En su último informe, el Panel experto Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU señalaba que una persona nacida en 2000 vivirá sus últimos años en una Tierra con hasta 4 °C más que antes de la Revolución Industrial. Esto es, un planeta irreconocible y al borde de la inhabitabilidad (sobre todo, en según dónde le haya tocado nacer). Y siempre que se mantenga un escenario de altas emisiones de dióxido de carbono (CO₂) y metano actual. Lo primero es inevitable –salvo que inventemos algo revolucionario para capturar esos gases–. Lo segundo, ese escenario de emisiones, es ”todavía evitable”. Y por eso el nuevo activismo climático no pide firmas en la calle. Pide “urgencia a unas instituciones que nos han fallado, prácticamente desde que nacimos”. Y lo hace radicalmente.
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Quien habla así es Bilbo Bassaterra, nombre con el que se dio a conocer uno de los fundadores de Futuro Vegetal, rama de la organización Extinction Rebellion surgida en Reino Unido en 2018. El movimiento más joven y descentralizado del nuevo activismo climático parte de la “desobediencia civil“; realiza acciones sin violencia contra los seres vivos, minimizando los daños materiales. Actúan “en contra de la extinción masiva de animales y plantas“, así como la “posible extinción de la humanidad” como consecuencia de la crisis climática. No hay un líder y sus lazos se tejen a través de redes sociales y servicios de mensajería.
Un lustro después, Bilbo Bassaterra vive en el Pirineo francés, tras dejar su Cádiz natal, donde trabajaba como jurista: “Vi que aquello no tiene mucho futuro; no me considero un migrante climático porque en Andalucía todavía se puede vivir, pero el panorama que nos espera, sobre todo de escasez de agua…”, afirma este representante del nuevo activismo climático. “No me iba a quedar allí a esperar a que eso pase. Dije: ‘Voy a intentar dedicar casi todo mi tiempo a cambiar las cosas’”.
Irrumpir en pistas de aeropuertos, tinta roja en el Congreso y acciones en los museos
Desde entonces, el nuevo activismo climático de Futuro Vegetal se ha pegado a las pistas del aeropuerto de Barajas; han lanzado pintura biodegradable a yates, coches de megalujo, cadenas de hamburgueserías, a una pancarta de Vox y a las escultóricas cerezas de la discoteca Pachá Ibiza. Entre lo más sonado, el lanzamiento de tinta de remolacha sobre los leones y escalinata del Congreso de los Diputados. Esta acción, junto a científicos activistas, les valió la petición de penas de cárcel por parte de la Fiscalía.
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Bilbo Bassaterra es consciente de los riesgos personales. “¿Estarías dispuesto a ir a prisión?”, le preguntamos en este capítulo del pódcast Tampoco es el fin del mundo. “Sí, sin duda. Eso es una cosa que hemos asumido casi todas las personas que participamos en el Futuro Vegetal”. Hace poco más de un año, Bassaterra tuvo que abandonar una entrevista en directo por televisión porque su pareja se puso de parto. “Al principio, me sentía muy culpable por haber traído a alguien al mundo que tenemos. Ahora también lucho por que mi hija pueda disfrutar de un mundo en el que la gente se ayude y no tenga que estar pendiente de que le roben el agua”.
El pasado 2 de diciembre, la Policía detuvo a dos activistas de Futuro Vegetal por la “comisión de varios delitos” en semanas anteriores, sin especificar más. Tras no declarar, fueron puestos en libertad con cargos. Los activistas temen que una acusación de pertenencia a organización criminal los lleve a la Audiencia Nacional. La Fiscalía General del Estado incluyó al nuevo activismo climático radical dentro de la categoría de “terrorismo” en su memoria de 2022. Pero un año después ha cambiado su postura y el órgano “reconoce la importancia del activismo ambiental”. Considerarlas terroristas es una asunción “asistemática“ y “no resulta procedente”, según la nueva postura de la Fiscalía. Algo está cambiando.
El nuevo activismo climático no ha llegado para ‘caer bien’, sino para viralizarse con “urgencia”
El sociólogo y periodista Rafael Ordóñez (Madrid, 1973) lleva décadas siguiendo los movimientos ligados al activismo climático y ambiental. Buen conocedor de organizaciones clásicas como Greenpeace, en 2018 se dio cuenta de que estábamos ante algo nuevo y distinto. “Hay personas que han vivido un cambio, que el mundo les ha afectado de una manera particular. Y eso es lo más interesante de gente como Bilbo y sus compañeros”, asegura en Tampoco es el fin del mundo.
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Ordóñez publicó el pasado marzo Amor y furia (Editorial Tres Hermanas), un análisis sociológico y periodístico de los movimientos sociales que exigen urgencia a las soluciones políticas y económicas del calentamiento global. En sus páginas trata de explicar cómo después del parón pandémico, el activismo climático se ha encaminado a un nivel de mayor riesgo. Acciones cargadas de polémica y gran impacto en redes. Entre otras, las realizadas en museos.
Rafael Ordóñez es responsable de información ambiental en El Independiente, pero también ha sido corresponsal de cultura y arte. “¿No se te encogió el corazón cuando activistas parecían estar lanzando un bote de salsa sobre Los Girasoles de Van Gogh?”, le preguntamos. “Esas cosas, como hacer pensar a todo el mundo que están rompiendo el cuadro, son ‘bombas mentales’ que están llamando nuestra atención para luego darnos un mensaje”.
Esta idea de la ‘bomba mental’ es una herencia del nacimiento de Greenpeace, en 1971. Como narra Ordóñez en el libro, la hoy más potente organización multinacional del ecologismo surgió de la aventura en barco de un grupo de pacifistas. Un reportero hippy los acompañaba en su travesía por el océano hacia Alaska, para frenar los ensayos nucleares. Se dieron cuenta de que si no podían parar las bombas atómicas, sí podrían crear ‘bombas mentales’ en la audiencia. Y empezaron a retransmitir su día a día y sus acciones, ganándose la simpatía del mundo.
“Ya no vale recoger firmas por la calle, asistimos al cambio social en directo” Rafa Ordóñez, autor de ‘Amor y Furia’.
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“El nuevo activismo climático no ha venido para caer bien”. Quizás esa sea una diferencia, dice Ordóñez y confirma Bassaterra: “Ya son muchos años de ese activismo más amable. Pero hay una gran masa que está convencida de que lo que estamos pidiendo es necesario, aunque no nos apoye” en una causa que demanda una urgencia que no tenía la primera Greenpeace.
“En 1971 había problemas ambientales graves, pero localizados. Ahora estamos en una crisis global muy urgente y estos movimientos son una respuesta ante esta nueva realidad, que no le dan las instituciones, que tienen otros tiempos”, analiza Ordóñez, quien ve también ahí una brecha generacional. Aquellos fundadores de ese ecologismo, las instituciones y sus políticos “en su mayoría han vivido tiempos de bonanza económica –añade Bassaterra–, un tiempo de refuerzo del estado del bienestar. Entonces había mucha confianza en que las instituciones tomasen decisiones. Sin embargo, mi generación y justo la que me precede hemos vivido todas las crisis una detrás de otra sin respuesta, han fallado”.
De las sufragistas de 1914 al TikTok de 2023
¿Incluso atacando simbólicamente a obras de arte que, aparentemente, no tienen nada que ver con la crisis climática? “Cuando a ti te duele algo de verdad, no te importa la norma”, afirma Bassaterra. “Yo he llegado a no dormir después de ver una noticia relacionada con la crisis climática“. Pero… ¿por qué atacar a Los Girasoles o a La Venus del espejo en vez de atacar a un barco ballenero o desplegar una pancarta en una chimenea de carbón, a lo Greenpeace?
La respuesta está en Instagram, TikTok o las redes de mensajería. Greenpeace y otras organizaciones surgieron en la era de la radio y la explosión de la televisión [en color], explica Ordóñez. Pero, como añade Bassaterra, ”si nos vamos a los números, ese tipo de acciones son muy efectivas [en términos de viralización]. Con un millón de visitas de Instagram, con que un 10% se interese y participe de esto, ya estamos ante un alcance brutal”, especialmente entre la generación más joven que ve menos tele, explica.
Por otro lado, en acciones como la de La Venus del espejo hay un explícito guiño histórico. Este cuadro de Velázquez, cuyo cristal blindado de la National Gallery de Londres recibió siete martillazos el pasado noviembre, sufrió un ataque similar hace más de un siglo por una sufragista. Mary Richardson asestó (ahí sí que al lienzo) siete puñaladas a La Venus. Una diosa, símbolo de la belleza, que permanecía en los museos mientras que su colega sufragista Emmeline Pankhurst estaba en prisión por defender el voto femenino: “La mujer más bella de la historia moderna”, afirmaba Richardson.
En el mundo de 2023, un mundo “en llamas”, en palabras del secretario general de la ONU, por la emergencia climática, Bilbo Bassaterra ve conexiones con el activismo del pasado. “Estoy seguro de que cuando en Estados Unidos se luchaba por los derechos de las personas negras a no ser esclavizadas, habría gente alarmada con que habían incendiado un granero o secuestrado a alguien. Pero a día de hoy a nadie se le ocurriría criminalizar a personas esclavizadas que lucharon por estas cuestiones”.
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Para Dublín
No me corroe. Soy un canal de la ira divina y, por supuesto, odio la infamia, la insolencia y la ignorancia. Vd, como pánfilo irenista, no odia nada de eso sino que se siente a gusto con ellas.
Subnormales totales que no saben lo que es una serie temporal, como se analizan, como se determinan tendencias o como se determina en ellos la repercusión de una variable independiente o causa. A ver cuando estos sujetos o los titiriteros que los manipulan se atreven a un debate científico público con los proponentes de otras tesis. La tecnoautocracia meidática actual es opresiva y supone la pérdida grave para la sociedad de lo que siempre la tradición dialéctica occidental.
El odio te come por dentro cariño, hazte ver! <3
Para Dublín
No me corroe. Soy un canal de la ira divina y, por supuesto, odio la infamia, la insolencia y la ignorancia. Vd, como pánfilo irenista, no odia nada de eso sino que se siente a gusto con ellas.
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No me corroe. Soy un canal de la ira divina y, por supuesto, odio la infamia, la insolencia y la ignorancia. Vd, como pánfilo irenista, no odia nada de eso sino que se siente a gusto con ellas.
Subnormales totales que no saben lo que es una serie temporal, como se analizan, como se determinan tendencias o como se determina en ellos la repercusión de una variable independiente o causa. A ver cuando estos sujetos o los titiriteros que los manipulan se atreven a un debate científico público con los proponentes de otras tesis. La tecnoautocracia meidática actual es opresiva y supone la pérdida grave para la sociedad de lo que siempre la tradición dialéctica occidental.
El odio te come por dentro cariño, hazte ver! <3
Para Dublín
No me corroe. Soy un canal de la ira divina y, por supuesto, odio la infamia, la insolencia y la ignorancia. Vd, como pánfilo irenista, no odia nada de eso sino que se siente a gusto con ellas.