¿Qué se nos ha perdido en la Luna? Lo que nos dejamos allí y las muestras que acabamos de recuperar

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Los eclipses de Luna se asemejan al mordisco que la humanidad le pegó a nuestro satélite entre 1969 y 1972. Nos fascinan esas imágenes de un rojizo velado. O esas muescas negras que parecen ser producto de una troqueladora. A la Luna le faltan trozos en la realidad. Nos la hemos traído a pedazos. Hemos recolectado tantas muestras de Luna como basura y recuerdos hemos dejado allí, más allá de una bandera o unos palos de golf.

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La NASA ha hecho ahora uno de los unboxing más emocionantes de los últimos tiempos. Ha desempaquetado muestras de la Luna que llevaban congeladas en la Tierra desde 1972, año de la última misión Apolo. Los trozos de roca lunar llevaban 50 años guardados en congeladores del Johnson Space Center de Houston (EE.UU.).

El proceso comenzó hace más de cuatro años cuando Julie Mitchell, de la NASA, y su equipo de conservación del programa Artemis comenzaron a diseñar y modernizar una instalación para procesar las muestras que trajeron los astronautas de la Apolo 17 a las que nadie hizo caso durante cinco décadas.

“Al hacer este trabajo, no solo estamos facilitando la exploración de Artemis, sino que también estamos facilitando el proceso para traer muestras en el futuro y la exploración humana en el resto del sistema solar”, ha explicado Mitchell en la presentación de las muestras descongeladas.

Hay bastante Luna en la Tierra. Cerca de 400 kilos de roca lunar que nos hemos traído de vuelta a nuestro planeta. “Repartidos por lugares de todo tipo. Hay rocas que se han perdido”, recuerda desde Madrid la astrofísica Eva Villaver (Instituto de Astrobiología-INTA-CSIC). “Esas rocas nos permiten reconstruir parte de la historia de nuestro planeta y su entorno”.

Muestras de la Luna para reconstruir su historia y la historia de la vida

Jamie Elsila, investigadora en el Astrobiology Analytical Laboratory de la NASA, se está encargando del estudio de pequeños compuestos orgánicos volátiles de esas muestras descongeladas. Investigaciones anteriores probaron que algunas muestras lunares contienen aminoácidos. Estas moléculas son esenciales para la vida en la Tierra. Su equipo quiere comprender su origen y distribución en el sistema solar.

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“Creemos que algunos de los aminoácidos presentes en los suelos de la Luna pueden haberse formado a partir de moléculas precursoras, que son compuestos más pequeños y volátiles como el formaldehído o el cianuro de hidrógeno”, dijo Elsila. Son los prebióticos de la Luna. Ladrillos que creemos que formaron parte de la receta de la sopa primigenia que sirvió para cocinar la vida terrestre, hace unos 4.000 millones de años.

Cuando estas muestras fueron traídas a la Tierra, una parte se almacenó a temperatura ambiente y otra parte se congeló, lo que permitió la comparación entre los dos grupos. Los científicos analizarán ambos conjuntos de muestras para determinar si existen diferencias en el contenido orgánico. Comprender cualquier variación causada por los diferentes métodos de conservación podría conformar decisiones futuras sobre cómo almacenar las muestras que traigan los astronautas de Artemis, parte de lo que hará el equipo ARES, en Johnson.

Descongelación de muestras de la Luna de 1972 | NASA/ R. Markowitz.
Descongelación de muestras de la Luna de 1972 | NASA/ R. Markowitz.

Qué nos hemos traído de la Luna y qué nos ha desvelado

Viajar a la Luna y haber traído muestras fue más emocionante entonces que ahora. “En 1969 –dice Villaver– teníamos claro que nuestro satélite era menos denso que la Tierra. Pero las primeras rocas lunares nos ayudaron a determinar que lo único que lo explicaba era que un planeta del tamaño de Marte chocó con la Tierra joven y se formó un disco de escombros del que salió la Luna”.

O sea, la Luna es un trozo de Tierra producto de un cataclismo, “en el fondo, una teoría muy loca”, pero cierta. “La Luna está hecha de lo mismo que la corteza terrestre”. Eso sí, se enfrió mucho más rápido. Porque la Luna no es blanca, sino más bien parduzca o incluso oscura, como un suelo volcánico de Canarias en algunas regiones.

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Las muestras de Luna dan testimonio de la Tierra joven. Allí, se quedan todas las cicatrices que la erosión terrestre borra de su historia.

Las muestras de la Luna nos cuentan la historia de la Tierra porque “tenemos un planeta difícil de reconstruir históricamente. Está lleno de vida en superficie, hay erosión… se borran las huellas geológicas de impactos. En la Luna se quedan todas las cicatrices”, puesto que no tiene atmósfera protectora ni vida.

Diferentes astrobiólogos sostienen que encontraremos vida extraterrestre antes en lunas como Europa (Júpiter) o Titán (Saturno) que en Marte o, desde luego, nuestra Luna, sin agua líquida ni grandes lagos subterráneos conocidos. Y sometida a la enorme radiación solar que esteriliza casi todo.

De la roca de Franco a las semillas de árboles lunares

De la Luna nos hemos traído muestras rocosas listas para analizar o congelar. Pero también en forma de souvenir. Estados Unidos regaló a jefes de Estado de distintos países trocitos lunares, sobre todo si habían participado en las Apolo. Era el caso de España. El dictador Franco tuvo una en su despacho. Pero se perdió su pista después de que un supuesto marqués tratara de venderla en el extranjero. Otra está ahora custodiada en el Museo Geominero.

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También nos hemos traído objetos de ida y vuelta. Es el caso de un puñado de semillas de árboles que portó en su bolsillo el astronauta de la misión Apolo 14 Stuart Roosa. Aquellas semillas, unas 500, eran parte del conjunto de amuletos y recuerdos que la NASA dejaba llevar consigo a los hombres que visitaban nuestro satélite natural.

Las semillas, una vez en la Luna, se salieron de su contenedor y quedaron expuestas al tóxico ambiente selenita por unos instantes. Luego, volvieron a la Tierra. Sin embargo, hoy hemos perdido la pista a muchas de aquellas simientes que, en efecto, terminaron por convertirse en frondosos árboles: arces, plátanos o pinos, sobre todo, esparcidas por jardines de instituciones de Estados Unidos.

Los vegetales plantados en suelo lunar parecen crecen peor

Entre los experimentos hechos con muestras de suelo de la Luna hay uno muy llamativo del que se acaban de presentar resultados. Un equipo de la Universidad de Florida (EE.UU.) recibió hace un año 12 gramos de tierra o regolito lunar de cuatro misiones Apolo. Plantaron Arabidopsis thaliana, una típica hierva silvestre que crece en cunetas, campos y adoquines de ciudades, con sus características flores blancas.

Sembraron varias, tanto en suelo lunar como en sustrato de control. Todas germinaron antes de 60 horas. Esto no se lo esperaban, confiesan los autores, que han publicado los resultados en Communications Biology (Nature). Los suelos lunares no afectan a las señales que marcan la germinación de las plantas. Pero las cosas se torcieron.

Al sexto día, vieron que las plantas que crecían en suelo de la Luna tenían raíces menos funcionales, más gruesas, retorcidas y cortas. Las plantas siguieron creciendo, pero pasada la primera semana mostraban hojas más pequeñas y con manchas rojas, a diferencia de sus compañeras sobre sustrato de la Tierra.

Para determinar de dónde venía ese estrés, estudiaron el ARN de las células de las Arabidopsis. Los genes expresados de forma diferente eran los que actúan en terrenos muy salinos, presencia de metales y estrés oxidativo.

Lo más interesante es que las plantas criadas en los suelos de las misiones Apolo 11 y Apolo 12 estaban peor que las criadas en suelo de la Apolo 17. El motivo es, seguramente, que la última de las naves se posó en un territorio menos expuesto a la radiación, más joven.

Este tipo de investigaciones son determinantes para decidir dónde establecer hipotéticas colonias lunares más o menos autosostenibles, donde la agricultura extraterrestre será una pieza fundamental.

Recuerdo de la Tierra: lo que nos hemos dejado en la Luna

Aparte de las muestras de allí, ¿qué se nos ha perdido en la Luna? En un sentido metafórico, Villaver quiere pensar que “es una puerta al resto del espacio”. Por eso merece la pena ir allí. “Es lo que tenemos más cerca y es lo que nos permite probar toda la tecnología para ir más lejos”. Pero por eso mismo se nos han ‘perdido’ muchas cosas. O nos las hemos dejado adrede.

Además de las conocidísimas banderas de EE.UU., en 1971 Alan Shepard se convirtió en el primer hombre en jugar al golf en la Luna. Con su Hierro 6, Shepard mandó a una pelota a kilómetros de distancia y allí se quedó. Un año después, el astronauta Charlie Duke pudo dejar sobre la superficie de la Luna una fotografía de su familia dentro de una funda de plástico.

“Probablemente no quede gran cosa de esos objetos pequeños”, dice Villaver, dada la radiación y el impacto constante de micrometeoritos. Pero sí otras cosas más grandes. “Hemos dejado todo lo que no podíamos traernos de vuelta, incluidas sondas estrelladas, vehículos de exploración, bolsas de heces y vómitos, una pluma de halcón… de todo”, dice esta astrofísica.

Por la radiación, las banderas de la Luna ya serán blancas, “no serán ya banderas americanas, sino de todas las naciones”.

“Me parece un poco triste constatar que modificamos todo cuanto tocamos los humanos, incluido nuestro satélite, que se mantenía impoluto durante miles de millones de años. Lo hemos llenado de, literalmente, desechos”.

Una de las mejores metáforas es que todas las banderas que se plantaron en la Luna, si no se han deshilachado, son ya completamente blancas. La intensa radiación solar transforma los colores. Ya no sería una bandera americana, sino (del blanco) de todas las naciones”. Ojalá paz en una Tierra donde los tambores de guerra también han trastocado las misiones espaciales.