Si algo ha sido evidente desde que empezamos con el drama de la pandemia es la batalla por el relato. Los intentos de control, con desinformación sobre la covid, de la narrativa sobre este drama por parte de gobiernos, políticos, empresas y otros intereses, tanto ideológicos como económicos tienen tanto objetivos positivos, como mantener a los ciudadanos informados sobre cómo protegerse, como negativos, basados en los propios intereses nacionales frente a otros rivales geopolíticos.
Es por tanto que la batalla por el relato ha tenido como herramienta y escenario muchas veces la red. En un intento, que me imagino será inútil, de no convertir estas letras en un arma que arrojar a los adversarios sobre como se ha desarrollado todo esto en España, me voy a referir a señalar las posturas de los principales actores a nivel mundial en este drama.
Por ejemplo, los esfuerzos de China desde el principio fueron mostrar en un país con una gestión de esta crisis mucho más efectiva que la de los países occidentales. Esta estrategia tenía dos objetivos muy claros: minimizar el efecto de las críticas por el origen de la pandemia en su país y mostrarse como un país líder en gestionar algo tan grave, lo que les daría una imagen de competitivos. Y no lo olviden: China tiene un crecimiento global económico por encima de sus rivales. Por tanto, las campañas de desinformación en la red por su parte fueron en ese sentido. China hizo esfuerzos en las redes en ese sentido a medida que los efectos de la pandemia se agravaban en Occidente. Pero no fueron los únicos.
Covid y desinformación: La lectura de Rusia
Rusia también adoptó la táctica de la crítica a los gobiernos occidentales presentándose como una nación que consiguió gestionar y producir su propia vacuna, controlar la pandemia mejor que sus competidores y mantener la imagen de un gobierno fuerte dentro de sus fronteras. Utilizó medios digitales, líderes de opinión y diplomáticos para ello. Pero los rastros de el cómo en las propias redes occidentales se utilizaron campañas de desinformación, e incluso se apoyó a los grupos que dentro de naciones como Estados Unidos o Reino Unido generaban conflictos y combatían las propias medidas de estos países. Las herramientas empleadas fueron campañas de desinformación rusas o ayudadas por Rusia, que también fueron evidentes.
En Estados Unidos, los intentos de silenciar los mensajes de los científicos en favor de una gestión política, más que cuestionable, durante la administración Trump fue algo que todos los vimos. Mientras las estadísticas de infectados y muertes subían, el minimizar el impacto de lo que se estaba viviendo fue contínuo. Los intentos de control de los mensajes del CDC, Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos, llevaron incluso a acusaciones y a romper la financiación con la OMS. No era una cuestión de desconfianza: era una cuestión de control político.
Las consecuencias las conocemos todos. De hecho “silenciaron” a la comunidad científica de Estados Unidos. Esa táctica tuvo consecuencias devastadoras y directas en número de infecciones y muertes, puesto que los mensajes fueron dirigidos a minimizar la importancia de la gravedad de la situación y muchas personas no tomaron las medidas de precaución recomendadas. Creo que no hay que recordar las declaraciones del presidente Trump sobre el uso de mascarillas, o tratamientos “médicos” cuestionables. Todo tuvo consecuencias.
Entendiendo este panorama general es más comprensible el juego de la búsqueda de un culpable desde el minuto uno.
China, la gran culpable del relato
Todos los países apuntaron a China, probablemente con razón. Pero lo hicieron de distintas formas, y probablemente con poco interés en conseguir la verdad, o algo positivo, para afrontar la pandemia. Las acusaciones de que el origen era premeditado y debido a un arma biológica empezaron a expandirse por las redes sin ninguna prueba científica más que el interés de encontrar un villano que justificara el desastre de lo que estaba pasando.
Lejos de asumir ninguna responsabilidad por los modelos sanitarios precarios de los países afectados, los errores evidentes en la gestión de la crisis en cada país ya tenían a alguien que apuntar. Empezaron a difundirse por la red desde el primer momento rumores y teorías conspiratorias que todavía hoy nos acompañan. Sin embargo fueron efectivas. A mediados de julio de 2020 el 78% de los estadounidenses apuntaban a China como culpable del drama.
China intentó contrarrestar estas teorías en su propia nación apuntando, una vez más a través de las redes y campañas de desinformación, a que el origen en realidad era Estados Unidos y sus militares. Ya ven que las teorías de la conspiración no son exclusivas de Occidente.
Cuando el doctor Li Wenliang empezó a alertar sobre lo que realmente estaba ocurriendo en su propio país, avisando de la gravedad de lo que ocurría, China empleó mecanismos para censurar dentro de las redes, y en su propia nación, estos mensajes. Cuándo el doctor Li murió, víctima de la COVID-19, en Febrero de 2020, fueron muchos los ciudadanos chinos que protestaron por esa gestión del gobierno.
China intentó contrarrestar este descontento una vez más a través de las redes y campañas de desinformación, asegurando en marzo del 2020 que el origen en realidad era Estados Unidos y sus militares. Ya ven que las teorías de la conspiración no son exclusivas de Occidente. Tanto es así que China volvió a hacer otro intento, esta vez apuntando a otro rival, India, en noviembre de 2020.
Rusia por su parte también creo y manejo campañas con sus propias teorías de conspiración, dirigidas a presentar un chivo expiatorio a sus ciudadanos. En su caso el responsable fue una vez más Estados Unidos, que -aseguraban los mensajes- creó el virus para frenar el avance económico y de poder de China. Para ello, y esto no les sonará ajeno, utilizaron medios digitales de desinformación y con una reputación muy dudosa para malinformar sobre la covid, pero que fueron ampliados por influencers y políticos en medios.
Estados Unidos, YouTube y la desinformación sobre la covid
En Estados Unidos, en mayo de 2020, una doctora llamada Judy Mikovits, absolutamente desacreditada, publica un vídeo en YouTube defendiendo una teoría de la conspiración según la cual la COVID-19 fue diseñada por la élite global para ganar poder y dinero, acusando al doctor Anthony Fauci, Bill Gates y otros de estar involucrados en La Conspiración. El vídeo, que era el fragmento de una “película” que no me voy a molestar ni en nombrar, fue recogido por grupos como QAnon, medios vinculados al alt right y la oposición a China como Epoch Times, y los lobbies anti vacunas en Estados Unidos. El resto ya lo han sufrido ustedes.
La irresponsabilidad de todos estos actores, el desconocimiento sobre a lo que nos enfrentábamos, el hueco abierto entre las pocas certezas, o el baile en las recomendaciones de protección posteriores propició la apertura de un espacio tan amplio que soportaba sin problemas la cabida de toda esta desinformación sobre la covid y manipulación que hemos, y estamos padeciendo.
Y supongo que algún día alguien responderá a la responsabilidad de ello. O no, que será lo más probable. Sin embargo, seguiremos intentando día a día combatir todas estas campañas, arrojar un poco de luz entre tanta sombra, y en definitiva ayudar y poner el hombro para ir hacia delante. Es el mejor homenaje que podemos hacer a los que ya no están, y la mejor tarea en la que emplear nuestro tiempo y esfuerzo por los que todavía estamos.
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