No son muchas las veces que, a lo largo de la vida, vemos que en alguien coincide la excelencia, la coherencia y la belleza. Rasgos tan trascendentes se muestran poco habituales en la naturaleza imperfecta de la existencia humana. Cuesta encontrarlos. Sobre todo, una vez que se deja algo de margen para que el tiempo haga su trabajo y matice las idealizaciones y los absolutos, tan habituales de la primera juventud. En aquella bendita etapa, el autor que más nos gustaba era, por supuesto, el más relevante en la historia de la literatura. Nuestro grupo de música favorito era el más importante de la historia de la música. En aquel paraíso, nuestro jugador de baloncesto favorito era, sin ninguna duda, el mejor jugador de baloncesto.
Terminado el ciclo de los juicios rápidos y de las conclusiones aceleradas, el tiempo nos facilita el matiz y el equilibrio. A cambio, nos dificulta el encuentro con la excelencia indiscutible y los ejemplos claros de coherencia. Deja para ocasiones especiales los fogonazos de belleza deslumbrante.
Si cuesta dar con alguna de esas cosas por separado, es completamente extraordinario encontrarlas todas juntas. Sin embargo, a veces pasa. Pasa, por ejemplo, un día de verano de 2006 en el que pones la televisión para ver jugar a España un partido contra Argentina en la semifinal del mundial de baloncesto de Japón.
Y de repente, te fijas en un jugador. Y se te queda pegada la mirada. Le conocías, y ya te gustaba, pero nunca le habías visto en un escenario tan importante. Te quedas con la boca abierta cuando le ves meterse hacia canastas imposibles entre Manu Ginóbili, y Scola, cuando pasan los balones por encima de las cabezas de Nocioni y Prigioni. No puedes creerte que juegue como lo hace, con toda esa fluidez y todo ese descaro, dando forma a un baloncesto divertido, inesperado, desenfadado, fresco, lleno de verdad y de belleza.
Pocas semanas después, descubres en un periódico que se va a la NBA para jugar en Portland. No te extraña nada. A lo largo de esos años, buscas imágenes de su juego, ves algunos de sus partidos y tratas de comprobar si lo que viste una vez y te maravilló fue cuestión de un campeonato concreto o si aquello es lo que parecía.
Le sigues en Portland, en Sacramento y en Nueva York. Le esperas todos los veranos jugando con el equipo nacional y le ves ganarse, por derecho propio, un sitio en la mejor generación de la historia del baloncesto español. A su lado, Pau Gasol, Marc Gasol, Juan Carlos Navarro, Carlos Jiménez, Jorge Garbajosa, Felipe Reyes, Rudy Fernández, Sergio Llul, Ricky Rubio, José Manuel Calderón, Raúl López… Una generación irrepetible que toca el cielo del baloncesto mundial mientras levanta a lo largo de los años todos los títulos imaginables y se llena de medallas; europeos, mundiales y platas olímpicas tras partidos para la historia en los que compiten de tú a tú contra una selección de Estados Unidos que se presenta con dos de los mejores equipos de que nunca haya visto este deporte. Le ves formando parte del grupo de jugadores que cambió para siempre la historia del baloncesto en España.
Continúas su pista en Madrid, en Filadelfia, en Moscú, en Milán y otra vez en Madrid. Y compruebas que toda su trayectoria mantiene intactos los mismos rasgos de juego; los mismos niveles, el mismo estilo, los mismos valores y la misma belleza.
Te das cuenta de que con él te pasa algo único, 20 años después, nunca te cansas de verle jugar. Sigue siendo el mismo jugador capaz de romper con las fases previsibles del baloncesto y sus instantes más esquemáticos y aburridos. 20 años después, cada vez que agarra el balón sabes que algo diferente está a punto de pasar. 20 años después, continúas asombrándote al descubrir con él líneas invisibles del juego, planos de la realidad que no veías, espacios que no sabías que estaban, conexiones que ni siquiera imaginabas.
20 años después, todo lo que hace te gusta, te interesa, te sorprende
La conclusión que te queda es que estás ante tu jugador favorito por una razón principal; te ha demostrado como posible algo que pensabas imposible. Se puede alcanzar el máximo de excelencia en un oficio de máxima exigencia, dotándolo de una plasticidad y belleza pocas veces vista y manteniendo como innegociables un conjunto de valores humanos que admiras; humildad, honestidad, generosidad y gratitud. Resulta que era posible juntar todo eso a la vez.
No son muchas las veces que las idealizaciones de nuestra juventud y nuestro encuentro con las grandes conclusiones del pasado soportan tan bien el paso del tiempo, pero así ha sido. Muchos de nosotros hemos tenido la suerte de que aquel jugador que una vez nos dejó con la boca abierta hace ya dos décadas, ha seguido haciéndolo, año a año, durante todo este tiempo y hasta las últimas veces que le hemos visto jugar; en los cruces finales de la Euroliga o levantando, una vez más, el título de la ACB con el Real Madrid.
Las leyes del baloncesto deberían prohibir, siempre en defensa propia, toda posibilidad de que un jugador así se retirara. Por lo bien que ha tratado el juego, por la belleza que le ha regalado, por la importancia que le ha dado a este deporte y por toda la importancia que siempre se ha quitado a sí mismo.
Sin embargo, las leyes de este deporte no están bien escritas y hoy ha anunciado su retirada
Deja el oficio al que ha dedicado su vida. No hay ninguna duda de que lo deja mejor que como lo encontró cuando llegó a la élite. Lo deja más grande, más bello, más elevado.
Para los aficionados de este país queda una huella imborrable. Para las generaciones de jugadores que están por venir, el ejemplo de que se puede ser uno de los mejores jugadores de la historia de este país siendo a la vez una gran persona llena de valores. Para muchos de nosotros, la certeza de que, aunque ya no vaya a jugar más partidos, siempre será nuestro jugador favorito. Siempre compararemos todo lo que veamos en los demás con todo lo que vimos en él. Y siempre será aquel chaval que sonreía a la vida y al juego y que mezclaba, como por arte de magia, la excelencia de la NBA y la diversión del patio de un colegio en Tenerife. Para muchos de nosotros el baloncesto siempre debería parecerse a la forma de jugar de Sergio Rodríguez.
Gracias por todo lo que has hecho, maestro. Gracias por tanto. Y feliz vida. Que se llene de al menos toda la felicidad que nos has regalado a los demás.
(*) Eduardo Madina es socio de estrategia de Harmon y ex diputado socialista en el Congreso.