Cuando estallaron las protestas Ayham estudiaba filología. Quería ser profesor, trabajar enseñando a niños al terminar el máster universitario. Pero una mentira cambió por completo su profesión, su vida y su país, Siria.
La ciudad donde se encontraba, Daraa, fue uno de los puntos donde empezaron las revueltas contra el régimen sirio de Bashar al-Asad en 2011. Así empezó una guerra -a día de hoy- infinita. Y así se unió Ayham a otra guerra paralela y también interminable, contra la información falsa: “Desde la primera manifestación empezaron a matar gente pero el régimen sirio y sus medios decían que eran los manifestantes los que llevaban armas y disparaban.”
“No era verdad, así que empezamos a difundir la información a través de redes sociales”, explica Ayham al-Ghareeb a Newtral.es. A partir de ese momento informar se convirtió en una “obligación» para él y para estos periodistas o ciudadanos. Un trabajo que para muchos de ellos también supuso -y supone hoy en día- una sentencia de muerte.
En la Siria de al-Asad, la versión oficial la dicta el gobierno; la editorial, sus servicios de inteligencia. El espionaje, los encarcelamientos y los asesinatos de periodistas mantienen a raya la libertad de información. En las regiones controladas por los grupos yihadistas, el estilo es el mismo.
Solo seis meses después de iniciar su improvisada carrera como periodista, Ayham fue detenido en su país, “el país del miedo” como él lo llama: “Mientras estuve detenido me daban muchas palizas. Un día estuve a punto de morir y me llevaron al hospital”.
Esta es la historia de Ayham y la de decenas de personas alrededor del mundo que ayudaron a salvarle la vida. A él, y a una treintena de periodistas sirios más y sus familias.
Mensajes de auxilio
“Todo empezó el 10 de julio de 2018”, recuerda Ignacio Miguel Delgado, representante de Oriente Medio y Norte de África del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), “nos empezaron a llegar mensajes de periodistas que estaban en Daraa. Fue una llamada de socorro”.
El ejército sirio había tomado la ciudad y a la oposición ya no le quedaban fuerzas para la resistencia. Muchos periodistas se desplazaron a las fronteras de Jordania e Israel con las esperanzas puestas en la huída pero se toparon contra un muro, las puertas cerradas de sus países vecinos. Estaban atrapados. La única salida posible que les quedaba era en el norte, la frontera de Turquía.
Con este panorama el CPJ empezó a elaborar un dispositivo de evacuación jamás ejecutado. La idea inicial era sacar del país en guerra a 69 periodistas. Primer paso, la verificación, explica Delgado a Newtral.es: “Empezamos contrastando todos los datos, que eran periodistas, que no ocupaban ningún cargo público y que nunca habían estado en ninguna milicia, ni siquiera en la parte de medios de comunicación.”
Desde Beirut, Delgado se encargaba de las comunicaciones con los periodistas, para saber dónde estaban y cómo durante todo el proceso; desde Nueva York el CPJ estableció los contactos con la Organización de Naciones Unidas (ONU) y con una veintena de gobiernos.
Además de los periodistas sirios, el CPJ y Reporteros Sin Fronteras de España, Alemania y Francia hicieron de altavoz de los mensajes de auxilio. Estos tres países fueron los únicos en comprometerse con la operación hasta el final.
Desde el CPJ, Delgado no logra aproximarse a una cifra, ni de las personas que estuvieron involucradas en el proceso, ni del dinero que costó, seguro, “unos miles de euros”: “Hacíamos llegar dinero a los periodistas para gastos logísticos y de manutención. A veces se lo hacíamos llegar a través de contactos o familiares que estaban en Turquía. Hay muchas maneras, enviarlo es complejo e incluso ilegal en Siria.”
Mientras se fraguaba la operación, repartidos entre Daraa, Idlib, o el sur del país esperaban los periodistas. Esperaban lo que llegase antes: el dinero, la atención médica, la evacuación o el final de guerra.
Correr en dirección a las bombas
El fuego seguía en Siria. Cuando un avión cargado con bombas sobrevolaba un barrio la mayoría de los vecinos corría bajo tierra, pero unos cuantos “locos” se dirigían hacia arriba. Entre esos locos que subían a las azoteas y se asomaban a las ventanas a punto del derribo se encontraba Ayham, que había sobrevivido a la paliza mortal durante su primera detención y en el mismo hospital donde se recuperó, le ayudaron a escapar a su ciudad natal, Tsill, al sur del país.
“Cuando se bombardea un pueblo todo el mundo va a los sótanos pero nosotros, como periodistas, subimos a grabar, a hacer fotos”, relata Ayham, que salía de casa cada mañana sin saber si por la noche volvería.
Y entre tanta muerte la vida de Ayham se abrió paso. En mitad del conflicto conoció a su mujer y nacieron sus dos hijas. Siguió cubriendo la guerra y la vida, sin firmar sus informaciones. Un periodista anónimo para hacerse invisible a los ojos de los servicios de inteligencia.
Bajo otro cielo, el de los países democráticos, quienes participaron en el dispositivo tampoco se podían quitar de la cabeza esa amenaza, como cuenta Pilar Bernal, vicepresidenta de Reporteros Sin Fronteras España: “Esa sensación de urgencia la teníamos todo el tiempo, esa angustia de que al final cuando alguien está en una zona hostil, de guerra, no está expuesto únicamente a lo que está cualquier civil, sino que es objetivo por ser periodista.”
La sensación de cuenta atrás corría para todos en 2018. Especialmente para Ayham y sus compañeros periodistas que seguían en Siria, uno de los países más letales del mundo, con 11 periodistas asesinados ese mismo año, una treintena de secuestrados y decenas encarcelados, según cifras de RSF.
La guerra peor contada
“Esta década terrible de guerra en Siria ha dejado a tantos periodistas y ciudadanos asesinados y encarcelados que se ha convertido, probablemente, en la guerra peor contada”, explica Bernal. Los periodistas extranjeros no podían entrar al país y los nacionales cada vez eran menos.
Que saliera adelante el dispositivo de evacuación se convirtió también en una obligación, tal y como explica Bernal: “Nos habían dado mucho al resto del mundo, a la comunidad internacional, a la hora de denunciar violaciones de derechos humanos. Nuestra mínima lealtad a la libertad de información -que ellos representaban- consistía en tratar de salvarles la vida.”
Durante años Ayham esquivó las balas y la represión. Para enviar un vídeo al extranjero, para desvelar una mentira “para mi casa, para mi país y para mi tierra”, pero en 2018 el ejército de al-Asad tomó el control de esa tierra donde este periodista sobrevivía.
“Es raro”, recuerda Ayham, “porque nadie quiere dejar su tierra después de ocho años de guerra pero ya no podía vivir. Para el régimen sirio y las milicias rusas, eres amigo o eres enemigo”. Él para nada estaba en el bando amigo, así que después de casi diez años, tomó la decisión de huir: “El Comité para la Protección de Periodistas me contactó para salir a España y dije que claro que sí. No podía más.”
Burocracia bélica
En España la voluntad de un funcionario hizo que el asunto de aquellos periodistas atrapados a más de 3.500 kilómetros de distancia importase en las oficinas del Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde el CPJ, pasando por la sede central de RSF en París, por RSF Madrid y de allí, a aquel funcionario, la cadena de contactos, favores e insistencia hizo llegar ese mensaje de auxilio a las manos del ministro de Exteriores, en aquel momento, Josep Borrell.
Así lo reconocen desde Reporteros Sin Fronteras: “La voluntad de uno genera un cambio gigantesco. La burocracia normalmente es insalvable pero en esta ocasión tuvimos la fortuna de dar con una sensibilidad muy concreta por parte de un funcionario de Exteriores. Es la clave de todo, la intervención de ese funcionario, que una persona coloque el asunto en la parte de arriba del paquete de cuestiones que tiene que atender un ministro”.
España aceptó en atención a “criterios humanitarios”, explican fuentes de Exteriores. La discreción y las formas diplomáticas desde la Embajada de España en Ankara con las autoridades turcas tenían que ser de lo más afinadas porque los periodistas seguían allí, en fuego cruzado.
Coyotes en Oriente Medio
Ayham y su esposa recorrieron -y corrieron- Siria de sur a norte hasta llegar a la ciudad de Idlib y la frontera turca. 36 horas con las maletas, el miedo y la muerte a cuestas y con dos niñas de uno y tres años a las espaldas.
Al llegar, el terror empujó a la familia al-Ghareeb, y a otros tantos periodistas, a cruzar la frontera de manera ilegal, sin tener aún la luz verde del CPJ y los países de acogida, que peleaban desde distintos puntos el visto bueno de las autoridades turcas para dejarles pasar y que los recogieran en la frontera.
Después de siete meses, mucho dinero e intentos frustrados, rompieron la barrera del éxodo entrando a Turquía, como recuerda Ayham: “Fueron muchas horas de caminar, coger un pequeño barco y seguir caminando. Cuando llegamos a la furgoneta llegó la policía turca. Salimos corriendo”. Y corrieron. Y escaparon del ejército turco a través de playas, campos y montañas. Escaparon también al agotamiento suyo y al de las niñas hasta alcanzar el país vecino, Turquía.
Una vez allí, la preocupación era que las autoridades del país se enterasen de que algunos de los periodistas habían entrado sin permiso y estaban viviendo de forma irregular. Aquello podía arruinar el dispositivo, que seguía en marcha.
“Muchos de ellos habían cruzado ilegalmente, contratando coyotes [así se llama generalmente a los traficantes de personas que actúan en la frontera entre México y EE.UU.] y si informábamos a las autoridades turcas no iban a dejar pasar a más periodistas”, cuenta Delgado. Según el trato, los periodistas podían pasar, pero solo podían estar de paso. Tenían que abandonar, de nuevo, el país.
Salir, a toda prisa
“Después de todo este proceso y una espera larguísima, un día en mayo [de 2018], sin más ni más, los turcos dieron luz verde pero tenía que ser para ya, para ayer”, declara Delgado, que voló desde Beirut -desde donde coordinaba la operación- hasta Turquía para acompañar a los evacuados en la salida.
Trasladados de Estambul a Ankara, hecho. Documentos de identidad, hecho. Traducciones, hecho. Visitas a las embajadas, hecho. Billetes de avión, comprados. Todo estaba listo y ellos, en el aeropuerto, listos para embarcar o embarcarse en el último traspiés del periplo, como cuenta Delgado: “Tenían que embarcar pero cuando fuimos a la oficina de inmigración nos dijeron que no sabían nada y que les faltaba el permiso de salida”.
De nuevo hubo que desandar a contrarreloj. Billetes cancelados, llamadas al cónsul español, gestiones del consulado, de madrugada, horas de espera. “Fue una noche muy tensa, entera al teléfono. Hacia el mediodía las autoridades turcas dijeron que o salían en ese último vuelo o no salían. Hubo que ir a la carrera, volver a comprar los billetes para todos y hasta agarré por el brazo a un trabajador de Turkish Airlines para ir al mostrador”, cuenta Delgado.
Consiguieron incluso parar el tiempo, retrasar el vuelo para que los periodistas abandonaran definitivamente Turquía. Destino, Madrid.
Los que fueron recibidos por Alemania y Francia no tuvieron este problema. Los gobiernos aceptaron acoger a una decena y a 7 periodistas respectivamente. La mayoría llegaron en grupo aunque poco después recibieron a algún periodista más, ya de manera más individualizada.
Un dispositivo sin precedentes
Tres años después de la gran evasión, Ignacio Miguel Delgado no tiene una respuesta a qué ocurrió para que este dispositivo de evacuación sin precedentes ocurriera, “parece que los planetas se alinearon”, dice, “nunca se había sacado a un grupo tan voluminoso de una zona de guerra”.
Para él también fue la primera vez. Casi un año “trabajando mucho y durmiendo muy poco, al teléfono, pendiente de si este ha entrado o no, si está bien, si le han detenido”, recuerda Delgado. Y hubo heridos graves y secuestrados, pero con la coordinación milimétrica del CPJ y un poco de suerte lograron salir adelante.
“17 + 4” es la cifra fría que suma Delgado tres años después de aquel dispositivo. 17 + 4, 21 periodistas más sus familias, a los que Delgado ayudó a salvar la vida y fueron recibidos por Alemania y Francia. A ellos se sumaron algunos más en los meses siguientes en el mismo proceso pero de manera individualizada.
“Su vida estaba en peligro, estaban hostigados por el-Asad y los grupos islamistas”, dice Bernal, “lo normal es que no hubieran salido, esos mecanismos no existen”. “Lo hemos visto con miles de refugiados sirios”, subrayan desde RSF.
En el caso de España, el Ministerio de Exteriores define la operación como “sumamente delicada” desde el punto de vista de la seguridad. Todas las organizaciones destacan el papel imprescindible del cónsul de España en Ankara, que coordinó la identificación y localización de los periodistas y sus familiares, su llegada a la frontera turco-siria, el cruce de la frontera y el traslado desde la frontera a Estambul para asegurar su salida hacia España.
La Embajada de España en Ankara “se encargó de la emisión de documentos de viaje y visados y, con el apoyo del Comité para la Protección de Periodistas, de los aspectos logísticos de la breve estancia de los periodistas en Turquía” explican fuentes ministeriales.
Otras batallas
“Una vez se produjo la llegada de los periodistas, se les brindó asistencia en el marco del sistema nacional de acogida de refugiados, destacando especialmente el papel de la Oficina de Asilo y Refugio (OAR) a estos efectos”, explican fuentes del Gobierno.
A España llegaron 11 personas -de las doce que se pretendían acoger inicialmente- periodistas, sus esposas, niños y niñas y su guerra pasó a ser la de la burocracia. “Ahora solo quedamos cuatro (periodistas)”, cuenta Ayham ya desde Madrid, “todos decidieron salir a otros países y nosotros también pensábamos hacerlo pero yo no quería cansar a mi familia. Mis niñas estaban ya en el colegio y aprendiendo castellano.”
Además de estudiar el idioma a marchas forzadas, estos migrantes aprendieron lo difícil que es alquilar un piso siendo árabe, encontrar trabajo cuando tu acentos es distinto, enseñarle tus documentos a la policía cuando tu piel es más oscura.
También entendieron que la tarjeta roja que les habían concedido las autoridades en el proceso de petición de asilo puede caducar antes de conseguir el estatus de refugiado, especialmente si estás en un país extranjero, de patas arriba debido a la pandemia de COVID-19.
“Llevamos aquí más de dos años pero aún no tenemos los papeles”, explica Ayham, una vez más con el futuro incierto: “Hemos escapado de la muerte pero aún no sabemos la respuesta”.
De momento, el equipo de periodistas trabaja en una pequeña redacción en Madrid, Baynana (en árabe, ‘entre nosotros’). Con su experiencia y la ayuda del CPJ y de la Fundación porCausa han construido, desde las ruinas de la guerra siria, una revista digital bilingüe en árabe y español dirigida a la comunidad árabe en España y a dar a conocer la realidad de las personas migrantes en el país.
Aunque lejos de las casas donde caían las bombas Ayham y sus compañeros también encontraron la necesidad de seguir contando lo que veían: “Vivimos racismo y odio. Hay cosas que hay que seguir contando. Hay sueños, hay aspiraciones de inmigrantes y refugiados”, insiste, “hay que contar esas historias, hablar de ellos, porque ellos son como nosotros y nosotros somos como ellos”.
Sigue la guerra siria
Según Naciones Unidas, actualmente casi tres millones y medio de personas en Siria no tienen acceso a necesidades básicas como Internet, luz, agua o comida en una guerra que dura ya diez años.
El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos calcula que 606.000 personas han sido asesinadas desde el inicio de la revolución. 495.000 de esas muertes están documentadas por la organización. Como a Ayham, la guerra ha obligado a abandonar su hogar a 13 millones de personas en Siria.
Fuentes:
- Syrian Observatory For Human Rights
- United Nations Office for the Coordination of Humanitarian Affairs
- Committe to Protect Journalists
- Reporteros Sin Fronteras España
- Balance 2018 de periodistas asesinados, detenidos y secuestrados en el mundo. RSF
- Ministerio de Asuntos Exteriores
- Ayham Ayham al-Ghareeb, Baynana
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