Los humanos somos unos primates eminentemente musicales porque podemos anticipar. Somos capaces de predecir los golpes, latidos y giros de una canción, en lo que entendemos como ritmo. Ahí nació la matemática que hay tras toda la música y que dicta lo que ‘nos suena bien’ o tiene cierta intención comunicativa. De ahí a bailar hay apenas un paso. Pero ¿y si otros animales como las ratas también bailan?
Una nueva investigación muestra que los roedores de laboratorio también tienen esta habilidad. Las ratas bailan moviendo su cabecita levemente al tempo óptimo como para hacer el típico gesto de asentir. Un poco como en el meme del gato que, con los ojos entreabiertos, parece seguir el compás de una canción (‘cat vibes to…’).
En las ‘ratas que bailan’, un equipo de la Universidad de Tokio (Japón) descubrió que el tempo para asentir dependía de la constante de tiempo en el cerebro. Es decir, la velocidad a la un cerebro puede responder a algo. Esto es algo común a casi todas las especies, incluida la humana. Tenemos una especie de metrónomo en la cabeza.
Las ratas bailan por Mozart, Queen o Lady Gaga
El experimento fue el siguiente: Equiparon a unas ratas con acelerómetros en miniatura con conexión inalámbrica. Gracias a ellos podían medir los más mínimos movimientos de la cabeza. Porque aunque aquí estamos diciendo que ‘las ratas bailan’, realmente no es que se pongan de pie y comiencen a taconear.
En paralelo, convocaron a participantes humanos que también usaron acelerómetros en unos auriculares. Luego se tocaron extractos de un minuto de la Sonata para dos pianos en Re mayor de Mozart, K. 448. No al mismo ritmo. Al 75%, 100%, 200% y 400% de la velocidad original.
El tempo original es de 132 pulsos por minuto (bpm). Pues bien, si eres humano, lo esperable es que se te vaya el pie o la cabeza a ese ritmo. 132 golpecitos por minuto. En las ratas se vio que también hacían ligeros movimientos de cabeza a un ritmo entre 120 y 140 bpm .
El equipo también descubrió que tanto las ratas como los humanos sacudían la cabeza al ritmo de un ritmo similar. Pero el nivel de sacudidas de la cabeza disminuía cuanto más se aceleraba la música. Eso nos ocurre también a los sapiens. En la música muy acelerada, como el bakalao, que puede llegar a superar los 600 bpm, elegimos el divisor entero que nos da un resultado más cercano a 120 bpm (200, por ejemplo). Básicamente, para no marearnos demasiado al sacudir reiteradamente. Y también porque es, más o menos, al ritmo al que va nuestro ‘metrónomo’ natural del cerebro. Nuestras neuronas suelen sincronizarse a esa frecuencia.
El equipo hizo que las ratas se pusieran sobre dos patas, dándoles bebida en lo alto de la jaula, para ver si el contoneo de cabeza era más evidente que puestas a cuatro patas. Y aunque el balanceo no era muy evidente, ahí estaba. Las ratas bailan a su modo con la cabeza. Probaron con música clásica, pero también funcionó con Lady Gaga, con. Michael Jackson y con Queen. Siempre que la canción estuviera en el rango de tempo de 120 a 140 bpm (en concreto, Born This Way, Beat It y Another One Bites the Dust).
La música no es sólo cosa de humanos
¿Significa esto que las ratas tienen sentido del ritmo? No, asegura Hirokazu Takahashi de la Escuela de Graduados en Ciencias y Tecnologías de la Información. “No tienen capacidad de predecir la canción”, pero sí que de manera innata perciben su ritmo a nivel neuronal.
Para testar esta hipótesis, el equipo de Takahashi les hizo, por un lado, una resonancia magnética a las ratas sedadas. Por otro lado, monitorizaron a un grupo de neuronas que reaccionaban a estímulos sonoros (mediante un injerto). Después, les pusieron los fragmentos de canciones a diferente velocidad.
Se vio que las neuronas sincronizaban su actividad en el rango de 120 a 140 bpm, como ocurre en los humanos. “Hasta donde sabemos, este es el primer estudio sobre la sincronización innata del ritmo en animales que no se logró a través del entrenamiento o la exposición musical”, explica el profesor, que ha publicado los resultados en Science Advances.
En humanos, se libera dopamina –o sea, placer– cuando apenas un instante antes prevemos que habrá un nuevo compás de canción. Cuando se rompe el patrón previsto, se desata una actividad cerebral. Pero no hay mucha diferencia entre escuchar una canción y canturrear mentalmente cuando hay un silencio.
Este descubrimiento implica que la capacidad de nuestros sistemas auditivo y motor para interactuar y moverse al ritmo de la música puede estar más extendida entre las especies de lo que se pensaba anteriormente. Este nuevo descubrimiento ofrece no solo una mayor comprensión de la mente animal, sino también de los orígenes de nuestra propia música y danza.

Animales que ‘entienden’ de música
Que la música es una cosa exclusiva de humanos es algo que se puso en entredicho en 2007 de manera bastante rotunda. Aquel verano, el refugio de aves protegidas Schererville de Indiana (EE.UU.) recibió a una cacatúa junto a un disco y una nota. En ella se explicaba que el CD contenía “sus canciones favoritas”. La cacatúa, de nombre Snowball, fue acogida y le pusieron la música recomendada. Empezó a bailar con claridad adaptándose al ritmo de cada tema, lo que la convirtió en un ave viral.
Más cacatúas: Lo que podía ser una anécdota de cacatúa amaestrada, se convirtió en un pequeño giro en la investigación de la musicalidad en relación a los animales. Estaba claro que, igual que ahora las ratas, las cacatúas bailan. Pero, ¿hasta qué punto es una cualidad no aprendida miméticamente?
Llegaron otras cacatúas tras Snowball. Un ejemplar de cacatúa galerita se hizo popular por ‘bailar’ al son de los Backstreet Boys. Terminó siendo objeto de un artículo científico en Current Biology .
Peces carpines: Otra investigación realizada en Japón demostró que hay peces capaces de distinguir entre Bach y Stravinsky. Les pusieron grabaciones de Tocata y Fuga del primero y La Consagración de la Primavera del segundo. La mitad de los peces fueron entrenados para mordisquear un hilo con comida cuando sonara Bach. A los otros, cuando sonara Stravinsky. Estaba claro que podían distinguirlo. Pero eso no demostraba que gozasen de las sesiones de música clásica con las que fueron entrenados.
Vacas: También hay granjeros que recurren a la música para cuidar a sus vacas. ¿Cuánto de ciencia hay tras estas experiencias? Hasta ahora, hay poca literatura publicada- Un grupo de la Universidad de Leicester (Reino Unido) expuso en 2001 a rumiantes a música rápida, lenta y a silencio durante 12 horas al día en un periodo de nueve semanas. Con ritmos pausados, como la Pastoral de Beethoven, llegaban a producir un 3% más de leche. Igualmente pareció resultarles agradables temas como el Bridge Over Troubled Water de Simon & Garfunkel. ¿Estaban disfrutando realmente de la música? ¿O es que ese tono y ritmo enmascara otros sonidos estresantes para ellas? Nadie ha replicado y publicado un experimento similar desde entonces.
Papagayos, elefantes o leones marinos están entre los mamíferos que parece que bailan como las ratas. Entrenados o no. Disfrutándolo o no, la ciencia no ha dado con una clave que explique los mecanismos del ritmo. Si bien, está claro que la ‘música’ (o lo que llamamos música) en animales está presente como herramienta comunicativa. De ciertos cantos de aves al de las ballenas.
El trino: Existen pájaros que tienen cantos similares e, incluso, cantores que aprenden cómo producir sus vocalizaciones. Hay cierta cultura del canto y del ritmo, como indagaron en 2015 investigadores de la Universidad de Viena (Austria).
Ballenas: Los cetáceos, quizás, tengan unos de los más complejos de la naturaleza. Sea en tonos repetitivos polifónicos, como en las ballenas jorobadas, o como en las boreales de Groenlandia, que han aprendido a improvisar a partir de una base. Esas ballenas cantan jazz.
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