Descubren que los insectos no van hacia la luz sino que le dan la espalda para orientarse… sin éxito

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Como seguramente tú, la humanidad ha tratado de responder durante siglos a por qué los insectos van hacia la luz en medio de la oscuridad. Ahora, dos biólogos creen que estamos haciéndonos la pregunta inadecuada. Porque, en realidad, muchos insectos voladores no se dirigen exactamente a fuentes luminosas; les dan la espalda. Y entonces, desesperan volando en círculos. Pero no van hacia la luz.

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Bajo la supervisión del profesor de biología Jamie Theobald, Samuel Fabian (Imperial College de Londres, Reino Unido) y Yash Sondhi  (Universidad Internacional de Florida, UFI, EE.UU.) hicieron las maletas en 2022 y se plantaron en Costa Rica. Por la noche, en el bosque neblinoso de Monteverde, encendieron una luz y esperaron. Enseguida, insectos grandes y pequeños descendieron de la oscuridad. “Polillas con manchas como ojos en cada ala. Escarabajos con armadura brillante. Moscas. Una vez, incluso, una mantis religiosa“, describen desde la UFI. Todos comenzaron su danza hipnótica alrededor de la bombilla.

Los insectos vuelan en círculos dando la espalda a la luz, quizás creyendo que es el cielo.

Nada de particular, salvo que Fabian y Sondhi habían desplegado todo un gran hermano alrededor de esa luz hacia la que siempre creemos que van los insectos. “Ahora contamos con tecnología de cámaras ultrarrápidas (para hacer vídeos superlentos)”, explica Fabian. De las grabaciones, que luego reprodugeron en laboratorio, surgió un detalle sorprendente: durante el vuelo, los insectos dan la espalda hacia la fuente de luz artificial, en un fenómeno largamente conocido como ‘respuesta dorsal a la luz’.

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“Miras los videos a cámara lenta y ves que sucede una y otra vez”, añade Yash Sondhi, reciente doctorado de la FIU y actual investigador en el Museo de Historia Natural de Florida. “Tal vez la gente perciba que están volando directamente hacia alrededor de las luces del porche o de una farola, pero ese no es el caso“. El principal hallazgo es que los insectos confunden la luz con la dirección hacia arriba, propia del cielo. Algo esencial para volar, puesto el tirón de la gravedad –aunque sea poco en insectos– siempre va hacia lo que se entiende por ‘abajo’.

Los investigadores ya habían anticipado su hipótesis hace unos meses en un repositorio de prepublicanciones en abierto. Ahora ha sido revisado y evaluado su trabajo en Nature Communications y no hay dudas de que no se puede decir que los insectos van a la luz, sino que la orbitan frenéticamente. ¿Por qué?

No van hacia la luz, los insectos sólo tratan de averiguar dónde están

Durante millones de años, los insectos han evolucionado hasta convertirse en maestros del vuelo confiando en lo más brillante que ven: el cielo. Hoy en día, el mundo artificialmente iluminado da la vuelta a sus instintos. Los insectos piensan que las bombillas son su cielo. O sea, que para ellos, ‘arriba’ es lo que está iluminado. Pero las luces artificiales no siempre están arriba.

De este modo, se acercan a ellas, sí, porque es una referencia. Pero cuando están suficientemente próximas, la luz, desde su perspectiva, se está moviendo todo el rato. Quedan atrapados en un ciclo agotador tratando de mantenerse orientados. Es un esfuerzo inútil que provoca maniobras torpes y choques ocasionales directamente contra la luz. Pero no porque los insectos vayan hacia la luz.

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Esto desmonta en parte otra de las hipótesis sostenidas hasta el momento, según la cual, los insectos creen que la bombilla es la Luna. Nuestro astro puede ser una especie de brújula durante el vuelo, puesto que está aparentemente fija en el cielo, mientras que todos los objetos cercanos se nos parecen mover en nuestro (y su) campo de visión al desplazarse. Sin embargo, esto no explicaría del todo por qué le dan la espalda.

En realidad, tiene que ver más con “la escasa capacidad de la gravedad para servir de orientación a insectos, que pesan muy poco”, señala Fabian. Al circular por rincones o doblar esquinas experimentan todo tipo de fuerzas mayores a la gravedad, que apenas notan. “Todas las fuerzas de vuelo, en el ascenso, no apuntan en la dirección correcta (cuando van a la bombilla), así que empiezan a curvar su trayectoria. Por eso los vemos dando vueltas y no haciendo una espiral, girando y girando, incapaces de salir de ahí”.

Un experimento con minisensores a lomos de libélulas

Para observar con precisión el movimiento de los insectos hacia la luz no sólo tiraron de decenas de grabaciones a cámara superlenta. También pusieron a volar a sus bichos en laboratorio. Pero, en esta ocasión, equipados con una tecnología puntera de seguimiento.

Se colocaron pequeños marcadores en forma de L a lo largo del dorso de varias polillas y libélulas. Cuando volaban alrededor de la luz, también recopilaban datos sobre cómo se desplazaban, rotaban y se movían a través del espacio tridimensional.

Sensores en el dorso de las libélulas monitorizadas en laboratorio | S. Fabian, ‘Nature Comms.’
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“En uno de los primeros experimentos, dejé que una gran polilla amarilla se despegara de mi mano y volara directamente sobre una bombilla ultravioleta; inmediatamente se volteó”, explica Fabian. “Entonces no sabíamos si el comportamiento que vimos se daba en la naturaleza”. Su viaje a Costa Rica lo corroboró.

En total, recopilaron más 477 vídeos que abarcaban más de 11 órdenes de insectos y luego utilizaron herramientas informáticas para reconstruir los puntos a lo largo de las rutas de vuelo, en 3D. Junto con los datos de captura de movimiento, los investigadores concluyeron que todas las especies, de hecho, se volteaban cuando se exponían a la luz, al igual que en el laboratorio. Eso sí, algunas en concreto no lo hacen: no verás a la mosca común (mosca de la fruta) revoloteando frenéticamente alrededor de una bombilla. No saben por qué.

La otra gran pregunta que quieren responder es la distancia en el que este efecto comienza a ocurrir con diferentes tipos de luces. Hay indicios de que no todas las longitudes de onda (colores de luz) les resultan tan atractivas. Y no está claro cuál es la luminosidad mínima y distancia para que les afecte. Fabian cree que es a partir de 2 metros de la fuente, pero no es descartable que les altere a grandes distancias, en entornos urbanos cargados de contaminación lumínica.

Theobald, que lleva muchos años desentrañando los misterios neurológicos de la navegación aérea concluye entusiasmado: “Resulta que todas nuestras especulaciones sobre por qué sucede esto han sido erróneas, por lo que este es definitivamente el proyecto más genial del que he formado parte”.

Fuentes