En la película Mentiras arriesgadas (James Cameron, 1994), El agente eepecial Harry Tasker (Arnold Schwarzenegger) lleva una doble vida como espía. Capturado, es sometido a una dosis de suero de la verdad, que él mismo reconoce como pentotal sódico. En teoría –en ficción– produce una especie de desinhibición capaz de hacer confesar toda verdad deliberadamente ocultada por el sujeto al que se le inyecta. Pero, ¿esto tiene alguna evidencia de funcionar en la vida real? ¿Existe el suero de la verdad… o es una mentira histórica?
El químico, escritor y experto en historia de los venenos y drogas Daniel Torregrosa es contundente: “No existe como tal un suero de la verdad”. Al menos como nos lo ha pintado la ficción. Otra cosa es hablar de sustancias que produzcan cierta desinhibición. “Pero la desinhibición no implica que se diga la verdad, a veces decimos más mentiras, como cuando estamos bajo el efecto del alcohol”.
Que en nuestro imaginario exista un suero de la verdad identificado con el pentotal sódico data de “una historia con base real”, que rescata Torregrosa. “En 1931 se hicieron experimentos con pentotal sódico con mujeres embarazadas, algo un poco bestia, como anestésico. Y se vio que ellas empezaban a hablar muchísimo, a contar muchas cosas”.
Esa desinhibición ayudó a construir el mito del suero de la verdad, junto a otra sustancia, la escopolamina, una molécula contra las náuseas. “En realidad, la escopolamina, que asociamos a la burundanga, más que una anulación completa de la voluntad, produce una intoxicación. Pero puede llevar a mentir igual que a decir la verdad”, dice el químico.
En los años treinta del siglo pasado, más que estudios médicos, se popularizaron el pentotal sódico y la escopolamina por artículos como este, en el American Journal of Police Science. En sus inicios se pretendía usar para probar la inocencia de los acusados, sometidos a su influencia.
En este capítulo del pódcast de Newtral.es Tampoco es el fin del mundo, Torregrosa repasa la historia de los sueros de la verdad y los villanos de la tabla periódica:
Pentotal sódico, el falso suero de la verdad que saltó de los quirófanos al cine
El pentotal fue una marca registrada por los laboratorios Abbot en 1935. Formulado como tiopentato de sodio, fue descubierto por dos químicos de esa empresa trabajando con barbitúricos. Se trató del primero de esta familia usado en anestesia por su rápida acción sedante y como inductor al coma, pues disminuye los requerimientos de energía para el cerebro. Hoy ha sido reemplazado en buena medida por el propofol.
“El propofol también induce a un estado de desinhibición”, señala Torregrosa. Pero en este despertar letárgico, posterior a una prueba diagnóstica con sedación, “sabemos que decimos muchas tonterías, no necesariamente verdad”. Otra cosa es que entre esas tonterías se incluya lo que se otra persona quiera oír, por ejemplo, en un testimonio interesado. Otro sedante similar a esta es midazolam, que la CIA barajó como una especie de suero de la verdad en los interrogatorios del 11-S, según reveló American Civil Liberties Union tras una autorización judicial, en 2018.

Tanto el pentotal como la escopolamina o el midazolam tienen otra cualidad que ha sido muy cinematográfica: las personas a la que se inyecta este supuesto suero de la verdad no son capaces de recordar nada de lo que dicen durante su periodo de desinhibición, que no suele superar los diez minutos de efecto.
El pentotal terminó en la formulación de algunas inyecciones letales. En 2011, la principal empresa que producía el medicamento –para matar– cesó la producción.
No, la máquina de la verdad o polígrafo efectivo tampoco existe
¿Deja un rastro químico o fisiológico la mentira? Esto no es algo que se pueda responder tan contundentemente. Pero Torregrosa descarta que exista una máquina que categóricamente pueda decir que alguien miente. Entre otras cosas, porque como dice el profesor Richard Gunderman (Universidad de Indiana, EE.UU.), el cerebro humano “no es una máquina”. Además, la mayoría de pruebas que usan un polígrafo (inventado en 1922) asumían que mentir requiere un esfuerzo. Y eso no está nada claro. Pero se popularizaron en la televisión desde los años cincuenta, hasta nuestros días.
En 2016, se publicó un estudio en Nature Neurosciences que revelaba cómo el cerebro cambia cuando una persona miente. Básicamente, porque se puede ver en una resonancia magnética cómo se desactiva la amígdala, área del cerebro asociada a emociones y decisiones. El trabajo sugería que los sujetos pueden volverse insensibles a mentir, con el tiempo.
Hay también trabajos con encefalograma (que se asocian a polígrafos sofisticados) que miden la actividad de la llamada onda P300 del cerebro. Técnicamente, es un deflexión positiva de voltaje neuronal de unos 300 ms. Ese cambio detectable se creyó en los años ochenta que podía registrarse cuando alguien miente. En todo caso, no se ha demostrado que el estudio de la P300 permita distinguir una afirmación cierta de otra una falsa. Sencillamente, porque eso asumiría que es posible medir mecánicamente la mentira.
Una máquina de la verdad o polígrafo efectivos implicarían que hay una mecánica universal de la mentira, que no existe.
Como analiza Gunderman en The Conversation, mente (mentira) y cerebro no son lo mismo. “Sin duda, la alteración de la química y la actividad eléctrica del cerebro puede afectar poderosamente las sensaciones, el pensamiento y la acción de una persona; pero en gran parte de la experiencia humana, la vía causal funciona de la mente al cerebro, no al contrario”.
Fuera del cerebro, los polígrafos clásicos se han centrado en medir pequeños cambios en el ritmo cardiaco, presión, sudor o respiración. Una vez más, no ha habido manera de ligarlos linealmente a la mentira o la verdad, como un suero mágico unversal. Los defensores de la poligrafía suelen esgrimir que no es el polígrafo, sino la habilidad del polografista (apoyado por la máquina) quien caza al mentiroso por su experiencia analizando patrones. Algo que también suelen hacer bien las inteligencias artificiales.
Recientemente, el uso del aprendizaje automático ha sido capaz de afinar un poco más. Se han desarrollado herramientas para cribar testimonios que por patrones en el uso de ciertas expresiones, podrían hacer emerger falsas denuncias de robo, por eiemplo. Es el caso de la herramienta VeriPol, presentada por investigadores españoles e italianos en 2018, pero sometida a los sesgos propios de su entrenamiento con un millar de denuncias.
Gunderman destaca que nuestra capacidad de mentir es una de las demostraciones más poderosas del hecho de que la mente humana “no está sujeta a las leyes físicas que los científicos ven en funcionamiento en el cerebro”. Y, dicho más prosaicamente, “en palabras del doctor House: los pacientes siempre mienten; si alguien asegura que no miente nunca, te está mintiendo”, concluye Torregrosa.
- Primeros usos documentados de escopolamina, en ‘American Journal of Police Science’, 1931
- American Psychological Association, ‘La verdad sobre los detectores de mentiras o plígrafos’
- Análisis de efectos de las drogas en contrainteligencia de George Bimmerle, revista de la CIA, 1993
- Herramienta de IA VeriPol, Lara Quijano-Sánchez et al. en ‘Knowledge-Based Systems’, 2019
- Sobre la P300 y decisión, Sander Nieuwenhuis et al., ‘Psychol Bulletin’, 2005
- Historia del suero de la verdad, por Alison Winter, ‘Bulletin of History of Medicine’, 2005
- Daniel Torregrosa
- Richard Gunderman (Universidad de Indiana, EE.UU.)