Opinión | Fin de curso agridulce

fin de curso
Dos menores frente a un centro escolar. | Shutterstock
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Terminamos estos días un curso atípico, donde la emoción de volver a las aulas se mezcló con el miedo a los contagios y con la necesidad apremiante de poner en valor la educación. 

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Veníamos de estar encerrados y la ilusión hizo que arrancáramos motores a pesar de la improvisación de nuestros gobernantes que se dejaron para septiembre la asignatura de organizar centros educativos en plena pandemia. Apostamos a que la educación presencial no resistiría ni quince días y, de hecho, tuvimos algún que otro susto como el confinamiento de alguna clase por un posible brote o con los estragos de Filomena. Pero, finalmente, hemos llegado a junio y, me atrevería a decir que graduados cum laude

Creo que padres, alumnos y profesores debemos estar satisfechos del trabajo realizado: hemos convivido con la pandemia y hemos terminado los temarios. Hemos pasado frío en esas aulas hiperventiladas, hemos aprendido a proyectar la voz con mascarilla, a expresar con los ojos, a entendernos sin acercarnos los unos a los otros.  

Satisfechos y exhaustos porque este éxito no nos ha salido gratis. Ha sido obligatorio adaptar contenidos, metodologías y técnicas de trabajo a las distancias sociales, la semipresencialidad, la necesidad de no poder compartir un lapicero pero tener que trabajar en equipo, la realización de actividades extraescolares sin salir del centro… Hemos abierto ventanas desde burbujas seguras.

Balance de fin de curso: Derecho a la educación, pese a todo

Los equipos directivos han llevado a cabo un trabajo ímprobo organizando espacios, adoptando medidas sanitarias, encontrando la mejor combinación para que los estudiantes pudieran asistir a clase y no ver mermado su derecho a la educación. 

Los alumnos y sus familias han seguido al pie del cañón a pesar de que, en muchas ocasiones han sufrido las consecuencias de la COVID-19 muy de cerca con pérdidas familiares, ERTE, estrecheces económicas… 

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Satisfechos, exhaustos y, siendo francos, también desanimados de cara al curso siguiente. Desanimados porque suena a estafa lo de volver a la ratio pre covid y no solo por las necesidades de salud pública. En la Comunidad de Madrid, Ayuso hace propaganda con una medida que tardará nueve años en llegar a Secundaria. Desde el gobierno central no se han dado cuenta de lo frívolo que resulta que en su informe España 2050 aseguren que las inversiones en educación del país se equipararán a las de Dinamarca sin hacer nada, solo por la bajada de la natalidad prevista.

Pero no es solo eso. La nueva ley educativa viene con una rebaja de exigencias académicas que ya ha impuesto la COVID-19. Los alumnos, este año, pueden tripitir y hasta pasar de curso con más de dos asignaturas suspensas en función del tipo del que sean (optativas, autonómicas, de cursos anteriores…) porque se supone que hay que hacer lo que sea “más beneficioso” para el alumno. ¿De verdad beneficia a un estudiante promocionar si deja cinco suspensos? ¿En serio es positivo para un niño ya repetidor al que le quedan Lengua y Matemáticas volver a ver lo mismo por tercer año consecutivo?

Desalentados también, porque se anima/obliga a los docentes a atender a la diversidad sin dar herramientas ni medios: cerrando aulas de enlace donde los niños que llegan sin saber español aprendían el idioma, reduciendo clases de compensatoria y desdobles para aquellos con un desfase curricular importante, reduciendo los departamentos de Orientación (donde de verdad saben las necesidades de ese alumnado especial) a la mínima expresión… En definitiva, sin invertir en educación.

El cambio a mejor

Se puede pensar que es pesimismo inculcado por la escasez o la rabieta del profesor inconformista. Pero tel fin de curso llega con esa sensación agridulce que destila el orgullo del trabajo bien hecho y la certeza de ver perdida la supuesta oportunidad que nos brindaba la COVID-19 de cambiar a mejor. El sabor agridulce del saberse no escuchado tras un año desgañitándose en un páramo.

Al final, como en esto se mantiene uno por vocación, nos quedamos con esos adolescentes enjaulados que ya no volverán a tener un viaje de fin de ciclo, que mostrarán una foto de graduación con mascarilla y que, aún así, se vistieron de punta en blanco para celebrar la vida y sus triunfos, en este caso académicos y, sin ser muy conscientes de ello, sobre todo personales. Porque al mal tiempo, buena cara. Porque educar es dar oportunidades… aunque cueste.

Ana María Plana es profesora de Secundaria en el IES Isaac Peral (Torrejón de Ardoz, Madrid).

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