Los 70 y el origen del “síndrome post aborto”: cómo convencer a las mujeres de que se arrepentirán de abortar

origen síndrome post aborto
Protesta por el derecho al aborto en EEUU | Lorie Shaull
Tiempo de lectura: 7 min

La incorporación de las mujeres al mercado laboral formal en Estados Unidos, dominado por la presencia masculina, fue aterrador para los hombres. Verlas fuera de su hábitat habitual —el hogar, el matrimonio— avivó las ansiedades masculinas porque, como explicaba Erika Bornay en Las hijas de Lilith, hizo que “los hombre se cuestionaran la verdadera naturaleza del sexo femenino”. 

Publicidad

En su libro Reacción, publicado por primera vez en los 90 pero reeditado ahora en España por Península, Susan Faludi ya explicaba que mientras los hombres perdían progresivamente su autoridad tanto en el entorno laboral como en el del hogar —pues ellos ya no eran los únicos que salían a ganarse el pan y lo llevaban a casa—, las mujeres se convertían en un desafío: aquel cambio en los roles laborales las llevó incluso a replantearse cuestiones más íntimas. Si de repente podían salir a ganarse el plato de comida, quizá también podían tomar la iniciativa en la cama —y en su sexualidad—. 

Las mujeres que no quieren maternar son peligrosas

Esa autonomía adquirida también tuvo su reverberación en la autonomía reproductiva. Las mujeres podían decidir cuándo ser madres o, incluso, no serlo. Y contra esa emancipación de las mujeres, las narrativas masculinas se centraron en distorsionar los movimientos de liberación femenina recuperando las cualidades pérfidas de la feminidad insolente que ya se le atribuían a figuras mitológicas como Lilith, la primera esposa de Adán, al cual abandonó tras rebelarse. 

A Lilith se la ha retratado como una especie de demonia o criatura monstruosa que, entre otras cosas, promueve el aborto e incluso mata a niños recién nacidos. Como explica Bornay, “no deja de ser coincidente que la recreación de esta figura de la mitología hebrea sea contemporánea de los movimientos ingleses de emancipación de la mujer y de las grandes controversias sobre planificación familiar de la década de 1860”. 

Que se la perfilase como una mujer despiadada contraria a la vida era la estrategia por la cual los hombres trataban de infundir miedo a las mujeres sobre su propia libertad. Lo que subyace en la figura de Lilith, entre otras cosas, es que las mujeres que no quieren maternar son peligrosas para sí mismas y para el resto. En palabras de Susan Faludi, “la libertad femenina quedaba definida una vez más como causa de los sufrimientos de las mujeres”. La demonización de las feministas pro aborto no era una cuestión de proteger la vida del no nacido, sino de convencer al resto de mujeres de que la libertad era en realidad mala para ellas.

Y la forma de hacerlo fue con la popularización del llamado “síndrome post aborto”, que, como detallaba la investigadora Karissa Haugeberg en su libro Mujeres contra el aborto, su origen se puede situar en la década de los 70 en Estados Unidos —recordemos que Roe v. Wade, la histórica sentencia que blindó el derecho al aborto, es de 1973—. 

Publicidad

La esterilidad y la soledad femeninas o cómo infundir miedo a la libertad

La investigadora Ágata Ignaciuk, especializada en salud y derechos reproductivos, explica que “los procesos de despenalización del aborto en Europa y en Estados Unidos habían servido para demostrar que el aborto medicalizado era seguro, una solución a un problema de salud pública”. Por eso, el activismo antiaborto libró la batalla dialéctica: “Comenzaron a conceptualizar el aborto medicalizado y profesional como algo inseguro, que ponía en riesgo a las mujeres”, añade Ignaciuk, investigadora en la Universidad de Granada. 

Haugeberg explica cómo activistas antiaborto comenzaron a establecer “centros de ayuda al embarazo” (Crisis Pregnancy Centre) en los 70, donde difundían información médicamente inexacta sobre los riesgos del aborto para la salud física y psíquica. Como detalla Ágata Ignaciuk, “estos centros, ya con un nombre muy ambivalente, se camuflaban como clínicas de salud reproductiva, incluso se anunciaban como tal”. “Lo hacían para captar a mujeres que querían abortar y allí trataban de disuadirlas haciéndoles que viesen la ecografía, por ejemplo”, añade Ignaciuk. 

Como expone Haugeberg, “folletos anónimos, supuestamente escritos por mujeres que habían abortado y se habían arrepentido, circularon” a través de estos centros. Es decir, se comenzó a difundir el “síndrome post aborto” [aquí puedes leer algunas de las características que se le atribuyen y que son falsas], pero todavía no existía esa etiqueta como tal, sino que era una amalgama de síntomas genéricos como ansiedad, depresión y pérdida del deseo sexual, y de patologías como la esterilidad.

Como recoge en este artículo científico la investigadora Kimberly Kelly, el término como tal “fue acuñado por el profesor de Relaciones Familiares Vincent Rue durante una audiencia en el Congreso sobre el aborto en 1981”. “Los investigadores antiaborto pronto se apropiaron de la etiqueta”, añade Kelly, señalando que la comunidad científica más conservadora se volcó en realizar estudios que confirmaran sus creencias. Y aunque estos contenían importantes errores metodológicos, como explicábamos aquí, las afirmaciones se fueron sofisticando y ganando popularidad gracias al aval de algunos investigadores científicos. 

En esa misma década, la de los 80, el lenguaje de los activistas antiaborto comenzó a perfeccionarse. Como explica Susan Faludi en Reacción, expresiones como “mujeres explotadas a través del aborto” o “mujeres víctimas del aborto” comenzaron a usurpar el terreno linguístico. Ya no decidían abortar, sino que eran víctimas de su propio derecho. Se degradaba el lenguaje reivindicativo, dice Faludi, al sustituir en el imaginario la “decisión de abortar” por “la explotación para abortar”, reforzando así la idea de que las conquistas feministas iban en detrimento de nuestro propio bienestar. 

Publicidad

De hecho, Faludi recordaba en Reacción cómo el aborto se convirtió en los 70 y 80 en una de las causas “favoritas” de la esterilidad, dentro de un contexto de por sí muy obsesionado con que las mujeres íbamos a quedarnos estériles e íbamos a morir solas por “culpa” del divorcio, como recuerda la escritora. 

Los ginecólogos advertían a sus pacientes que si tenían “demasiados” abortos era posible que a la larga presentaran problemas de infecundidad, e incluso que se vieran afectadas por una esterilidad incurable, señalaba Faludi. De alguna manera, el mensaje que subyacía era proteccionista, aparentemente benévolo: “Mujeres, queremos protegeros de vosotras mismas”.

“Los investigadores gastaron enormes cantidades de energía y de fondos federales tratando de encontrar datos estadísticos que sirvieran de apoyo a sus teorías. Durante 20 años (década de los 70 y 80), cientos de estudios epidemiológicos trataron de hallar un vínculo entre aborto y esterilidad. Pero según un equipo de investigadores que hizo una revisión sistemática de cientos de estudios publicados hasta mediados de los 80, solo uno de ellos encontró realmente una relación entre aborto y problemas de fecundidad. Se trataba, sin embargo, de un estudio realizado entre mujeres griegas a las que les habían practicado abortos clandestinos y, por tanto, potencialmente peligrosos”, recogía la escritora en su ensayo Reacción

Mujeres que habían abortado se convierten en activistas antiaborto

Al discurso del “síndrome post aborto” se sumaron mujeres que se autodenominaban “supervivientes del aborto” y que, como recoge Karissa Haugeberg en su ensayo, “ viajaron por todo el país hablando sobre su arrepentimiento por haber abortado”. “Los médicos provida [autodenominados así] legitimaron estas anécdotas escribiendo artículos que afirmaban cuestiones falsas como que el aborto causaba cáncer de mama y trauma psicológico”, añade Haugeberg. 

Ágata Ignaciuk apunta al estigma del aborto como uno de los motivos que explicarían que hubiese grupos de mujeres que se arrepientiesen de haber interrumpido sus embarazos: “En contextos de criminalización y culpa, la forma en que se puede vivir un aborto está muy guionizada, solo se permite el trauma, el dolor y el arrepentimiento”. Es decir, para estas comunidades de mujeres, muchas de ellas religiosas, la narrativa del “síndrome post aborto” fue una forma de darle sentido a la culpa. 

Publicidad

0 Comentarios

¿Quieres comentar?