Así nos tocamos la cara cuando (no) llevamos mascarilla

Un hombre con una mascarilla en un tren | Foto: Shutterstock
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Las manos van al pan. Y a los botones de ascensores, barandillas del metro, picaportes, teclados de ordenador o móvil. Y de ahí, a la cara. Unas 23 veces por hora, según un antiguo cálculo de tres investigadoras australianas.

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Si no están limpias y tocan las mucosas de la boca, nariz u ojos, los virus, bacterias y esporas son invitadas a colonizar nuestro organismo. Según la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, el 80% de las infecciones vienen por las manos. Y, de ahí, a la cara.

¿Es la mascarilla facial una barrera eficaz contra las manos inquietas? ¿O, al contrario, su manipulación equivale a añadir toqueteos en zonas peligrosas de nuestro rostro? Un equipo chino de investigadores ha tratado de responderlo viendo horas y horas de grabaciones en bruto que habían hecho medios de comunicación y agencias de márketing de turismo.

Este estudio transversal, publicado ahora en JAMA Network, utilizó vídeos tomados en estaciones de transporte público, calles y parques entre la población general en China, Japón, Corea del Sur, Reino Unido, Francia, Alemania, España, Italia y EE.UU. Aquí, el resultado antes y después de declararse la epidemia:

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Había registros anteriores a la pandemia de COVID-19 (archivos de enero de 2018 a octubre de 2019) y otros grabados de febrero de 2020 a marzo de 2020 en China, Japón y Corea del Sur y, posteriormente, durante marzo, en Europa occidental y Estados Unidos.

La mascarilla no estaba tan extendida en Asia antes de la pandemia

A simple vista, se observa que el comportamiento respecto a tocarse la cara varía mucho de un país a otros. Pero la situación de base respecto a las mascarillas no era tan diferente en los que se refiere a Oriente-Occidente.

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Antes de la pandemia de COVID-19, las tasas de uso de máscaras eran del 1,1% en China continental, el 3,1% en Japón, el 0,8% en Corea del Sur, el 0,2% en los países de Europa analizados, y 0,4% en EE. UU.

El gobierno chino promulgó una política obligatoria de uso de máscaras a finales de enero de 2020, cuando la tasa de uso de máscaras aumentó al 99,4%. 

Corea del Sur promulgó una política obligatoria de uso de máscaras para los empleados del gobierno y también persuadió a la población en general a usar máscaras, y la tasa de uso de máscaras aumentó hasta el 85,5%.

En realidad, los países asiáticos no tenían tan arraigado el uso de mascarillas antes de la pandemia. Apenas un 3,1% de la muestra de japoneses y el 1% de chinos.

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En cuanto a tocarse la cara, las mayores disminuciones se observaron en China y Corea del Sur. Europa occidental no tenía una política obligatoria de uso de máscaras durante marzo de 2020, pero el comportamiento de tocar la cara se redujo ligeramente.

En concreto, respecto al contacto con la nariz, la boca y los ojos, «observamos disminuciones mayores en los comportamientos de contacto en China y Corea del Sur, aunque también hubo una reducción significativa en el comportamiento en Europa», dicen los autores.

Las áreas de la cara que se tocan con mayor frecuencia varían según las regiones. En China continental, el área más frecuente antes de la pandemia de COVID-19 era la nariz y se cambió a las mejillas durante la pandemia, una vez esta quedó cubierta por la mascarilla.

En Corea del Sur, las áreas más frecuentemente tocadas eran la boca y las mejillas y cambiaron a la frente. Los comportamientos no cambiaron en los Estados Unidos.

El contacto con la boca (incluida la alimentación) disminuyó significativamente solo en Europa durante la pandemia. Una vez más, con el sesgo de que las mascarillas generalizadas no son una realidad en estos territorios.

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¿Mascarilla en todo momento y lugar para no tocarse la cara?

Uno de los debates científicos alrededor del uso de la mascarilla es si puede ser contraproducente su uso permanente, en población general teóricamente sana. ¿Nos tocamos más o menos la cara cuando la llevamos?

Los autores afirman que «estos hallazgos sugieren que las políticas obligatorias de uso de máscaras se asociaron con la reducción del comportamiento de tocar la cara entre la población general en áreas públicas, lo que puede ayudar a prevenir la transmisión por contacto de COVID-19″. Especialmente, las zonas peligrosas por ser puerta de entrada al virus.

Las poblaciones con mascarillas «mostraron reducciones significativas en los comportamientos de tocar la cara, con la excepción de los ojos». Los asiáticos, eso sí, tuvieron reducciones más significativas en el tocamiento de la nariz, la boca y también los ojos.

Los resultados de las poblaciones europeas y estadounidenses no fueron significativos, «posiblemente debido a los tamaños de muestra limitados en las cohortes que usan máscaras». Pero el uso de estas se asoció, también, con una reducción en los comportamientos al tocar la cara, especialmente al tocar la nariz, la boca y los ojos.

Es decir, no hurgamos por debajo de la mascarilla para rascarnos, por ejemplo, las partes de la cara cubiertas. Ni tendemos a toquetearlas más por estar cubiertas.

Estos han sido algunos de los temores esgrimidos antes de declararse esta epidemia, respecto al uso de mascarillas entre población general. La OMS desaconsejó su uso, bajo la premisa de que un mal uso podría ser contraproducente entre población sana o crear una falsa sensación de seguridad.

El hecho de que las personas presintomáticas de COVID-19 (y, quizás, las asintomáticas) tengan un papel relevante en la dispersión del virus hizo cambiar de criterio y hoy se recomienda su uso, particularmente, cuando no se puede mantener la distancia física de seguridad de, como mínimo, 1,5 a 2m.

Cuatro cosas a tener en cuenta sobre las mascarillas

  1. Mapa de las mascarillas: así se obliga a su uso en cada comunidad
  2. Las mascarillas de tela de una capa son ineficaces
  3. Llevar mascarilla no nos deja sin oxígeno
  4. Tipos de mascarilla, cómo y cuándo usar cada cual

El uso universal de mascarilla funciona

Existían pocos estudios que probasen científicamente que el uso universal de mascarilla consiga reducir las tasas de mortalidad por COVID-19 en una población. Ahora, Colin J. Worby yHsiao-Han Chang  publican en ‘Nature Communications‘ las conclusiones de un trabajo sobre el papel de las mascarillas en la pandemia, incluso en tiempos de escasez. Estas son las principales conclusiones:

  • En momentos de escasez, priorizar a la población de riesgo funciona mejor que dejar que compre quien quiera o pueda.
  • Cuando hay, si sólo se la ponen los casos confirmados, el efecto es muy limitado.
  • Suministrar primero a los ancianos sanos salva vidas de forma óptima.
  • La compra doméstica por pánico aumenta la mortalidad.
  • El uso universal, incluso de mascarillas de baja calidad, reduce las muertes. Pero lo deseable es que sean adecuadas aunque caseras.

Los autores consideraron cuatro estrategias de distribución para escenarios con una oferta limitada de mascarillas desechables: distribución aleatoria, distribución priorizada a los ancianos, distribución a los ancianos y casos detectados y distribución a los casos detectados.

En todos sus modelos, se asumió que el personal sanitario tendría la protección adecuada. Aquí, los autores encontraron que priorizar a los ancianos y retener un suministro de mascarillas quirúrgicas para los casos infecciosos identificados condujo a una mayor reducción en el total de infecciones y muertes que la distribución aleatoria.

Pero la cosa mejora al modelar la adopción de cubiertas faciales universales (higiénicas reutilizables de tela, por ejemplo). La reducción en el total de muertes fue similar a la lograda con la distribución dirigida de máscaras quirúrgicas, incluso cuando se reparten sólo a un 10%. de la población. 

Descubrieron que los revestimientos faciales de tela universales podrían conducir a una reducción del 3% al 5% en las muertes, y la distribución dirigida de mascarillas médicas a los ancianos y sintomáticos podría duplicar este efecto.

(Nos) exponemos a menos cantidad de virus

A lo largo de este verano, hemos visto en España que la mayoría de los nuevos contagios se han producido con síntomas muy leves o sin ellos. Una posible explicación radica en que la población afectada es más joven respecto a la masivamente contagiada en marzo y abril. Pero, ¿podría tener algo que ver la mascarilla?

Capacidad de filtrado de mascarillas caseras de una o dos capas frente a una quirúrgica de tres | BMJ

El pasado 31 de julio, tres médicos de la Universidad de San Francisco publicaron un artículo en Journal of General Internal Medicine en que sugerían esta posibilidad: la mascarilla universal hace que la cantidad de virus que llega a nuestra cara sea mucho menos, en caso de exponernos.

Literalmente, llegan a decir que: «las infecciones asintomáticas pueden ser perjudiciales para la propagación, pero en realidad podrían ser beneficiosas si conducen a tasas más altas de exposición. Exponer a la sociedad al SARS-CoV-2 sin las consecuencias inaceptables de una enfermedad grave, gracias al con enmascaramiento público, podría conducir a una mayor inmunidad a nivel comunitario y una propagación más lenta mientras esperamos una vacuna». 

La estrategia que persigue la inmunidad de grupo sin tratamiento y sin vacuna ha sido criticada por diversos equipos científicos, ya que el precio, se ha visto, es asumir altas tasas de mortalidad. La cuestión es si sería posible esquivar este peaje. Monica Gandhi , Chris Beyrer, y Eric Goosby creen que sí.

«Nuestra teoría se basa en la probabilidad de que el enmascaramiento reduzca el inóculo viral al que está expuesto el usuario de la máscara, lo que conduce a tasas más altas de infección leve o asintomática con COVID-19».

Quedaría por demostrar, de manera efectiva, que de manera general, un menor inóculo conduce a un desarrollo leve o asintomático de la COVID-19. Cosa que, como explica aquí el investigador Jorge Carrillo, es sólo una posibilidad. Ya que una vez entra el virus, incluso en cantidad baja, puede empezar a multiplicarse exponencialmente.

También conviene recordar que no todas las mascarillas sirven como barrera efectiva contra el virus exhalado por otras personas. En general, Sanidad recomienda el uso de mascarillas higiénicas (de tela o reutilizables) o quirúrgicas para población supuestamente sana. Esas máscaras protegen al resto de nuestras gotitas respiratorias, no al revés. Pero si todo el mundo las lleva y bien usadas, no debería haber gotitas pululando por casi ningún sitio.

Las mascarillas FFP2 sí se consideran un producto sanitario de protección personal. Filtran el aire que respiramos y, con ello, los posibles virus exhalados por personas o que pudieran flotar en un ambiente mal ventilado.

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