A veces, al mirar al organismo, las cosas no son lo que parecen. El investigador en cáncer Miguel Reina-Campos estaba intrigado porque estaba viendo a unas células inmunitarias hacerse fuertes a base de una ‘dieta’ rica en colesterol. ¿Era posible que un organismo atiborrado de colesterol pudiera combatir mejor las infecciones o el cáncer? Las apariencias químicas lo estaban engañando. Pero, a cambio, su equipo en la Universidad de California San Diego estaba revelando un mecanismo desconocido que podría ser útil en el campo de la inmunoterapia contra el cáncer. Las palabras mágicas en esta historia son coenzima Q y ácido zaragócico.
¿Qué es la inmunoterapia contra el cáncer?
La inmunoterapia es el terreno más prometedor en el campo de la lucha contra el cáncer, explica desde Estados Unidos Miguel Reina-Campos por videollamada. La técnica consiste en estimular al propio sistema inmunitario del paciente para que combata al tumor. Su historia se remonta a 1890. El doctor William Coley hizo el primer intento mediante inyecciones intratumorales de Streptococcus pyogenes inactivado y Serratia marcescens (Toxina de Coley).
Fue el pionero de la inmunoterapia, que hoy se emplea con éxito en algunos tumores, pero con bastantes limitaciones en otros, y siempre combinada con otros abordajes, como la cirugía, la radioterapia o la quimioterapia. Hasta el momento no se ha empleado en estas terapias la coenzima Q, aunque se conoce su poder antioxidante y que es clave en el crecimiento celular.
Entre los grandes aliados naturales contra los tumores están nuestras células T, un tipo de linfocitos. “Ejercen una función supresora muy fuerte en tejidos, por ejemplo, en el intestino, en la piel o en la nariz cuando coges un resfriado”. Son como los GEO de nuestras defensas naturales. Entran en acción desmontando células infectadas o malignas, para que no puedan propagarse.
Nacen y se especializan en una glándula, el timo. Viajan adonde hay una infección o donde se encuentra una célula mutada potencialmente cancerígena. Y es allí donde toma protagonismo la coenzima Q.
Inmunoterapia: De las CAR-T al papel de la coenzima Q
Una de las inmunoterapias que más éxitos ha reportado en los últimos años –incluido en nuestro país– es la llamada CAR-T, especialmente en pacientes infantiles. Las células tumorales se esconden muy bien de esas patrullas de policía del organismo. Así que hay terapias por las que se extraen células T del paciente y se las modifica genéticamente para equiparlas con una herramienta extra para cazarlas. Sería como dotar a una patrulla de una cámara infrarroja y un gancho que atrapa criminales.
Pero las células cancerosas en ocasiones sabotean las interevenciones de la policía del organismo. Es como si desactivasen la ‘acción policial’ con inhibidores hackeados. Eso se puede evitar con ciertas terapias de anticuerpos, que vuelven a ‘encender ‘a las células T. Son los ‘antídotos’ contra los inhibidores.
Todas estas inmunoterapias y otras son muy prometedoras contra algunos tipos de cáncer. Pero tienen limitaciones y precios elevadísimos. “No te quiero asustar, pero aquí, en EE.UU. el tema del seguro médico… la gente que, por mala suerte, tiene que acceder a estos tratamientos termina con deudas enormes”, recuerda Reina-Campos desde California.
¿Podría existir una manera de hacer verdaderamente potentes a nuestras propias células T, sin necesidad de trasfusiones o moficación genética? Miguel Reina-Campos quiso aprender a partir de cómo se especializan y entrenan los linfocitos T cuando han cumplido su misión en un tejido infectado y se quedan allí ‘destinadas’.
Cuando parecía que el colesterol tenía que ver con la acción antitumoral
Tras una infección, unas cuantas de las enviadas a la lucha se quedan acuarteladas en el órgano de destino donde han servido. Y ahí prosiguen su entrenamiento. Lo llamativo es que los científicos vieron que parecían estar atiborrándose a proteínas en su gimnasio. Una, en concreto: colesterol. “Esto nos resultó bastante difícil de encajar”, señala Reina-Campos por videollamada. “De hecho, probamos a darle una dieta rica en colesterol a ratones y no mejoró su respuesta inmunitaria –para sorpresa de nadie–”.
Entonces a Miguel Reina-Campos le llegó el momento Eureka, “aún recuerdo bien ese día: Me di cuenta de que las células T lo que estaban intentando fabricar no era colesterol, sino que estábamos viendo los pasos intermedios dentro de la gran maquinaria para hacer colesterol”. Es como si en una cadena de montaje de automoción creyéramos que están fabricando coches cuando, en realidad, sólo están ensamblando carrocerías.
Pero, ¿por qué salían reforzadas esas células T de ese proceso de fabricación de colesterol, que no terminaba por producir colesterol? “Porque, en realidad, estaban produciendo algo que se da en un paso anterior de la cadena: coenzima Q”. La coenzima Q es la que “les permite producir más energía a las células T en sus mitocondrias (sus centrales energéticas)”.
Aunque está a la venta al público, la coenzima Q difícilmente se absorbe en la dieta.
La coenzima Q (es formulaciones como la Q10, típicamente humana) se puede encontrar en supermercados, farmacias o tiendas de nutrición. Aparece en ciertos cosméticos o suplementos. Pero Miguel Reina-Campos advierte: “Tienen un problema y es que repelen el agua, es muy difícil que esa coenzima Q pueda absorberse si la tomas en la dieta“.
¿Sería posible fabricar un medicamento antitumoral basado en la coenzima Q? “Es probable que la administración no sea lo suficientemente fuerte ni para prevenir el cáncer ni para luchar contra infecciones. Lo que sí, puede que haya mecanismos en el futuro para darle a las células la coenzima Q que necesitan, aparte de modificarlas genéticamente”.
La segunda oportunida del ácido zaragócico
Y aquí es donde entra en acción el ácido zaragócico. Una manera de que se acumule más cantidad de coenzima Q en la cadena de producción del colesterol es frenando esa cadena, parando una de las ‘máquinas de ensamblaje’ llamada escualeno sintasa. El ácido zaragócico es un potente inhibidor (capaz de apagar) de la escualeno sintasa. No sólo frena la producción de colesterol, sino que “sería, en nuestro ejemplo de la cadena de montaje, como ocurre en las escenas de dibujos animados –sigue Reina-Campos– cuando se rompe uno de los robots de la cadena y se apelotonan todos los paquetes que van llegando en la cinta transportadora”.
Esa acumulación de sustancias favorece la creación de más coenzima Q. Si bien, como explica el hombre que aisló los primeros ácidos zaragócicos, en 1989, Fernando Peláez, no es descartable que el ácido zaragócico presente problemas de toxicidad. El laboratorio para el que trabajaba entonces, MSD, abandonó el programa del ácido zaragócico, con el que pretendía obtener un medicamento contra el colesterol alto, “según se comentaba en su momento, porque su mecanismo de acción podría tener consecuencias tóxicas”.
No obstante, el ácido zaragócico puede usarse como prueba de concepto o andamiaje para construir futuras terapias. La del cáncer puede ser su segunda oportunidad, tres décadas después de su descubrimiento en aguas del río Jalón. Puedes conocer la historia completa y el relato de Miguel Reina-Campos, en el pódcast Tampoco es el fin del mundo.
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