De Kenia a Burgos: tras las huellas del primer entierro sapiens

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El equipo de María Martinón-Torres (CENIEH) sabe que cualquier muestra arqueológica que entra en su laboratorio es sagrada. El manejo de restos paleontológicos sigue un ritual que, en ocasiones, deviene en una resurrección metafórica de tiempos que nos conectan con nuestra identidad sapiens. Esta vez, a través de la muerte, en la búsqueda del primer entierro de la humanidad.

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“En nuestra especie, defenderse de la muerte dejó de ser un acto reflejo y se convirtió en un acto reflexivo. Vivimos con una voluntad terca por domesticar la muerte, por combatirla”, dice esta antropóloga forense. Ella se trajo a España un bloque de restos excavados en África de los que no se sabía nada, pero se intuía todo.

“La primera vez que llegamos al yacimiento de Panga ya Saidi (Kenia), ya notamos que era un lugar especial”. Así habla su colega, la profesora Nicole Boivin (Instituto Max Plank de Historia Humana). Ella ha sido otra de las encargadas de desvelar los restos de ese primer entierro conocido hasta la fecha, en África. Y su protagonista: un niño o niña, bautizado como Mtoto.

Con unos 3 años de edad, vivió en Panga ya Saidi, un sitio clave en la costa del este del continente. Un lugar que un día debió de ser un bosque húmedo con cuevas, agradecido para los asentamientos de los primeros Homo sapiens. Y también su desarrollo cultural –aunque desde hace poco, sabemos que ni el único, ni el primero–.

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Ya se conocía su extraordinario registro de 78.000 años de antigüedad de cultura, tecnología y simbología humana primitiva. Por eso no era de extrañar que se encontrase allí algún vestigio de ritual funerario entre aquellos primeros humanos. Los restos, amalgamados en un bloque, viajaron de Kenia a Burgos, donde las expertas de su laboratorio encontraron las claves del antiguo entierro.

La investigación internacional ha contado con participación española, entre la que destaca, además de Martinón-Torres, la del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga (Museo de la Evolución Humana y UCM-ISCIII) y su colega de centro Elena Santos.

También un equipo de los Museos Nacionales de Kenia, que estaba tras la pista de unos huesos infantiles, hallados en 2013, pero que no se podían entonces asociar al primer entierro de la humanidad.

El laboratorio confirma el primer entierro conocido de un niño

Antes de lo que conocemos como ‘humano moderno’, nuestros antecesores también practicaban ritos funerarios. Los preneandertales de Atapuerca (Burgos) son un buen ejemplo de ello, con más de 100.000 años de antigüedad. Incluso sapiens muy arcaicos, de hace unos 90.000 años en  la actual.

Reconstrucción de cómo se encontró a Mtoto en Panga ya Saidi | González y Santos
Reconstrucción de cómo se encontró a Mtoto en Panga ya Saidi | González y Santos
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También están documentados los primeros entierros de Shanidar de entre 60.000 y 80.000 años, ​ La Chapelle-aux-Saints con unos 60.000 años, o Le Moustier de entre 56.000 y 40.000 años. Los tres, casos de neandertales, como el del niño de hace unos 41.000 años hallado en el yacimiento francés de Ferrassie.

Se cree que incluso especies anteriores también practicaban enterramientos, aunque se desconoce el alcance cultural o ritual de los mismos. En la Sima de los Huesos (Atapuerca) los Homo heidelbergensis de hace 400.000 años merecieron para Arsuaga el calificativo de “primer santuario de la humanidad”.

En el caso Mtoto, hablamos de un sapiens –asumiendo que los neandertales y preneandertales era otra especie, aunque humanos también–. En Panga ya Saidi, hay indicios de que había sido enterrado en una posición bien definida y hasta parece asentado en lo que debió de ser una especie de almohada.

“Empezamos destapando partes del cráneo y la cara, con la articulación intacta de la mandíbula y algunos dientes sin salir”, explica la profesora María Martinón-Torres, directora del CENIEH. Ahí empezaron los indicios de que podrían estar ante el primer entierro de la humanidad conocido.

Un entierro con ritual funerario

“La articulación de la columna vertebral y las costillas también se conservó asombrosamente bien, incluso con la curvatura de la caja del tórax, lo que sugiere que fue un entierro intacto y que la descomposición del cuerpo tuvo lugar justo en el hoyo donde se encontraron los huesos”, ha señalado en la presentación del estudio, publicado en Nature.

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El análisis microscópico de los huesos y el suelo circundante confirmó que el cuerpo se cubrió rápidamente y que la descomposición tuvo lugar en el pozo. En otras palabras, Mtoto fue enterrado intencionalmente poco después de la muerte. Y tapado con tierra diferente a la del lecho excavado.

Los investigadores sugirieron además que el cuerpo flexionado de Mtoto, que se encuentra acostado del lado derecho con las rodillas hacia el pecho, representa un entierro bien envuelto con una preparación deliberada. 

Pudo haber una especie de almohada, lo que indica que la comunidad pudo haber realizado algún tipo de rito funerario

María Martinón-Torres (CENIEH)

Aún más notable, señala Martinón-Torres, es que “la posición y la caída de la cabeza en el pozo sugieren que pudo haber estado presente un soporte perecedero, como una almohada, lo que indica que la comunidad pudo haber realizado algún tipo de rito funerario”.

La relación con la muerte es uno de los más claros rasgos que definen una cultura humana paleolítica. Una cultura simbólica que se ha atribuido tradicionalmente a los sapiens, cuando sus antecesores lo fueron tanto o más.

Aunque sigue siendo un enigma si en lugares como Atapuerca, además de entierros, se hacían rituales y se empezase a vislumbrar alguna idea de trascendencia, de Más Allá o, sencillamente, de vuelta a la tierra de la que brotan ahora estos huesos mensajeros del pasado.

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