La Palma 15:10, un mes del volcán de las sorpresas, el más joven y observado del mundo

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Tres de la tarde y diez minutos, una hora más en la península. El 19 de septiembre de 2021, el volcanólogo del IGNA-CSIC Vicente Soler, rostro de la ciencia visible desde hace un mes en sus diarias crónicas nocturnas a pie del volcán de La Palma, acababa de terminar una reunión del PEVOLCA “bastante delimitada”. Desde el día 11, los enjambres sísmicos avisaban de una posible fisura. Eso no evitó la sorpresa en Soler, por la rapidez en que se desencadenó todo. “Por fortuna, ocurrió delante de las cámaras de la RTVC”, explica el científico por videoconferencia desde La Palma.

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La audiencia pudo ver en directo el ascenso de la primera columna de ceniza, apenas dos minutos después del estallido de las entrañas de Cumbre Vieja. La ciencia, por primera vez, también. Y de esa manera pudo corroborar la pertinencia de aquellos desalojos previos que salvaron vidas, pese a lo complicadísimo que es dar con el punto por el que se abrirá paso un nuevo volcán. Es la primera vez que ese inicio quedó documentado gráficamente.

El inicio de la erupción de 1949 se documentó por un pastor. En 2021, lo hemos visto casi en directo por RTVC.

Para ponderar lo que ha supuesto el primer mes de erupción en La Palma, quizás convenga viajar a la isla de 1949. El 24 de junio, un pastor que se encontraba “en las inmediaciones de la montaña el Duraznero huyó aterrorizado al ver que se agrietaba la tierra, salía humo de las aberturas y se oían misteriosos ruidos subterráneos. Poco después, hacia las once de aquella misma mañana, se abría el primer cráter de la montaña. La erupción del volcán de San Juan o de Nambroque –si adoptamos el nombre del principal aparato eruptivo afectado—, había empezado”.

El entrecomillado se corresponde con el arranque que el ingeniero geógrafo Juan M. Bonelli publicó un año después, en un volumen que documenta parte del estudio de aquel volcán de La Palma. Su erupción y la del Teneguía (1971), más al sur y con menos afectación, era “lo que esperábamos ahora”, señala desde Granada la investigadora del IGME-CSIC Rosa M. Mateos. Sin embargo, al poco empezaron las sorpresas. “Esta erupción [con un mes de vida] ya las ha superado con creces”, precisa refiriéndose a lo ocurrido en Cumbre Vieja.

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Comienzo de la erupción en los alrededores de Las Manchas, en El Paso (La Palma) | Efe TV

Su potencial destructivo seguramente no tiene precedentes dado el volumen de población que ahora tiene la isla, respecto a épocas anteriores. También, al desarrollo de infraestructuras que en estas cuatro semanas de erupción se han visto comprometidas o arrasadas.

Y, sin embargo, el profesor de Petrología de la UCM Pedro Castiñeiras apunta a que, dentro del drama que supone para esa población que lo está perdiendo casi todo, “se han salvado muchas vidas” y “se está produciendo un avance en la ciencia”. Quizás haya pocos precedentes de una erupción que cuente con tantos ojos e instrumental investigador sobre el terreno y en los cielos.

La Palma: un mes de ‘la erupción de los drones’

Para Mateos, “está siendo la erupción no sólo de los satélites, sino de los drones”. El IGME está monitorizando las bocas con imágenes prácticamente nunca antes capturadas en una erupción estromboliana gracias a estas pequeñas aeronaves no tripuladas, con cámaras de alta definición y de señal térmica. “Es una de las erupciones mejor documentadas de la historia”, añade el geólogo y divulgador Méndez Chazarra. Justo lo que no tuvimos en los volcanes de San Juan y Teneguía.

Vicente Soler destaca que “como país, al inicio [del volcán en Cumbre Vieja] no habíamos sido capaces de monitorizar ninguna erupción. Sólo la de El Hierro, pero fue submarina. Y se partía de una falta de experiencia previa instrumental. No teníamos casi de nada en 1949 y poco en 1971”. Nuestra referencia histórica nacía limitada. Pero es lo que manejamos. Como en finanzas, erupciones pasadas no garantizan emisiones futuras, bromea Mateos, quien también vivió la del Tagoro en El Hierro (2011).

Satélites que miden la deformación del terreno y avance de la destrucción de las coladas. Espectrógrafos que monitorizan el tipo y cantidad de gases tóxicos que emite el volcán o la lava en contacto con el océano. Herramientas sumadas a los clásicos termómetros y sismógrafos. Una erupción del siglo XXI que no impide que “siempre vayamos un pasito por detrás del volcán –dice Mateos–. Como en casi todas las estrombolianas, el volcán es una especie de mente que va cambiando de personalidad cada día”.

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Méndez matiza que “no sólo ha tenido una repercusión a nivel humano. Ha atraído el interés de muchos institutos de investigación internacionales”. Por desgracia, a veces la ciencia avanza entre la destrucción. “Dentro de la tragedia que implica [para su población], va a suponer una gran oportunidad científica de cara a anticipar las próximas erupciones en el archipiélago canario”.

Un mes después, ni un signo de su final y sí muchas sorpresas

La volcanólga del Instituto Geográfico Nacional (IGN) Alicia Felpeto señala desde La Palma que, un mes después del inicio de la erupción, “no hay un solo signo de que la erupción empieza a decaer”. La doctora recuerda que hay tres parámetros clave a la hora de empezar a ver el final: “Disminución de la sismicidad, que revierta un poco la deformación del terreno (que se deshinche) y que emita menos SO2”.

La cantidad de SO2 ha sido una sorpresa: “No está justificada, es algo que habrá que investigar»

Justamente, una de las cosas que más ha llamado la atención al IGN y al equipo de Soler es la enorme tasa de gases de azufre (SO2) que sigue emitiendo. “De récord, hacen de este un ‘campeón’ de los volcanes. No está recogido en la literatura científica, no está justificado, es algo a investigar”. Sólo el primer día de erupción alcanzó las 56.000 toneladas emitidas. El profesor Castiñeira añade una más: “cuando empecemos a ver rocas basanitas con olivino (negruzcas con partes color oliva), si otros indicadores son positivos, nos va a marcar el comienzo de la cuenta atrás”.

Felpeto cree que “en una erupción de este tipo, monogenética, ocurre un incremento muy rápido de la tasa de emisión al principio y luego va bajando paulatinamente. Probablemente podremos decir ahí que se aproxima el final. Aunque no se puede descartar luego que haya una realimentación profunda y volver a empezar”.

Justamente, Soler recuerda los momentos de tensión vividos el 27 de septiembre, cuando parecía que el volcán se ‘apagaba’ temporalmente. “Un parón de siete horas que causó gran desconcierto, porque no sabíamos si la actividad se reanudaría en otro punto. Este volcán está lleno de cosas que, dentro del guión estromboliano nos han sorprendido y preocupado”. Y los guiones previos se sustentan en valiosos (pero insuficientes) relatos de pastores o filmaciones de tomavistas.

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