En el ensayo colectivo Vidas trans (Editorial Antipersona), el filólogo y traductor Darío Gael Blanco señala que la experiencia trans, a ojos de las personas cis, se entiende como una especie de proyecto en construcción basado en intervenciones hormonales y quirúrgicas: “Las propias personas trans adoptamos los compartimentos estancos de estas percepciones cuando subrayamos el número de años que llevamos operadas o medicadas, de ser ese el caso, y cuando participamos de la narrativa visual del antes y después, no solo con fines informativos, sino también autoafirmativos”.
Con hormonación o sin ella. Con una apariencia u otra. En la infancia o en la edad adulta. Mujer, hombre o persona no binaria. No hay una sola manera de ser trans.

Transicionar en la adolescencia
Gabriel Delgado, un estudiante de bachillerato de 18 años, dice, en conversación con Newtral.es, que las personas trans no son las que transicionan como tal, sino el entorno: “No puedo transicionar de ser algo que soy a… ser algo que soy. El entorno es el que transiciona para tratarme a mí de acuerdo a quien soy”. En ese sentido, el proceso puede conllevar hormonación e intervenciones quirúrgicas para adecuar el físico a la idea normativa de la corporalidad masculina y femenina, aunque no siempre.
Aunque no siempre es así, Gabriel sí tenía clara su identidad desde pequeño. “A los 12 o 13 pude poner nombre a mi realidad, aunque sabía quién era desde mucho antes. Decidí exteriorizarlo a los 14 o 15. Y poco después, propicié ese cambio social para que me viesen como soy”. Primero con el nombre, después con hormonación. “Yo apenas tuve problemas. Todo fue estupendamente bien tanto con mi familia como en el instituto. En la tarjeta sanitaria pudimos cambiar mi nombre muy rápido. El problema lo encontré cuando quise hacer lo mismo en el DNI”, cuenta.
En Calatayud (Zaragoza), Gabriel, acompañado de sus padres, hizo todos los trámites para cambiar su nombre en el DNI. La resolución llegó a casa meses después. En ella le denegaban la petición “porque era un nombre inequívocamente masculino que podía inducir a error”, recuerda. Es decir, en su documento de identidad iba a seguir apareciendo el sexo legal femenino, pero su nombre sería el de Gabriel.

“Estuvimos analizando cómo pelearlo. Algunas asociaciones me recomendaban trucos como cambiarme el nombre a Gabi para hacerlo más neutro, más ambiguo. Parecía que a quien había que corregir era a mí, y no al sistema judicial o burocrático. Yo solo estaba exigiendo un derecho. El derecho a que si compraba un billete de avión o de tren, o echaba una beca, simplemente apareciese mi verdadero nombre”.
Él y su madre iniciaron una petición en Change.org, y tras recaudar 200.000 firmas, las presentaron en el Registro Civil de Calatayud junto a un recurso. Finalmente, en febrero de 2019, le concedieron el cambio.
De momento, Gabriel no quiere realizar un cambio de sexo legal. “Me puede generar problemas como que cuando quiera pedir cita en el ginecólogo, me digan que no porque soy hombre y consto como tal”, apunta, algo que piensa sobre todo de cara al futuro: “Quiero tener hijos, quiero gestar, quiero ser padre”.

Tener passing para sobrevivir
Rosa María García, doctoranda de Filosofía y Género en la Universidad de Murcia, tiene ahora 26 años y fue hace una década cuando trató de buscar respuestas al malestar que sentía por su imagen corporal. En conversación con Newtral.es, Rosa María recalca que ese malestar, si bien a veces es común, “no es inherente a la condición trans”.
En su caso, su identidad de mujer trans no binaria ha sido un camino que comenzó con el rechazo a la idea de reconocerse como hombre: “Se suponía que era lo que yo tenía que ser. No es tanto que yo tuviese claro que era una mujer, sino que tenía claro que no era un hombre”, relata.
Hace tres años, decidió empezar un tratamiento hormonal. “Para mí era la única forma que yo tenía interiorizada de ser trans y de ser reconocida como trans”. Una forma, también, de adherirse a las imposiciones sociales sobre qué es ser hombre y qué es ser mujer por pura supervivencia.

Como le pasó a Mané Fernández, vicepresidente de la Federación Estatal LGTB (FELGTB), de 57 años: “Yo nací y crecí en Chile. A los 14 o 15 años, un psiquiatra nos habló a mi familia y a mí de la transexualidad. Por aquel momento se utilizaba ese término. Ahí empecé a entender quién era. A los 33, ya en España, me hice una mastectomía y una histerectomía. No es que me arrepienta, pero ahora con todo lo que sé, pienso en que mi identidad va más allá de la genitalidad. Era ya un hombre, independientemente de las cirugías que me hiciese”, cuenta a Newtral.es.
Mané señala que su existencia se ve condicionada por los interrogantes que se plantean con su presencia: “Nos vemos obligados a pensar nuestros cuerpos en exceso. Y nuestras decisiones están marcadas por la presión social, por acomodarte a lo que la sociedad espera de ti”, añade.

Para Silvia Hernández, decoradora de interiores de 48 años, tener passing —cuando, de acuerdo a los cánones normativos, no es evidente a primera vista que una persona es trans— es un mecanismo de supervivencia: “Lo buscas y lo deseas pensando en que así recibirás menos violencia. Y aun así te lo ponen muy complicado”, explica a Newtral.es.
“Se trata de aparentar ser normativa. No todas nos sentimos a gusto con los cánones, pero es que si no, no vives”, reconoce Silvia. En su caso, expresar su identidad de género le costó el empleo: “Transicioné con 44 años. Cuando consideré que estaba preparada, comencé el tratamiento hormonal. Llevaba mucho tiempo trabajando en la decoración de interiores, pero al estar en el campo de la construcción, era un ámbito muy masculinizado y hostil para mí como mujer trans”.
Para Silvia, su experiencia trans, enmarcada en una sociedad donde existe la transfobia, “ha sido cruel”: “Mi hijo tiene ahora diez años y no quiere saber nada de mí”. Sin embargo, relata cierto alivio: “Ya no me estoy mintiendo. No quiero ser esa persona que intentaron que fuera. No necesito ser tutelada ni que me den permiso para ser quien soy”, apunta.
Su proceso es tanto individual como colectivo. No se trata solo de ser reconocida como mujer, sino de lograr “derechos básicos de vida” como “un empleo o una vivienda sin problemas, el mero hecho de tener un maldito plato de comida asegurado”.
Diferencia generacional
Quien también perdió su fuente de ingresos y a su familia fue Fina Campàs, de 63 años. Es militante en Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y ha ido en las listas electorales de este partido en elecciones municipales, autonómicas y europeas, aunque nunca en un puesto lo suficientemente alto como para lograr un escaño.
Reconoce la labor pro LGTBI de la socialista Carla Antonelli, diputada en la Asamblea de Madrid, y señala que hay “una gran deficiencia, una infrarrepresentación” de este colectivo en política: “Que no haya una persona trans ni en el Parlament ni en el Congreso de los Diputados es una irregularidad”, apunta a Newtral.es.
Nacida y criada en Vic, Campàs cuenta que “a los 12 era una niña en la clandestinidad”: “Hacer el tránsito era impensable para mí, tenía auténtico terror, así que seguí los roles que se esperaban de mí, como que afrontase el negocio familiar y que tuviese responsabilidades familiares”.
Construyó su vida como una arquitectura social perfecta: trabajo, esposa e hijos. Pero cuando decidió transicionar, “todo se fue al garete”: “Eso, junto a una crisis económica que padecía, hizo que acabase durmiendo en la calle. No tenía dinero ni para comer”.
Estuvo “ejerciendo la prostitución un tiempo, en Barcelona”, algo que, asegura, le “enseñó a sobrevivir”. Y en esa ciudad, pudo conocer a otras personas trans y adentrarse en el mundo de la militancia y el activismo, llegando a impulsar la plataforma Trans*forma la Salut. “Los primeros años, la palabra transicionar ni siquiera estaba en mi vocabulario. Solo sabía que el género que me habían asignado no era el mío y que me sentía cómoda y feliz cuando me leían como mujer”, apunta.

No es el caso de Nicole Fiore Zamfir, estudiante de Derecho en la Universidad de Granada. A sus 20 años, ha podido investigar sobre la realidad trans gracias a internet y al conocimiento generado por las propias personas del colectivo. “Empecé a darme cuenta ya en la infancia cuando me relacionaban con cosas de niños. Pero no porque no me gustase lo que se entiende por ‘cosas de niños’, sino porque me veían como a un niño y no como a una niña, que es lo que yo era”, explica a Newtral.es.
“A los 14 o 15 asumí que yo un chaval no era”, apunta, y comenzó su transición: “Empecé a pedirle a la gente que me tratase en femenino. Simplemente con el trato, mi actitud mejoró muchísimo. Ya a los 18 empecé el tratamiento hormonal”, relata.
Nacida en Rumanía y criada en Andújar (Jaén) desde los cuatro años, Nicole Fiore explica que por el tema de la nacionalidad —aún mantiene la de su país de origen— puede tener problemas a la hora de realizar un cambio de sexo registral: “Con la tramitación de la nacionalidad como está y la ley trans bloqueada, siento que estoy en jaque a la hora de poner en orden mis documentos”. Y es que la actual ley de cambio de sexo registral, de 2007, solo permite realizar este trámite a quienes tienen la nacionalidad española. Para hacerlo, además, se requiere un tratamiento hormonal de al menos dos años y evaluaciones médicas y psicológicas.
El borrador de la ley trans que ha preparado el Ministerio del Interior y que aún no ha pasado por el Consejo de Ministros propone eliminar estos requisitos, haciendo más accesible el cambio de sexo legal, también para extranjeros.

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No todo es binario
“Crecí en los 90 viendo en la tele a la Veneno [Cristina Ortiz]. Eso es todo lo que sabía sobre la realidad trans”, cuenta a Newtral.es Ira René Martín, de 35 años, docente en el colegio Lope de Vega, en Carabanchel (Madrid). Dice que a su actual pareja, con la que lleva desde hace diez años, siempre le decía: “Yo creo que estoy entre medias”.
El año pasado, Ira René decidió visibilizarse como persona trans no binaria, es decir, no se circunscribe a ningún género —ni hombre ni mujer—. “Pensé que por fin tenía que ponerle palabras a algo que llevaba pensando desde hacía mucho tiempo”, cuenta. En su caso, decidió raparse el pelo como una suerte de ritual. “También abandoné expresiones de género con las que no me acababa de sentir cómode”, añade, aunque recuerda que no todas las personas no binarias cambian aspectos visibles de sí mismas en su proceso de transición.
Ira René, que ya ha compartido con su clase de primaria la identidad con la que realmente se identifica, recuerda que durante su infancia trató de feminizarse físicamente para que le aceptaran: “Cuando me ponía vestidos y maquillaje es cuando me hacían refuerzo positivo. Irremediablemente, esa aceptación fue ligada a mi autoestima”.
La persona que le obligaron a ser, dice, era la fuente de sus problemas. “No me gustaba ni siquiera mi nombre”. Le costó cambiarlo, reconoce, porque minimizaba su propia experiencia trans: “Sentía que era menos importante que la del resto de la gente trans. Como no iba a hormonarme, ni a someterme a una intervención… Es como que era menos trans y que no tenía ‘derecho’ a hacerlo. Pero al final lo hice y ha sido una gran decisión”.

Huir de tu país por tu identidad
Químico y farmacéutico de formación, Hendrick Arévalo, de 35 años, se vio obligado a huir de su ciudad natal, Santa Ana (El Salvador), después de recibir amenazas de muerte. Tanto él como su pareja. Se fueron en octubre de 2019 y, a día de hoy, ya tienen asilo gracias a las gestiones del departamento legal de ONG Rescate.
“Un día en un bar, una de las pandillas que patrullan los barrios me pidió la documentación. En ella aparecía mi foto antes de la transición, mi nombre anterior y el sexo legal [femenino]. A partir de ahí, fue una pesadilla”, relata Hendrick a Newtral.es. “A mí me acosaban y me violentaban por ser un hombre trans y a mi novia, Tania, por estar conmigo. Le decían que iban a enseñarle lo que era estar con un hombre de verdad”, recuerda. Por ello, y por “ver a muchos amigos sufrir palizas”, decidieron venir a Madrid, dejando a sus familias y sus trabajos atrás.
De su transición recuerda que “siempre fue un poco a escondidas”: “Las hormonas no te las recetaba un médico, sino que las conseguías como podías. Y la mastectomía me la hizo un cirujano plástico que apoyaba la causa LGTBI. Tenía una clínica legal y ahí te hacía la operación pero poniendo que era otro procedimiento”, cuenta.

También Alexandra Sánchez, de 21 años, tomó un avión a España hace menos de dos años en busca de una vida más digna. Ella, desde Nicaragua, donde tuvo que abandonar sus estudios de Enfermería. Este año, en Madrid, pudo visitar la placa en memoria de la artista trans Cristina Ortiz que hay en el Parque del Oeste. “Quería sentirme cerca de las mías. Y aquí pude conocer su historia, que es como la de tantas amigas que dejé en Chinandega [su localidad natal]”, explica a Newtral.es.
Allí pudo construir una comunidad LGTBI, centrada sobre todo en ayudar y acompañar a mujeres trans con VIH: “Hace poco asesinaron a una compañera. El nivel de violencia es insoportable. Aquí, al menos, puedo salir a la calle y sentirme yo misma”, relata. Como Hendrick, Alexandra llegó a ONG Rescate en busca de asesoramiento para la solicitud de la protección internacional. De momento no ha recibido la resolución de su petición de asilo, pero vive en uno de los pisos de la ONG habilitados para personas que han sido perseguidas por motivos LGTBI.
