Rocío Ibáñez, de trabajar envasando calzado a ser Margarita Seisdedos: “Una parte de mí se quedó en el rodaje de ‘Superestar’”

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Rocío Ibáñez interpretando a Margarita Seisdedos en Superestar | Netflix
Tiempo de lectura: 9 min

Cuando una ve a Rocío Ibáñez tiene la tentación de buscar vestigios propios de una criatura no humana. Porque alguien con los ojos tan oscuros que parecen dilatarse aún más con la luz y una voz propia de una divinidad primordial no puede ser de este mundo. La gente dice que su rostro gusta a la cámara, que no es sino una forma de expresar que incluso un objeto inanimado es capaz de reconocer que está ante una presencia extraordinaria.

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Aunque se ha pasado casi cuarenta años trabajando como envasadora de calzado en su ciudad natal, Elche, ahora es conocida por su cautivadora interpretación de Margarita Seisdedos en la serie Superestar (Netflix, 2025), que reimagina la vida de la cantante Tamara/Yurena en los trágicos y sórdidos 2000.

Su director, Nacho Vigalondo, quedó prendado de Rocío cuando la vio en el único otro papel que ha interpretado, el de Carmina en la película Espíritu Sagrado (2021). Si alguien tenía que hacer de la madre de Tamara, era ella. Así que Vigalondo la convenció para embarcarse, con 61 años y sin apenas experiencia previa, en un rodaje de casi seis meses. “Pasé de estar en paro, haciendo recados, ayudando a mi hermana que está en silla de ruedas y tomando cafelito con las amigas, a vivir en el trajín de Madrid”, explica Rocío. 

Jamás había soñado con ser actriz, pero parafraseando a mi amiga Alana, es una de esas mujeres que lleva la emoción en la garganta. Cuando habla no hace sino interpretar, pues es la vida misma saliendo a borbotones y materializándose en palabras. No en vano, Rocío trabajó en Superestar sin guion: “Nacho me dio a elegir y como se me daba bien improvisar… Yo me sentía más cómoda. Cuando tocaba mi escena, me explicaba más o menos lo que esa mujer tenía que sentir y ya sobre la marcha yo iba haciendo”, cuenta con la naturalidad propia de alguien que lleva actuando una vida entera.

Sobre esto, el propio Vigalondo cuenta que Rocío “ni siquiera sabía qué iba a rodar”. “Ella nunca tuvo guiones para leerlos ni estudiarlos porque no le hacía ni falta. Yo le contaba lo que quería que acabase sonando en pantalla, era como un juego. Así me di cuenta de que, sin ser una actriz profesional en el sentido tradicional, era una actriz monumental. La forma que tiene ella de vivir la frase antes de soltarla es inexplicable. Hay escenas suyas que directamente son una primera toma”, añade el director.

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Una vida poniendo zapatos a punto

Rocío tampoco había soñado con arreglar zapatos y, sin embargo, hablar de cómo se pone a punto el calzado le despierta la misma pasión que hacerlo sobre su experiencia como actriz. “Es un trabajo durísimo, pero a mí me gustaba y me gusta. Cepillar los zapatos, oscurecerlos… Tiene su arte también”, dice.

Tomó la profesión de su madre que, como tanta otra gente ilicitana, se dedicaba al calzado. “Trabajaba en la antigua fábrica de la Zapatillera y también se traía faena a casa”, dice en referencia a que aparaba, que es realizar una parte de la producción del calzado en el domicilio (casi siempre coser piezas del zapato).

“Se llamaba Isabel y ya murió. Era una mujer de armas tomar, sacó adelante a seis hijos. La sigo queriendo cada día. Creo que le habría gustado verme protagonizando una serie. Haciendo de Margarita Seisdedos a veces me imaginaba qué habría hecho ella. Aunque nuestra historia no tenía nada que ver, mi madre tenía mucho temperamento. Y pensaba: ‘Es que si a mí me hubiesen hecho lo que a Tamara, se lo come’. Me ayudaba imaginarla en algunas escenas y recordar cómo había luchado por nosotros”, relata.

Rocío no ha sido nunca aparadora, siempre ha trabajado en fábricas en la última parte del proceso de producción, el envasado: “Ahí se limpia el zapato, se le pega la planta, se pone el cordón o lazo si lleva, todo lo que es el acabado del zapato, vaya. En la mesa de envasar, si hay algún fallo se retoca, y si no vale, se aparta. Digamos que es un lavado de cara para que luzca en el escaparate”, relata. Comenzó con 17 años, pero a los 55 perdió su empleo. Cuenta que estuvo trabajando algunas temporadas sueltas en pequeñas fábricas, pero desde 2019 vive “de una pequeña paguita”, dice en referencia al subsidio que percibe. “Con esa edad, ya eres mayor para trabajar y no te meten en plantilla, pero eres joven para jubilarte. Así que voy tirando”, añade. 

“Ser actriz ha llegado cuando tenía que llegar”

Rocío se queja poco y tiene una entereza inusitada para un cuerpo tan menudo. No habla con pena ni con resignación de aquellas épocas en las que tenía que trabajar 15 horas diarias envasando calzado. Critica, eso sí, las condiciones precarias de muchas trabajadoras del calzado, “que no están ni dadas de alta”. Pero respecto a su vida, esta le parece que es como tiene que ser. 

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Del mismo modo, ser actriz ha llegado cuando tenía que llegar. “Antes estaba con mi trabajo del calzado y no sé si habría dado el paso, porque esto era irme a la aventura”, reconoce antes de añadir: “Qué más da si antes o si después, la cosa es que lo he disfrutado”.

Eso sí, ahora que sabe lo que es vivir la magia envolvente de un rodaje, y de uno como el de Superestar, dice que lo echa de menos. “Antes no conocía otra cosa. Tenía mi rutina, la casa, los recados… Pero ahora me acuerdo del jaleo de esos días y lo añoro, a veces me siento más sola porque echo de menos a todo el equipo”. Mientras en la cafetería en la que conversamos suena La gata bajo la lluvia, de Dúrcal, Rocío añade: “Pienso que una parte de mí se quedó allí, en Madrid, en el rodaje, y nunca ha vuelto”. “Ya lo ves, la vida es así, tú te vas y yo me quedo aquí”, se escucha de fondo al pronunciar estas palabras, demostrando que, en la vida, lo bello y lo trágico están muy cerquita.

Nacho Vigalondo dice que lo habitual es que el equipo esté deseando ver el resultado del rodaje: la serie, película u obra en cuestión. Pero Rocío no. “A Rocío lo que le gusta es rodar. Ha descubierto a su edad algo que le gusta tanto que la pulsión creativa en ella es increíble. Por eso cuando se acercaba el final me dijo una cosa a la que le sigo dando vueltas: ‘Ojalá estuviésemos rodando más tiempo aunque la serie no se acabase nunca’”.

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Rocío Ibáñez en una cafetería de la Glorieta (Elche)

El salto al cine de Rocío Ibáñez: de Espíritu Sagrado a Superestar

Desde hace años, Rocío acude a diario al bar Clorofila, en su barrio de toda la vida, Carrús. Allí conoció a su amiga Trini, quien una tarde de 2020 le dijo: “Van a hacer una película en Elche y están pidiendo gente. Vamos”. “Me dijo: ‘Es para reírnos un rato, para divertirnos, echar la mañana… Nos dan bocadillo y todo. Así que para allá que nos fuimos las dos”, rememora Rocío. 

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El casting al que se presentaron Rocío y Trini era para la película Espíritu Sagrado, de Chema García Ibarra, una obra de ciencia ficción costumbrista ambientada en un barrio obrero ilicitano (Carrús) donde tan común es ser aparadora como vidente. Rocío interpreta un papel pequeñito, el de Carmina, una mujer con alzhéimer capaz de revelar información oculta o predecir el futuro. Ella, como el resto del elenco, son actores y actrices no profesionales. Como recoge aquí La Vanguardia, García Ibarra hizo un street casting, es decir, un llamamiento para que se presentara quien quisiera al casting, sin necesidad de experiencia previa.

Cuatro años después, recibió un mensaje de Nacho Vigalondo, quien recordaba el semblante único de Rocío en Espíritu Sagrado. “Cuando cuentas con gente no profesional en el sentido tradicional, sabes que tienen una naturalidad muy específica. Y aquí tenía todo el sentido porque Margarita Seisdedos no era un personaje circense, era una señora mayor que de alguna manera había acabado ahí en medio. Rocío mantenía ese punto de señora normal rodeada de farándula”, explica el director de Superestar

Vigalondo mantuvo a Rocío en un espacio liminal entre la ficción y la realidad. Tenía que ser Margarita Seisdedos pero también ella misma. Por eso grababa las escenas sin saber el contexto real, sin haberse leído el guion previamente y sin apenas saber quiénes eran madre e hija. “Es una forma de trabajar poco ortodoxa precisamente para una mujer que es poco ortodoxa. Rocío es de las mejores cosas que me han pasado en mi carrera como director”, dice Vigalondo. 

Superestar nos enseña dos cosas. Por un lado, la narración en sí demuestra que la rareza ocupa un lugar muy desagradecido en este mundo. La excentricidad suele ser objeto de mofa, pues resulta la única forma posible de enfrentarse a la inquietud que supone no poder comprender algo. Por otro, con la interpretación de Rocío Ibáñez una se da cuenta de que pensar que las cosas hermosas —como ser actriz— deben llegar temprano —cuanto antes— es dejar toda una vida futura sin posibilidad de gozar lo inesperado.