Opinión | Enseñar en tiempos de COVID-19

Imagen: Juan Herrero | EFE
Tiempo de lectura: 5 min

Por Ana María Plana Caloto, Profesora de Secundaria.

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Hace ya un mes que los centros escolares abrieron. El Gobierno y las comunidades autónomas pactaron unas medidas para asegurar que, en plena pandemia, el derecho a la educación no iba a estar reñido con la salud. Y aunque el arranque nos pareció precipitado, nos pusimos manos a la obra, esperanzados con el nuevo curso. Tras un mes inmersos en una vorágine de ratios, mascarillas, gel hidroalcohólico… Creo que la mayoría de los profesores, además de desconcertados, nos sentimos francamente solos intentando enseñar en estos tiempos de COVID-19.

Las burbujas de Infantil y Primaria, una utopía irrealizable en el momento en el que, por ejemplo, un niño tenga hermanos en otro curso

Por un lado, la administración lanza normativas ambiguas redactadas por expertos que no están a pie de aula. El papel todo lo resiste; la puesta en marcha… ¡Es otra historia! Y aquí es donde entra en juego la «autonomía de los centros», que viene a ser, más o menos, un «apáñate como puedas». Ha habido dotación de material, pero parecen necesarios cambios más sustanciales, como la ampliación de espacios para la enseñanza.

Por ejemplo, es llamativo comprobar que en una clase de 50 metros cuadrados no caben 23 alumnos y un profesor (como se indica que se debe estar en las aulas de 1º y 2º de la ESO de los institutos madrileños) si se quiere guardar la distancia interpersonal de metro y medio. Es decir, estamos menos pero seguimos apretados. Y esto en los afortunados centros que cuenten con espacios tan amplios. 

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Además -y sin profundizar en las burbujas de Infantil y Primaria, una utopía irrealizable en el momento en el que, por ejemplo, un niño tenga hermanos en otro curso-, los grupos de convivencia estable son en Secundaria una quimera: a esas edades los chavales tienen optativas en las que se mezclan y un profesor por asignatura. 

En definitiva, estamos hablando de meter veintitantas personas que no tienen por qué verse todos los días, en un espacio reducido, cuando está prohibida la confluencia de más de 6 en una terraza al aire libre.

No nos corresponde juzgar esto. No somos sanitarios. Aunque hay algún bienaventurado profesor al que le ha tocado ser el Coordinador COVID-19 que es nada más (¡y nada menos!) el enlace entre Salud Pública y el centro cuando se producen posibles casos y brotes. Pero, ¿qué pasa si Salud Pública no coge el teléfono porque allí también están saturados? Nuevamente, la soledad.

La soledad también frente a unos padres que, lógicamente, piden respuestas. Respuestas sobre la higiene, la distancia… pero también sobre los horarios, las extraescolares, las clases online de los niños de las aulas confinadas… Exigen, sobre todo, respuestas a cuestiones de conciliación. Sin negar la importancia de este asunto, lo que aquí está en juego es el derecho a la educación del menor no la necesidad de conciliar del adulto.

 Y es en este punto donde la soledad del docente se transforma en desamparo ya que las medidas excepcionales de este curso están clarísimamente depauperando la calidad de la enseñanza, sin que sea una prioridad para esos padres agobiados con la conciliación ni para una administración ocupada en doblegar curvas sanitarias (y perdida en pugnas políticas insalubres).

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En Primaria, por ejemplo, se ha conseguido la bajada de la ratio mezclando niveles. Me explico: si tengo dos clases de 25 alumnos de 1º de primaria y otras dos de segundo, me salen 5 clases de 20 alumnos, pero en una de ellas tendré 10 niños de primero y 10 de segundo. Los iluminados dicen que hay países europeos en los que se fomenta la convivencia de alumnos de distintas edades para trabajar su madurez y responsabilidad. Aquí esta medida no se debe a criterios pedagógicos, sino simplemente para ahorrarse un profesor.

También resulta descorazonador el modelo semipresencial que la normativa prevé en 3º y 4º de ESO y en Bachillerato. Los chavales vienen en días alternos al instituto o por franjas horarias para tener clases con menos alumnos. La administración permite reducir el contenido de las programaciones didácticas y ya se ha llegado a un acuerdo para que se adapte la Prueba de Acceso a la Universidad. Exigir menos no mejorará el sistema educativo. 

Por último, los profesores prometidos no están llegando. Dicen que se han agotado las listas de interinos y que, excepcionalmente, se permitirá dar clase a personal cualificado en las materias que imparta aunque no tenga formación pedagógica. Algo está fallando cuando no nos preocupa la escasez de profesores especializados que sepan enseñar. 

Lo lastimoso del caso es que estas carencias de hoy son reflejo de los recortes de ayer y de la escasa inversión

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Son tres ejemplos de que la calidad educativa importa poco. Es natural cuando tenemos una pandemia sobre nuestros hombros. Lo lastimoso del caso es que estas carencias de hoy son reflejo de los recortes de ayer y de la escasa inversión en mejorar un sistema que está herido desde hace décadas, perdido entre reformas de leyes educativas redactadas por gestores que no están a pie de aula (valga la redundancia).

Ahora toca arrimar el hombro. No es sensato buscar las pulgas del perro flaco. Pero cuando todo esto pase y vuelva la normalidad (la de siempre), tocará repensar el modelo educativo, la ratio, los espacios, la carrera de los profesores y su función, las técnicas pedagógicas, la necesaria y obligatoria implicación de las familias… 

Y mientras tanto, los docentes solitarios ponemos termómetros, ayudamos con las mascarillas, preparamos aulas virtuales ante la posibilidad de un confinamiento como el de marzo. Y, entre gel y gel, hacemos nuestro trabajo, el que de verdad conocemos y valoramos: enseñar. 

1 Comentarios

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  • Suscribo, como docente, no estamos solos, estamos unidos en la tarea de enseñar en tiempos de pandemia, ánimo!