El secreto genético de palmeras extintas revividas tras 2.000 años

Palmera Matusalén, de un dátil de hace 2.000 años | Unvi. Tel Aviv
Palmera Matusalén, de un dátil de hace 2.000 años | Unvi. Tel Aviv
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Matusalén, Hannah, Adán, Judith, Booz, Jonás y Uriel. Semejante plantel bíblico en realidad designa a las protagonistas de una resurrección de palmeras extintas. Así se llaman los ejemplares germinados a partir de semillas de más de dos milenios de antigüedad, cuyo genoma acaba de ser secuenciado.

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La costa mediterránea es un catálogo de palmeras ornamentales. Pero sólo unas pocas adornan sus copas cada verano con esos racimos de dátiles, que han sido el eje más dulce de la alimentación de griegos, romanos y musulmanes desde hace siglos. Ahora sabemos que en aquel tiempo, sin embargo, había otras especies de palmeras datileras ahora extintas.

Un equipo de la Universidad de Nueva York en Abu Dhabi (NYUAD) ha conseguido hacer un viaje en el tiempo de dos milenios gracias a restos de dátiles encontrados en yacimientos arqueológicos. Tras germinar semillas de palmeras extintas hace más de 2.000 años, han podido secuenciar su genoma. De esta manera, en teoría, podrían volver a poblar la Tierra. Pero con un escollo importante: el difícil sexo entre palmeras.

Los investigadores revelaron el genoma completo de estas muestras antiguas germinadas, ya hace varios años en algún caso. Luego usaron estos datos para examinar la genética de estas palmeras datileras de Judea, consideradas extintas. Es la primera vez que se han secuenciado los genomas de plantas a partir de semillas germinadas antiguas.

Al examinar el genoma de la especie de palmera extinta datilera Phoenix dactylifera L., el profesor de biología Michael Purugganan y sus colegas de NYUAD, pudieron ver cómo estas plantas evolucionaron. En concreto, observaron que entre el siglo IV a. C. y el siglo II d. C., las palmeras datileras en el Mediterráneo oriental comenzaron a mostrar niveles crecientes de genes de otra especie.

Los romanos llevaron a la palmera a su extinción

La actutal palmera Phoenix theophrasti hoy se reproduce en Creta y en algunas otras islas griegas y el suroeste de Turquía, como resultado de la hibridación entre especies. Los investigadores concluyen que el creciente nivel de genes de P. theophrasti en las palmeras extintas durante aquellos dos siglos anteriores a nuestra era muestra la creciente influencia del Imperio Romano en el Mediterráneo oriental.

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Sus hallazgos se han reportado en la revista Proceedings of the National Academy of Science USA. Y, lo cierto es que con este estudio en la mano, no sería muy difícil hacer germinar un hueso de dátil antiguo, aunque las semillas suelen terminar con su ADN dañado por la radiación acumulada tras el paso de los siglos.

Se cree que incluso especies anteriores también practicaban enterramientos, aunque se desconoce el alcance cultural o ritual de los mismos. En el caso del niño encontrado en Panga ya Saidi, hay indicios de que había sido enterrado en una posición bien definida y hasta asentado en una especie de almohada.

Distribución y origen de las variedades de palmera datilera y su variación genética. En marrón, el área de la extinta Phoenix dactylifera L. El resto, las actuales datileras cultivadas.

“Tenemos la suerte de que las semillas de palmera datilera puedan conservarse mucho tiempo, en este caso más de 2.000 años. Los pipos consiguen germinar con un daño mínimo, en el ambiente seco de la región”, explica el doctor Purugganan.

“Este enfoque de ‘genómica de la resurrección‘ es una forma muy eficaz de estudiar la genética y la evolución de especies pasadas y posiblemente extintas como las palmeras datileras de Judea”, señala.

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Al revivir material biológico, como la germinación de semillas antiguas de sitios arqueológicos, paleontológicos o colecciones históricas, podemos no sólo estudiar los genomas de las poblaciones perdidas. También, en algunos casos, “permite redescubrir genes que pueden haberse extinguido en las variedades modernas”.

El complejo sexo de las palmeras

Con el genoma en la mano y con dátiles germinados, volver a tener un bosque de palmeras extintas no es tan fácil. Sencillamente porque la palmera datilera cuenta con ejemplares macho y hembra, como saben bien sus cultivadores, que suelen plantarlas de una determinada forma, alternándose.

El palmeral de Elche es el más grande de Europa con palmeras datileras | Shutterstock

La palmera hembra es la que produce los dátiles comestibles y con semilla viable dentro. Para ello, es preciso que sea fecundada por el polen que dan las palmeras macho. Es característico el penacho de florecillas blancas que ellos producen. El viento, los insectos o los humanos palmereros se encargan de llevarlo hasta las flores femeninas (entaconado), menos vistosas, como bolitas amarillas.

Una vez fecundadas, de cada flor femenina puede salir un dátil con una genética completamente distinta. Puesto que el polen masculino puede haber llegado de distintas palmeras masculinas. Eso garantiza la variabilidad genética, pero también facilita que, con intervención humana, se puedan escoger las hibridaciones que más interesan, como hicieron los romanos.

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Cada dátil puede ser único. Sólo las palmeras hembra los dan y necesitan ser fecundados gracias a la proximidad de machos o la acción humana.

Fue la investigadora israelí Sarah Sallon la primera en revivir palmeras extintas en 2005. Una semilla de dátil casi rescatada de un pasaje bíblico. Fue encontrada en la montaña Masada de Judea, donde un millar de judíos se inmoló ante el asedio romano hace más de dos milenios.

Puesto el pipo en agua caliente para ablandar la cubierta, se introdujo en un mejunje rico en nutrientes, enzimas y fertilizantes y la puso a una maceta. Mes y medio después, le salió un pequeño tallo verde y raíz. De ahí nació la hoy frondosa palmera Matusalén, una de las actuales protagonistas. Sin embargo, aquella, más allá de haber vuelto a la vida, no había sido secuenciada genéticamente hasta ahora.

Palmeras aparte, la semilla más antigua jamás germinada es de una silene de hace 32.000 años. Fue descubierta en un almacén, seguramente tras haber sido enterrada por una ardilla de la Edad de Hielo, en las orillas del río Kolyma de Rusia.