las tote bag son muy bi. Y sentarse con las piernas cruzadas, también”, dice Pal Gallego, que reconoce que la pluma bi no está demasiado definida debido a la invisibilización histórica de esta identidad: “Todavía no hay representación cultural mainstream de lo bi como sí ocurre con las camisas de cuadros, que se asocia a la pluma bollera, o llevar las uñas pintadas, que se asocia con lo marica. Estamos construyéndola entre todes”, explica. 

Sobre tener pluma masculina, Ana Murillo habla de sí misma como “una bollera marimacho”: “Esa palabra que nos han escupido a la cara como si de una enfermedad infecciosa se tratara. Me lo han llamado desde muy pequeña y sufría mucho. Ahora me enorgullezco”. 

Reivindica no solo su pluma, sino sus orígenes como lesbiana rural y obrera. Lo hace para explicar qué manos la han guiado hasta poder nombrarse: “Nací en el año 77 en un pueblo de La Mancha y fui siempre una niña marimacho, esa era la palabra que se usaba y la que te escupían a la cara como si de una enfermedad contagiosa se tratara. Crecí en los años 80 y parte de los 90, hasta que vine a Madrid en el 95, sin ningún tipo de referente bollero, con o sin pluma. A las mujeres masculinas de mi pueblo se les presuponía ciertas faltas o taras. Por ejemplo, recuerdo escuchar a mi familia decir que una de las primas (casada con un hombre) no podía quedarse embarazada porque era muy masculina. Entonces, sí, mis referentes en aquellos años, cuando estás construyendo tu deseo, tu forma de relacionarte y mostrarte, fueron fundamentalmente los hombres de mi entorno”.

Tatiana Romero se define butch, algo que “desafía los estereotipos sobre las mujeres”, pero también adopta algunos códigos vinculados a la feminidad para desacralizar la rigidez de la pluma: “Tener pluma es una fuga, un punto de escape. No me siento cómoda con escotes pero sí con camisas y ahí me ubico, en esa forma de no entrar en la norma. Pero también al pintarme las uñas estoy haciendo una fuga en lo butch porque no todas somos iguales ni es una identidad inmutable”.

El racismo, lo binario y la gordofobia: por qué se penaliza más a Sam Smith o a Lizzo

“Sam Smith o Lizzo, independientemente de su orientación sexual, que desconozco, para mí encarnan la pluma femme, marica y travesti por excelencia”, reconoce Cintia Flores. “Yo no puedo separar mi identidad latina de mi feminidad, se considera que la hacemos al servicio del hombre blanco”.

Para Tatiana Romero, la racialidad es un elemento más que relevante en la plumofobia: “Son marcas de sujeción. Las mujeres racializadas que habitan lo femme son más hipersexualizadas. Siento que habitar lo butch me protege de eso”. “Y lo mismo con la gordura: tener pluma siempre se penaliza más en aquellos cuerpos que no entran dentro de la cisheteronorma blanca”.

Darko Decimavilla destaca la gordofobia y el anclaje binario que operan sobre la pluma: “Lo no binario se relaciona con lo andrógino, entendiendo andrógino como ausencia de características masculinas o femeninas, así como con la delgadez. A mí me han dicho que no puedo ser una persona no binaria (NB) porque tengo barba. Y a Sam Smith, que también es NB, se le quita el carné por mostrar feminidad y no tener un cuerpo delgado”.

Sobre su pluma, elle reconoce que es “muy travestorra”: “Me siento un poco Divine [la drag queen que aparece en la película Pink Flamingos de John Waters] porque me gusta incomodar con mi imagen. A veces me gustaría incluso exagerarla más pero cuando no tienes un cuerpo delgado, como me pasa a mí, no puedes acceder a mucha ropa”.

Cris Lizárraga ha encontrado en la bisexualidad y en lo binario “un refugio”: “Tengo muchas cosas muy maricas pero mi expresión de género últimamente va más hacia lo masculino. Me gusta mezclar muchas cosas: collares y ganchitos para el pelo, un binder [top para comprimir el pecho], anillos, el pelo de colores…”. Cris reconoce que no puede “separar la gordofobia de la pluma”: “He empezado a desarrollar mi no binarismo cuando he querido tapar mis cambios físicos a través de querer ponerme ropa que me oculte un poco. A veces piensas: ‘¿Quiero un cuerpo andrógino o quiero un cuerpo delgado?’. Creo que la pluma es para todo el mundo, pero que no podemos celebrarla solo en la misma gente blanca y delgada de siempre”, concluye.

Fuentes
  • Testimonio de personas LGTBI: Alana S. Portero, Cintia Flores, Ana Murillo, Rubén Vazquez, Cris Lizárraga, Pal Gallego, Tatiana Romero y Darko Decimavilla
  • Mikel López, psicólogo, profesor e investigador en la Universidad Rey Juan Carlos especializado en sexualidad y género
  • Moisés Fernández, historiador e investigador en el Instituto Universitario Europeo de Florencia
  • Rhea Ashley Hoskin, investigadora en la Universidad de Waterloo (Canadá) especializada en la devaluación de la feminidad
  • Nacho Esteban, lingüista especializado en análisis del discurso

1 Comentarios

  • Empieza el artículo con la anécdota de Molina que a mi me mola más en la versión en la que el cantante para su actuación y espeta "Maricón si no os importa, que soy muy hombre". Es lo que tienen las anécdotas, que cada uno las cuenta a su manera. Habría que saber cual fue la realidad. Por lo demás el artículo me parece muy interesante.