Más de 1,2 millones de personas mueren aproximadamente cada año por infecciones por superbacterias, las resistentes a los antibióticos, según un trabajo de seguimiento de 204 países tomando como referencia 2019. Esto supone un número mayor de muertes respecto a las de otras enfermedades como el sida o la malaria. La cifra puede multiplicarse por 10 en 2050.
El informe destaca la necesidad urgente de aumentar la acción para combatir a las superbacterias resistentes. Los autores del estudio, publicado en The Lancet, llaman a la acción para acabar con el abuso de los antibióticos, principal responsable de este aumento de las resistencias bacterianas. También piden mejor financiación para dar con nuevos antibióticos y tratamientos.
El profesor Chris Murray, del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington (EE.UU.) explicó en la presentación del trabajo que “estos nuevos datos revelan la verdadera escala de la resistencia a los antimicrobianos en todo el mundo y son una señal clara de que debemos actuar ahora para combatir la amenaza”.

Las estimaciones anteriores habían pronosticado 10 millones de muertes anuales por resistencia a los antibióticos para 2050, “pero ahora sabemos con certeza que ya estamos mucho más cerca de aquella cifra de lo que pensábamos”.
El nuevo informe global sobre la resistencia microbiana estima las muertes relacionadas con 23 patógenos y 88 combinaciones de patógenos y fármacos en 204 países y territorios a lo largo de 2019. Según datos de la OCDE, la proporción de resistencia a ocho superbacterias y antibióticos que han dejado de funcionar en España ha aumentado desde un 14% en 2005 a un 18% en 2015, y podría llegar a un 19% en 2030. Ocho personas mueren cada día en nuestro país por no responder al tratamiento ante una superbacteria.
El microbiólogo Carlos Martín-Montañés explicaba en Newtral.es hace un año como “las resistencias bacterianas ya eran la pandemia lenta antes de la pandemia acelerada de COVID-19”. Este experto en tuberculosis ponía un ejemplo. “En los noventa, sin antirretrovirales para el VIH, en EE.UU. había una cepa [de tuberculosis] que mató a más de mil personas, era multirresistente y se transmitía entre portadores de VIH. En España, con una cepa bovis hubo más de 100 muertos. Descubrimos que había un gen que se había activado en esa bacteria”.
Aunque para la tuberculosis hay tratamiento eficaz, si no se administra correctamente o se interrumpe, se genera ese riesgo de resistencia, como pasa con la mayoría de antibióticos. “Lo vimos cuando cayó el Telón de Acero, tratamientos que dejaron de darse prolongadamente o resistencias entre enfermos en cárceles”.
1,27 millones de muertes directas y casi 5 indirectas por superbacterias
La carga de morbilidad del estudio de Murray se estimó de dos maneras: muertes causadas directamente por la resistencia microbiana (es decir, muertes que no habrían ocurrido si las infecciones hubieran remitido con los medicamentos y, por lo tanto, más tratables) y muertes cuando hubo una infección resistente pero la resistencia en sí no fue la causa directa.
El análisis muestra que la resistencia a superbacterias fue directamente responsable de aproximadamente 1,27 millones de muertes en todo el mundo. Estuvo implicada en unas 4,95 millones de muertes en 2019. Se estima que el sida y la malaria causaron 860 000 y 640 000 muertes, respectivamente, en 2019.
La infancia más pequeña corre un riesgo particularmente alto, con 1 de cada 5 muertes derivadas de superbacterias.
Publicidad
La farmacorresistencia en las infecciones de las vías respiratorias inferiores, como la neumonía, tuvo el mayor impacto en la carga de morbilidad por superbacterias. Causó más de 400.000 muertes y se asoció con más de 1,5 millones más. La resistencia a los medicamentos en las infecciones del torrente sanguíneo, que puede conducir a la sepsis, causó alrededor de 370.000 muertes y se asoció con casi 1,5 millones de fallecimientos más. La resistencia a los medicamentos en las infecciones intraabdominales, comúnmente causadas por apendicitis, condujo directamente a alrededor de 210.000 muertes directas y 800.000 indirectas.
Si bien las resistencias microbianas representan una amenaza para personas de todas las edades, se descubrió que los niños pequeños corren un riesgo particularmente alto, con alrededor de una de cada cinco muertes atribuibles a superbacterias en niños menores de cinco años.
La amenaza de las superbacterias, peor en países pobres
Los fallecimientos fueron más altos en el África subsahariana y el sur de Asia, con 24 muertes por 100.000 habitantes y 22 muertes por 100.000 habitantes, respectivamente. En los países de ingresos altos, la resistencia bacteriana condujo directamente a 13 muertes por 100.000 y se asoció con 56 muertes por 100.000.
De los 23 patógenos estudiados, la resistencia a los medicamentos solo aumentó en seis: E. coli, S. aureus, K. pneumoniae, S. pneumoniae, A. baumannii y P. aeruginosa. Condujo directamente a 929.000 muertes directas y 3,57 millones de fallecimientos asociados. Una combinación de patógeno y fármaco: S. aureus resistente a la meticilina, o MRSA, causó directamente más de 100.000 muertes en 2019.

Entre todos los patógenos, la resistencia a dos clases de antibióticos que a menudo se consideran la defensa de primera línea contra infecciones graves, fluoroquinolonas y antibióticos betalactámicos representaron más del 70 % de las muertes causadas por superbacterias.
El doctor Ramanan Laxminarayan, del Centro de Dinámica, Economía y Política de Enfermedades cree que incluso el cálculo a la baja de 910.000 muertes estimado por Murray y sus colegas es más alto que el número de muertes por sida. Sin embargo, el gasto global para abordar la resistencia bacteriana es probablemente mucho más bajo que el de las infecciones por VIH.
El gasto debe dirigirse a la prevención de infecciones en primer lugar, asegurándose de que los antibióticos existentes “se usen de manera apropiada y juiciosa, y a llevar nuevos antibióticos al mercado”. Líderes políticos y de salud a nivel local, nacional,y los niveles internacionales “deben tomarse en serio la importancia de abordar la resistencia a los antimicrobianos y el desafío del acceso deficiente a antibióticos efectivos y asequibles”, señala Laxminarayan.
Un problema anticipado por el descubridor de la penicilina
“Llegará un día en que cualquier persona pueda comprar la penicilina en las tiendas. Entonces existirá el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente tomar una dosis insuficiente, y que al exponer a sus microbios a cantidades no letales del fármaco los haga resistentes”.
Estas palabras proféticas fueron pronunciadas por Alexander Fleming el 11 de diciembre de 1945, en el discurso que ofreció durante la ceremonia de concesión del premio Nobel. Según explica desde la Universidad de Salamanca el profesor de Microbiología Raúl Rivas, la globalización favorece que los nuevos tipos de resistencia a los antimicrobianos se extiendan sin apenas esfuerzo por los continentes. Estas se propagan a una velocidad vertiginosa y el creciente aumento de la resistencia a los antibióticos ya está desbocado, amenazando con originar una crisis sanitaria crítica a nivel mundial.
Según explica en un artículo en The Conversation, El problema principal es que nos estamos quedando sin alternativas con las que tratar patógenos específicos, en particular aquellos que causan infecciones adquiridas en el hospital, pero que tienen potencial de extenderse por toda la comunidad. Esto indica que la resistencia a los antibióticos podría convertirse en una catástrofe global que, de momento, no muestra signos de disminuir.
Además, los problemas de salud derivados de las resistencias a los antibióticos podrían costarle al planeta un billón de euros anuales en atención médica, lo que conduciría a una reducción de entre el 2 % y el 3,5 % en el producto interior bruto.

En la década de 1980, se descubrió que algunas cepas [de neumonía] de Klebsiella pneumonie eran resistentes a muchos antibióticos betalactámicos, grupo al que pertenece la penicilina y que son de los más recetados. Las cepas de Klebsiella pneumonie eran capaces de producir unas enzimas que inactivaban químicamente a los antibióticos. Este fenómeno anunció la primera ola de resistencia a los antibióticos observada en esta bacteria.
Para poder tratar las infecciones resistentes a los betalactámicos, empezó a emplearse un grupo de antibióticos llamados carbapenémicos, que son un tipo de betalactámicos de última generación y que durante un tiempo fueron muy eficaces. Por desgracia, en 1996 se observó que las bacterias habían desarrollado otra enzima llamada carbapenemasa que tenía la capacidad de hidrolizar y destruir los antibióticos carbapenémicos.
En el año 2009, la bacteria Klebsiella pneumonie mostró un nuevo mecanismo de resistencia a los antibióticos, era una metalo-betalactamasa que producían las bacterias resistentes encontradas en un paciente diabético al que se había administrado múltiples antibióticos tras ser sometido a cirugía en un hospital en Nueva Delhi. En el mismo paciente también se encontró una cepa de Escherichia coli que poseía el mismo tipo de mecanismo de resistencia. Estaban aprendiendo las bacterias entre sí.
La historia siguió complicándose una y otra vez, como en una carrera del gato y el ratón. El problema ha alcanzado tal magnitud que, hace unos meses, más de 20 compañías biofarmacéuticas, con el apoyo de la Federación Internacional de Asociaciones y Fabricantes de Productos Farmacéuticos (IFPMA), anunciaron el lanzamiento del Fondo de Acción Resistencia a los Antimicrobianos (AMR). Este espera invertir más de 1000 millones de dólares en el desarrollo de tratamientos antibacterianos innovadores. El objetivo es desarrollar en 2030 de 2 a 4 nuevos antibióticos para los pacientes que sufren infecciones multirresistentes.
Actualmente solo hay 32 tratamientos antibacterianos, en desarrollo clínico, dirigidos a la lista de patógenos prioritarios de la OMS. De estos, solo 6 cumplen al menos uno de los criterios de innovación definidos por la OMS. Nos estamos quedando rezagados y podemos perder la carrera. La innovación puede ser la clave. Según la última revisión de la OMS, de los 252 agentes antibacterianos que estaban en desarrollo preclínico, más de un tercio eran productos no tradicionales.