Alerta púrpura en Washington, la más alta en el código de color estadounidense. El humo procedente de los incendios forestales de Canadá –más de 400– ha puesto en jaque no sólo a la actividad económica y aérea. Supone un riesgo para la salud respiratoria y cardiovascular con pocos precedentes. La ciudad de Nueva York y Detroit figuraron entre las cinco ciudades más contaminadas del mundo debido a los incendios. El bosque es biomasa y cuando arde produce un humo tóxico y CO2. Es tanto más peligroso cuando se encajona en orografías con poca ventilación. Y, en el caso de Manhattan, la baja presión costera que se ha instalado estos días en su atmósfera.
Posiblemente, nada es comparable a la calamidad aguda que vive estos días Canadá y parte de EE.UU. Pero saltemos ahora a Europa. En 2022, la UE registró su récord de biomasa forestal quemada en incendios. 786.049 hectáreas, de las que el 39% ardieron en España. El humo puede ser dañino para la población, según cuan expuesta esté. Es variable. Pero la calidad del aire empobrecida por las partículas que desprende la biomasa ,las más de las veces, no está relacionada con incendios. Sino con quemas para producir energía y incinerar deshechos. De Manhattan a la España rural.
Madrid, Barcelona, Villanueva del Arzobispo… Este último municipio jienense de unos 8.000 habitantes se coló en 2019 en el escalafón de las poblaciones con el aire más sucio de Europa. La Comisión Europea abrió entonces un expediente sancionador a España, en donde el nombre de este pueblo olivarero resultó completamente chocante. ¿Podían tener que ver algo en esta historia la biomasa, usada como alternativa a los combustibles fósiles?
Cuando la quema de biomasa es más tóxica que ‘eco’
Sin una M-30. Sin rondas litorales. Sin megafactorías. Villanueva del Arzobispo apostó por no desaprovechar absolutamente nada de su motor agrario: la aceituna. El hueso de la oliva es un combustible energéticamente interesante, igual que su orujillo. La planta de biomasa del pueblo produce 16 MW y está al día en materia de sostenibilidad conforme a la Directiva de Energías Renovables. ¿Qué estaba pasando?
El que fuera portavoz de la plataforma de vecinos, Juan Alfonso Muñoz, explicaba entonces a la Cadena SER que “lo que antes era un problema de una fábrica, ahora es un problema doméstico disperso por todo el municipio”. Muchos vecinos se pasaron a calderas alimentadas por hueso de aceituna, una biomasa abundante allí, pero con una enorme desventaja para la calidad del aire local, encajonado entre montañas. El Ayuntamiento puso en marcha un plan de sustitución de calderas por otras menos contaminantes. Lo verde resultó ser menos ‘verde’ de lo imaginado.
“Los efectos de la quema de biomasa y otros combustibles como el diésel pueden ser los mismos. Depende de cuántas partículas se producen en la quema”, explica desde ISGlobal su director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud Mark Nieuwenhuijsen. ”Si el nivel de partículas es el mismo, los efectos también son los mismos en la salud”.
La quema de biomasa es el uso más primitivo y eminentemente humano para dotarnos de energía, con lo que llamamos ‘biocombustibles’. De la leña a la basura, “parten de una materia prima que es vegetal” señala Nina Carretero, investigadora en almacenamiento y recuperación de energía y catálisis del IREC. En este sentido, algunos ponen sobre la mesa que puede ser un sustitutivo del carbón o el gas, en un contexto de emergencia climática y energética. De hecho, el consumo de leña se disparó tras el inicio de la guerra de Ucrania. Carretero no condena el uso de biocombustibles, pero apuesta por la disversificación y el estudio de dónde cada fuente puede ser útil y cuáles –como la quema directa de biomasa tóxica– eliminar.
La quema de biomasa puede ser tóxica. En los pueblos, la contaminación llega a ser la misma o superior a la de las ciudades por los rastrojos o la leña.
“Tendemos a pensar que como es madera, es natural y no será dañino. Pero los principales compuestos que forman esta biomasa son tóxicos, ya sea por producir inflamación o porque pueden derivar en cáncer”, precisa desde el IDAEA la doctora Carmen Bedia. Ella es coautora de un estudio sobre impacto de las emisiones derivadas de la quema de biomasa en cultivos de células, junto a Clara Jaén.
“Vemos que en las zonas rurales –precisa Jaén– la emisión de la quema de biomasa (leña, rastrojos, incendios…) puede llevar a condiciones de calidad del aire más perjudiciales que en ciudades donde el aire se dispersa con mayor facilidad y las emisiones principales son de otro tipo”. No es que el aire de la urbe sea mejor. Está cargado de óxidos de nitrógeno y azufre si hay mucho tráfico o industria. Pero “el campo no se libra”, sobre todo en condiciones de “estabilidad atmosférica”. Justo allí donde más se quema biomasa.
Que los árboles no impidan ver el carbono
Más allá de las cuestiones de salud, una parte de la comunidad científica no ve con buenos ojos que se siga quemando madera con fines energéticos. En 2021, más de 500 investigadores firmaron una carta bajo el título ‘No quemen árboles para tener energía‘. En amplias partes del mundo –sobre todo, pobre– se sigue cocinando con leña o para calentarse.
Hay cierto mantra en que la quema de biomasa (tóxica o no) carece de emisiones de gases de efecto invernadero como el CO2. “Hay una emisión final de CO2”, aclara desde el CREAF el investigador Josep Peñuelas. ¿Por qué se considera a la biomasa una fuente de energía renovable? Pensar que en la quema, la planta o el árbol está devolviendo el carbono que capturó en su momento –aclara el investigador–, cuando estaba creciendo. Y esa emisión ligada a su incineración será absorbida por otros vegetales y por tecnologías humanas. Es lo que técnicamente se llama ‘biocombustibles con captura de carbono’ (BECCS).
Sin embargo, en 2021, el Centro Cojunto de Investigación de la Comisión Europea puso cifras a los inconvenientes de usar madera forestal como biocombustible, en particular. Además del daño a la biodiversidad por la tala o los cultivos dirigidos, cuestiona la idea de que sirve para recortar emisiones globales. El cálculo es que abre la puerta a aumentos de CO2 durante, al menos, dos décadas.
El resultado de esta ‘cosecha’ de madera adicional es un gran aumento inicial en las emisiones de CO2, lo que crea una ‘deuda de carbono‘. Esas cuentas se siguen descuadrando con el tiempo a medida que se talan más árboles para continuar con el uso de biomasa energética (y tóxica). La regeneración de árboles y el desplazamiento de los combustibles fósiles pueden eventualmente pagar esta deuda de carbono, pero la regeneración lleva tiempo, el mundo no tiene que resolver el cambio climático. En suma: la biomasa viva (bosques, cultivos, etc.) no pueden darse tamaño atracón de carbono derivado de la biomasa muerta.
Peñuelas, con un estudio en que participó en la mano, precisa que el uso de BECCS sólo es interesante como fuente energética de transición. Y no funcionarán más allá de 20 años. Los árboles y cultivos del planeta no dan más de sí, capturando carbono. “Se van a producir menos biocombustibles como consecuencia del cambio climático, como consecuencia del aumento de temperatura por encima del óptimo y como consecuencia de que en algunos lugares habrá menos agua”.
Las soluciones no pasan por el bosque
La doctora Carretero resume así el escenario de los biocombustibles, incluida la quema de biomasa potencialmente tóxica: “Tienen complejidad, porque durante un tiempo se criticó que se utilizaran alimentos (girasol, colza, etc.) para producirlos. Ahora esto se ha movido. Hay una segunda generación que se obtiene a partir de desechos (de vertedero, de poda…) pero al final parten de una materia prima que es vegetal. Cada cada nueva alternativa que viene tiene sus pros y sus contras. Por eso creo que la solución es evaluar dónde lo vas a utilizar y decidir cuál es la mejor”.
Carmen Bedia cree que hay soluciones más o menos fáciles de implantar allá donde ya se quema más biomasa. “Si la gente tiene chimeneas en casa, estufas en las que queman madera, que sean conscientes del riesgo”. No sólo de una intoxicación aguda, puntual. Sino de la exposición a los componentes tóxicos a largo plazo “si no está bien conducido el humo o no se realiza bien la combustión“.
Después está el marco regulatorio: “Quizás los gobiernos puedan ayudar a hacer esta transición de calderas que son menos efectivas a algo mucho más eficiente”. A lo que añade su compañera Clara Jaén que las quemas de rastrojos debieran regularse de modo en que se consideren las condiciones ambientales y los lugares centralizados donde esas emisiones puedan hacer menos daño.
Los peligros añadidos del humo de incendio
Cuando hablamos de la calidad del aire o lo tóxico que es por la quema de biomasa, a menudo hablamos de PM2,5. Eso es, partículas finas de 2,5 micras o menos. Son lo suficientemente pequeñas como para que pueda viajar profundamente a los pulmones. Metafóricamente, se cuelan al torrente sanguíneo por ‘los agujeros’ de los alveolos pulmonares si estos fueran un colador, tal y como explicamos en este vídeo de El Objetivo.
Chris Migliaccio, toxicólogo de la Universidad de Montana (EE.UU), que estudia el impacto del humo de los incendios forestales en la salud humana, lo explica en un artículo en The Conversation.
Partículas finas
La exposición a PM2.5 del humo u otra contaminación del aire, como las emisiones de los vehículos, puede exacerbar condiciones de salud como el asma y reducir la función pulmonar de manera que puede empeorar los problemas respiratorios existentes e incluso las enfermedades cardíacas.
Nube tóxica
Si el incendio se encuentra en la zona urbana forestal, los combustibles manufacturados de las casas, industria y los vehículos también pueden arder. Eso también creará su propia química tóxica . En química se habla a menudo de compuestos orgánicos volátiles (COV); también del gas monóxido de carbono y PAH, o “hidrocarburos aromáticos policíclicos producidos cuando la biomasa y otras materias se queman y tienen el potencial de dañar la salud humana”, añade a Newtral.es Mark Nieuwenhuijsen.
Las infecciones (gripes, covid…) suben tras los incendios
Una preocupación es que el humo puede suprimir la función de una parte de las defensas, los macrófagos. Se altera lo suficiente como para volverse más susceptible a las infecciones respiratorias. Se ha hallado un aumento en los casos de gripe (y seguramente covid) después de una mala temporada de incendios.
Cuanto más dure el humo, más oxidación
También hay indicios de que hay un mayor nivel de oxidación cuando el humo se estanca y se expone a la radiación del sol. Se generan oxidantes y radicales libres, aunque efectos específicos para la salud aún no están claros. Hay algunos indicios de que una mayor exposición conduce a mayores problemas de la salud.
Por eso se recomienda no exponerse a estos humos. “Lo más probable es que, si eres una persona sana, dar un paseo en bicicleta o caminar en una neblina ligera no sea un gran problema y tu cuerpo podrá recuperarse”, aclara el doctor Migliaccio. Pero lo de estos días en Norteamérica es demasiado. Y ese boina negra, instalada en tu ciudad y tu pueblo, todos los días, sin duda hará mella en tu salud y, quizás, en el clima.
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