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‘La ley de Lidia Poët’, el periplo de la primera abogada italiana

Filmaffinity
Tiempo de lectura: 5 min

Dos mujeres llaman a la puerta de la habitación de Lidia Poët; son su casera y una futura clienta que acude a ella buscando sus servicios: “Usted es la señora Poët, ¿verdad? Me han dicho que es abogada y que cobra poco, bueno, menos que un hombre”. En la siguiente escena, Poët acude a la cárcel en la que está preso su cliente y el funcionario de prisiones la confunde con una prostituta que va a ofrecer sus “servicios”. No está acostumbrado a ver mujeres por allí. Así arranca La ley de Lidia Poët, la serie de Netflix que se inspira en la vida de una de las grandes pioneras del Derecho en Italia.

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¿Quién fue Lidia Poët?

Lidia Poët fue la primera mujer que consiguió ser abogada en Italia. Con su periplo para titularse y su posterior inhabilitación inició todo un movimiento en el país para que las mujeres pudiesen ejercer la abogacía, una profesión vetada para ellas a finales del siglo XIX. 

Poët se licenció en junio de 1881 con una tesis que ya era en sí misma toda una declaración de intenciones. Versaba sobre la condición de la mujer en la sociedad, “en particular sobre los problemas relacionados con el derecho de voto femenino”, como recoge la biografía del organismo de investigación italiano Società di Studi Valdesi. 

La abogada llegó a representar a Italia en diversos congresos internacionales, recibió reconocimientos en Francia y se enroló en la Cruz Roja tras la Primera Guerra Mundial, una etapa que no aparece plenamente reflejada en La ley de Lidia Poët.

El periplo de Lidia Poët para ejercer como abogada

La serie evidencia a lo largo de los capítulos todas las trabas con las que la abogada se va encontrando solo por el hecho de ser mujer. Desde los inicios de su carrera, Poët tuvo que lidiar con los estereotipos y la misoginia de una profesión que no veía con buenos ojos que una mujer ejerciese como abogada.

Esto se ve, por ejemplo, en una de las escenas del primer capítulo de La ley de Lidia Poët, que retrata el momento en el que recibe una carta en la que le comunican que “se declara nula su inscripción en el colegio de abogados de la ciudad de Turín”.

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En 1883, dos años después de licenciarse, Poët solicitó ingresar en el colegio de abogados de la ciudad para poder ejercer, una petición que le fue concedida. Sin embargo, el Tribunal de Apelación de Turín acabó impidiendo su “libre acceso a la profesión”, como explican en la Cassa Forense (una institución italiana que recoge, entre otras cosas, el registro de abogados del país).

El tribunal, en su escrito, justificó la decisión excusándose en la creencia de que “las mujeres no debían dedicarse” a la abogacía, ya que sería “indecoroso” que tuvieran que enfrentarse a situaciones que las “mujeres honestas” no deberían vivir, según recoge la Cassa Forense. 

En el documento original el tribunal también se preocupa por “el riesgo” que supondría para la “seriedad de los juicios” los “atuendos estrafalarios que la moda impone a las mujeres” y les insta a “reflexionar sobre si sería realmente un logro para ellas poder competir con los hombres (…), convertirse en sus iguales y no en sus compañeras”, como dicta la “providencia”.

Abogada 37 años después

A pesar de todo, Poët consiguió sortear esta negativa de los tribunales gracias a su hermano Enrico, que jugó un papel clave en su desarrollo como profesional y le abrió un hueco en el bufete que regentaba. Como se ve en La ley de Lidia Poët, Enrico, contó con su colaboración en algunos de los casos que llevó. Una vez allí, pudo especializarse en la protección de los niños, los marginados y las mujeres. 

Aunque la serie muestra un constante rifirrafe entre ambos, desde la Cassa Forense explican, por ejemplo, que fue su hermano precisamente el que la animó a titularse y ejercer la abogacía.

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Con todo, la abogada no lo tuvo fácil, aunque su vida cambió en 1919 (también la de todas las mujeres italianas). Aquel año, el parlamento italiano aprobó la conocida como Ley Sacchi, un texto legal que permitió a las mujeres acceder a cargos públicos y al ejercicio de todas las profesiones, aunque la esfera política y militar seguiría reservada para los hombres, como recuerda la Cassa Forense.

Ya en 1920, con 65 años, Poët cerró un ciclo y presentó una nueva solicitud de inscripción en el colegio de abogados que fue aceptada. A partir de ahí, explican desde la Cassa Forense, “comenzó inmediatamente a ejercer y a utilizar el título de abogada que durante tanto tiempo le había sido injustamente arrebatado”.

Fuentes
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