Opinión | Una triste historia laboral, como otra cualquiera

huelga MIR madrid
EFE/J.J.
Tiempo de lectura: 26 min

Por Amparo Iraola, médico de familia y oncóloga

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El día 24 de septiembre de este tremendo 2020 empezaron, por fin, su andadura los nuevos residentes de Medicina. Cuatro meses después de lo previsto. Nuestra R1 ( los residentes se nombran según el grado de residencia), Lucia llegó a la familia que es nuestro pequeño hospital monotemático con una mezcla, imagino, de inquietud, ilusión, miedo y ganas. Empieza una nueva etapa laboral después de seis años de carrera, un examen infernal realizado el 25 de enero de este año (es decir, en la fecha prevista, publicada en el BOE unos meses antes), una pandemia con una primera ola en la que se les requirió para trabajar urgente lanzándolos al ruedo porque toda ayuda era poca y un verano en que lejos de descansar y disfrutar del dolce far niente ha preferido apoyar a la sociedad y currar de médico ante la falta que hay de profesionales. Por fin ha llegado el tan ansiado inicio de residencia que se debería haber producido en mayo y que al final ha llegado recién estrenado el otoño y ya metidos de lleno en la segunda ola de la pandemia.

Al examen que abre la puerta a recibir una formación especializada y por la que al final será especialista en Oncología Médica, se presentaron este año 16.176 aspirantes para 7.512 plazas ofertadas. Traducido: 2.153 médicos por cada plaza.  Teniendo en cuenta que presentarse al examen MIR no es equivalente a tener una plaza en propiedad; y sólo equivale a acceder a un contrato de formación pasado el cual el residente convertido ya en especialista, se va a la calle, estamos “perdiendo” 1 de cada 2 médicos presentados al examen. Lo de “perdiendo” es un decir, porque esos médicos (son a fin de cuentas médicos, puesto que todos son licenciados en medicina) seguirán intentando optar a una plaza de formación en los años siguientes. El término (y por lo tanto el drama) viene después en realidad, cuando una vez formados (y tras haberle costado su formación a las arcas públicas unos 300.000 euros por médico especialista) se les aboca a buscarse la vida, muchas veces fuera de nuestro país.

Pero ya hablaremos de esto un poco más adelante.

Problema histórico

En realidad el problema de este desajuste entre las aulas de las facultades de medicina y la capacidad hospitalaria no es nuevo. Es un problema histórico como se puede ver en esta noticia de El País de 1994 donde se denunciaba a su vez la histórica desproporción de matriculados en el examen MIR con 17.000 licenciados ese año para menos de 5.000 plazas.

Ese año, 1994, fue un año clave porque fue el año límite para poner en marcha las reformas exigidas por la directiva europea de 1986 que exigía formación especializada a los médicos generales. Se arrastraba un problema ya entonces de 20 años de curación, cuando se licenciaban en las facultades entorno a unos 20.000 médicos (año 1979) para los que no había cabida en el sistema de formación MIR, siempre escaso de plazas (aproximadamente unas 2000 en 1980). La bolsa histórica de licenciados en medicina que se arrastraba desde los años 80, había ido subsistiendo con trabajos temporales como médicos generalistas. Pero a partir de 1995 eso no sería posible, puesto que la UE exigía una formación práctica (eso es lo que significa entre otras cosas la formación especializada) para poder ejercer como médico general. La carrera de medicina que ya entonces era una carrera muy larga y muy teórica, ni de lejos llegaba a tener unas prácticas de calidad equiparables al resto de Europa, donde en países como por ejemplo Francia, los alumnos entraban en el hospital desde 4º de carrera y llegaban a recibir un sueldo, mínimo, pero sueldo a fin de cuentas, por realizar su trabajo.

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Esa situación por la que se iba a impedir a los licenciados de Medicina de nuestro país ejercer de médicos en la sanidad pública como médicos generalistas (lo que equivalía a decir que el título de Licenciado a efectos prácticos no servía para nada) generó una huelga de estudiantes de unos tres meses de duración, hoy ya olvidada, en la que los estudiantes demandaban que, puesto que la mayoría de facultades estaban modificando sus planes de estudio, se tuviera en cuenta la normativa europea y se incluyera la formación práctica necesaria para ejercer como médicos generales al acabar la carrera.

De nada sirvió.

Se puso un parche que segregaba más si cabe las especialidades hospitalarias de la atención primaria y se decidió dividir durante 5 años (el cálculo que los técnicos del ministerio pensaron que tardaría en absorberse la bolsa histórica de licenciados) el examen MIR en dos bloques: una examen para acceder a una plaza de Medicina de Familia y Comunitaria al que se podía presentar todo el que quisiera y que se convocaría habitualmente en otoño; y otro examen, el de Especialidades ( como si la MF y C no lo fuera) al que podía presentarse todo aquel que quisiera y hubiera renunciado previamente a la plaza de MFyC en caso de que hubiera aprobado el examen que daba acceso a ella, realizado unos meses antes. Pasados esos cinco años, los exámenes se juntarían de nuevo.

El primer examen MIR conjunto tras este arreglo fue en 2002.

No se acabó con la demanda de la bolsa histórica.

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Una historia rocambolesca laboral como otra cualquiera

Corría el año 1999 y los casi 300 licenciados en Medicina de la Universidad de Valencia, (promoción 93-99) se iban de viaje final de carrera a Tenerife. Apenas una semana de libertad antes de afrontar un largo y tedioso verano de estudio intensivo para preparar el examen MIR.

Estaban convocados, en primera instancia, al MIR de Familia. Daba igual si tenían o no intención de ser médicos de familia, todos se presentaban al examen puesto que era un buen método de entrenamiento: 5 horas de examen y 250 preguntas de respuesta múltiple más  10 preguntas extra de reserva, por las posibles impugnaciones.

La siguiente convocatoria, la del MIR de especialidades, tendría lugar en febrero. Mismo sistema: la elección de especialidad apostado a una carta la del examen, puesto que el expediente de carrera apenas contaba un 25% del resultado final.

En esta rocambolesca historia, y con un expediente de notable (la nota más habitual entre los licenciados por otro lado), tras casi un año estudiando más de 10 horas al día, esta aspirante falló en el intento y no pudo optar a una especialidad que le resultase atractiva. Así que, tras la decepción inicial, de nuevo hincó los codos, y se sentó a estudiar. La siguiente convocatoria, de nuevo en octubre, con el examen MIR de Familia le fue muy bien y tras año y medio estudiando, hizo que aparcase sus pretensiones de ser otra cosa y decidió coger plaza.

La elección fue en enero del 2001. Una fría mañana, en el Ministerio de Sanidad, una promoción de 10 médicos eligió plaza en el mismo hospital de Valencia. La mayoría de esos médicos estaban en su misma situación. Demasiado tiempo parados estudiando y chocándose contra el embudo del examen MIR.  Demasiadas ganas de empezar a trabajar y vivir la medicina práctica. Demasiado largo todo.

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Empezaron su formación en julio de 2001. Un primer año rotando por las diferentes especialidades médicas, un segundo año rotando por las especialidades médico-quirúrgicas y Pediatría, un tercer año íntegro en el Centro de Salud. Guardias desde la primera semana de trabajo en urgencias, que ya no abandonarían durante toda su formación. Dos años después de acabar una carrera apasionante pero prácticamente teórica en la que, según la normativa vigente, no estaban habilitados para ver y atender enfermos, se les soltaba la primera semana de su aterrizaje en los hospitales en uno de los puntos calientes del sistema sanitario: las urgencias. Caliente por ser una de las puertas de entrada al sistema y caliente por lo delicado del trabajo en sí. Ciertamente, entonces como ahora, se podría decir que el 80-90% de las patologías atendidas en urgencias, son patologías banales no urgentes. Pero ese 10-20% restante de lo atendido es delicado y grave y ni de lejos un R1 está capacitado para atenderlo. Y sin embargo aún hoy y más en este año de pandemia, se espera a los nuevos residentes como agua de mayo para cubrir las guardias, tan escaso es el personal.

En aquella época la formación como Médico de Familia estaba programada a tres años, con lo que esta promoción se licenció en verano del 2004.

Empezaba el verdadero drama: el mundo laboral real.

Al acabar a las puertas del verano las ofertas laborales eran múltiples. Por su versatilidad los médicos de familia eran contratados para hacer sustituciones en Atención Primaria (muchas de esas sustituciones en puesto de Pediatría), Puertas de Urgencias, Urgencias Extrahospitalarias (SAMU), Unidades de Hospitalización a Domicilio…

La protagonista de nuestro relato, optó por trabajar ese verano en urgencias del hospital en el que se había formado, entre otras cosas porque el contrato que le habían ofrecido duraba tres meses (en Atención Primaria, aun siendo el periodo total de trabajo esos mismos tres meses, las contrataciones eran quincenales o semanales, obviándose la contratación en fin de semana, salvo que hubiera que cubrir alguna guardia en sábado o domingo). Dos compañeros optaron por el SAMU (“Trabajo 15 días en agosto, “¿Y los otros 15 días?”, “Estaré saliente de guardia, durmiendo”. “Ya vivir si acaso, lo dejamos para más adelante…”. ¿Recuerdas, Pere Herrera?); el resto, se quedaron en Primaria. Todos acabaron en el paro en octubre y empezaron el periplo laboral de sustituciones a días, contratos precarios, cobertura de bajas, pagos a destiempo (hasta cuatro meses para cobrar una nómina por apenas 15 días trabajados en los dos meses previos de los que se le había aplicaba  una retención IRPF de hasta un 40%), llamadas intempestivas a primera hora de la mañana para acudir urgente a un Centro de Salud a cubrir una ausencia del titular, sabida de antemano (la mayoría de la veces), o imprevista (las menos) , muchas veces bajo coacción y amenaza velada de no volver a llamar al sustituto si este decía que no. Muchas veces con la propina añadida de trabajar la mañana y la tarde-noche (“¡Fíjate! ¡Cobras la mañana y la guardia! En realidad, ¡son dos días de contrato!”).

Médicos formados en una especialidad tan bonita como necesaria, abocados a ser meros administrativos apátridas, llamados para cubrir de manera cutre el expediente de una atención sanitaria básica que por definición no puede tener lista de espera porque detrás de esa Atención Primaria no hay nada ni nadie más (el primer y último médico responsable de la salud y el cuidado del paciente, es el Médico de Familia).

Dos años aguantó la protagonista de esta historia en estas circunstancias. Para entonces (año 2006), un tercio de su promoción de Médicos de Familia ya se habían presentado de nuevo al MIR y estaban haciendo otra especialidad. Otros habían emigrado a otras comunidades autónomas (más adelante lo harían a otros países). Como el trabajo ideal para ella (ser Médico de Familia y complementarlo con guardias en urgencias hospitalarias) no era posible, cuando tuvo la oportunidad, aceptó un contrato de atención continuada  (forma oficial de nombrar a los contratos de guardias, sean de hospital o de centro de salud) en urgencias a razón de 8 a 11 guardias al mes.

Así vivió los años de 2006 y 2007.

El 2008 y la crisis

La crisis que ninguno de nuestros políticos en activo intuyó, empezó a sonar por los lares sanitarios en 2007. No era nuevo el sistema de contrataciones precarias, pero empezaron a sonar campanas de cancelación de contratos, empezando por los contratos de atención continuada . Se oían ideas como prolongar las jornadas de los médicos titulares hasta cumplir doce horas de trabajo, mandarlos a casa a descansar otras doce y que al día siguiente fueran a trabajar por la tarde. De este modo, exprimiendo a todos los médicos de un mismo centro de salud, se evitaba un contrato de guardias. Y así un largo etcétera…

Por aquella época estaba convocada una oferta pública de empleo en Sanidad en la Comunitat Valenciana. Databa de 2005. No había fecha de examen. Pero ahí andaban estudiando los sanitarios como locos. Nuestra protagonista también, como todos. MIR Asturias (uno de los grandes emporios de preparación de examen MIR y oposiciones) se desplazaba un sábado de cada mes hasta Valencia para dar clase a los especialistas de MFyC que eran el grueso de los opositores. Y de nuevo, la recomendación era matricularse al examen MIR (apenas 25 euros de tasas y 250 preguntas de simulacro) porque, a fin de cuentas, todos era medicina teórica, y era una buena forma de entrenar.

Eso hizo en enero de 2008. Y sacó buena nota. Y estaba cansada del contrato de guardias y sus jornadas maratonianas de 17 y 24. Y cada vez sonaban con más fuerza los recortes. Y no quería volver a las sustituciones. Y por su situación familiar no podía cambiar de comunidad ni emigrar al extranjero. Y con 33 años estaba muy desanimada y decepcionada con la situación y le daba vértigo volver a empezar y afrontar una segunda residencia, pero más insostenible era el panorama que se veía venir.

Así pues, en mayo de 2008, empezó la residencia de Oncología Médica, que finalizaría en 2012. Volver a empezar supuso, entre otras muchas cosas, reducir su poder adquisitivo drásticamente (unos 900 euros era el sueldo base de un residente de primer año, que con unas 5 o 6 guardias al mes, conseguía subir hasta 1600 euros). Con todo, fue una crisis económica tan brutal, que no podía quejarse. Llegaba a duras penas a fin de mes (lo malo de volver a empezar con 33 años, es que acumulas deudas de mayores: hipoteca, préstamo personal, letra de coche, etc.), pero cobraba cada mes, oportunidad que no tenían muchos otros.

Sólo por contextualizar, esos años fueron los años de exprimir las arcas públicas en grandes eventos en la Comunidad Valenciana. Aquello de ponerla en el mapa y tal. Años de potenciar la gestión privada de lo publico. Luego vendría lo de haber vivido (la sociedad civil) por encima de nuestras posibilidades y todo lo demás.

Y por cierto la OPE anunciada en 2005, acabó realizándose en 2010 con una oferta de plazas raquítica. No se volvería a realizar otra OPE hasta 2018.

Con mucho sufrimiento y con 37 años recién cumplidos, nuestra protagonista acabó su segunda especialidad en mayo de 2012.  Y tras acabarla, de nuevo volvió la inestabilidad laboral. Y de nuevo, del total de su promoción de especialistas de Oncología licenciados en ese año en su Comunidad, un tercio optaron por irse fuera de nuestras fronteras y el resto inició su andadura con contratos de sustituciones estivales, becas, reducciones de jornada o salidas laborales en la sanidad privada o dentro de la industria farmacéutica.  Eso en un país donde la ratio de oncólogos recomendados por la UE es de 2,79 especialistas por cada 100.000 habitantes y según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica faltaban ya entonces unos 210 oncólogos en España para llegar a los estándares mínimos de calidad asistencial.

Nuestra protagonista hasta la fecha no ha vuelto a trabajar como Médico de Atención Primaria y no por considerarla una especialidad menor, sino porque es inviable para ella volver a soportar tanta incertidumbre laboral. Ha trabajado como Oncóloga Médica en varios hospitales de la geografía valenciana hasta que en Junio de 2019, aceptó un contrato en la Fundación Instituto Valenciano de Oncología, centro privado monográfico del tratamiento del cáncer, en el que actualmente sigue. No ha habido ninguna oferta de la Sanidad Pública tan atractiva como para dejar de lado la estabilidad laboral y el reconocimiento profesional que se le ofreció en el IVO. Antes al contrario, las llamadas desde la bolsa de trabajo de la Conselleria, con las penalizaciones de hasta 9 meses por rechazar ofertas ridículas de empleo (bajas cortas, sustituciones mensuales -en atención especializada no se ofertan sustituciones de días como si se hace en Atención Primaria-, contratos temporales de un 40% de jornada, contratos de atención continuada en otras especialidades distintas que no puntúan de cara a oposiciones, carrera profesional, etcétera) han sido cuanto menos hirientes, por las formas y el contenido.

Y no es Madrid que tanto está sonando estos días.

Es Valencia a día de hoy.

Y el color político de la Conselleria de Sanidad es desde hace 6 años otro diferente al de hace 15. Tanto da. Hace mucho que empezamos a asumir que no hay demasiada voluntad política en cambiar las cosas.

Y quien escribe esto no puede ser imparcial, porque esta es su historia, y le costó mucho asumir que la Sanidad Publica, a mi como a tantos otros, no nos quiere, antes al contrario, nos echaba.

Y esa certeza y ese recuerdo aún duele.

Médicos que emigran.

Más de un 50% de los médicos formados como especialistas piden acreditación para trabajar fuera de España: esta noticia es de septiembre de 2019. .

Es decir de la era preCOVID-19 

En 2018 esta cifra en números redondos fue de 3.525 médicos (puedes ver los gráficos aquí) lo que suponía un incremento de hasta un 20% en los últimos años.

Ciertamente muchos de estos compañeros buscan aumentar su formación académica y clínica en el extranjero, cosa que siempre es buena. Pero la mayoría, no nos engañemos, emigran por cuestiones prácticas. Fuera se pueden desarrollar profesional y económicamente mucho mejor que aquí.

A lo largo de estos veinte años de profesión y estudio y viceversa, las cosas han cambiado. Las nuevas promociones, criadas al amparo de Europa y de la crisis, son más cosmopolitas, más valientes en muchos sentidos y quizá también más dignas. Están mucho mejor preparadas; siguen siendo responsables y estudiosos (no se logra entrar en Medicina ni acabar la carrera y la especialidad si no es así) y tienen muy claro que salir fuera para lograr sus sueños no va a ser un obstáculo.

Tienen también claro que a veces hay que decir no. No a la precariedad. No al abuso. No al insulto de la administración tras un tercio de vida invertido en el estudio puro y duro y el resto de los más que previsibles cuarenta años de vida laboral que tienen por delante repartidos entre la asistencia y la actualización académica constante, pilares fundamentales de una profesión tan apasionante como sacrificada.

Lo cual nos deja a la sociedad huérfana de promociones y promociones de médicos muy bien formados (no se les buscaría fuera de nuestras fronteras en caso contrario)  en los que el conjunto de ciudadanos hemos invertido un dinero y un tiempo valiosísimos, para luego regalarlos al uso y disfrute de quien los valora como se merecen. No sólo económicamente, que también, sino profesionalmente.

No faltan médicos. Falta voluntad de ofrecerles unas adecuadas condiciones de trabajo.

La burocracia y la precariedad en las contrataciones, los abusos de la administración incapaz de mejorar esta situación ni aún en tiempos de pandemia ( y soy consciente de que digo esto cuando en mi comunidad se ha prolongado la contratación de los médicos seis meses más de los previsto inicialmente, cosa que en otros lugares no es así, ni por asomo, aunque, por otra parte … alguien cree a estas alturas que en 6 meses se habrá resuelto este caos que tenemos organizado?)  hacen muy difícil que se pueda competir con las condiciones que se ofertan fuera.

En definitiva, la desidia, la inacción, la mediocridad y la incompetencia de quienes tiene que garantizar que este barco llamado Sanidad Pública esté saneado y a flote nos está abocando a una situación insostenible por días.

Por cierto, volviendo al principio de este texto, ¿y  aquello de que en 1994 la UE exigió a España mejorar la formación práctica para poder ejercer de Médico generalista y eso derivó en no poder trabajar en la Sanidad Publica si no tenias un especialidad vía MIR?.

Pues eso quedó olvidado.

Hace mucho se volvió a contratar a médicos sin especialidad vía MIR en los meses de mayor presión asistencial. Deprisa, en el último minuto, como si el caos de todos los veranos o los inviernos de colapso por la gripe fueran una novedad.

Un ejemplo más del respeto de la administración por la profesión, entre otros muchos despropósitos.

Al final, esa dejadez en quien repercute es en lo usuarios. En aquellos que puntualmente tendrán un problema de salud y lo superarán, pero también, y sobretodo, en aquellos pacientes crónicos y ancianos que necesitan asistencia frecuente. También en los niños, que necesitan que un Pediatra supervise su adecuado crecimiento y salud. Nuestros niños, nuestros mayores, nuestros enfermos.

Nuestras familias, en definitiva. Nosotros como sociedad.

El futuro

Si bien es cierto que la oferta de plazas MIR ha aumentado en los últimos 15 años, no es menos cierto que aún resulta ser un embudo. En parte fruto del crecimiento desproporcionado de las facultades de Medicina, fundamentalmente privadas. De poco sirve licenciar médicos si no se les garantiza su formación posterior. Ni todo el mundo está dispuesto a formarse como especialista fuera de nuestras fronteras (el sistema de formación MIR es muy buen sistema, de hecho, antes al contrario, nuestro país recibe médicos de fuera para formarse como especialistas), ni resulta fácil subsistir como médico sin especialización en nuestro país, aún hoy.

Si, han aumentado las plazas. Pero lo han hecho un poco sin ton ni son. No es fácil acreditar a un centro para que sea centro de formación de residentes. Pero es mucho más complejo en muchos casos contratar el número necesario de médicos especializados a tiempo completo. Con lo que una vía alternativa es demandar más residentes para los servicios. Una forma de tener “mano de obra barata” que conforme avancen en su formación podrán realizar las labores de un médico adjunto a coste mucho más bajo. Y así hemos llegado a la situación actual en la que partiendo de un sistema de formación muy potente, tenemos el abuso de sortear la contratación en condiciones de médicos ya formados y el relleno de plantillas por personal en formación. Las puertas de urgencias de los hospitales son un ejemplo claro. Pero la triste realidad es que ningún servicio de ningún hospital público de España podría funcionar sin residentes.

Urge adecuar la dimensión de las plantillas. Urge sustituir a quienes están a punto de jubilarse y adecuar las plazas MIR a las necesidades reales de la población, que muy probablemente variaran a lo largo de los años y según las circunstancias (hace un año, ningún medio se hacía eco de los problemas que arrastraba Atención Primaria y hoy parece que hemos descubierto américa con la situación límite en la que trabajan nuestros compañeros desde hace mucho). Nos falta personal en todas las especialidades, pero sobre todo en aquellas que garantizan la atención en la cronicidad, la vejez y que velan porque no se desborde las entradas al sistema de salud.

Lo más valioso de la Sanidad no son los aparatos, los edificios ni la hostelería, aunque sea lo que más luce en las fotos y en los titulares de prensa. 

Lo más valioso de cualquier sistema sanitario es el capital humano, sin el cual, no funciona todo lo demás.

Hasta que no nos mentalicemos de esto, estamos condenados a perder una de las pocas cosas que nos hacía especiales como país y que costó mucho poner en pie. Y si no los salvamos, estaremos condenados a tener un sistema de dos vías: una de pago y otro de beneficencia, tan caros en conjunto como ineficaces. Sólo hace falta mirar a la primera potencia mundial, EEUU, para comprenderlo.

10 propuestas de mejora, así a ojo

No me gustaría acabar este texto que ha salido tan protestón sin ofrecer ideas. En realidad, no es tan difícil si no falla la voluntad de arrimar el hombro y ponerse ya a trabajar en la legislación que blinde la Sanidad Pública y se la dote de presupuesto.

Así a ojo unas cuantas propuestas serían:

  1. Adecuar el número de licenciados en Medicina a la oferta real de plazas de formación y esta oferta de plazas a las necesidades reales de especialistas, generando un sistema flexible que pueda variar a lo largo de los años, evitando el cortoplacismo.
  1. Garantizar contratos atractivos y estables para favorecer el retorno de los profesionales expatriados y evitar la migración de los que quedan en el país.
  1. Afianzar los puestos de trabajo mediante ofertas públicas de empleo que eviten la reducción sistemática de unas plantillas que ya van estando envejecidas.
  1. Posibilitar y facilitar la promoción interna y el desarrollo de las carreras profesionales, la investigación, la docencia y la formación continuada.
  1. Potenciar de forma reglada la telemedicina y dotar de medios para la realización de la misma, especialmente en aquellas zonas más despobladas de nuestra geografía y que actualmente tiene más dificultad para encontrar profesionales que atiendan la demanda asistencial.
  1. Desburocratizar las consultas, especialmente las de Atención Primaria. Promocionar otras profesiones que, junto a los sanitarios, sustentan la Sanidad y que pueden ocuparse de estos temas, como son los administrativos.
  1. Potenciar de verdad y no solo sobre el papel la relación transversal entre la asistencia primaria y la hospitalaria, así como entre la sanidad y bienestar social. Atender especialmente a la cronicidad. Promocionar no sólo la atención en el proceso de enfermedad sino la búsqueda del mantenimiento de la salud para lograr que nuestros ancianos no sólo vivan más, sino que vivan de forma lo más independiente posible.
  1. Apostar por la educación para la salud. Afianzar la enfermería escolar, no sólo como cuidadores o dispensadores de medicamentos de aquellos niños que lo necesiten, sino fundamentalmente como educadores de la salud de niños y adolescentes.
  1. Implicar a la sociedad civil (inevitable recordar a Albert Jovell en este punto) en la recuperación de la sanidad, la promoción de la salud y el cuidado de otros, así como en el autocuidado.
  1.  Apostar por el cambio de mentalidad en la asistencia. De la hospitalización por diferentes servicios a la hospitalización por procesos. De la tendencia a la hospitalización en hospitales de agudos a trasladar el cuidado y la atención al domicilio y al entorno del paciente. Fortalecer las redes de cuidadores.

Surgen, conforme voy escribiendo, muchas otras ideas. Y con las ideas, el entusiasmo, lo cual no es fácil, dadas las circunstancias y tanto como llevamos soportado y vivido en los últimos años.

Acabo con una llamada de auxilio. Del mismo modo que los sanitarios no podíamos doblegar la curva en la primera ola solos (ni de la segunda, ni de las siguientes que vendrán, porque vendrán mas) tampoco podemos recuperar la sanidad solos. En este año en que prácticamente todas las certezas se nos han desmontado y la vida se nos ha puesto del revés, tenemos también la oportunidad de empezar de nuevo y decidir qué modelo social y que bienes contenidos en él queremos dejar a nuestros hijos y las generaciones venideras.

La Sanidad debería ser uno de esos bienes intocables. A fin de cuentas, a ella en algún momento vamos a tener que recurrir todos.

Hubo un tiempo no hace mucho, en que pensamos que mejorar sería posible. Hace un par de semanas, cuando andaba perdida por los bosques de Lugo, disfrutando de unos días de descanso después de este año que ha sido tan difícil, apareció la canción Aves enjauladas de Rozalén de repente, sin avisar.

Y lloré escuchándola.

Cuando sonó por primera vez hace unos meses, traía esperanza. Y hoy me sonaba a derrota.  

Que los médicos (y el resto de sanitarios, empezando por las enfermeras) reclamemos mejoras en nuestros trabajos no significa que no tengamos vocación. Precisamente el chantaje emocional al que no somete la vocación, nos ha llevado muchas veces a aguantar estas situaciones de precariedad que la sociedad general desconoce. No es sólo una cuestión económica. Es fundamentalmente una cuestión de respeto. Por el profesional sí, pero más si cabe por el sistema sanitario.

De todos depende cambiar esta situación. El virus no podemos pararlo sólo con nuestra voluntad. Pero nuestra voluntad debería poder mantener aquellas cosas buenas que logramos construir en su día entre todos. Mantenerlas y mejorarlas

Debería.

Ojalá.

4 Comentarios

  • Bravo, Amparo. Has hecho un análisis completo, gas expresado todo una realidad que, yo cómo tú, he vívido desde el inicio de tu historia. Ojala alguien se atreviera a tener en cuenta tus recomendaciones, que son las de tantos y lográramos juntos de nuevo un cambio, a mejor, a largo plazo

  • Gracias Amparo, brillante exposición de una durisima realidad que me es desgraciadamente muy conocida.
    Soy pesimista pero combativo.

  • Gracias.
    Me parece acertadísimo el análisis que has hecho, me ha parecido leer mi biografía, que como la tuya es otra triste historia laboral.
    Una puntualización: cuando dices "Traducido: 2.153 médicos por cada plaza", sería 2,153, redondeando 2 médicos por cada plaza. Aunque mas adelante lo aclaras estamos “perdiendo” 1 de cada 2 médicos presentados al examen, jugarreta del corrector supongo.

  • Llevo más de 30 años trabajando en atención primaria y que alegría ver que los MIR se ponen en huelga: por fin se abre una esperanza de cambio por nuestra parte.Nos dejamos mucha vida familiar y personal por el camino ANIMO!